REMBRANDT Harmenszoon van Rijn
Jeremiah Lamenting the Destruction of Jerusalem
1630
Evangelio según san Lucas, 19:41-44
Y cuando llegó cerca, al ver la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: "¡Ah
si tú reconocieses siquiera en este tu día lo que puede traerte la paz!
Mas ahora está encubierto a tus ojos. Porque vendrán días contra ti, en
que tus enemigos te cercarán de trincheras, y te pondrán cerco, y te
estrecharán por todas partes. Y te derribarán en tierra, y a tus hijos,
que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra; por
cuanto no conociste el tiempo de tu visitación". (vv. 41-44)
su ejemplo todas las bienaventuranzas de que ha
hablado en el Evangelio, así, como había dicho: "Bienaventurados
Desde lo alto del monte de los Olivos miraba Jesús a Jerusalén,
que ofrecía a sus ojos un cuadro de hermosura y de paz. Era tiempo de
Pascua, y de todas las regiones del orbe los hijos de Jacob se habían
reunido para celebrar la gran fiesta nacional. De entre viñedos y
jardines como de entre las verdes laderas donde se veían esparcidas las
tiendas de los peregrinos, elevábanse las colinas con sus terrazas, los
airosos palacios y los soberbios baluartes de la capital israelita. La
hija de Sión parecía decir en su orgullo: "¡Estoy sentada reina, y ...
nunca veré el duelo!" porque siendo amada, como lo era, creía estar
segura de merecer aún los favores del cielo como en los tiempos antiguos
cuando el poeta rey cantaba: "Hermosa provincia, el gozo de toda la
tierra es el monte de Sión,...la ciudad del gran Rey." Salmo 48:2.
Resaltaban a la vista las construcciones espléndidas del templo, cuyos
muros de mármol blanco como la nieve estaban entonces iluminados por los
últimos rayos del sol poniente que al hundirse en el ocaso hacía
resplandecer el oro de puertas, torres y pináculos. Y así destacábase la
gran ciudad, "perfección de hermosura," orgullo de la nación judaica.
¡Qué hijo de Israel podía permanecer ante semejante espectáculo sin
sentirse conmovido de gozo y admiración! Pero eran muy ajenos a todo
esto los pensamientos que embargaban la mente de Jesús. "Como llegó
cerca, viendo la ciudad, lloró sobre ella." Lucas 19:41. En medio del
regocijo que provocara su entrada triunfal, mientras el gentío agitaba
palmas, y alegres hosannas repercutían en los montes, y mil voces le
proclamaban Rey, el Redentor del mundo se sintió abrumado por súbita y
misteriosa tristeza. El, el Hijo de Dios, el Prometido de Israel, que
había vencido a la muerte arrebatándole sus cautivos, lloraba, no presa
de común abatimiento, sino dominado por intensa e irreprimible agonía.
No
lloraba por sí mismo, por más que supiera adónde iba. Getsemaní, lugar
de su próxima y terrible agonía, extendíase ante su vista. La puerta de
las ovejas divisábase también; por ella habían entrado durante siglos y
siglos las víctimas para el sacrificio, y pronto iba a abrirse para él,
cuando "como cordero" fuera "llevado al matadero." Isaías 53:7. Poco más
allá se destacaba el Calvario, lugar de la crucifixión. Sobre la senda
que pronto le tocaría recorrer, iban a caer densas y horrorosas
tinieblas mientras él entregaba su alma en expiación por el pecado. No
era, sin embargo, la contemplación de aquellas escenas lo que arrojaba
sombras sobre el Señor en aquella hora de gran regocijo, ni tampoco el
presentimiento de su angustia sobrehumana lo que nublaba su alma
generosa. Lloraba por el fatal destino de los millares de Jerusalén, por
la ceguedad y por la dureza de corazón de aquellos a quienes él viniera
a bendecir y salvar.
La historia de más de mil años durante los
cuales Dios extendiera su favor especial y sus tiernos cuidados en
beneficio de su pueblo escogido, desarrollábase ante los ojos de Jesús.
Allí estaba el monte Moriah, donde el hijo de la promesa, cual mansa
víctima que se entrega sin resistencia, fue atado sobre el altar como
emblema del sacrificio del Hijo de Dios. Allí fue donde se le habían
confirmado al padre de los creyentes el pacto de bendición y la gloriosa
promesa de un Mesías. Génesis 22:9, 16-18. Allí era donde las llamas
del sacrificio, al ascender al cielo desde la era de Ornán, habían
desviado la espada del ángel exterminador 1 Crónicas 21, símbolo
adecuado del sacrificio de Cristo y de su mediación por los culpables.
Jerusalén había sido honrada por Dios sobre toda la tierra. El Señor
había "elegido a Sión; deseóla por habitación para sí." Salmo 132:13.
