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domingo, 20 de marzo de 2011

CULTO A SAN JOSÉ

                                  CULTO A SAN JOSÉ





  Poco dicen las Sagradas Letras acerca de San José, pero esas cortas palabras son eminentemente fecundas para tejer elogios y más elogios de la dignidad excelsa y singulares merecimientos del Glorioso Patriarca. Esas palabras tan escasas han sido semillas fertilísimas para cubrir el campo de la Iglesia de loores insignes que han competido ha porfía en ensalzar a San José; semilla fecunda que cultivada con esmero y diligencia por los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, han llegado a ser árbol robusto y frondoso, o como manantial perenne de alabanzas, de una abundancia tal, que según Juan de Cartagena, " antes faltarán panegiristas para San José que materia para su alabanza" : Necesse est ut potius deficiant laudatores quan materia laudanti.
Nada apenas han podido añadir a las alabanzas de aquellos maestros de la sabiduría cristiana los siglos posteriores; no han hecho sino desarrollar la lozanía y pompa de aquella devoción honda y ferviente, cuyo germen brotó desde luego completo y vigoroso. Acaso los resabios del paganismo y la guerra tenaz de tantas herejías contra la divinidad del Redentor hicieron temer de pronto, y con razón, algún peligro en tributar harto excelsos y públicos homenajes al Padre adoptivo de Jesús, peligro que fue desapareciendo conforme se afirmaba y robustecía la fe y se deslindaba - con tino y sabiduría sin igual - el dogma, con las declaraciones explícitas y categóricas de la Iglesia .

Algunos autores - sin fundamento alguno - hacen remontar el culto privado de San José, unos a San Bernardo, otros  a Santa Gertrudis o Santa Brígida. Es cierto que Dios reveló de una manera especial a estas dos ilustres Santas la gloria del Esposo de María, y su deseo de que fuera amado y reverenciado, y que el Doctor melífluo celebró con palabras elocuentísimas - en las homilías super missus est y en otras partes - las grandezas de San José. Pero no es dable afirmar que fueran ellos los iniciadores de esta devoción. Ya queda asentado que muchos Santo Padres y Doctores - cuyos testimonios de buen grado podría aducir y que forzosamente he de omitir - proclamaron, con frase cálida y entusiasta, las grandezas y prerrogativas de San José. Más arriba, mucho más arriba debemos subir para encontrar el primer anillo de la cadena que une a la Iglesia con San José por medio de los estrechos vínculos de su culto.

