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martes, 18 de mayo de 2010
El castigo de Fátima
El castigo de Fátima
Incluso Lucía y todos en Fátima están convencidos de que
en el tiempo de una generación lo revelado se haría realidad.
(Cardenal Joseph Ratzinger)
El humo de Satanás se ha filtrado por una grieta.
(Paulo VI)
Mis queridos pelmazos:
Odian, aborrecen, abominan de Fátima: los vuelve locos. El mundo, claro, para empezar, el mundo incrédulo, enemigo de Dios, bajo el dominio y la potestad del diablo, el mundo que “está bajo el maligno” (I Jn. V:19). Claro que sí, desde luego, ya lo sabíamos. Odian a Nuestra Santa Patrona, odian a Dios―y últimamente andan manifestándolo más abiertamente: odian sus leyes, sus decretos, sus mandamientos, su palabra, su ejemplo, su gracia… cómo no, ya los conocemos. Y por eso el mismo Evangelista nos lo advirtió formalmente en su primera carta: “No améis al mundo ni las cosas que hay en el mundo” (II:15).
Pero, claro, también nuestros hermanos recontra-separados de la fe verdadera y viviente, los progres. Se comprende: nunca quisieron demasiado a Nuestra Señora―allá por los años de Vaticano II quisieron abolir el culto de hiperdulía que le corresponde por Derecho Divino, aunque no pudieron, qué iban a poder. No les gusta el lenguaje de Fátima, ni el santo rosario, que se hable de sacrificio, de reparación, detestan la noción misma del infierno. No les gusta las alusiones al comunismo (“Rusia esparcirá sus errores por el mundo”), no simpatizan con la idea de que hay que hacer penitencia, ¿cómo podrían entender Fátima, sus revelaciones, sus mensajes, su significación? Nuestros hermanitos del amor dulce odian todo eso. Sobre todo porque intuyen, y con toda razón, que Fátima fue una profecía conminatoria que anticipaba tremendos castigos, el peor de los cuales resultó ser, precisamente, el triunfo, la victoria, el establecimiento, la toma del poder en la Iglesia de… de ellos, los progres, claro que sí, je, je. Bajo las órdenes de uno que, según el gran exorcista de Roma, el P. Amorth, ejerce gran poder en el Vaticano.
Pero tampoco les gusta a muchos de aquellos conservadores que se manejan en abierta colusión con el mundo, esos que se refugiaron en decenas de cofradías, institutos, organizaciones, se llamen “asociación de fieles” o “congregaciones”, lo mismo da. A la mayoría de ellos, Fátima no les gustaba del todo, había cosas que les hacía ruido, que entorpecía sus planes. Y por eso, obligados por una legión de “Fatimólogos” que exigían se revele el “Tercer Secreto” tuvieron que armar un montaje en el que se procedía a revelarlo… sin revelarlo. Y revelaron varias cosas más: entre otras, la calaña de estos tipos como Bertone y Sodano, mentirosos, fraudulentos y enredados en los negocios del mundo, cuando no del diablo mismo (que estos dos sean enemigos entre sí, no quita lo que digo).
Lamento decirlo, pero nuestro Papa en su momento, siendo Cardenal, también quedó “pegado” con la famosa estafa aquella que fue la desecración de Fátima del 26 de junio de 2000. Y a pesar de que se dice que ahora admite que fue un error, que fue “obligado” a participar de eso y que ahora concurre el 13 de mayo al santuario de Fátima y que da a entender con claridad que no se reveló íntegramente una parte del tercer secreto, vinculando su contenido además con los escándalos dentro de la Iglesia―a pesar de todo, lamento decirlo, tampoco ha revelado ahora el texto en cuestión.
Ni, a fe mía, lo hará. A pesar de felicitar a Antonio Socci por su libro “El Cuarto Secreto” donde se expone a aquella gran estafa del 26 de junio de 2000 que fue la presunta “revelación” del Tercer Secreto.
Mis adormecidos papanatas: a esta altura de la soirée, hay cosas clarísimas: Nuestra Señora se le apareció a Lucía de Fátima mandándole redactar un texto, de no más de 25 renglones, escrito en un folio doblado en dos y metido en un sobre, que se conservó en todo tiempo en los apartamentos privados del Papa―y no en los archivos del Vaticano―con la expresa instrucción de que se publicara en 1960. Eso sabemos de cierto. También sabemos que cinco Papas hicieron caso omiso de aquella instrucción: en efecto está perfectamente establecido que lo leyeron Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI y que ninguno se animó a obedecer el mandato de Nuestra Señora.
