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martes, 15 de junio de 2010
SER FELIZ VIVIENDO BOCA ABAJO
Ser feliz viviendo boca abajo
2010/06/15 — Antonio
Carmen Bonilla rezando sus oraciones en su camilla sobre ruedas
Tras 20 años postrada en una camilla
Carmen Bonilla lleva 20 años tumbada boca abajo a consecuencia de una fibromatosis extraabdominal agresiva, pese a lo cual “es feliz”, asegura la religiosa valenciana, que ha sido operada hasta en 43 ocasiones.
Según explica, su dolencia le ha enseñado a “valorar y disfrutar mucho más todo lo que tengo”, así como a “poder vivir no centrada en mí misma, como cuando estaba sana, sino pensando en los demás, ayudándoles en todo lo que puedo”, lo que “en realidad me ha dado una paz y una felicidad como nunca antes había sentido”.
Por eso, “en cierto modo esta enfermedad, pese a ser dura, es lo mejor que me ha pasado en la vida, así que doy gracias a Dios por permitir que la tenga”, subrayó la religiosa, que es natural de Sevilla y permanece en Valencia desde hace más de 40 años.
Carmen Bonilla ha sido operada en 43 ocasiones para que le extirpen los numerosos quistes que periódicamente aparecen en la zona de sus glúteos y para cerrarla después con injertos de su propia carne. Además, su coxis ha sido parcialmente “cortado” y, a consecuencia de una herida crónica en él, que necesita todavía de curas todas las semanas, debe permanecer boca abajo de forma permanente.
Por todo ello, su cuerpo está paralizado de cintura para abajo y, de hecho, la religiosa sufre una “invalidez permanente absoluta”, según consta en su historial médico.
Hace muñecas con fines solidarios
Carmen puede incorporarse sobre sus antebrazos y mover con soltura las extremidades superiores. Gracias a ello, la religiosa lee a diario, come por ella misma y realiza muñecas de tela que después ofrece a cambio de donativos para personas sin recursos del tercer mundo a través de la fundación Juan Bonal, dependiente de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana.
La religiosa se traslada por el convento en el que vive sobre una camilla de ruedas adaptada, que incluye una estructura de hierro rodeando sus piernas para evitar que las sábanas y las mantas le provoquen llagas.
Cuando con 33 años de edad comenzaron a aparecer los síntomas de su enfermedad, “me costó aceptarlo”, ya que “sentía como si me hubieran cortado las alas o me hubieran partido por la mitad”. En aquella época, la religiosa atendía a “niños de acogida” en un centro de su congregación en el barrio valenciano de Nazaret.
Fuente: ELMUNDO.es | Valencia
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