Quod Apostolici
Muneris
Carta Encíclica
LEÓN XIII Contra
el socialismo y el comunismo
28
de diciembre de 1878
LOS PELIGROS
DEL
SOCIALISMO
1. Cunden
los males sociales
Nuestro
apostólico cargo ya desde el principio de Nuestro pontificado Nos movió,
Venerables Hermanos, a no dejar de indicaros, en las Cartas Encíclicas a
vosotros dirigidas, la mortal pestilencia que serpentea por las más
íntimas entrañas de la sociedad humana y la conduce al peligro extremo de
ruina; al mismo tiempo hemos mostrado también los remedios más eficaces
para que le fuera devuelta la salud y pudiera escapar de los gravísimos
peligros que la amenazan. Pero aquellos males que entonces deplorábamos
hasta tal punto han crecido en tan breve tiempo, que otra vez Nos vemos
obligados a dirigiros la palabra, como si en Nuestros oídos resonasen las
del Profeta: eleva como una trompeta tuvoz[1].
A) EL ERROR SOCIALISTA
I. El
socialismo destruye la sociedad
Comunismo,
socialismo, nihilismo
Es fácil
comprender, Venerables Hermanos, que Nos hablamos de aquella secta de
hombres que, bajo diversos y casi bárbaros nombres de socialistas,
comunistas o nihilistas, esparcidos por todo el orbe, y estrechamente
coligados entre sí por inicua federación, ya no buscan su defensa en las
tinieblas de sus ocultas reuniones, sino que, saliendo a pública luz,
confiados y a cara descubierta, se empeñan en llevar a cabo el plan, que
tiempo ha concibieron, de trastornar los fundamentos de toda sociedad
civil. Estos son ciertamente los que, según atestiguan las divinas
páginas, mancillan la carne, desprecian la dominación y blasfeman de la
majestad[2].
Nada
dejan intacto e íntegro de lo que por las leyes humanas y divinas está
sabiamente determinado para la seguridad y decoro de la vida.
II. Falsos
conceptos
a)
Respecto de la obediencia y del matrimonio
A los
poderes superiores -a los cuales, según el Apóstol, toda alma ha de estar
sujeta, porque del mismo Dios reciben el derecho de mandar- les niegan la
obediencia, y andan predicando la perfecta igualdad de todos los hombres
en derechos y deberes. Deshonran la unión natural del hombre y de la
mujer, que aun las naciones bárbaras respetan; y debilitan y hasta
entregan a la liviandad este vínculo, con el cual se mantiene
principalmente la sociedad doméstica.
b)
Respecto de la propiedad
Atacan
la propiedad
Atraídos, finalmente, por la codicia de los bienes terrenales, que es la
raíz de todos los males, y que, apeteciéndola, muchos erraron en la fe[3],
impugnan el derecho de propiedad sancionado por la ley natural, y por un
enorme atentado, dándose aire de atender a las necesidades y proveer a los
deseos de todos los hombres, trabajan por arrebatar y hacer común cuanto
se ha adquirido a título de legítima herencia, o con el trabajo del
ingenio y de las manos, o con la sobriedad de la vida.
Socavan
la autoridad
Y estas
monstruosas opiniones publican en sus reuniones, persuaden con sus
folletos y esparcen al público en una nube de diarios. Por lo cual la
venerable majestad e imperio de los reyes ha llegado a ser objeto de odio
tan grande por parte del pueblo sedicioso, que sacrílegos traidores, no
pudiendo sufrir freno alguno, más de una vez y en breve tiempo han vuelto
sus armas con impío atrevimiento contra los mismos príncipes.
III. Falsos
fundamentos
2. El
origen de estas doctrinas
Mas esta
osadía de tan pérfidos hombres, que amenaza de día en día con las más
graves ruinas a la sociedad, y que trae todos los ánimos en congojoso
temblor, toma su causa y origen de las venenosas doctrinas que, difundidas
entre los pueblos como viciosas semillas de tiempos anteriores, han dado a
su tiempo tan pestilenciales frutos
Pues
bien sabéis, Venerables Hermanos, que la cruda guerra que se abrió contra
la fe católica ya desde el siglo decimosexto por los novadores, y que ha
venido creciendo hasta el presente, se encamina a que, desechando toda
revelación y todo orden sobrenatural, se abriese la puerta a los inventos,
o más bien delirios de la sola razón.
