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jueves, 10 de febrero de 2011

El caos y los abusos litúrgicos -

San Mateo nos dice que Jesús despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: Explícanos la parábola de la cizaña del campo.

Afortunadamente pidieron y obtuvieron una explanación y dilucidación. De este modo, tenemos directamente de Nuestro Señor la interpretación genuina e incontestable.

Él les respondió de este modo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.


Tal es la interpretación que nos da de su propia boca Salvador.


UNA PEQUEÑA RECAPITULIZACIÓN DEL DAÑO QUE HACEN LOS MODERNISTAS DENTRO DE LA SANTA IGLESIA :






El olvido del advenimiento que los cristianos hemos de esperar expectantes no puede causar más que daño. No sólo a nosotros mismos, también a quienes aún no conocen a Cristo.


Nos daña porque nos distrae de tal manera que nuestra vida puede disiparse perdiendo de vista su centro y su dirección, y nublándose su sentido: ¿En qué se convierte un cristiano que no anhela la llegada de su Señor? Si justamente el cristiano es alguien que por la fe en Cristo vive en la esperanza de Su manifestación gloriosa.


El olvido de esta promesa del Señor daña también a los demás. Cuando alguien es enviado a cumplir una misión no puede dormirse o entretenerse por el camino sin riesgo de arruinarla. El cristiano es enviado a anunciar el Evangelio, es decir anunciar a Cristo y proclamar que Él vuelve a buscar a los suyos. Pero si el mensajero se duerme o se distrae con las cosas de este mundo, los destinatarios de la Buena Noticia dejan ya de recibirla. Si los que aún no creen en Cristo no perciben en nosotros la urgencia que produce en nuestras vidas la próxima venida del Señor, entonces no estarán viendo nada diferente de lo que ven en cualquier hombre de buena voluntad. Seremos cual sal que ha perdido su sabor.


En su libro Cristo, ¿vuelve o no vuelve?, Leonardo Castellani escribe al respecto: “el mundo moderno no entiende lo que le pasa. Dice que el cristianismo ha fracasado. Inventa sistemas, a la vez fantásticos y atroces, para salvar a la humanidad. Está a punto de dar a luz una nueva religión. Está lleno de profetas que dicen ‘Yo soy. Aquí estoy. Este es el programa para salvar al mundo. La Carta de la Paz, el Pacto del Progreso y la Liga de la Felicidad. ¡La Una, la Onu, la Onam, la Unesco! ¡Mírenme a mí! Yo soy’. […] Es ateísmo radical revestido de las formas de la religiosidad. Con retener todo el aparato externo y la fraseología cristiana, falsifica el cristianismo, transformándolo en una adoración del hombre; o sea, sentando al hombre en el templo de Dios, como si fuese Dios. Exalta al hombre como si sus fuerzas fuesen infinitas. Promete al hombre el reino de Dios y el paraíso en la tierra por sus propias fuerzas. La adoración de la Ciencia, la esperanza en el Progreso y la desaforada Religión de la Democracia, no son sino idolatría del hombre; o sea, el fondo satánico de todas las herejías, ahora en estado puro. De los despojos muertos del cristianismo protestante, galvanizados por un espíritu que no es el de Cristo, una nueva religión se está formando ante nuestros ojos. Esto se llamó sucesivamente filosofismo, naturalismo, laicismo, protestantismo liberal, catolicismo liberal, modernismo… Todas estas corrientes confluyen ahora y conspiran a fundirse en una nueva fe universal […] Esta religión no tiene todavía nombre y, cuando lo tenga, ese nombre no será el suyo. Todos los cristianos que no creen en la Segunda Venida de Cristo se plegarán a ella. Y ella les hará creer en la venida del Otro. ‘Porque yo vine en nombre de mi Padre y no me recibisteis; pero otro vendrá en su propio nombre y le recibiréis’ (San Juan, V, 43)”.


