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sábado, 10 de mayo de 2014

Domingo, 11 de mayo 2014



Tercer domingo después de Pascua    



Alabe al Señor con júbilo toda la tierra, aleluya; cantad salmos a su nombre, aleluya; glorificad su alananza, aleluya, aleluya,aleluya,- (Ps.)Decid a Dios: ¡ Qué estupendas son vuestras obras, oh Señor! Por la grandeza de vuestro poder os rinden homenaje vuestros enemigos. Gloría al Padre. (Introito), y canta las alabanzas de Dios (Ofertorio).

"Todavía un poco y ahora no me veréis", dijo nuestro Señor en el Cenáculo ... y lo lamentarán y llorarán "y" de nuevo un poco, y me veréis ... y se alegrará vuestro corazón "( Evangelio). Cuando los apóstoles vieron a nuestro Señor nuevamente experimentaron esta alegría que todavía se desborda en la liturgia de Pascua. Y al igual que la Pascua es un tipo de la Pascua externa, por lo que esta es la misma alegría que se siente por la Iglesia cuando, teniendo con tristeza almas engendrados a Dios, que ven a su Señor, una vez más, triunfante en el cielo, al final del tiempo, pero una temporada corta en comparación con la eternidad Él va a cambiar nuestra tristeza en alegría que nadie podrá quitarnos a nosotros (Evangelio)..

Esta santa alegría comienza aquí abajo, porque nuestro Señor no nos ha dejado huérfanos, sino que viene a nosotros por el Espíritu Santo, cuya gracia nos llena de la esperanza de la felicidad futura. Como a extranjeros y peregrinos en camino al cielo en el tren de nuestro Señor resucitado, no hay que aferrarse a los placeres vanos del mundo, sino más bien como San Pedro nos dice, debemos seguir los preceptos, positivos  del Evangelio (Epístola) , que profesan ser nosotros mismos los cristianos, podemos "rechazar aquellas cosas que son contrarias a ese nombre, y siga las cosas tales como son conformes a la misma" (Colecta). Así que podemos llegar al reino celestial cuya alegría y la gloria se describen para nosotros por San Juan. "Uno de los siete ángeles me dijo: Ven, y te mostraré la novia, la esposa del Cordero Y vi a la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo engalanada como una novia ataviada para su esposo Aleluya ¡Qué hermosa es... ella hace, esta novia del Líbano "(Respuesta).

Comamos la Pascua del Señor, que este alimento de nuestra alma puede proteger también nuestros cuerpos (poscomunión), y someter nuestros deseos mundanos, puede hacernos amar las cosas del cielo (Secret).

Jubilate Deo, omnis terra, aleluya: Psalmum dicite nomini ejus, aleluya: Fecha gloriam laudi ejus, aleluya, aleluya, aleluya. * Dicite Deo, terribilia quam ópera sunt tua, Domine. En multitudine virtutis tuae mentientur tibi inimici tui.
 
(Salmo 65:1-3 desde el introito de la Misa)

Deus, qui errantibus, ut en viam possint redire Justitiae, veritatis tuae lumen ostendis: da cunctis qui Christiana professione censentur, et illa respuere, QUAe Huic INIMICA sunt nomini; et ea quae sunt apta, sectari.
¡ Oh Dios!, que descubrís la luz de vuestra verdad a los que andan extraviados, para que puedan volver al camino de la justicia; conceded a cuantos hacen profesión de cristianos, que rechacen lo que es indigno de este nombre, y abracen lo que conviene al mismo. Por Nuestro Señor Jesucristo

Continuación del santo Evangelio según San Juan.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
(San Juan 16:16-22)


