(La Estación es hoy en la Iglesia de SAN PANCRACIO, que se levanta sobre el sepulcro de aquel tiernecito mártir de solo doce años. Fue una de las víctimas de la persecución, y junto a sus reliquias se reunían vástagos de la Iglesia para recibir fortaleza para el prolongado martirio de la vida cristiana
Quasi Modo geniti princesas: Aleluya: rationabile, sine dolo concupiscite lago. Aleluya, aleluya, aleluya.
. Sal Exsultate Deo nostro Adjutori:. Jubilate Deo Gloria Patri Jacob. Casi Modo.
Como niños recién nacidos , aleluya, apeteced sinceramente la leche pura del espíritu, aleluya, aleluya, aleluya-Ps. Regocijaos en Dios, nuestro protector;cantad alegres al Dios de Jacob. Gloria al Padre.
Oración -Colecta
Haz, oh Dios omnipotente, que los que acabamos de celebrar las fiestas de Pascua, continuemos, con tu gracia, realizando su ideal en nuestras vidas y costumbres.Por Jesucristo N. Señor.
EPÍSTOLA-
San Juan enseña, contra los gnósticos de su tiempo que negaban la divinidad de Jesucristo, que éste ni era Dios solamente por haberselé unido en el baustima del Jordán como ellos pretendían -, la naturaleza divina, sino también en las entrañas de la Vírgen María ; que es lo que él llama " agua y sngre".
Carísimos: Todo lo que nace de Dios, vence al mundo,y la victoria que triunfa del mundo es nuestra fe. ¿ Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios ? Este es Jesucristo, el que vino por el agua y por la sangre: no por el agua solo, sino por el agua y por la sangre . Y el espírutu es el que da testinonio de que Cristo es la Verdad. Porque tres son los que dan testimonio en el cielo; el Padre, el Verbo, y el Espíritu Santo: y estos tres son una misma cosa t res son los que dan testimonio en la tierra: el espiritu, el agua y la sangre: y estos tresson una misma cosa. si admitimos el testimonio de los hombres, mayor testimonio es el de Dios; y este testimonio de Dios que es el mayor, lo es porque testifica acerca de su Hijo. El que cree, pues, en el Hijo de Dios, tiene en su favor el testimonio de Dios.
Haz, oh Dios omnipotente, que los que acabamos de celebrar las fiestas de Pascua, continuemos, con tu gracia, realizando su ideal en nuestras vidas y costumbres.Por Jesucristo N. Señor.
EPÍSTOLA-
San Juan enseña, contra los gnósticos de su tiempo que negaban la divinidad de Jesucristo, que éste ni era Dios solamente por haberselé unido en el baustima del Jordán como ellos pretendían -, la naturaleza divina, sino también en las entrañas de la Vírgen María ; que es lo que él llama " agua y sngre".
Carísimos: Todo lo que nace de Dios, vence al mundo,y la victoria que triunfa del mundo es nuestra fe. ¿ Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios ? Este es Jesucristo, el que vino por el agua y por la sangre: no por el agua solo, sino por el agua y por la sangre . Y el espírutu es el que da testinonio de que Cristo es la Verdad. Porque tres son los que dan testimonio en el cielo; el Padre, el Verbo, y el Espíritu Santo: y estos tres son una misma cosa t res son los que dan testimonio en la tierra: el espiritu, el agua y la sangre: y estos tresson una misma cosa. si admitimos el testimonio de los hombres, mayor testimonio es el de Dios; y este testimonio de Dios que es el mayor, lo es porque testifica acerca de su Hijo. El que cree, pues, en el Hijo de Dios, tiene en su favor el testimonio de Dios.
+ Continuación del Santo Evangelio según San Juan (XX, 19:31).
