Numéro CCXC (290)
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2 de Febrero de 2013
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LA ORACION DE SANTA TERESA
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Es extraordinario ver a que punto Dios está hoy perdido para la gran
mayoría de las almas alrededor nuestro. Es en El que cada uno de
nosotros “vivimos y nos movemos y existimos” (Hech.XVII,28). Sin El no
podemos ni levantar un dedo, pensar un solo pensamiento ni realizar
cualquier acción naturalmente buena, menos aún cualquier acción
sobrenaturalmente buena. Todo lo que podemos hacer por nosotros mismos,
sin El, es pecar y, aún así, la acción pecaminosa como acción proviene de Dios; sólo lo que en ella es pecaminoso
proviene de nosotros mismos, porque lo que la hace pecaminosa no es en
sí mismo un ser positivo sino un defecto de ser, una privación
voluntaria de ser.
Sin embargo, la mayoría de las almas alrededor nuestro lo tratan a Dios como si El no existiera, o, en el caso de que sí realmente El existe, es como si no tuviera importancia. Es verdaderamente un estado de cosas increíble. Empeora día a día. No puede durar. Solamente puede ser comparado con el estado de la humanidad en el tiempo de Noé. La corrupción de los hombres en aquel tiempo era tal (Gen.VI,11-12) que, a menos que Dios les quitara el uso de su mas preciado privilegio, su libre-albedrío –¡ y simplemente vean como la mayoría de los hombres reaccionan cuando uno trata de forzarlos a hacer algo!– el único camino entonces que los hombres le dejaron a Dios para salvar un número importante de almas, fue infligir un castigo universal, durante el cual, no obstante, tuvieran tiempo de arrepentirse. Ese fue el Diluvio, un evento histórico corroborado por una masa de evidencia s geológicas. Del mismo modo hoy, el único camino que la humanidad le está dejando a Dios para salvar todavía un número importante de almas del horror de condenarse a sí mismas para la eternidad, es seguramente un castigo universal. Tal como en el tiempo de Noé, la misericordia de Dios hace prácticamente seguro que al enorme número de almas, sino a todas, les será dado el tiempo y el conocimiento necesarios para salvarse a sí mismas si ellas lo desean. Y después, muchas del gran número que habrán sido salvadas (¡Ay!, no la mayoría) reconocerán que solamente aquel castigo las salvó de ser arrastradas con la corrupción actual, todo el camino hacia abajo hasta el Infierno. Con todo, será fácil estar espantado por la explosión de la justa ira de un Dios majestuoso. Desde kilómetros y kilómetros de distancia, los Israelitas estaban aterrados por la demostración de Su poder en la cima del Monte Sinaí (Exod.XX,18). En nuestros propios tiempos será bueno recordar la famosa oración de Santa Teresa de Avila:
Kyrie eleison. |
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