“Un poco de tiempo y ya no me veréis: y de nuevo un poco, y me volveréis a ver, porque me voy al Padre”. Entonces algunos de sus discípulos se dijeron unos a otros: “¿Qué es esto que nos dice: Un poco, y ya no me veréis; y de nuevo un poco, y me volveréis a ver― y: Me voy al Padre?”. Y decían: “¿Qué es este poco de que habla? No sabemos lo que quiere decir.” Mas Jesús conoció que tenían deseo de interrogarlo, y les dijo: “Os preguntáis entre vosotros qué significa lo que acabo de decir: Un poco, y ya no me veréis, y de nuevo un poco, y me volveréis a ver. En verdad, en verdad, os digo, vosotros vais a llorar y gemir, mientras que el mundo se va a regocijar. Estaréis contristados, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, en el momento de dar a luz, tiene tristeza, porque su hora ha llegado; pero, cuando su hijo ha nacido, no se acuerda más de su dolor, por el gozo de que ha nacido un hombre al mundo. Así también vosotros, tenéis ahora tristeza, pero Yo volveré a veros, y entonces vuestro corazón se alegrará y nadie os podrá quitar vuestro gozo. En aquel día no me preguntaréis más sobre nada.”  

Algunos comentarios:

(Castellani) Este fragmento, que está en medio de la despedida, comienza con un proverbio o cantinela infantil que dice: “Un poquito y ya no me veréis, y otro poquito y me veréis”, añadiendo incongruentemente (al parecer): “Porque me voy al Padre.” “¿Qué diablos quiere decir con esto?”, susurraban los Apóstoles; y Cristo repite el proverbio y añade la Parábola de la Mujer que da a luz; explicando lo que quiso decir: “Lloraréis y tendréis tristeza; y después vuestra tristeza se convertirá en gozo”; y al final añade Cristo: “Y ese gozo será definitivo.” Esta palabra significa a la vez la Pasión y Resurrección de Cristo y también la ausencia de Cristo del mundo y su Segunda Venida. Si fuese solamente una palabra de consuelo a la tristeza actual de los Once, hay dos o tres incisos que no pegan. Y para más certidumbre, Cristo aduce la metáfora de la Mujer Parturienta, que en otro lugar (Mt. XXIV:8) Cristo emplea para designar su Parusía: “oodínnon”, dolores de Parto; y después San Juan (Apoc. XII:2), San Pedro (II Pet. III:10) y San Pablo (Rom. VIII:22; I Tes. V:3) emplean la misma metáfora con la misma significación. Es decir, la Parusía (o el fin del mundo) será un dolor para bien y no para mal; será un dolor seguido de un gozo definitivo―no como el gozo por la Resurrección, que al fin duró 40 días y se apagó. O sea, Cristo habló para los Apóstoles y para nosotros; habló para la Iglesia (“la Iglesia estará de parto hasta el fin del mundo", dice San Agustín);
para la Iglesia que estaba allí presente en los Apóstoles;
no digo que estaba representada por―sino que estaba presente en―los Apóstoles. La Parusía está bastante olvidada hoy día. El Evangelio se abre y se cierra con una alusión a este dogma (hay que usar esa palabra latina, de donde viene el castellano “impermeable”), está como traspasado o impregnado por doce alusiones a la Segunda Venida, sin contar el discurso directo y entero que hace Cristo sobre ella en el Capítulo XXIV de San Mateo. En la Anunciación le dice a María el Ángel Gabriel: “Y le dará el trono de David su padre”, y el trono de David no es el cielo, ése es el trono de Dios; “el trono de David, la casa de David y el reino de David” tiene que estar en la tierra. Primero; y al final, en la Ascensión del Señor, un Ángel les dice a los discípulos: “Varones Galileos, ¿qué estáis aquí mirando al cielo? Ese Jesús, que habéis visto subir al cielo, parejamente un día bajará del cielo”. El misterio de la Encarnación de Dios se abre y se cierra con la Parusía.

(Lewis) No debemos nunca hablarle a la gente sencilla y veleidosa acerca del “Día” sin enfatizar una y otra vez que resulta completamente imposible predecir cuándo será. Tenemos que intentar mostrarles que esa imposibilidad constituye parte esencial de la doctrina misma. Si no creemos en las palabras de Nuestro Señor ¿por qué íbamos a creer en su mismo regreso? Y si en cambio, creemos en ellas, ¿acaso no estamos obligados a resignarnos definitivamente y para siempre al hecho de que jamás sabremos cuándo será?