Semejante error, que vanamente toma
de la razón su nombre, al intensificar y agudizar el innato apetito de
sobresalir, desatando el freno a toda clase de codicia, sin dificultad se
ha introducido no sólo en las mentes de muchísimos, sino que ha invadido
ya plenamente toda la sociedad.
Los
frutos: Estado y Educación sin Dios
De aquí
que, con una nueva impiedad, desconocida hasta de los mismos gentiles, se
han constituido los Estados sin tener en cuenta alguna a Dios ni el orden
por El establecido. Se ha vociferado que la autoridad pública no recibe de
Dios ni el principio, ni la majestad, ni la fuerza del mando, sino más
bien de la masa del pueblo, que, juzgándose libre de toda sanción divina,
sólo ha permitido someterse a aquellas leyes que ella misma se diese a su
antojo.
Impugnadas y desechadas las verdades sobrenaturales de la fe como
enemigas de la razón, el mismo Autor y Redentor del género humano es
desterrado, insensiblemente y poco a poco, de las Universidades,
Institutos y Escuelas y de todo el conjunto público de la vida humana.
Sublevación
de las masas
Entregados al olvido los premios y penas de la vida futura y eterna, el
ansia ardiente de felicidad queda limitada al tiempo de la vida presente.
Diseminadas por doquier estas doctrinas, introducida entre todos esta tan
grande licencia de pensar y obrar, no es de admirar que los hombres de las
clases bajas, a los que cansa su pobre casa o la fábrica, ansíen lanzarse
sobre las moradas y fortunas de los más ricos; ni tampoco admira que ya no
exista tranquilidad alguna en la vida pública o privada, y que la
humanidad parezca haber llegado ya casi a su última ruina.
B) LA DOCTRINA
VERDADERA
I. Los
Romanos Pontífices la expusieron
3. El
aviso de los Pastores de la Iglesia
Mas los
Pastores de la Iglesia, a quienes compete el cargo de resguardar la grey
del Señor de las asechanzas de los enemigos, procuraron conjurar a su
tiempo el peligro y proveer a la salud eterna de los fieles. Así que
empezaron a formarse las sociedades clandestinas en cuyo seno se
fomentaban ya entonces las semillas de los errores que hemos mencionado,
los Romanos Pontífices Clemente XII y Benedicto XIV no omitieron el
descubrir los impíos proyectos de estas sectas y avisar a los fieles de
todo el orbe la ruina que en la oscuridad se preparaban.
Falsas
filosofías y sectas ocultas
Pero
después que aquellos que se gloriaban con el nombre de filósofos
atribuyeron al hombre cierta desenfrenada libertad, y se empezó a formar y
sancionar un derecho nuevo, como dicen, contra la ley natural y divina, el
Papa Pio VI, de f. m., mostró al punto la perversa índole y falsedad de
aquellas doctrinas en públicos documentos, y al propio tiempo con una
previsión apostólica anunció las ruinas a que iba a ser conducido
miserablemente el pueblo. Mas, sin embargo de esto, no habiéndose
precavido por ningún medio eficaz para que tan depravados dogmas no se
infiltrasen de día en día en las mentes de los pueblos y para que no
viniesen a ser máximas públicamente aceptadas de gobernación, Pío VII y
León XII condenaron con anatemas las sectas ocultas y amonestaron otra vez
a la sociedad del peligro que por ellas le amenazaba.
El
socialismo
A
todos, finalmente, es manifiesto con cuán graves palabras y cuánta firmeza
y constancia de ánimo Nuestro glorioso predecesor Pío IX, de f. m., ha
combatido, ya en diversas alocuciones tenidas, ya en encíclicas dadas a
los Obispos de todo el orbe, contra los inicuos intentos de las sectas, y
señaladamente contra la peste del socialismo, que ya estaba naciendo de
ellas.
