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sábado, 27 de marzo de 2010
LA PASIÓN
Si Cristo, el pontífice de los bienes futuros, ha de penetrar en el Santo de los Santos, para terminar allí nuestra redención, menester es que antes su santísimo cuerpo vierta la sangre preciosa, que debe llevar en sus manos, para aplacar con ella la ira del Padre. acércase, pues, para el manso Cordero la hora del dolorosísimo sacrificio, a que voluntariamente quiere someterse, ofreciendo su sagrado cuerpo a innumerables tormentos, para que torturados todos sus miembros, como la uva en el lagar, se exprima de ellos hasta la última gota de la sangre redentora.
Nosotros los hijos de la Iglesia, los que antes estábamos lejos, y ahora somos herederos de las promesas por virtud de la sangre de Cristo, oigamos en estos días la voz de nuestra Madre, y con el alma llena de pena y de agradecimiento, contemplemos a nuestro amable Salvador que, habiendo podido redimirnos a menos costa, con un acto de complaciencia en su eterno Padre, según le fue ofrecido y estuvo en su mano aceptarlo, prefirió una muerte cruel e ignominiosa, en que nos diese mayor prueba de su amor.( Hebr. XII,2).
Como las dos semanas últimas de la Cuaresma inmediatamente nos preparan a la Pascua, todos aquellos que ansían las gracias de tan grandes misterios procuran aumentar en estos días la devoción, y ejercitarse con mayor fervor en las prácticas propias de este período. Acaban, pues, de disponer sus almas los penitentes para que descienda a ellos con toda eficacia la absolución que les librará de sus pecados; los catecúmenos ven llegarse el momento de bañar sus almas en las aguas regeneradora del bautismo; sienten los fieles todos la apremiante necesidad de recogerse y de seguir más de cerca con el pensamiento y el corazón al amantísimo Salvador.
Desde el Domingo de Pasión en adelante cambia la decoración del templo, y notablemente se modifica el lenguaje de la Iglesia en los divinos oficios; porque, a las enseñanzas morales de las semanas anteriores, a las reiteradas exhortaciones con que procuraba inculcar a sus hijos la práctica de las buenas obras, a los maternales consejos con que los animaba para que pusiesen su confianza en Dios, como en un buen Padre que en las luchas de esta vida los rodea de su protección y los cobija con sus alas para defenderlos de las asechanzas del demonio, a sustituído ahora el llanto, las quejas y las amenazas, que llenan el alma de espanto y de confusión. Es que asiste en estos días al espectáculo más triste y más doloroso que han precenciado los siglos, y con el corazón angustiado contempla a un Dios, que predica la verdad, que se cansa y desvela, que anda los caminos sembrando beneficios, y que, en pago de tantas larguezas y de tanto trabajos, no recibe de los hombres más que desprecios y persecuciones, y es tenido por malhechor y endemoniado y perturbador del orden público, y vendido traidoramente por uno de sus discípulos, y escarnecido por los soldados, y azotado y coronado de espinas, y condenado a muerte, y por remate de todo, clavado entre dos criminales en Cruz ignominiosa.
La Iglesia en estos días se dedica por entero a recordar esos trances de la pasión, ya presentándolos a la consideración de los fieles con las palabras de los Sagrados Libros, ya poniéndolos en escena, en cuanto hacerse puede, para que por sus mismos ojos vean los pecadores como es maltratado el Señor, y con sus mismos oídos oigan las injurias que por ellos tolera el inocentísimo Cordero, sin hurtar sus espaldas a los azotes, ni sus sienes a las espinas ni sus oídos a las blasfemias y a los falsos testimonios y a las calumnias con que le atormentan hombres desalmados y criminales. Oirán, que, los fieles a Cristo , diciéndoles palabras de vida eterna, amonestándoles que se aprovechen de su visita, trayendo a su memoria los bienes que ha repartido por todas partes: le verán regalando a sus Apóstoles con el suavísimo manjar de su carne, mientras uno de ellos resuelve en su mente pensamiento de traición; lavarle los pies, como si fuese servidor de todos , mientras ellos se disputan el primer asiento en su reino: postrarse en tierra, lleno de temor y de quebranto, orar y sudar gotas de sangre, mientras lejos de su maestro se dejan dormir; entregado vilmente por Judas, preso y maltratado por los judios, mientras los suyos huyen cobardemente y le abandonan; amonestando a las hijas de Jerusalén en vía dolorosa, como quien se olvida de sus trabajos por atender el bien ajeno: extender los brazos en la Cruz para orar por los hombres, mientras éstos remachan sin piedad los clavos y hacen mofa de sus palabras.
