Tercer domingo después de Pascua
"Todavía un poco y ahora no me veréis", dijo nuestro Señor en el Cenáculo ... y lo lamentarán y llorarán "y" de nuevo un poco, y me veréis ... y se alegrará vuestro corazón "( Evangelio). Cuando los apóstoles vieron a nuestro Señor nuevamente experimentaron esta alegría que todavía se desborda en la liturgia de Pascua. Y al igual que la Pascua es un tipo de la Pascua externa, por lo que esta es la misma alegría que se siente por la Iglesia cuando, teniendo con tristeza almas engendrados a Dios, que ven a su Señor, una vez más, triunfante en el cielo, al final del tiempo, pero una temporada corta en comparación con la eternidad Él va a cambiar nuestra tristeza en alegría que nadie podrá quitarnos a nosotros (Evangelio)..
Esta santa alegría comienza aquí abajo, porque nuestro Señor no nos ha dejado huérfanos, sino que viene a nosotros por el Espíritu Santo, cuya gracia nos llena de la esperanza de la felicidad futura. Como a extranjeros y peregrinos en camino al cielo en el tren de nuestro Señor resucitado, no hay que aferrarse a los placeres vanos del mundo, sino más bien como San Pedro nos dice, debemos seguir los preceptos, positivos del Evangelio (Epístola) , que profesan ser nosotros mismos los cristianos, podemos "rechazar aquellas cosas que son contrarias a ese nombre, y siga las cosas tales como son conformes a la misma" (Colecta). Así que podemos llegar al reino celestial cuya alegría y la gloria se describen para nosotros por San Juan. "Uno de los siete ángeles me dijo: Ven, y te mostraré la novia, la esposa del Cordero Y vi a la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo engalanada como una novia ataviada para su esposo Aleluya ¡Qué hermosa es... ella hace, esta novia del Líbano "(Respuesta).
Comamos la Pascua del Señor, que este alimento de nuestra alma puede proteger también nuestros cuerpos (poscomunión), y someter nuestros deseos mundanos, puede hacernos amar las cosas del cielo (Secret).
Jubilate Deo, omnis terra, aleluya: Psalmum dicite nomini ejus, aleluya: Fecha gloriam laudi ejus, aleluya, aleluya, aleluya. * Dicite Deo, terribilia quam ópera sunt tua, Domine. En multitudine virtutis tuae mentientur tibi inimici tui.
(Salmo 65:1-3 desde el introito de la Misa)
Deus, qui errantibus, ut en viam possint redire Justitiae, veritatis tuae lumen ostendis: da cunctis qui Christiana professione censentur, et illa respuere, QUAe Huic INIMICA sunt nomini; et ea quae sunt apta, sectari.
¡ Oh Dios!, que descubrís la luz de vuestra verdad a los que andan extraviados, para que puedan volver al camino de la justicia; conceded a cuantos hacen profesión de cristianos, que rechacen lo que es indigno de este nombre, y abracen lo que conviene al mismo. Por Nuestro Señor Jesucristo
Continuación del santo Evangelio según San Juan.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
(San Juan 16:16-22)
“Un poco de tiempo y ya no me veréis: y de nuevo un poco, y me volveréis a ver, porque me voy al Padre”. Entonces algunos de sus discípulos se dijeron unos a otros: “¿Qué es esto que nos dice: Un poco, y ya no me veréis; y de nuevo un poco, y me volveréis a ver― y: Me voy al Padre?”. Y decían: “¿Qué es este poco de que habla? No sabemos lo que quiere decir.” Mas Jesús conoció que tenían deseo de interrogarlo, y les dijo: “Os preguntáis entre vosotros qué significa lo que acabo de decir: Un poco, y ya no me veréis, y de nuevo un poco, y me volveréis a ver. En verdad, en verdad, os digo, vosotros vais a llorar y gemir, mientras que el mundo se va a regocijar. Estaréis contristados, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, en el momento de dar a luz, tiene tristeza, porque su hora ha llegado; pero, cuando su hijo ha nacido, no se acuerda más de su dolor, por el gozo de que ha nacido un hombre al mundo. Así también vosotros, tenéis ahora tristeza, pero Yo volveré a veros, y entonces vuestro corazón se alegrará y nadie os podrá quitar vuestro gozo. En aquel día no me preguntaréis más sobre nada.”