Allí habían proclamado los santos profetas durante siglos y siglos sus
mensajes de amonestación. Allí habían mecido los sacerdotes sus
incensarios y había subido hacia Dios el humo del incienso, mezclado con
las plegarias de los adoradores. Allí había sido ofrecida día tras día
la sangre de los corderos sacrificados, que anunciaban al Cordero de
Dios que había de venir al mundo. Allí había manifestado Jehová su
presencia en la nube de gloria, sobre el propiciatorio. Allí se había
asentado la base de la escalera mística que unía el cielo con la tierra
Génesis 28:12; Juan 1:51, que Jacob viera en sueños y por la cual los
ángeles subían y bajaban, mostrando así al mundo el camino que conduce
al lugar santísimo. De haberse mantenido Israel como nación fiel al
Cielo, Jerusalén habría sido para siempre la elegida de Dios. Jeremías
17:21-25. Pero la historia de aquel pueblo tan favorecido era un relato
de sus apostasías y sus rebeliones. Había resistido la gracia del Cielo,
abusado de sus prerrogativas y menospreciado sus oportunidades.
A
pesar de que los hijos de Israel "hacían escarnio de los mensajeros de
Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas" 2
Crónicas 36:16, el Señor había seguido manifestándoseles como "Jehová,
fuerte, misericordioso, y piadoso; tardo para la ira, y grande en
benignidad y verdad." Exodo 34:6. Y por más que le rechazaran una y otra
vez, de continuo había seguido instándoles con bondad inalterable. Más
grande que la amorosa compasión del padre por su hijo era el solícito
cuidado con que Dios velaba por su pueblo enviándole "amonestaciones por
mano de sus mensajeros, madrugando para enviárselas; porque tuvo
compasión de su pueblo y de su morada." 2 Crónicas 36:15. Y al fin,
habiendo fracasado las amonestaciones, las reprensiones y las súplicas,
les envió el mejor Don del cielo; más aún, derramó todo el cielo en ese
solo Don.
El Hijo de Dios fue enviado para exhortar a la ciudad
rebelde. Era Cristo quien había sacado a Israel como "una vid de
Egipto." Salmo 80:8. Con su propio brazo, había arrojado a los gentiles
de delante de ella; la había plantado "en un recuesto, lugar fértil;" la
había cercado cuidadosamente y había enviado a sus siervos para que la
cultivasen. "¿Qué más se había de hacer a mi viña—exclamó,—que yo no
haya hecho en ella?" A pesar de estos cuidados, y por más que, habiendo
esperado "que llevase uvas" valiosas, las había dado "silvestres" Isaías
5:1-4, el Señor compasivo, movido por su anhelo de obtener fruto, vino
en persona a su viña para librarla, si fuera posible, de la destrucción.
La labró con esmero, la podó y la cuidó. Fue incansable en sus
esfuerzos para salvar aquella viña que él mismo había plantado.
Durante
tres años, el Señor de la luz y de la gloria estuvo yendo y viniendo
entre su pueblo. "Anduvo haciendo bienes, y sanando a todos los
oprimidos del diablo," curando a los de corazón quebrantado, poniendo en
libertad a los cautivos, dando vista a los ciegos, haciendo andar a los
cojos y oír a los sordos, limpiando a los leprosos, resucitando muertos
y predicando el Evangelio a los pobres. Hechos 10:38; Lucas 4:18; Mateo
11:5. A todas las clases sociales por igual dirigía el llamamiento de
gracia: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que Yo
os haré descansar." Mateo 11:28.
A pesar de recibir por
recompensa el mal por el bien y el odio a cambio de su amor Salmo 109:5,
prosiguió con firmeza su misión de paz y misericordia. Jamás fue
rechazado ninguno de los que se acercaron a él en busca de su gracia.
Errante y sin hogar, sufriendo cada día oprobio y penurias, sólo vivió
para ayudar a los pobres, aliviar a los agobiados y persuadirlos a todos
a que aceptasen el don de vida. Las corrientes de la misericordia
divina eran rechazados por aquellos corazones endurecidos y reacios pero
volvían sobre ellos con más vigor, impulsados por la augusta compasión y
por la fuerza del amor que sobrepuja a todo entendimiento. Israel,
empero, se alejó de él, apartándose así de su mejor Amigo y de su único
Auxiliador. Su amor fue despreciado, rechazados sus dulces consejos y
ridiculizadas sus cariñosas amonestaciones.
La hora de esperanza y
de perdón transcurrió rápidamente. La copa de la ira de Dios, por tanto
tiempo contenida, estaba casi llena. La nube que había ido formándose a
través de los tiempos de apostasía y rebelión, veíase ya negra, cargada
de maldiciones, próxima a estallar sobre un pueblo culpable; y el único
que podía librarle de su suerte fatal inminente había sido
menospreciado, escarnecido y rechazado, y en breve lo iban a crucificar.