Cristo vuelve. Despertemos, que Él viene; y aún tenemos que completar cada cual nuestra misión. Hay mucho por hacer, la cosecha es abundante, los trabajadores pocos. Pero menos serán si permanecemos dormidos.


***


Baja otra vez al mundo,
¡baja otra vez, Mesías!
de nuevo son los días
de tu alta vocación;
y en su dolor profundo
la humanidad entera
el nuevo oriente espera
de un sol de redención.


Corrieron veinte edades
desde el supremo día
que en esa Cruz te vía
morir Jerusalén;
y nuevas tempestades
surgieron y bramaron,
de aquellas que asolaron
el primitivo Edén.


De aquellas que le ocultan
al hombre su camino
con ciego torbellino
de culpa y expiación;
de aquellas que sepultan
en hondos cautiverios
cadáveres de imperios
que fueron y no son.


Sereno está en la esfera
el sol del firmamento;
la tierra en su cimiento
inconmovible está:
la blanca primavera
con su gentil abrazo
fecunda el gran regazo
que flor y fruto da.


Mas ¡ay! que de las almas
el sol yace eclipsado:
mas ¡ay! que ha vacilado
el polo de la fe;
mas ¡ay! que ya tus palmas
se vuelven al desierto
no crecen, no, en el huerto
del que tu pueblo fue.


Tiniebla es ya la Europa:
ella agotó la ciencia,
maldijo su creencia,
se apacentó con hiel;
y rota ya la copa
en que su fe bebía,
se alzaba y te decía:
«¡Señor! yo soy Luzbel.»


Mas ¡ay! que contra el cielo
no tiene el hombre rayo,
y en súbito desmayo
cayó de ayer a hoy;
y en son de desconsuelo,
y en llanto de impotencia,
hoy clama en tu presencia:
«Señor, tu pueblo soy.»


No es, no, la Roma atea
que entre aras derrocadas
despide a carcajadas
los dioses que se van;
es la que, humilde rea,
baja a las catacumbas,
y palpa entre las tumbas
los tiempos que vendrán.


Todo, Señor, diciendo
está los grandes días
de luto y agonías,
de muerte y orfandad;
que, del pecado horrendo
envuelta en el sudario,
pasa por un Calvario
la ciega humanidad.


Baja ¡oh Señor! no en vano
siglos y siglos vuelan;
los siglos nos revelan
con misteriosa luz
el infinito arcano
y la virtud que encierra,
trono de cielo y tierra
tu sacrosanta Cruz.


Toda la historia humana
¡Señor! está en tu nombre;
Tú fuiste Dios del hombre,
Dios de la humanidad.
Tu sangre soberana
es su Calvario eterno;
Tu triunfo del infierno
es su inmortalidad.


¿Quién dijo, Dios clemente,
que tú no volverías,
y a horribles gemonías,
y a eterna perdición,
condena a esta doliente
raza del ser humano
que espera de tu mano
su nueva salvación?


Sí, tú vendrás. Vencidos
serán con nuevo ejemplo
los que del santo templo
apartan a tu grey.
Vendrás y confundidos
caerán con los ateos
los nuevos fariseos
de la caduca ley.


¿Quién sabe si ahora mismo
entre alaridos tantos
de tus profetas santos
la voz no suena ya?
Ven, saca del abismo
a un pueblo moribundo;
Luzbel ha vuelto al mundo
y Dios ¿no volverá?


¡Señor! En tus juicios
la comprensión se abisma;
mas es siempre la misma
del Gólgota la voz.
Fatídicos auspicios
resonarán en vano;
no es el destino humano
la humanidad sin Dios.


Ya pasarán los siglos
de la tremenda prueba;
¡ya nacerás, luz nueva
de la futura edad!
Ya huiréis ¡negros vestiglos
de los antiguos días!
Ya volverás ¡Mesías!
en gloria y majestad.


Himno al Mesías, de Gabriel García Tassara (1817–1875)

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