Algunos comentarios:
(Castellani) Este fragmento, que está en medio de la despedida, comienza con un proverbio o cantinela infantil que dice: “Un poquito y ya no me veréis, y otro poquito y me veréis”, añadiendo incongruentemente (al parecer): “Porque me voy al Padre.” “¿Qué diablos quiere decir con esto?”, susurraban los Apóstoles; y Cristo repite el proverbio y añade la Parábola de la Mujer que da a luz; explicando lo que quiso decir: “Lloraréis y tendréis tristeza; y después vuestra tristeza se convertirá en gozo”; y al final añade Cristo: “Y ese gozo será definitivo.” Esta palabra significa a la vez la Pasión y Resurrección de Cristo y también la ausencia de Cristo del mundo y su Segunda Venida. Si fuese solamente una palabra de consuelo a la tristeza actual de los Once, hay dos o tres incisos que no pegan. Y para más certidumbre, Cristo aduce la metáfora de la Mujer Parturienta, que en otro lugar (Mt. XXIV:8) Cristo emplea para designar su Parusía: “oodínnon”, dolores de Parto; y después San Juan (Apoc. XII:2), San Pedro (II Pet. III:10) y San Pablo (Rom. VIII:22; I Tes. V:3) emplean la misma metáfora con la misma significación. Es decir, la Parusía (o el fin del mundo) será un dolor para bien y no para mal; será un dolor seguido de un gozo definitivo―no como el gozo por la Resurrección, que al fin duró 40 días y se apagó. O sea, Cristo habló para los Apóstoles y para nosotros; habló para la Iglesia (“la Iglesia estará de parto hasta el fin del mundo", dice San Agustín); para la Iglesia que estaba allí presente en los Apóstoles;
no digo que estaba representada por―sino que estaba presente en―los Apóstoles. La Parusía está bastante olvidada hoy día. El Evangelio se abre y se cierra con una alusión a este dogma (hay que usar esa palabra latina, de donde viene el castellano “impermeable”), está como traspasado o impregnado por doce alusiones a la Segunda Venida, sin contar el discurso directo y entero que hace Cristo sobre ella en el Capítulo XXIV de San Mateo. En la Anunciación le dice a María el Ángel Gabriel: “Y le dará el trono de David su padre”, y el trono de David no es el cielo, ése es el trono de Dios; “el trono de David, la casa de David y el reino de David” tiene que estar en la tierra. Primero; y al final, en la Ascensión del Señor, un Ángel les dice a los discípulos: “Varones Galileos, ¿qué estáis aquí mirando al cielo? Ese Jesús, que habéis visto subir al cielo, parejamente un día bajará del cielo”. El misterio de la Encarnación de Dios se abre y se cierra con la Parusía.
(Lewis) No debemos nunca hablarle a la gente sencilla y
veleidosa acerca del “Día” sin enfatizar una y otra vez que resulta
completamente imposible predecir cuándo será. Tenemos que intentar mostrarles
que esa imposibilidad constituye parte esencial de la doctrina misma. Si no
creemos en las palabras de Nuestro Señor ¿por qué íbamos a creer en su mismo
regreso? Y si en cambio, creemos en ellas, ¿acaso no estamos obligados a
resignarnos definitivamente y para siempre al hecho de que jamás sabremos
cuándo será?
(Bruckberger) En su visión profética, el tiempo ya no
cuenta, o más bien se vuelve prodigiosamente elástico. "Dentro de poco, ya
no me veréis, y dentro de otro poco, me veréis" (Jn. 16,16). Hay para
preguntarse, como los apóstoles, qué quiere decir eso. En realidad, ese
"otro poco” no tiene el mismo sentido, las mismas dimensiones, las mismas
medidas que las de nuestro lenguaje cotidiano. Aquí, eso quiere decir tanto los
tres días que separan a Jesús de su resurrección, como el "poco" de
tiempo que nos separa del fin del mundo y del regreso triunfal de Jesús para
juzgar a los vivos y a los muertos. Aunque el mundo en que estamos debiera aún
durar unos miles de millones de siglos, todo el desarrollo temporal no es más
que "otro poco" desde el punto de vista de nuestra eternidad. Ese es
el estilo de nuestra espera y de nuestra esperanza, ese es el estilo de nuestra
Iglesia, la de Jesucristo. Lo que nos separa del triunfo final y de la
"resurrección de la carne", no es más que "otro poco" de
tiempo. Si ese "otro poco" es largo, sólo es a causa de nuestras
impaciencias de criatura inmergidas en el tiempo.
