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miércoles, 17 de abril de 2013


                              



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La humildad de corazón
Fr. Cayetano María da Bergamo
Traducción por Herbert Cardenal Vaughn,
El arzobispo de Westminster, England1903



Doctrina Moral
Por el vicio del orgullo, y el mejor uso que se hará del Examen Práctico
Parte 1

SANTO TOMAS [2a 2 æ, qu. CLXII, art. 1] define el orgullo como un afecto desmesurado contra la recta razón, por la cual el hombre se estima y quiere ser estimado por los demás por encima de lo que realmente es, y como este afecto se opone a la recta razón, sin duda es un pecado que participa de la gravedad de un pecado mortal, porque se opone directamente a la virtud de la humildad, y San Pablo pone a los soberbios en la misma categoría que aquellos a quienes "Dios entregó  un réprobo sentido y son dignos de muerte" [Rom. i, 28, 32], aunque a veces es sólo un pecado venial, cuando la razón no está suficientemente iluminada o no hay pleno consentimiento de la voluntad. [D. Th., Loc. cit., artículo 5]

137. El orgullo se coloca entre los pecados mortales, porque es de orgullo que los pecados de muchos otros se derivan, y es por eso que St. Pablo, viendo las innumerables maldades del mundo, los llamó a la notificación de su discípulo Timoteo, diciendo: " Mira cuántos son altivos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, "[Tim. iii, 2] sin amor al prójimo o para Dios. ¿De dónde cree usted que todos esos vicios derivan en su origen? Esta es la fuente: el amor desordenado que cada uno tiene de sí mismo. "Los hombres son amadores de sí mismos". Esta es la explicación que da  St. Pablo, y como San Agustín observa: "Todas estas maldades es flujo de la fuente de la que por primera vez se menciona ----- amor a sí mismo," [tr. 123 en Jo. lib. iv, De civ. Dei, c. xiii] y como el mismo Santo dice: "Este exceso de amor propio es sólo orgullo".

Por lo tanto podemos concluir de esto que todo el que vence el orgullo vence toda una serie de pecados, de acuerdo con la explicación dada por San Gregorio [Lib. 31, Mor. c. xvii] de este texto de Job: "Él desde lejos huele la batalla, y los gritos del ejército." [Job xxxix, 25]
138.  Tiene el primer lugar entre los pecados mortales, y Santo Tomás no sólo le sitúa entre los pecados capitales, pero por encima de ellos, ya que trasciende a todos ellos, el rey de los vicios que incluye en su  corte todos los vicios de los otros, por lo tanto, se lo llama en la Sagrada Escritura: "La raíz de todos los males", Tim [. vi, 10] "El principio de todo pecado." [Ecclus x, 15] debido a que la raíz del árbol está oculto debajo de la tierra y envía toda su fuerza a las ramas, por lo que el orgullo permanece oculto en el corazón y en secreto influye en todos los pecados a través de su acción. Por lo tanto, cada vez que cometemos un pecado mortal, estamos en realidad contraria y dirigimos nuestra propia voluntad contra la voluntad de Dios.