4. La
duda del poder civil respecto de la Iglesia
Muy de
lamentar es el que quienes tienen encomendado el cuidado del bien común,
rodeados de las astucias de hombres malvados, y atemorizados por sus
amenaza, hayan mirado siempre a la Iglesia con ánimo suspicaz, y aun
torcido, no comprendiendo que los conatos de las sectas serían vanos si la
doctrina de la Iglesia católica y la autoridad de los Romanos Pontífices
hubiese permanecido siempre en el debido honor, tanto entre los príncipes
como entre los pueblos. Porque la Iglesia de Dios vivo, que es columna y
fundamento de la verdad[4], enseña aquellas doctrinas y preceptos con que
se atiende de modo conveniente al bienestar y vida tranquila de la
sociedad y se arranca de raíz la planta siniestra del socialismo.
II. Sobre
la igualdad y autoridad
Igualdad
socialista e igualdad evangélica
Aunque los socialistas, abusando del mismo Evangelio para engañar más
fácilmente a incautos, acostumbran a forzarlo adaptándolo a sus
intenciones, con todo hay tan grande diferencia entre sus perversos dogmas
y la purísima doctrina de Cristo, que no puede ser mayor. Porque ¿qué
participación puede haber de la justicia con la iniquidad, o qué consorcio
de la luz con las tinieblas?[5]. Ellos seguramente no cesan de vociferar,
como hemos insinuado, que todos los hombres son entre sí por naturaleza
iguales; y, por lo tanto, sostienen que ni se debe honor y reverencia a la
majestad, ni a las leyes, a no ser acaso a las sancionadas por ellos a su
arbitrio.
Por lo
contrario, según las enseñanzas evangélicas, la igualdad de los hombres
consiste en que todos, por haberles cabido en suerte la misma naturaleza,
son llamados a la misma altísima dignidad de hijos de Dios, y al mismo
tiempo en que, decretado para todos un mismo fin, cada uno ha de ser
juzgado según la misma ley para conseguir, conforme a sus méritos, o el
castigo o la recompensa. Pero la desigualdad del derecho y del poder se
derivan del mismo Autor de la naturaleza, del cual toma su nombre toda
paternidad en el cielo y en la tierra[6].
5. Doctrina
católica sobre el poder. Muchos miembros y un solo cuerpo
Mas los
lazos de los príncipes y súbditos de tal manera se estrechan con sus
mutuas obligaciones y derechos, según la doctrina y preceptos católicos,
que templan la ambición de mandar, por un lado, y por otro la razón de
obedecer se hace fácil, firme y nobilísima.
La
verdad es que la Iglesia inculca constantemente a la muchedumbre de los
súbditos este precepto del Apóstol: No hay potestad sino de Dios; y las
que hay, de Dios vienen ordenadas; y así, quien resiste a la potestad,
resiste a la ordenación de Dios; mas los que resisten, ellos mismos se
atraen la condenación. Y en otra parte nos manda que la necesidad de la
sumisión sea no por temor a la ira, sino también por razón de la
conciencia; y que paguemos a todos lo que es debido: a quien tributo,
tributo; a quien contribución, contribución; a quien temor, temor; a quien
honor, honor[7]. Porque, a la verdad, el que creó y gobierna todas las
cosas dispuso, con su próvida sabiduría, que las cosas ínfimas a través de
las intermedias, y las intermedias a través de las superiores, lleguen
todas a sus fines respectivos.
Así,
pues, como en el mismo reino de los cielos quiso que los coros de los
ángeles fuesen distintos y unos sometidos a otros; así como también en la
Iglesia instituyó varios grados de órdenes y diversidad de oficios, para
que no todos fuesen apóstoles, no todos pastores, no todos doctores[8],
así también determinó que en la sociedad civil hubiese varios órdenes,
diversos en dignidad, derechos y potestad, es a saber, para que los
ciudadanos, así como la Iglesia, fuesen un solo cuerpo, compuesto de
muchos miembros, unos más nobles que otros, pero todos necesarios entre sí
y solícitos del bien común.