sucederá aunque no sepamos cuándo. Es como cuando esperamos una campanada de reloj, y que sin embargo, cuando suena, nos sorprende. O como un arco deteriorado que, desafiando la física, aún cuelga sobre un abismo—no sabemos cómo—y debajo del cual no resulta seguro pasar: así permanece este débil y fatigado mundo, y un día, tomándonos por sorpresa, se derrumbará.
(Frank-Duquesne) La creación entera, muy a su pesar,
compartió la decadencia y la miseria del hombre; se beneficiará, también ella,
con los privilegios que nos ha ganado el Redentor. Cuando en virtud de la
Parusía, esto es, de la Resurrección, ocurra la “redención de nuestro cuerpo”,
también él admitido a la adopción divina, entonces, como hemos intentado
demostrarlo en “Cosmos y Gloria”, la creación “entera” que “ahora gime a una, y
a una está en dolores de parto” será “libertada de la servidumbre de la
corrupción para participar de la libertad de la gloria de los hijos de Dios”
(Rom. VIII:19-24). Así, los dolores puerperales que padece desde la Caída, y de
los cuales el Antiguo y el Nuevo Testamento nos hablan tan frecuentemente, no
permanecerán estériles. Desembocarán sobre este “nacimiento reiterado”, sobre
esta palingenesia o “regeneración” cósmica a la que un día el Cristo hizo
referencia de manera fugaz y misteriosa, pero también con toda claridad (Mt.
XIX:28).
(Muggeridge) Aunque murió, Jesús mismo continuará viviendo
en este mundo; no sólo a través de sus seguidores y sus enseñanzas, como otros
grandes hombres lo han hecho, sino como persona.
Sócrates fue un sabio y un hombre noble, pero nadie póstumamente ha encontrado
en él un amigo y compañero de todos los días, sobre cuyo fundamento se han
edificado vidas de amor y dedicación verdaderamente extraordinarias. Los santos
han vivido entre nosotros y dejado tras de sí recuerdos benditos y permanente
inspiración, pero cuando llegó su hora, se retiraron de entre nosotros. Del
mismo modo, hay grandes artistas que nos han legado sus grandes obras, pero
ellos también, a su tiempo, se fueron, para no volver jamás. Lo distintivo y
único en el caso de Jesús, como lo atestigua innumerable cantidad de gente de
todo tipo y condición, de todas las razas y nacionalidades, desde el más simple
y primitivo hasta el más sofisticado y cultivado, es que Él permanece vivo.
(Newman) Todo esto atestigua nuestro deber de recordar y
esperar a Cristo. Esto nos enseña a despreciar el presente, a no confiarnos en nuestros
planes, a no abrigar expectativas para el futuro sino vivir en nuestra Fe como
si Él no se hubiese ido, como si ya hubiese vuelto. Debemos intentar vivir como
si los apóstoles aún vivieran, y tratar de contemplar la vida de Nuestro Señor
en los Evangelios no como una historia, sino como un recuerdo.
(Péguy) La memoria y la historia forman un ángulo recto. La
historia está en paralelo con el suceso, la memoria le resulta central y
axial―le es perpendicular.
(Bruckberger) La estrategia de Cristo, en la revelación
salvadora que nos hace de sí mismo y de su Iglesia, es decir, de la reunión de
la humanidad a su alrededor, le vuelve siempre a llevar suavemente al punto de
convergencia de todas las perspectivas. Pero no está ahí de cualquier manera,
está en cuanto crucificado.
(Castellani) Cristo dio esta advertencia grave en una forma
sedada, como conviene hablar a un asustado o un perturbado: “Un poquito me
veréis y un poquito más y ya no me veréis”. Este debía ser un refrán o un dicho
popular hebreo, quizás una cantinela de las que cantan los niños en sus juegos.