(Bruckberger) En su visión profética, el tiempo ya no cuenta, o más bien se vuelve prodigiosamente elástico. "Dentro de poco, ya no me veréis, y dentro de otro poco, me veréis" (Jn. 16,16). Hay para preguntarse, como los apóstoles, qué quiere decir eso. En realidad, ese "otro poco” no tiene el mismo sentido, las mismas dimensiones, las mismas medidas que las de nuestro lenguaje cotidiano. Aquí, eso quiere decir tanto los tres días que separan a Jesús de su resurrección, como el "poco" de tiempo que nos separa del fin del mundo y del regreso triunfal de Jesús para juzgar a los vivos y a los muertos. Aunque el mundo en que estamos debiera aún durar unos miles de millones de siglos, todo el desarrollo temporal no es más que "otro poco" desde el punto de vista de nuestra eternidad. Ese es el estilo de nuestra espera y de nuestra esperanza, ese es el estilo de nuestra Iglesia, la de Jesucristo. Lo que nos separa del triunfo final y de la "resurrección de la carne", no es más que "otro poco" de tiempo. Si ese "otro poco" es largo, sólo es a causa de nuestras impaciencias de criatura inmergidas en el tiempo.

(Newman) Cuando dice que vuelve pronto, “pronto” no dice relación al tiempo sino al orden natural. El presente estado de cosas, “la presente aflicción” como la llama San Pablo, siempre está al borde, en el margen del otro mundo y en él se resolverá. Es como un hombre del que los médicos desesperan, que puede morir en cualquier momento, y cuya vida sin embargo se prolonga. Es como un artefacto de guerra con mecanismo de relojería, que puede explotar en cualquier momento y que así indefectiblemente
sucederá aunque no sepamos cuándo. Es como cuando esperamos una campanada de reloj, y que sin embargo, cuando suena, nos sorprende. O como un arco deteriorado que, desafiando la física, aún cuelga sobre un abismo—no sabemos cómo—y debajo del cual no resulta seguro pasar: así permanece este débil y fatigado mundo, y un día, tomándonos por sorpresa, se derrumbará.

(Frank-Duquesne) La creación entera, muy a su pesar, compartió la decadencia y la miseria del hombre; se beneficiará, también ella, con los privilegios que nos ha ganado el Redentor. Cuando en virtud de la Parusía, esto es, de la Resurrección, ocurra la “redención de nuestro cuerpo”, también él admitido a la adopción divina, entonces, como hemos intentado demostrarlo en “Cosmos y Gloria”, la creación “entera” que “ahora gime a una, y a una está en dolores de parto” será “libertada de la servidumbre de la corrupción para participar de la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Rom. VIII:19-24). Así, los dolores puerperales que padece desde la Caída, y de los cuales el Antiguo y el Nuevo Testamento nos hablan tan frecuentemente, no permanecerán estériles. Desembocarán sobre este “nacimiento reiterado”, sobre esta palingenesia o “regeneración” cósmica a la que un día el Cristo hizo referencia de manera fugaz y misteriosa, pero también con toda claridad (Mt. XIX:28).

(Muggeridge) Aunque murió, Jesús mismo continuará viviendo en este mundo; no sólo a través de sus seguidores y sus enseñanzas, como otros grandes hombres lo han hecho, sino como persona. Sócrates fue un sabio y un hombre noble, pero nadie póstumamente ha encontrado en él un amigo y compañero de todos los días, sobre cuyo fundamento se han edificado vidas de amor y dedicación verdaderamente extraordinarias. Los santos han vivido entre nosotros y dejado tras de sí recuerdos benditos y permanente inspiración, pero cuando llegó su hora, se retiraron de entre nosotros. Del mismo modo, hay grandes artistas que nos han legado sus grandes obras, pero ellos también, a su tiempo, se fueron, para no volver jamás. Lo distintivo y único en el caso de Jesús, como lo atestigua innumerable cantidad de gente de todo tipo y condición, de todas las razas y nacionalidades, desde el más simple y primitivo hasta el más sofisticado y cultivado, es que Él permanece vivo.