Cuando el Cristo estuviera clavado en la cruz del Calvario, ya habría
transcurrido para Israel su día como nación favorecida y saciada de las
bendiciones de Dios. La pérdida de una sola alma se considera como una
calamidad infinitamente más grande que la de todas las ganancias y todos
los tesoros de un mundo; pero mientras Jesús fijaba su mirada en
Jerusalén, veía la ruina de toda una ciudad, de todo un pueblo; de
aquella ciudad y de aquel pueblo que habían sido elegidos de Dios, su
especial tesoro.
San Gregorio
Lloró, pues, el piadoso Redentor la destrucción de aquella pérfida
ciudad, las desgracias que ella misma ignoraba habrían de venirle. Por
esto añade: "¡Ah si tú conocieses siquiera!" llorarías con amargura, la
que ahora tanto te alegras, porque desconoces lo que te amenaza. Por
esto añade: "Siquiera en éste tu día", etc. Como en aquel día se había
consagrado a todos los goces materiales, tenía todo lo que podía
procurarle la paz. Manifiesta después cómo los bienes presentes hacen su
paz, cuando añade: "Mas ahora está encubierto a tus ojos"; porque si
los males que la amenazan no estuviesen ocultos a los ojos de su
corazón, no se alegraría tanto por las prosperidades presentes; por esto
añade la pena que lo amenaza, cuando dice: "Porque vendrán días contra
ti".
Esto señala a los príncipes romanos; porque habla de la destrucción de
Jerusalén, que sucedió bajo Vespasiano y Tito, príncipes romanos. Por
esto continúa: "Y te pondrán cerco", etc.
San Eusebio
Cómo se cumplió todo esto, podemos conocerlo por lo que refiere Josefo,
quien a pesar de ser judío refiere estas cosas tal y como Jesucristo las
había predicho.
San Gregorio,
ut sup
También en esto que añade: "Y no dejarán en ti piedra sobre piedra",
está atestiguada la reubicación de esta misma ciudad; porque ahora está
construida en aquel sitio donde el Salvador fue crucificado, fuera de la
puerta: la primera fue destruida en absoluto. Dice luego la culpa por
la que fue condenada a la destrucción, añadiendo: "Por cuanto no
conociste el tiempo de tu visitación".
Nuestro Redentor no cesa de llorar por sus escogidos cuando ve caer en
el mal a los que poseían la virtud; porque si éstos conociesen la
condenación que les espera, se llorarían a sí mismos con las lágrimas de
los escogidos. El hombre de inclinaciones malas tiene aquí su día, que
goza por breve tiempo, y se complace en las cosas temporales disfrutando
de cierta paz; por esto huye de prever el porvenir, para que no se
turbe su alegría presente. Por esto sigue: "Mas ahora está encubierto a
tus ojos", etc.
Los espíritus malignos asedian el alma en cuanto sale del cuerpo, y como
ama la carne en los placeres carnales, la inquietan con el engaño del
deleite; la rodean de trincheras, presentando a su vista las iniquidades
que cometió, y la estrechan con los que son compañeros de su
condenación, con el fin de que ella vea, una vez en el último instante
de su vida, la clase de enemigos que la asedian y no pueda encontrar
medio de evadirse, porque ya no puede hacer el bien que despreció cuando
pudo hacerlo; estrechan al alma por todas partes poniéndole a la vista
la iniquidad, no sólo de sus obras, sino también de sus palabras y de
sus pensamientos; para que así como antes se había solazado tanto en la
maldad, sienta en su última hora la angustia que merece en pago.
Entonces el alma, por la condición de su culpa, se aterra cuando ve que
su carne, que creyó que era su vida, va a convertirse en polvo; entonces
mueren sus hijos cuando los pensamientos ilícitos, que ahora nacen de
ella, se disipan en el último momento de la venganza; estos pensamientos
pueden representarse por las piedras. La mente perversa, cuando añade a
un pensamiento malo otro peor, pone, por decirlo así, una piedra sobre
otra; pero cuando es llevada a su castigo, se destruye todo el edificio
de sus pensamientos. Sin embargo, el Señor visita al alma culpable para
su enseñanza alguna vez mediante la desgracia, otras con los milagros,
con el fin de que conozca las verdades que ignoraba, y menospreciando el
mal vuelva por la compunción del dolor u obligada por los beneficios, y
se avergüence de lo mal que obró. Pero porque no conoció el tiempo en
que fue visitada, al final de su vida será entregada a sus enemigos, con
quienes se verá unida en el juicio eterno de su perpetua condenación.