6. Mayor
responsabilidad en los que mandan
Y para
que los gobernantes de los pueblos usasen de la potestad que les fue
concedida para edificación y no para destrucción, la Iglesia de Cristo
oportunamente amonesta también a los príncipes con la severidad del
supremo juicio que les amenaza; y tomando las palabras de la divina
Sabiduría, en nombre de Dios clama a todos:
Prestad
oído, vosotros, los que domináis la muchedumbre y os jactáis de mandar
turbas de pueblos: el Señor os ha dado el poderío; y las manos del
Altísimo, el imperio. El hará inquisición de vuestras obras y escudriñará
vuestros designios..., porque severo juicio se hará de los que están en
alto, pues no se encogerá ante nadie el Señor de todos, ni se intimidará
ante grandeza alguna, porque El ha hecho al pequeño y al grande, y con
igual desvelo atiende a todos. Pero a los mayores, espera suplicio mayor[9].
7. Paciencia
y oración contra los abusos del poder
Y si
alguna vez sucede que los príncipes ejercen su potestad temerariamente y
fuera de sus límites, la doctrina de la Iglesia católica no consiente
sublevarse particularmente y a capricho contra ellos, no sea que la
tranquilidad del orden sea más y más perturbada, o que la sociedad reciba
de ahí mayor detrimento; y si la cosa llegase al punto de no vislumbrarse
otra esperanza de salud, enseña que el remedio se ha de acelerar con los
méritos de la cristiana paciencia y las fervientes súplicas a Dios.
Pero si
los mandatos de los legisladores y príncipes sancionasen o mandasen algo
que contradiga a la ley divina o natural, la dignidad y obligación del
nombre cristiano y el sentir del Apóstol, exigen que se ha de obedecer a
Dios antes que a los hombres[10].
III. Sobre
la familia y el matrimonio
La
sociedad doméstica
Por lo
tanto, la virtud saludable de la Iglesia que redunda en el régimen más
ordenado y en la conservación de la sociedad civil, la siente y
experimenta necesariamente también la misma sociedad doméstica, que es el
principio de toda sociedad y de todo reino. Porque sabéis, Venerables
Hermanos, que la recta forma de esta sociedad, según la misma necesidad
del derecho natural, se apoya primariamente en la unión indisoluble del
varón y de la mujer, y se complementa en las obligaciones y mutuos
derechos entre padres e hijos, amos y criados. Sabéis también que por los
principios del socialismo esta sociedad casi se disuelve, puesto que,
perdida la firmeza que obtiene del matrimonio religioso, es preciso que se
relaje la potestad del padre hacia la prole, y los deberes de la prole
hacia los padres.
Dignidad
sacramental. - Deberes de los esposos
Por lo
contrario, el matrimonio digno de ser por todo tan honroso[11], y que en
el principio mismo del mundo instituyó Dios mismo para propagar y
conservar la especie humana, y decretó fuese inseparable, enseña la
Iglesia que resultó más firme y más sagrado por medio de Cristo, que le
confirió la dignidad de sacramento y quiso que representase la forma de su
unión con la Iglesia.
Por lo
tanto, según advertencia del Apóstol[12],
como Cristo es Cabeza de la
Iglesia, así el varón es cabeza de la mujer; y como la Iglesia está sujeta
a Cristo, que la estrecha con castísimo y perpetuo amor, así enseña que
las mujeres estén sujetas a sus maridos y que éstos a su vez las deban
amar con afecto fiel y constante.
La
patria potestad
De la
misma manera la Iglesia establece la naturaleza de la potestad paterna y
dominical, de suerte que pueda contener a los hijos y a los criados en su
deber, pero sin por ello salirse de sus justos límites. Porque, según las
enseñanzas católicas, la autoridad del Padre y Señor celestial se extiende
a los padres y a los amos; y por ello dicha autoridad toma de El
necesariamente, no sólo su origen y su eficacia, sino también su
naturaleza y su carácter. Y así el Apóstol exhorta a los hijos a obedecer
a sus padres en el Señor y honrar a su padre y a su madre, que es el
primer mandamiento en la promesa[13]. Y también manda a los padres:
Y
vosotros no queráis provocar a ira a vuestros hijos, sino educadlos en la
ciencia y conocimiento del Señor[14].
Relaciones
entre patronos y empleados
También
a los siervos y señores se les propone, por medio de mismo Apóstol, el
precepto divino de que aquellos obedezcan a sus señores carnales como a
Cristo, sirviéndoles con buena voluntad como al Señor; mas a éstos, que
omitan las amenazas, sabiendo que el Señor de todos está en los cielos y
que no hay acepción de personas ante Dios[15].