Job habla así del pecador: "Por cuanto  se hizo fuerte contra el Todopoderoso" [Job xv, 25] y en este sentido se puede decir también del orgullo que es el mayor de todos los pecados, porque el orgullo es rebelde contra Dios, el establecimiento de sí mismos en oposición a Dios, ni tampoco le importa desagradar a Dios con el fin de complacerse a sí mismos, dejando el Todo que se adhiera a su propia nada, como dice San Agustín: "El abandono de Dios, él busca su propia voluntad, y, al hacerlo, se basa cerca a la nada, de ahí los pecados de orgullo  de acuerdo a las Escrituras son llamados hacedores de su propia voluntad, "[Lib. IV, De civ. Dei, cap. xiv], que es decir con St. Pablo: ". amadores de sí mismos" Y el mismo  hace esta reflexión, que aun los pecados veniales comprometido más  la fragilidad de la malicia puede llegar a ser mortal si se agravan por el orgullo. "Los pecados se arrastran a través de la debilidad humana, y aunque fuera pequeña se convierte en una grande y pesada si el orgullo se suma a su peso y medida". [Lib. de Sancta Virginit. cap. ii]
Pero ya que Dios ha jurado para detectar este vicio: "El Señor Dios ha jurado por su alma, detesto la soberbia de Jacob," [Amós vi, 8] lo que pregunto es lo que Él debe castigar más que todos los vicios? San Agustín afirma con fuerza singular que entre todos los pecados con que caen los pecadores, ninguno es tan grande, tan ruinoso, o tan grave como el de la soberbia. "Entre todas las caídas de los pecadores no es tan grande como la de los soberbios." [Ps. xxxv]
139. Veamos ahora en qué consiste el peligro terrible de este vicio. (1) Porque mientras que todos los otros vicios destruir solamente sus virtudes opuestas, como libertinaje destruye la castidad, templanza codicia, la ira y la mansedumbre, etc, el orgullo destruye toda virtud, y es de acuerdo a San Gregorio como un cáncer que no sólo se come un miembro pero ataca al cuerpo entero: "Como una enfermedad pestilente generalizada." lib [. xxxiv, Mor., cap. 18]
(2) Debido a que los otros vicios son de temer sólo cuando estamos dispuestos a mal, pero el orgullo, dice san Agustín, se insinúa incluso cuando estamos tratando de hacer el bien. "Otros vicios son de temer en el pecado, el orgullo es de temer incluso en las buenas obras." Epist [. cxviii] Y San Isidoro dice: "El orgullo es peor que todos los demás vicios del hecho de que aún brota de la virtud y la culpa es menor sentido." [Lib. de res. Bono]
(3) Porque después de haber luchado en contra y vencer los vicios que justamente se alegren, pero tan pronto como comenzamos a regocijarnos de que hemos triunfado sobre el orgullo triunfa sobre nosotros, y se convierte en la victoria sobre nosotros en ese mismo acto por el cual estamos alabando a nosotros mismos para conquistarlo. San Agustín dice: "Cuando un hombre se alegra de que ha superado su orgullo, levanta la cabeza de puro gozo y dice: He aquí, yo triunfo así porque triumphest tú". [Agosto, Lib. de Nat. Gr et. cap. xxvii]
(4) Porque si los otros vicios son de crecimiento rápido, también podemos librarnos de ellos rápidamente, pero el orgullo es el vice primero que aprendemos, y es también el último que nos dejen como dice San Agustín: [Enarr. 2 en Ps. cxviii] "Para aquellos que están regresando a Dios, el orgullo es lo último que hay que superar, ya que era la primera causa de su Dios iba."
(5) Dado que, como hemos necesidad de una gracia especial de Dios para que nos permita hacer ninguna de esas buenas obras que pertenecen a nuestra salvación eterna, así que no hay vicio que impide la llegada de tanta gracia como el orgullo, porque "Dios resiste a los soberbios". [James iv, 6]
(6) Porque el orgullo es el signo característico y significativo de los réprobos, como dice San Gregorio: ". Soberbia es el signo más evidente de los perdidos" Lib [. 34. Mor. cxviii]
(7) Debido a que los otros vicios son fácilmente reconocibles, por lo que es fácil para odiarlos y para enmendar, pero el orgullo es un vicio que no es tan fácil de conocer porque va enmascarado y disfrazado de muchas formas, incluso poniendo en la apariencia de la virtud y la apariencia misma de la humildad, siendo así un vicio oculto es menos fácil de escapar de ella, como se enseña en la máxima de San Ambrosio: Epist [. 82], "las cosas ocultas son más difíciles de evitar que las cosas conocidas."
140. Este último peligro es para nosotros el más grande de todos, y sobre todo porque nos parece que cooperen a fin de no reconocer este vicio, títulos, colores, inventando artificios para ocultar su fealdad, y el estudio de innumerables pretextos para engañar nosotros mismos en la creencia de que el orgullo no es orgullo, y no reine en nuestro corazón en el momento mismo en que es más dominante que nunca.
