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sábado, 11 de septiembre de 2010

EL VALOR DEL MATRIMONIO



 

Un hijo que nace no ES una fatalidad.

La palabra “sexo” nos debería hacer pensar inmediatamente en el lecho matrimonial. Pero, infelizmente, no es así. Y si queremos comprender la sexualidad como fue creada por Dios, debemos pasar por una verdadera metanoia, una conversión, un cambio de mentalidad.
San Agustín, en este proceso de transformación del corazón, viene en nuestro auxilio con su enseñanza y su ejemplo. Lejos del puritanismo de los genes, el Doctor de Hipona acepta plena y humildemente al creador y comprende que es su deber como cristiano considerar Sus obras buenas. Es con esta mirada humilde que el contempla la realidad del matrimonio y descubre en ella un triple valor. Se trata de tres bondades ( tria bona) del matrimonio.
Esta bondad es dividida en tres partes: la fe, la prole (los hijos) , y el sacramento. En la [parte de] la fe, toma cuidado para que, fuera del vínculo del matrimonio, no tengan relaciones con otra o con otro. En la prole,  para que los hijos sean recibidos con amor, nutridos con la bondad y educados religiosamente. En el sacramento,  para que la unión no se deshaga y el repudiado o repudiada se una a otra persona, ni siquiera por causa de los hijos. Esta es algo así como la regla del matrimonio, por la cual la fecundidad de la naturaleza es ordenada, o la perversidad de inconsciencia es norteada.
Nos damos cuenta así, que el valor del matrimonio no se encuentra sólo en la procreación. Si el matrimonio fuera sólo para la procreación, podríamos compararlo con un vivero o con un cantero artificial donde la única finalidad de las pobres plantitas es “crecer y multiplicarse” agruparse en ese espacio reducido. ¡Si así fuese, el casamiento sería un lugar asfixiante! Al contrario, el matrimonio es un jardín. En este ambiente aireado, donde también brotan la flor y la hierba mala, y somos llamados a recoger los frutos de la vida. Un hijo que nace no debe ser una fatalidad, si la celebración de una vida que antes ya existía: una vida en común, una comunidad de vida y de amor que no puede romperse. Para expresar la unión de estas dos vidas, San Agustín usó la palabra “fides” - la fe, la fidelidad matrimonial.
Esa unión es la condición para que puedan surgir otros hijos (prolis). Es la razón y es obvio: un hijo, que es para siempre, tiene derecho a tener un padre y una madre para siempre.
Y San Agustín no se detiene ahí. Todas las expresiones de unión física del matrimonio (el contacto sexual, la comunidad de vida, los hijos, el compartir los bienes etc.) serian superficiales, si no fueran precedidos por una unión espiritual (sacramentum ). En el matrimonio, dos personas celebran una única alianza en Cristo Jesús que, sellada por la gracia del Espíritu Santo, tiene en vista el Reino de Dios Padre.
Iluminados por esta enseñanza, podemos percibir que cuando la unión sexual es vivida fuera de su contexto espiritual, el ser humano parece que es mutilado. Transformar el placer sensible en la única finalidad del sexo y es pervertir la relación del hombre con Dios. Consigo mismo y con su prójimo.
Del libro: “Um olhar que cura - Terapia das doenças espirituais
Padre Paulo Ricardo

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