(Newman) Todo esto atestigua nuestro deber de recordar y esperar a Cristo. Esto nos enseña a despreciar el presente, a no confiarnos en nuestros planes, a no abrigar expectativas para el futuro sino vivir en nuestra Fe como si Él no se hubiese ido, como si ya hubiese vuelto. Debemos intentar vivir como si los apóstoles aún vivieran, y tratar de contemplar la vida de Nuestro Señor en los Evangelios no como una historia, sino como un recuerdo.

(Péguy) La memoria y la historia forman un ángulo recto. La historia está en paralelo con el suceso, la memoria le resulta central y axial―le es perpendicular.

(Bruckberger) La estrategia de Cristo, en la revelación salvadora que nos hace de sí mismo y de su Iglesia, es decir, de la reunión de la humanidad a su alrededor, le vuelve siempre a llevar suavemente al punto de convergencia de todas las perspectivas. Pero no está ahí de cualquier manera, está en cuanto crucificado.   


(Castellani) Cristo dio esta advertencia grave en una forma sedada, como conviene hablar a un asustado o un perturbado: “Un poquito me veréis y un poquito más y ya no me veréis”. Este debía ser un refrán o un dicho popular hebreo, quizás una cantinela de las que cantan los niños en sus juegos. Tres veces se repite en este evangelio. Los apóstoles hablaban en voz baja preguntándose qué querría decir con eso; y Cristo lo explicó, refiriéndose a su próxima Muerte y Resurrección desde luego; pero también y por el mismo hecho, a toda la vida posterior de los Apóstoles y su desemboque en la vida eterna. Es inútil discutir, como hacen algunos doctores (Lagrange) si fue a ese momento o fue a toda la vida la referencia. Esas dos cosas no son separables para el cristiano; porque para él en el Instante se inserta continuamente la Eternidad. Y Cristo mezcló a esta “llave de la vida cristiana” un ligero toque de humorismo; como si un padre en su lecho de muerte iniciara una grave revelación a sus hijos con estas palabras, por ejemplo: “Buenos días, Su Señoría, Mantantiru, liru, lán…”

(Newman) ¡Qué tiempo, qué momentos tienen que haber vivido los apóstoles durante esos cuarenta días en que Él les enseñaba y resucitaban en sus almas todas las enseñanzas del pasado! ¡Cómo notarían el tremendo contraste entre lo que habían pensado antes y lo que pensaban ahora! Jesucristo… su modo de vida, su ministerio, sus discursos, parábolas, milagros, mansedumbre, gravedad, incomprensible majestad, el misterio de su pena y el de su alegría; la agonía, la afrenta, la cruz, la corona de espinas, la espada, el sepulcro. Y por otra parte la desesperación que ellos habían sufrido, su incredulidad, su perplejidad, su sorpresa, la maravilla, su repentino transporte, su triunfo―tendrían presente todo esto; y por cierto no menos en aquella hora tremenda en que guió a sus seguidores afuera, a Betania, en el día cuarenta. “Y los sacó fuera hasta frente a Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y vino a suceder que mientras los bendecía se separó de ellos y fue elevado hacia el cielo.” (Lc. XXIV:50-51). Seguramente en aquel momento recordaron su historia entera, todos los tratos que había tenido con ellos. Luego, mientras contemplaban su tremendo divino rostro y aquella forma celestial, todos y cada uno de los pensamientos y sentimientos que alguna vez habían abrigado a su respecto―de una habrán caído en la cuenta de todo.