Como humildad que se llama generalmente débil y despreciable por los amantes ciegos de este mundo, por lo que el orgullo se llama coraje y la grandeza y el orgullo se dice que son de espíritu, digno de comportamiento noble y buen juicio, mantener su posición de honor, manteniendo su reputación, manteniendo su rango y el cumplimiento de los deberes de su estado. ¡Qué vocabulario de la vanidad! Pero dejemos contra el vocabulario de la verdad que fue utilizado por Job: "He dicho a podredumbre, Tú eres mi padre, a los gusanos, mi madre y mi hermana." [Job xvii, 4]
Si tamizar estas expresiones mundanas, usted encontrará que la quintaesencia de una serie de cuestiones orgullo más consumados del mismo. Esto es de hecho lo único que te pido, que si usted, lamentablemente, han sido engañados por los demás, no por lo menos se engañan ustedes mismos. Estudio para conocer sus propios males, si usted desea ser curado de ellas. Te recomiendo que sólo se aplican a sí mismos para aprender la verdad y beneficiarse de este consejo, que si el conocimiento de esta verdad parece difícil para usted, es una señal de que usted está orgulloso.
Es el mismo San Thomas que le convencerá de ello. Usted puede aprender la verdad de dos maneras, es decir, el intelecto y los afectos. El soberbio no lo sabe por su intelecto, porque Dios se esconde de él, como Cristo dijo: "Tú has escondido estas cosas a los sabios y prudentes", [Mat. xi, 25] y menos aún lo va a conocer con su afecto, porque nadie que se complace en la vanidad puede disfrutar de verdad. "Cuando el deleite de orgullo en su propia excelencia", explica San Agustín, "que se alejan de la excelencia de la verdad." [D. Th. 2a 2 æ, qu. CLXII, art. 3]
El soberbio no tiene ningún placer en los sermones, meditaciones, las instrucciones relativas a la verdad eterna, de hecho, son fatigoso para él. Si descubre cualquier signo de esto en sí mismo, debe concluir inmediatamente que se siente orgulloso, y humillarte un poco, ¡Oh, lea esta doctrina, para que el Padre eterno de toda la luz puede alumbrar así como Cristo dijo : "Yo te alabo, oh Padre, que has revelado a los pequeños". [Matt. xi, 25]
141. San Gregorio y Santo Tomás enseña que uno puede pecar de cuatro maneras diferentes por los propios actos de orgullo. La primera es cuando tenemos que tenemos de algo, ya sea corporal o espiritual, de nosotros mismos, y gloria en lo que realmente nos pertenece sin pensar en Dios, quien es el dador de todos los dones. Es con orgullo que este Arfaxad, rey de los medos, pecó cuando él se gloriaba en la fuerza de su enorme ejército, y el rey Nabucodonosor pecado mismo cuando él se jactó de la construcción de Babilonia: "¿No es ésta la gran Babilonia que yo he edificado por la fuerza de mi poder? " [Dan. iv, 27] Del mismo modo que el hombre rico, que se menciona en San Lucas, pecó cuando él tomó placer en sus riquezas y considerado como su propia sustancia, diciendo: "Yo reuniré a todas las cosas, y diré a mi alma : Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años ". [Lucas xii, 18, ​​19], por lo tanto, podemos decir que a través de este orgullo que todos los que pecan y hacen la ilusión son ostentosos, glorifica a sí mismos ni para sus grandes talentos, ni de sus riquezas, o su prudencia, o su elocuencia, o la belleza de su cuerpo, o lo costoso de su ropa, como si Dios no tuvo nada que ver con ella, y que, valorarse a sí mismos sin moderación, también deseo ser estimado por los demás.
Esto es verdadero orgullo, porque si Dios le había dado todas estas cosas buenas para nuestro uso, los ha guardado la gloria de ellos para sí mismo. "¡Sólo a Dios sea la gloria y el honor", [1 Tim. i, 17] y quien usurpa esta gloria es culpable de orgullo.
Y por lo tanto hay que observar con Santo Tomás que con el fin de cometer un pecado de orgullo, no es necesario declarar positivamente que estos regalos no vienen de Dios, pues esto sería un pecado de infidelidad, sino que es suficiente que se gloríe en ellos como si pertenecieran a nosotros ", que se relaciona con orgullo". [2a 2 æ, qu. CLXII]
142. La segunda forma en que podemos pecar en nuestras acciones por el orgullo es cuando, sabiendo y reconociendo que hemos recibido tal un regalo de Dios, no obstante lo atribuyen interiormente a nuestros propios méritos y el deseo de que los demás deben hacerlo del mismo modo, y en nuestro comportamiento exterior que nos comportamos como si lo hubiéramos hecho merecía recibir estos regalos. Así fue como Lucifer pecó por orgullo, porque se enamoró de su propia belleza y nobleza, y aunque reconoció que Dios era el autor de todo esto, que sin embargo tenía la presunción de pensar que lo había merecido sí mismo y era digno de sentarse junto a Dios en las alturas, "Subiré al cielo." [Isai. xiv, 13]
 


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