No solo de los hombres la lucha que precenciamos estos días, sino que en ella toman parte los poderes infernales, instigando a los Judíos,inspirándoles sus criminales conspiraciones, y con inaudita rabia moviendo sus labios y sus lenguas para que maltraten al indefenso Cordero y le insulten con palabras más injuriosas.Pero¿ quien sino el demonio podría urdir proyectos como los que los impíos traman contra Cristo en estos días? Venid, dicen desvergonzadamente, cerquemos al justo, porque es contrario a nuestras obras: protesta que tiene la ciencia de Dios por Padre: veamos si son verdaderas sus palabras: y si es verdaderamente hijo de Dios, El le librará de nuestras manos, condenésmole a muerte más infame. ( rVIII. Maitines del Domingo de Ramos).
No hay términos para calificar, ni lágrimas con que llorar la sacrílega conducta de los judíos. Sin embargo, la Iglesia se esfuerza para darles en rostro con ella y expresar el hondo sentimiento que le causa recordando sus palabras, representando todas estas escenas, leyendo la Pasión del Señor según los cuatros Evangelios, haciéndonos oír la voz de los profetas que habían anunciado las persecuciones de que había de ser objeto el Mesías, poniendo en boca del Salvador reiteradas censuras contra sus calumniadores, y los amargos reproches de los improperios contra la ingratitud de un pueblo por El tan favorecido. Canta también los Maitines del último triduo antes de Pascuas los trenos de Jeremías; donde lamentando el cautiverio de Israel y la ruina de Jerusalén, anuncia y deplora junta y más verdaderamente la dispersión del pueblo deicida y la desolación en que yace la ciudad ingrata que no quiso aprovecharse la visita del Señor. El fin que todo esto se propone es despertar en los pecadores, que son los verdaderos verdugos de Cristo, no solo sentimientos de compasión, que podrían ser esteriles para la salud del alma, sino un sincero arrepentimiento de sus maldades, que los mueva a desatarlas y a mudar de vida en adelante: es además aumentar en los justos los sentimientos de compunción y amor de Dios, con los cuales enteramente se purifiquen de sus pasadas culpas y se esfuercen para progresar en la vía de la perfección. Y en esto obra con gran acierto y como profunda conocedora del corazón humano; porque ¿ qué medio podría con más eficacia darnos a entender la gravedad y la malicia del pecado, que ponernos a la vista a un hombre que a la vez es Dios, en manos de ferocísimos verdugos reducido al estado más lastimoso, en que no tiene figura ni hermosura, escupido su rostro, desgarradas sus carnes, de manera de que sin horrorizarse no se pueda fijar en los ojos ; y todo eso, no sólo con permiso , sino por voluntad expresa del eterno Padre, que con trabajos le quebranta , y en él se venga de los crímenes de los que se ha hecho solidario ? ¿ Y que cosa podría despertar en nosotros la confusión y el dolor como el considerar que son nuestros propios pecados los que contra el han armado las manos airadas de su Padre? Pues eso es lo que quiere la Iglesia que entendamos al leer en los divinos oficios las palabras con que escribe Isaías los sufrimientos del varón de dolores : Ha sido traspasado por causa de nuestras iniquidades y quebrantado por nuestros crímenes; sobre Él ha pesado el castigo que nos procura la paz, y con sus heridas hemos sido curados . Errantes andábamos todos como ovejas sin pastor; seguía cada uno de nosotros su propio camino, y el Señor ha hecho recaer sobre Él las iniquidades de todos nosotros ( LIII,5,6).
¿ Y qué pudiera obligarnos tan eficazmente a la enmienda y al agradecimiento como considerar la voluntad y el amor con que se somete Jesucristo a tan duras condiciones , y acepte todos los ultrajes y todos los tormentos con que deben ser expiados nuestros pecados? Porque, si en Él ponemos nuestros ojos y nuestros oídos , desde el huerto Gestsemaní hasta la cumbre del Gólgota, ¿ que vemos sino la más completa resignación para sufrir tantas crueldades inventa la malicia de sus enemigos? Es maltratado, dice Isaías y él se somete al sufrimiento y enmudece, semejante al corderito que se lleva al matadero, y a la oveja que delante la trasquila no habre la boca sino palabras de amor, en que se manifiesta su preocupación por el bien de los hombres?-Si me buscais a mi dejad libres a estos . No lloréis sobre mi sino sobre vosotros mismos y sobre vuestros hijos. Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. En verdad te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.
Y así todo el que asistiendo con atención y con buena voluntad a los divinos oficios acompaña al Salvador en los diversos trances de su Pasión dolorosísima, sentirá como inevitablemente penetrarse su alma de un amor compasivo hacia un Señor que por él sufre cosas tan duras, y espontáneamente le manifestará sus interiores afectos de amor.
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