Y hay que ver por qué. Hay testimonios ciertos de que cuando lo leyó Juan XXIII exclamó: “Si lo revelamos no podremos celebrar el Concilio”. Y como que dos más dos son cuatro, esa expresión ayuda bastante a intuir de qué trata el famoso secreto. Seguramente Paulo VI no quiso revelarlo por la misma razón: desautorizaría las repetidas expresiones de ese optimismo absurdo y “hipposo” con que continuó adelante con las reformas que ese maldito concilio desencadenó. Si Juan Pablo I quiso revelarlo, no sabemos. En cualquier caso, lo mataron antes que eso (y a lo mejor, vaya uno saber, por eso). Y Juan Pablo II se empeñó en que no se revelara nada, pero, presionado como he dicho por más y más indicios de que el mensaje de Nuestra Señora era relevante en extremo para nuestro tiempo, por lo menos autorizó el montaje del que ya hablamos, para acallar las molestas e insistente voces de quienes reclamaban su revelación: revelaron una visión de Lucía, no el tercer secreto que indiscutiblemente contenía un-mensaje-en-palabras y no una visión de la santa pastorcita.
¿Y bien, mis ignorantes palurdos? ¿Dónde nos deja eso? Se los voy a decir y los desafío a que sigan adormilados refugiándoos en aquella estúpida letanía infantil de “non sabo, non sabo”. ¿Non sabo? Hora es ya que despertéis del sueño. Pónganse a estudiar el asunto. Alguien que traduzca el libro de Socci. Los que saben inglés, vean en Internet la conferencia de Christopher Ferrara de la semana pasada y busquen las cinco conferencias de Malachi Martin sobre este asunto, los que saben francés lean los tres mamotretos del P. Michel de la Trinité, y los que saben castellano lean al Padre P. Nicolás Grünner, y “El enviado del Papa”, la novela de Vladimir Volkoff.
Mientras tanto… mientras el innombrable volcán de Islandia continúa con sus advertencias, mientras se derrama inconteniblemente el petróleo rojo sobre mar del golfo, mientras caen granizos nunca vistos y se incrementa la cantidad y violencia de los terremotos en el mundo entero, mientras dos abogados ingleses planean detener a nuestro Papa por “encubrimiento” de la pedofilia, cuando pise territorio inglés para beatificar al Gran Cardenal Newman, mientras se autorizan los putinomios y aumenta el número de los abortos, mientras más y más cardenales, obispos y sacerdotes defeccionan de la fe―tal como lo había profetizado el insigne Lacunza entre otros―, mientras se descubre más y más podredumbre en el Vaticano y se hace humo cuanto cachito de prestigio con que contaba la Iglesia―mientras se sucede desgracia sobre desgracia y hay guerras inicuas y “rumores de guerra”… mientras todo esto y mucho más está sucediendo delante de vuestro propios ojos… les diré qué queda.
Nuestro Papa no ha revelado el tercer secreto. Ha dado a entender que existe, que está ahí. Él lo leyó y dijo en una famosa entrevista de 1984 que está estrechamente ligado a la crisis de la Iglesia. Y algo parecido en su larga entrevista con Messori. Pero sigue sin revelarlo. Si Juan XXIII lo hubiese hecho nos habríamos ahorrado unos cuantos dolores de cabeza (y uno no menor, el maldito Concilio con su maldito lenguaje mundano). Pero no lo hizo, y en cambio, ¡miren cómo estamos!
Nuestro Papa no ha revelado el tercer secreto y lo más probable es que no lo haga―por ahora. Él dijo que “lo forzaron” a participar con su comentario teológico de aquel gran montaje de hace diez años atrás. Ahora, los hechos “lo forzaron” a volver al santuario y revelar que en realidad lo de Fátima no se terminó, que hay más… pero no dice exactamente qué, excepto que, nuevamente, tiene que ver con los trapos sucios en casa… y no reveló el famoso secreto.
A pesar de que lo mandó Nuestra Señora.
Y todo por aquel maldito concilio y todo lo que vino después.
Ahora bien, el castigo revelado a Lucía de Fátima incluía la expresa instrucción de que se lo haga saber al Papa para que se revelase al mundo en 1960.
O sea que se la desobedece formalmente desde hace medio siglo, la friolera de 50 años.
¿Desobedecer a Nuestra Señora? ¿En serio? ¿Durante 50 años?
No se puede creer. Y así estamos.
Pero hay algo que nosotros sí podemos hacer: obedecer a Nuestra Santísima Señora y rezar el rosario y hacer penitencia y pedirle a Jacinta y a Francisco y a Lucía que nos proteja a nosotros, y a los nuestros.
¡El concilio! ¡Qué castigo, mi Dios, qué castigo
Posteado por: Fray Rabieta | 14 Mayo 2010
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