Un
paraíso terrenal
Todas
las cuales cosas, si se guardasen con todo cuidado, según el beneplácito
de la voluntad divina, por todos aquellos a quienes tocan, seguramente
cada familia representaría la imagen del cielo, y los preclaros beneficios
que de aquí se seguirían, no estarían encerrados entre las paredes
domésticas, sino que emanarían abundantemente a las mismas repúblicas.
IV. Sobre
la propiedad
8. La
doctrina católica y la tranquilidad de las Repúblicas.
El
derecho de propiedad
La
prudencia católica bien apoyada sobre los preceptos de la ley divina y
natural, provee con singular acierto a la tranquilidad pública y doméstica
por las ideas que adopta y enseña respecto al derecho de propiedad y a la
división de los bienes necesarios o útiles en la vida. Porque mientras los
socialistas, presentando el derecho de propiedad como invención humana
contraria a la igualdad natural entre los hombres; mientras, proclamando
la comunidad de bienes, declaran que no puede conllevarse con paciencia la
pobreza, y que impunemente se puede violar la posesión y derechos de los
ricos, la Iglesia reconoce mucho más sabia y útilmente que la desigualdad
existe entre los hombres, naturalmente desemejantes por las fuerzas del
cuerpo y del espíritu, y que esta desigualdad existe también en la
posesión de los bienes; por lo cual manda, además, que el derecho de
propiedad y de dominio, procedente de la naturaleza misma, se mantenga
intacto e inviolado en las manos de quien lo posee, porque sabe que el
robo y la rapiña han sido condenados en la ley natural por Dios, autor y
guardián de todo derecho; hasta tal punto, que no es lícito ni aun desear
los bienes ajenos, y que los ladrones, lo mismo que los adúlteros y los
adoradores de los ídolos, están excluidos del reino de los cielos.[16]
Preocupación
por los necesitados. - Cuestión social
No por eso,
sin embargo, olvida la causa de los pobres, ni sucede que la piadosa Madre
descuide el proveer a las necesidades de éstos, sino que, por lo
contrario, los estrecha en su seno con maternal afecto, y, teniendo en
cuenta que representa a la persona de Cristo, el cual recibe como hecho a
sí mismo el beneficio hecho por cualquiera al último de los pobres, les
honra grandemente y les alivia por todos los medios, levanta por todas
partes casas y hospicios, donde son recogidos, alimentados y cuidados;
asilos, que toma bajo su tutela.
Obliga
a los ricos con el grave precepto de que den lo superfluo a los pobres, y
les amenaza con el juicio divino, que les condenará a eterno suplicio, si
no alivian las necesidades de los indigentes. Ella, en fin, eleva y
consuela el espíritu de los pobres, ora proponiéndoles el ejemplo de
Jesucristo, que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros[17], ora
recordándoles las palabras con que los declaró bienaventurados,
prometiéndoles la eterna felicidad.
Los
males que nacen de allí
¿Quién
no ve cómo aquí está el mejor medio de arreglar el antiguo conflicto
surgido entre los pobres y los ricos? Porque, como lo demuestra la
evidencia de las cosas y de los hechos, si este medio es desconocido o
relegado, sucede forzosamente que, o se verá reducida la mayor parte del
género humano a la vil condición de esclavos, como en otro tiempo sucedió
entre los paganos, o la sociedad humana se verá envuelta por continuas
agitaciones, devorada por rapiñas y asesinatos, como deploramos haber
acontecido en tiempos muy cercanos.