Tres veces se repite en este evangelio. Los apóstoles hablaban en voz baja
preguntándose qué querría decir con eso; y Cristo lo explicó, refiriéndose a su
próxima Muerte y Resurrección desde luego; pero también y por el mismo hecho, a
toda la vida posterior de los Apóstoles y su desemboque en la vida eterna. Es
inútil discutir, como hacen algunos doctores (Lagrange) si fue a ese momento o
fue a toda la vida la referencia. Esas dos cosas no son separables para el
cristiano; porque para él en el Instante se inserta continuamente la Eternidad.
Y Cristo mezcló a esta “llave de la vida cristiana” un ligero toque de
humorismo; como si un padre en su lecho de muerte iniciara una grave revelación
a sus hijos con estas palabras, por ejemplo: “Buenos días, Su Señoría,
Mantantiru, liru, lán…”
(Newman) ¡Qué tiempo, qué momentos tienen que haber vivido
los apóstoles durante esos cuarenta días en que Él les enseñaba y resucitaban
en sus almas todas las enseñanzas del pasado! ¡Cómo notarían el tremendo
contraste entre lo que habían pensado antes y lo que pensaban ahora!
Jesucristo… su modo de vida, su ministerio, sus discursos, parábolas, milagros,
mansedumbre, gravedad, incomprensible majestad, el misterio de su pena y el de
su alegría; la agonía, la afrenta, la cruz, la corona de espinas, la espada, el
sepulcro. Y por otra parte la desesperación que ellos habían sufrido, su
incredulidad, su perplejidad, su sorpresa, la maravilla, su repentino
transporte, su triunfo―tendrían presente todo esto; y por cierto no menos en
aquella hora tremenda en que guió a sus seguidores afuera, a Betania, en el día
cuarenta. “Y los sacó fuera hasta frente a Betania y, alzando sus manos, los
bendijo. Y vino a suceder que mientras los bendecía se separó de ellos y fue
elevado hacia el cielo.” (Lc. XXIV:50-51). Seguramente en aquel momento
recordaron su historia entera, todos los tratos que había tenido con ellos.
Luego, mientras contemplaban su tremendo divino rostro y aquella forma
celestial, todos y cada uno de los pensamientos y sentimientos que alguna vez
habían abrigado a su respecto―de una habrán caído en la cuenta de todo.
(Pieper) El concepto de status
viatoris es uno de los conceptos fundamentales de toda teoría cristiana de
la vida. Viator quiere decir el que
está en camino, y status viatoris, el
estado del ser que está en camino. En este mismo orden, el concepto opuesto es
el de status comprehensoris. Quien ha
captado, logrado, alcanzado, no es ya viator,
sin comprensor: la Teología ha tomado
esta palabra de una carta de San Pablo: “Hermanos, yo no creo haber logrado (comprehendisse) aún el fin” (Fil.
III:13). Estar en camino, ser viator,
quiere decir caminar hacia la felicidad; haber alcanzado, ser comprehensor, quiere decir poseer la
felicidad. Con la palabra felicidad, sin embargo, se entiende ante todo la
plenitud objetiva en el orden del ser, y sólo en segundo lugar la respuesta
subjetiva a esta plenitud. Y dicha plenitud es la visión beatífica de
Dios.
de que Cristo vuelva. Pues no lo creen; o por lo menos, no
lo recuerdan, ni al rezar el Credo.
(Belloc) ¡Cómo perece una voz humana! ¡Cómo olvidamos los
acentos y la tonada de las voces más amadas y que nos eran tan familiares, a
pocos días de su desaparición!
(Volkoff) Promesa de regreso. A partir de un cierto
momento, ya no será necesario contentarse con el Consolador. De una manera o de
otra el Amado ausente se presentará nuevamente. Por nuestra fe creciente o por
nuestra muerte. Hay una diferencia entre “mirar”, lo que representa un esfuerzo
y que es cosa que tratamos de hacer (por ejemplo, yo, al redactar estos
comentarios) y “ver”, que es un regalo. Ya en 1958 notaba este versículo, tal
vez para darme ánimo en un momento particularmente desolador. En ciertos
momentos, el Cristo se ausenta de tal modo de nuestras vidas que ni siquiera
nos lamentamos de esta ausencia… Y luego, vuelve.