El arte cristiano en las catacumbas mostróse ya sobre manera elocuente y expresivo, por lo que toca al Glorioso Patriarca, En las de Santa Priscila, las más antiguas de Roma, vése la imagen de San José entre las de Jesús y María. En el cementerio de San Hipólito, en una lápida sepulcral consagrada a Santa Severa, admírase junto al busto de la noble matrona; la escena de la adoración de los Magos, donde campea la figura de San José extendiendo su mano derecha sobre la Madre y el Niño, en señal de protección. En otros parajes de las catacumbas encuéntranse pinturas representativas de diferentes escenas de la vida de Jesús Niño, y en todas ellas la figura de San José aparece en primer término, como la del Padre de familias. Hay una pintura en extremo significativa. Fue descubierta, hace más de medio siglo ( 1849 ), en el cementerio de San Pretectato. El Niño Jesús, en medio de los doctores, atónitos le escuchan a la derecha, y a la izquierda están San José y la Virgen María, expresando un sentimiento de admiración que raya en éxtasis.
 El eminente liturgista benedictino Don Guéranger, en su admirable colección de oraciones litúrgicas, trae un himno antiquísimo  en honor de San José, usado, desde tiempo inmemorial, por las Iglesias de Oriente. La Iglesia latina también cantó, desde antiguo, en oficio propio, las Glorias del Santo Patriarca.
Orígenes defendió la castidad perfecta de San José. San Atanasio el valiente campeón de la divinidad de Cristo, ensalzó igualmente la pureza virginal del Santo; San Hilario le compara a los apóstoles y le llama su precursor. y San Jerónimo, al escribir contra Helvidio, lo mismo que San Ambrosio en su comentario al Evangelio de San Lucas, enaltecen la fisonomía moral de San José.
San Juan Crisóstomo, San Gregorio, Nacianceno prorrumpen en las más afectuosas expresiones en alabanza del Santo, y San Agustín llega con ellas a todos los padres griegos y latinos en la enumeración de los privilegios de San José y en ponderarlos con la viveza y penetración de su grande ingenio.¡ Cuanto me duele no reproducir esos elogios ya que nunca habló mortal alguno de la manera que soltó el labio el Doctor de Hipona en alabanza del Glorioso Patriarcal.
San Probo, San Juan Damasceno, San Pascasio Ratberto, San Máximo de Turin, San Bernardo, en especial, siguieron loando a San José, y Dios se complacía en revelar como Santa Brígida, Santa María de Cortona y Santa Gertrudis, lo mucho que deseaba fuera honrado y ensalzado su Padre nutricio, a quién tanto veneró en la tierra, avecinábanse ya los tiempos, por último, en que la devoción a San José había de obtener su completo desarrollo en la Iglesia de Dios
Cumple, antes de hacer mérito de él, consignar que el célebre canciller de la Universidad de Paris, Gerson, a quien muchos atribuyen La imitación de Cristo, dedicó su vida a propagar el culto de San José. consérvanse tres cartas suyas: una dirigida a todas las Iglesias, fechada en 1400; otra al duque de Berry, en 1413 y otra al gran chantre de la Catedral de Chartres, en 1416, las tres encaminadas a celebrar a San José y a propagar la idea de que se instituyesenAylly siguió las huellas de Gerson.


el famoso discurso de J. Gerson
pronunciado en el Concilio de Constanza en 1416, donde se planteó que se
elevara a José a un rango superior al de los apóstoles y próximo al de la
Virgen, además se propuso una fiesta universal para conmemorar los
Desposorios de María y José lo cual no se aprobó pero contribuyó a
intensificar el culto. Posteriormente se publicó la “Suma de los dones de
San José” (1522) del dominico Isolanus. Por este célebre texto crece en las
almas de los fieles el respeto por San José. Según el autor, el santo poseía
todas las virtudes, los siete dones del Espíritu Santo y las ocho beatitudes
del Sermón de la Montaña que lo elevaban espiritualmente sobre los grandes
teólogos y filósofos muy sabios.
Asimismo, gracias a este relato, se consideró a San José “el patrón de
la buena muerte” en virtud de su solemne defunción ante la presencia de
Jesús, la Virgen y los ángeles, de tal forma que muchas cofradías los
nombraron como intercesor.
San José, quien practicó las virtudes de la pobreza, la castidad y la
obediencia, fue tomado como modelo ejemplar por las órdenes monásticas.

Santa Teresa se encargó especialmente de promover su culto y lo llamó “el
padre de su alma”, consagrándole su primer convento –el de Ávila-, además
de doce de sus diecisiete fundaciones. Por tal motivo, la Orden del Carmelo
siguió la devoción y para el siglo XVIII, doscientos conventos estaban ya
dedicados a San José, difundiéndose su devoción hacia a Italia, Flandes y
Francia.
Para el siglo XVI los españoles se convirtieron en los fieles seguidores
de San José mediante la difusión de su culto por parte de las órdenes
monásticas como las del Carmelo, la de los Franciscanos con San Pedro de
Alcántara y la de los Jesuitas, quienes se encargaron de dedicarle una
capilla por cada iglesia. Según Meyer (1987) Gregorio XV estableció la fiesta
josefina, y expresa lo siguiente:
...En 1399 la orden Franciscana adopta la fiesta de San José (19
de marzo), y poco después los dominicos, pero en el breviario
romano no entraría hasta 1479, convirtiéndose en obligatoria para
toda la iglesia sólo en 1621.
De esta manera la grandeza y dignidad del santo es reconocida
universalmente y será el arte el responsable de difundir la imagen de San
José a la cristiandad.

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