En aquél tiempo: La tarde del primer día de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se hallaban reunidos los discípulos por temor de los judíos, vino Jesús y, puesto en medio de ellos, les dijo: La paz sea con vosotros. Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron viendo al Señor. Díjoles otra vez: La paz sea con vosotros. Como me envió mi Padre, así os envío Yo. Diciendo esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo;" a quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos." Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Dijéronle, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor. El les dijo: Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos y mi mano en su costado, no creeré. Pasados ocho días, otra vez estaban dentro los discípulos y Tomás con ellos. Vino Jesús cerradas las puertas y, puesto en medio de ellos, dijo: La paz sea con vosotros. Luego dijo a Tomás: Alarga acá tu dedo y mira mis manos, y tiende tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel. Respondió Tomás y dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver creyeron." Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos que no están escritas en este libro;" y éstas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Credo
Credo
EL DOMINGO "QUASIMODO"
La aparición del día octavo.
El septenario bautismal termina el sábado in albis, llamado así en nuestro misal porque en este último día de la semana antiguamente los neófitos se despojaban de las túnicas blancas que habían vestido la noche de Pascua después de su bautismo. Pero para superar el número siete, número perfecto de la antigua ley y para alcanzar el número ocho, número perfecto de la ley nueva 57, pareció útil y conveniente transformar en verdadera octava, añadiendo el domingo, el antiguo septenario bautismal. Los más antiguos sacramentarios convierten ya al domingo que sigue a la semana in albis en día octavo de Pascua 58. Los libros litúrgicos actuales: misal, breviario, martirologio, titulan a este domingo: Dominica in albis, in octava Paschae 59. Por este motivo, este domingo llamado comúnmente de Quasimodo por las primeras palabras de la antífona de entrada, se nos presenta como una especie de complemento o última conclusión del septenario bautismal.
Hemos visto que cada feria de la semana implicaba la celebración de una misa estacional en la que los fieles se unían a los neófitos de la noche pascual. La misa del Domingo Quasimodo es también una misa estacional, pero la función litúrgica, en vez de celebrarse en una de las grandes basílicas de la ciudad o del extrarradio urbano de Roma, tiene lugar extra muros en un modesto santuario de la Vía Aurelia que se edificó en el siglo IV, sobre la tumba de un pequeño mártir de doce años, san Pancracio, y restaurado en el siglo VII por el papa Honorio.
Todo el interés litúrgico de este domingo de Quasimodo se centra en el evangelio de la misa y las consecuencias que de él se derivan. Es normal, puesto que estamos en el octavo día después de Pascua, que la Iglesia nos ofrezca como lectura el trozo del evangelio de san Juan donde se nos narra la escena de que fue testigo ocho días después de la resurrección del Salvador 60. En efecto, por la tarde del primer día de la semana, Cristo se apareció a sus apóstoles reunidos en el cenáculo de Jerusalén, les mostró sus manos y su costado que había sido taladrado. Pero santo Tomás que no había asistido a esta aparición del Salvador, se negó a creer que Cristo hubiese resucitado. Entonces, nos cuenta san Juan,
Los otros discípulos le decían:-Hemos visto al Señor.Pero él les contestó:
-Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días -estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos, llegó Jesús-, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
-Paz a vosotros.Luego dice a Tomás:
-Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:-¡Señor mío y Dios mío!Jesús le dice:
-¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
La fe en Cristo Señor.
