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domingo, 21 de febrero de 2010

VUÉLVANSE AL SEÑOR SU DIOS


“¡México, conviértete!”
Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas
SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 20 febrero 2010 (ZENIT.org).- Publicamos un artículo escrito por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas con el título "¡México, conviértete!".

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La violencia y la inseguridad en el país no se detienen. El narcotráfico nos invade y genera corrupción, miedo y desesperanza. La pobreza no se elimina y la migración causa estragos en los pueblos. El campo se ha hecho improductivo y no se generan empleos suficientes; los campesinos lamentan su suerte y el alcoholismo es su refugio. Muchos hogares se destruyen y la familia pierde cimientos, tanto por la violencia en el hogar y por los falsos modelos de felicidad que presentan la televisión, el cine y el teatro, como por las leyes anti-vida y anti-familia. El relativismo moral y la increencia imperan en muchos ambientes y se difunden con fuerza incisiva en medios de comunicación, para que cada quien haga y piense lo que le dé la gana, sin referencia a valores absolutos que le inquieten y detengan.

De cuanto negativo pasa, echamos la culpa a los demás. Se desconfía de toda autoridad y se ridiculiza a quienes van por caminos distintos a los nuestros. Cualquier medida que se tome, se juzga inadecuada. Hay especialistas en condenar todo y a todos. Los innegables y dolorosos antitestimonios eclesiales, que se difunden ampliamente para regodeo de quienes rechazan nuestra fe, le restan credibilidad al Evangelio y le quitan fuerza a nuestras denuncias proféticas. En ellos se escudan quienes tienen la meta de imponer un laicismo que implique prescindir de criterios religiosos, como si éstos fueran lo más dañino para un país. ¡Quieren que Dios desaparezca!

JUZGAR

¿Qué hacer ante esta preocupante realidad? Tenemos una respuesta confiable: La Palabra de Dios. En esta Cuaresma que estamos iniciando, nos dice: "Todavía es tiempo. Conviértanse a mí de todo corazón... Vuélvanse al Señor su Dios, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en clemencia, y se conmueve ante la desgracia" (Joel 2,12-13). Es la misma invitación con que Jesús inicia su predicación: "Conviértanse y crean en el Evangelio" (Mc 1,15; cf Mt 4,17).

"Mira: hoy pongo delante de ti la vida y el bien, o la muerte y el mal. Si cumples lo que yo te mando hoy, amando al Señor tu Dios, siguiendo sus caminos, cumpliendo sus preceptos, mandatos y decretos, vivirás y te multiplicarás... Pero si tu corazón se resiste y no obedeces..., yo te anuncio hoy que perecerás sin remedio... Elige la vida y vivirás" (Deut 30,15-19).

Los obispos de México, en un documento que acabamos de publicar sobre la violencia que sufre el país, invitamos a una conversión de todos, para que llegue la paz que anhelamos: "¡Qué significa ser cristiano en estas circunstancias? ¿Qué palabra de esperanza podemos dar los pastores de la Iglesia? ¿Cómo vencer la sensación de impotencia que muchos compartimos y al mismo tiempo ofrecer a este grave problema una solución que se aparte de la sinrazón de la violencia? Estamos ante un problema que no se solucionará sólo con la aplicación de la justicia y el derecho, sino fundamentalmente con la conversión. La represión controla o inhibe temporalmente la violencia, pero nunca la supera" (111). "Dios nos llama a la conversión, es decir, a orientar la vida por el amor y la misericordia. Esta exigencia forma parte del núcleo mismo del mensaje de Jesús y constituye la esencia del modo de ser y vivir según el evangelio" (143).

El Papa Benedicto XVI, en su Mensaje de Cuaresma, advierte la "tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior... Esta manera de pensar es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano".

ACTUAR

Con humildad y sencillez de corazón, en vez de sólo culpar a los demás, revisemos nuestras actitudes. Pidamos perdón a Dios y a los demás. Evitemos hacer daño a los otros, y más bien procuremos hacerles felices. Compartamos con los pobres. Enderecemos lo torcido de nuestras vidas y tengamos el valor de creerle a Dios, de dejarnos interpelar por su Palabra, y no contagiarnos con criterios de quienes parecen triunfar en este mundo, pero tienen cimientos de barro y se derrumban estrepitosamente. La salvación de México depende de nuestra conversión.


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