(Frank-Duquesne) Después de todo, “para el Señor un día es
como mil años” (II Pet. III:8) y en física se conoce bien el fenómeno designado
como “movimiento uniformemente acelerado” y así, cuando el Espíritu Santo,
aquel Soplo, hinche las velas de la carabela humana, los acontecimientos desfilarán
como bajo el temible empuje de un ciclón. Abramos los ojos: los elementos de la
Parusía desde ahora se encuentran en la probeta; basta con una gota del
reactivo o catalizador para disolverlos o coagularlos, o mejor dicho, para
precipitarlos… ¡nunca mejor empleada la expresión! Cada vez que el Salvador
habló de su vuelta, siempre ha sido para inculcarnos una sola y siempre la
misma lección: que estemos vigilantes en todo tiempo, que siempre estemos
listos, que nunca admitamos que Él está lejos. Y precisamente eso mismo es lo
que hacen―¡y con qué ardor, con qué energía!―la inmensa mayoría de los
cristianos.
(Pieper) Dice Santo Tomás que Dios ha fijado al hombre un
“camino más largo” que el del ángel, porque el hombre, en la jerarquía de las
naturalezas, está más alejado de Dios propter
maiorem distantiam a Deo secundum ordinem naturarum.
sobre la humanidad. El fin de
la vida sexual, con todos los peligros, accidentes y dolores que puede tener,
es un bien. La vida espiritual, que es la vida por excelencia en el hombre, se
le parece; en otro plano superior.
(Pieper) Desesperar es contradecirse, desgarrarse. A fin de
cuentas, en la desesperación el hombre niega su propio anhelo, que es
indestructible como él mismo. La desesperación no es el pecado objetivamente
más grave. Pero es el más peligroso de todos.
(Chesterton) Nos es dable esperar que en general se admita
que las cosas comunes nunca son pueriles. Se cubre un nacimiento con cortinas
precisamente porque se trata de un monstruoso prodigio que nos llena de
asombro. La muerte y el primer amor, por mucho que le pase a todo el mundo,
puede hacer que con sólo pensar en eso, se nos detenga el corazón. Y si se me
concede esto, también puedo reclamar que se me conceda algo más: que estas
cosas universales no son solamente harto extrañas; sino que además, son
sutiles.
(Muggeridge) Tolstoy ha hecho la descripción de los
campesinos rusos que en el tiempo pascual solían saludarse jubilosamente con la
expresión: “¡Cristo ha resucitado!”, como si el tremendo sucedido acababa de
ocurrir.
(Saint Exupéry) Al primer amor se lo quiere más. A los
otros, mejor.
(Chesterton) Schopenhauer carecía de aquel altísimo grado
de imaginación que permite contemplar con mirada original y pura las cosas que
nos rodean por doquier. De lo contrario habría sentido como todos nosotros,
bien que débilmente, que un niño nonato, si se le ofreciese la posibilidad y el
riesgo de una experiencia tan vívida y mágica como lo es la existencia en sí
misma, carecería enteramente de la posibilidad siquiera de resistirse a
tomarla, tanto como un niño viviente no podría resistirse a abrir un ropero en
el que, según se le ha dicho, hay juguetes inimaginables. No cayó en la cuenta
de que la cuestión de si en la vida hay preponderancia de gozos o de penas
constituye algo completamente secundario comparado con el hecho de que la vida
constituye una experiencia de carácter único y milagroso y que la sola idea de
perdérsela sería intolerable, si acaso semejante cosa fuera por un momento
concebible.
grande y misterioso Universo, solamente lo sabe Él que
lo hizo; y nosotros solamente si Él nos lo dice―o “revela”. De modo que “un poquito no me veréis”―Yo estaré
ausente y escondido―“y después de un
poco, otra vez me veréis”, y vuestro mal de ausencia, tristeza, lucha y
nostalgia, se convertirá en gozo; en gozo definitivo, “gozo que nadie os podrá quitar”.