(Pieper) El concepto de status viatoris es uno de los conceptos fundamentales de toda teoría cristiana de la vida. Viator quiere decir el que está en camino, y status viatoris, el estado del ser que está en camino. En este mismo orden, el concepto opuesto es el de status comprehensoris. Quien ha captado, logrado, alcanzado, no es ya viator, sin comprensor: la Teología ha tomado esta palabra de una carta de San Pablo: “Hermanos, yo no creo haber logrado (comprehendisse) aún el fin” (Fil. III:13). Estar en camino, ser viator, quiere decir caminar hacia la felicidad; haber alcanzado, ser comprehensor, quiere decir poseer la felicidad. Con la palabra felicidad, sin embargo, se entiende ante todo la plenitud objetiva en el orden del ser, y sólo en segundo lugar la respuesta subjetiva a esta plenitud. Y dicha plenitud es la visión beatífica de Dios. 

(Castellani) Jesucristo es volvedor. Los fariseos han tenido cría. Y la cría de los fariseos (justamente esa palabra usó Jesucristo acerca de ellos, "esta cría mala y adúltera") naturalmente deben temblar  

de que Cristo vuelva. Pues no lo creen; o por lo menos, no lo recuerdan, ni al rezar el Credo.

(Belloc) ¡Cómo perece una voz humana! ¡Cómo olvidamos los acentos y la tonada de las voces más amadas y que nos eran tan familiares, a pocos días de su desaparición!

(Volkoff) Promesa de regreso. A partir de un cierto momento, ya no será necesario contentarse con el Consolador. De una manera o de otra el Amado ausente se presentará nuevamente. Por nuestra fe creciente o por nuestra muerte. Hay una diferencia entre “mirar”, lo que representa un esfuerzo y que es cosa que tratamos de hacer (por ejemplo, yo, al redactar estos comentarios) y “ver”, que es un regalo. Ya en 1958 notaba este versículo, tal vez para darme ánimo en un momento particularmente desolador. En ciertos momentos, el Cristo se ausenta de tal modo de nuestras vidas que ni siquiera nos lamentamos de esta ausencia… Y luego, vuelve.

(Frank-Duquesne) Después de todo, “para el Señor un día es como mil años” (II Pet. III:8) y en física se conoce bien el fenómeno designado como “movimiento uniformemente acelerado” y así, cuando el Espíritu Santo, aquel Soplo, hinche las velas de la carabela humana, los acontecimientos desfilarán como bajo el temible empuje de un ciclón. Abramos los ojos: los elementos de la Parusía desde ahora se encuentran en la probeta; basta con una gota del reactivo o catalizador para disolverlos o coagularlos, o mejor dicho, para precipitarlos… ¡nunca mejor empleada la expresión! Cada vez que el Salvador habló de su vuelta, siempre ha sido para inculcarnos una sola y siempre la misma lección: que estemos vigilantes en todo tiempo, que siempre estemos listos, que nunca admitamos que Él está lejos. Y precisamente eso mismo es lo que hacen―¡y con qué ardor, con qué energía!―la inmensa mayoría de los cristianos.

(Pieper) Dice Santo Tomás que Dios ha fijado al hombre un “camino más largo” que el del ángel, porque el hombre, en la jerarquía de las naturalezas, está más alejado de Dios propter maiorem distantiam a Deo secundum ordinem naturarum.

 (Castellani) Cristo comparó la vida espiritual a un parto; y si Él lo hizo también podemos hacerlo nosotros. La mujer que está por dar a luz se entristece, porque le llegó su hora; pero después del nacimiento, no se acuerda más de tristeza, y tiene alegría, porque un hombre ha venido a este mundo. No dice Cristo solamente que no se acuerda más sino que se alegra; y no dice “porque ahora tiene un hijo” sino porque un hombre ha venido a la luz de este mundo. Alude no a una alegría particular sino a una alegría cósmica, por decirlo así. Esta frase es una señal del optimismo fundamental que hay en el fondo del cristianismo―que parece tan duro y sombrío a la impiedad contemporánea―porque Cristo afirma sencillamente que la venida de un hombre al mundo es un bien, perfectamente consciente de los dolores de la madre y de los dolores que él mismo habrá de pasar, porque habrán de pasar. No dice: “¿Para qué echar más desdichados al mundo?” como míster Malthus; ni dice como Hamlet a Ofelia: “¡Vete a un convento! ¿Para qué quieres ser madre de pecadores?”. Recuerdo que en la primera conferencia que di en Buenos Aires, en el cuba o Club Universitario, opuse este texto a la filosofía sombría de Freud, que ve a la sexualidad como una especie de maldición asquerosa  irrefrenablemente suspendida
sobre la humanidad. El fin de la vida sexual, con todos los peligros, accidentes y dolores que puede tener, es un bien. La vida espiritual, que es la vida por excelencia en el hombre, se le parece; en otro plano superior.