C) EXHORTACIÓN
al pueblo y
autoridades, a los Obispos y a los obreros
9. Exhorta
a pueblos y autoridades
Por lo
cual, Venerables Hermanos, Nos, a quien actualmente está confiado el
gobierno de toda la Iglesia, así como desde el principio de Nuestro
pontificado mostramos a los pueblos y a los príncipes, combatidos por
fiera tempestad, el puerto donde pudieran refugiarse con seguridad; así
ahora, conmovidos por el extremo peligro que les amenaza, de nuevo les
dirigimos la apostólica voz, y en nombre de su propia salvación y de la
del Estado les rogamos con la mayor instancia que acojan y escuchen como
Maestra a la Iglesia, a la que se debe la pública prosperidad de las
naciones, y se persuadan de que las bases de la Religión y del imperio se
hallan tan estrechamente unidas, que cuanto pierde aquella, otro tanto se
disminuye el respeto de los súbditos a la majestad del mando, y que
conociendo, además, que la Iglesia de Cristo posee más medios para
combatir la peste del socialismo que todas las leyes humanas, las órdenes
de los magistrados y las armas de los soldados, devuelvan a la Iglesia su
condición y libertad, para que pueda eficazmente desplegar su benéfico
influjo en favor de la sociedad humana.[18]
Exhortación
a los Obispos - La doctrina, la niñez, los obreros
Y
vosotros, Venerables Hermanos, que conocéis bien el origen y la naturaleza
de tan inminente desventura, poned todas vuestras fuerzas para que la
doctrina católica llegue al ánimo de todos y penetre en su fondo.
Procurad
que desde la misma infancia se habitúen a amar a Dios con filial ternura,
reverenciando a su Majestad; que presten obediencia a la autoridad de los
príncipes y de las leyes; que refrenada la concupiscencia, acaten y
defiendan con solicitud el orden establecido por Dios en la sociedad civil
y en la doméstica.
Poned,
además, sumo cuidado en que los hijos de la Iglesia católica no den su
nombre ni hagan favor ninguno a la detestable secta; antes al contrario,
con egregias acciones y con actitud siempre digna y laudable hagan
comprender cuán próspera y feliz sería la sociedad si en todas sus clases
resplandecieran las obras virtuosas y santas.[19]
Gremios
cristianos
Por
último, así como los secuaces del socialismo se reclutan principalmente
entre los proletarios y los obreros, los cuales, cobrando horror al
trabajo, se dejan fácilmente arrastrar por el cebo de la esperanza y de
las promesas de los bienes ajenos, así es oportuno favorecer las
asociaciones de artesanos y obreros que, colocados bajo la tutela de la
Religión, se habitúen a contentarse con su suerte, a soportar
meritoriamente los trabajos y a llevar siempre una vida apacible y
tranquila.
EPÍLOGO
10. Poner
la confianza en Dios
Dios
piadoso, a quien debemos referir el principio y el fin de todo bien,
secunde Nuestras empresas y las vuestras. Por lo demás, la misma
solemnidad de estos días, en los que se celebra el nacimiento del Señor,
Nos eleva a la esperanza de oportunísimo auxilio, pues Nos hace esperar
aquella saludable restauración que al nacer trajo para el mundo corrompido
y casi conducido al abismo por todos los males, y nos prometió también a
nosotros aquella paz que entonces, por medio de los ángeles, hizo anunciar
para los hombres. Ni la mano del Señor está abreviada de suerte que no
pueda salvar, ni sus oídos se han cerrado de tal modo que no puedan oír[20].
Por lo
tanto en estos días de tanta alegría, y al desearos, Venerables Hermanos,
a vosotros y a los fieles todos de vuestra Iglesia, toda clase de
prosperidades, con instancia rogamos al Dador de todo bien que de nuevo
aparezcan a los hombres la benignidad y dulzura de Dios, Nuestro Salvador[21], que, sacándonos de la potestad de nuestro implacable
enemigo, nos elevó a la nobilísima dignidad de Hijos suyos.
Y para
que Nuestros deseos se cumplan perfecta y rápidamente, elevad vosotros
también, Venerables Hermanos, con Nos, fervorosas oraciones al Señor, y
junto a El interponed el patrocinio de la bienaventurada Virgen María,
Inmaculada desde el principio; de su esposo San José y de los
bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo, en cuya intercesión ponemos Nos
la máxima confianza. Y entre tanto, como prenda de la divina gracia, y con
todo el afecto del corazón, a vosotros, Venerables Hermanos; a vuestro
Clero y a todos vuestros pueblos, concedemos en el Señor la Bendición
Apostólica.
Dado en
Roma, junto a San Pedro, a 28 de diciembre de 1878, año primero de Nuestro
Pontificado.