(Pieper) Desesperar es contradecirse, desgarrarse. A fin de cuentas, en la desesperación el hombre niega su propio anhelo, que es indestructible como él mismo. La desesperación no es el pecado objetivamente más grave. Pero es el más peligroso de todos.
 
(Chesterton) Nos es dable esperar que en general se admita que las cosas comunes nunca son pueriles. Se cubre un nacimiento con cortinas precisamente porque se trata de un monstruoso prodigio que nos llena de asombro. La muerte y el primer amor, por mucho que le pase a todo el mundo, puede hacer que con sólo pensar en eso, se nos detenga el corazón. Y si se me concede esto, también puedo reclamar que se me conceda algo más: que estas cosas universales no son solamente harto extrañas; sino que además, son sutiles.

(Muggeridge) Tolstoy ha hecho la descripción de los campesinos rusos que en el tiempo pascual solían saludarse jubilosamente con la expresión: “¡Cristo ha resucitado!”, como si el tremendo sucedido acababa de ocurrir.

(Saint Exupéry) Al primer amor se lo quiere más. A los otros, mejor.

(Chesterton) Schopenhauer carecía de aquel altísimo grado de imaginación que permite contemplar con mirada original y pura las cosas que nos rodean por doquier. De lo contrario habría sentido como todos nosotros, bien que débilmente, que un niño nonato, si se le ofreciese la posibilidad y el riesgo de una experiencia tan vívida y mágica como lo es la existencia en sí misma, carecería enteramente de la posibilidad siquiera de resistirse a tomarla, tanto como un niño viviente no podría resistirse a abrir un ropero en el que, según se le ha dicho, hay juguetes inimaginables. No cayó en la cuenta de que la cuestión de si en la vida hay preponderancia de gozos o de penas constituye algo completamente secundario comparado con el hecho de que la vida constituye una experiencia de carácter único y milagroso y que la sola idea de perdérsela sería intolerable, si acaso semejante cosa fuera por un momento concebible.

(Castellani) Alberto Camus (que en francés significa “ñato”), un escritor desesperado (o que se las quería dar de desesperado, mientras se daba la gran vida en su lujoso chalet del Sur de Francia), ha escrito: “El único problema filosófico que existe es el problema del Suicidio; el problema de si la vida vale la pena o no vale la pena vivirse. Discutir si los conceptos se ordenan en las nueve categorías de Aristóteles o las doce categorías de Kant, eso es cháchara, macaneo, juego inútil. Lo único que interesa es el valor o no valor desta vida.” Aunque puesto en una forma brutal, es verdad en el fondo. El valor de la vida es el problema más importante y urgente del hombre; pero no podemos saber el valor de la vida si no sabemos el fin, o sea, las cosas últimas, porque “hasta el fin nadie es dichoso”, dice el refrán, ni tampoco desdichado. El que está embarcado y no sabe dónde va el barco, no puede estar muy tranquilo. Y el que no sabe el fin de las cosas, y de su vida, por más que se aturda con agitaciones, diversiones y placeres, es un desesperado. Y el fin de nuestra vida, y de todas las vidas, y deste
grande y misterioso Universo, solamente lo sabe Él que lo hizo; y nosotros solamente si Él nos lo dice―o “revela”. De modo que “un poquito no me veréis”―Yo estaré ausente y escondido―“y después de un poco, otra vez me veréis”, y vuestro mal de ausencia, tristeza, lucha y nostalgia, se convertirá en gozo; en gozo definitivo, “gozo que nadie os podrá quitar”
 
(Castellani) No se puede conocer a Cristo si se borra su Segunda Venida.