La breve exclamación del apóstol en presencia de Cristo resucitado expresa admirablemente la fe de nuestro bautismo. El acto realizado por santo Tomás es un acto que procede de una fe tan total como profunda y viva, puesto que de un solo golpe, reconoce a Jesús como su "Señor" y su "Dios". Sustancialmente todo el Credo. Cuando el intendente de la reina de Candaces expresó en el camino de Gaza el deseo de ser bautizado, el diácono Felipe le dijo: "Si crees con todo tu corazón, todo es posible". Como respuesta, el eunuco hizo entonces esta sencilla profesión de fe: "Creo que Jesús es el Hijo de Dios" 61. Y Felipe le bautizó inmediatamente. Esta misma fue, firme y plena, la profesión de fe de san Pedro en Cesarea: "Tú eres el Hijo de Dios vivo" 62. Efectivamente, conviene que enfoquemos nuestra fe no como la adhesión a una verdad doctrinal, a una enseñanza moral o religiosa, sino sobre todo como adhesión personal a otra persona, la persona de Jesús reconocido como nuestro Dios y Señor. Para san Pablo, la fórmula 'Jesús es el Señor", es la expresión de la fe cristiana y resumen de todo el evangelio. Encierra sustancialmente las condiciones de nuestra salvación: "Porque si confesares con tu boca al Señor Jesús y creyeres en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo" 63. "Pues -observa en otro lugar- nadie puede decir "Jesús es el Señor", si no es bajo la acción del Espíritu Santo" 641.
Creer que Jesús es el Señor, o mejor, creer en el Señor Jesús, es evidentemente creer en su resurrección de entre los muertos y en su glorificación; es creer, al mismo tiempo, en su filiación divina, en su misión, en su evangelio, en toda su obra, en la Iglesia y en las enseñanzas de ésta. Es, por consiguiente, reconocer los derechos que, por su sacrificio, ha adquirido el Redentor sobre nosotros y nuestra total dependencia respecto de El. Pues es el Señor, de todos y cada uno, "nuestro Señor", como preferimos llamarle con ternura y reverencia profunda.
Pero no debemos reconocer a Cristo, como "Señor nuestro" sin someternos totalmente a El, sin plegarnos a su voluntad, sin cumplir su ley, sin rendirle el homenaje de nuestra alma y todas sus potencias, el homenaje del cuerpo con todos sus miembros 65. Indudablemente, creer en el Señor Jesús implica inicialmente una adhesión de la inteligencia iluminada, por la luz divina, pero esta adhesión no es completa, efectiva, si no abarca todo nuestro ser en una absoluta sumisión a la voluntad del Señor.
¿Hay algo más significativo a este respecto que la actitud de san Pablo en el momento de su conversión? Esta actitud ofrece por otro lado cierta semejanza con la de santo Tomás cayendo a los pies del Salvador. Santo Tomás no podía decidirse a creer que Jesús, que había sido crucificado y sepultado, hubiese resucitado como había predicho. Su estado de espíritu era el de los demás discípulos antes de que el Señor se apareciera. Santo Tomás estaba desanimado, desalentado. Sin embargo, no debiéramos afirmar que había perdido realmente la fe en Cristo, pues siempre formó parte del colegio de los doce y continuaba viviendo como discípulo del Maestro. Las disposiciones de san Pablo en el momento de su conversión eran muy diferentes. Resuelto adversario de Cristo, lo perseguía en los miembros de su Iglesia. Cuando se dirigía a Damasco, respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor 66. Desde el momento en que cae en tierra como fulminado por Cristo resucitado en las condiciones que conocemos, san Pablo quedó cambiado y transformado por la fuerza de la gracia. Reconoce a su Señor en quien le ha vencido, y se pone generosamente a su disposición: "Señor, ¿qué quieres que haga?" 67.
Fidelidad a Cristo Señor y victoria de la fe.
Según el ritual actualmente en uso, la primera pregunta que hace el sacerdote a quien se presenta para recibir el bautismo, es ésta: "¿Qué pides a la Iglesia de Dios?". A esta pregunta, el catecúmeno debe responder, o si se trata de un infante, el padrino responde en su nombre: "la fe" 68. Esto no debe sorprendernos. Indudablemente, si el candidato no tenía ya la fe en su corazón, no pediría el bautismo. Pero aquí la Iglesia, como lo hacia san Agustín, identifica de algún modo el bautismo y la fe 69. Ya Tertuliano llamaba al bautismo "signo de fe", y también "sello de la fe» 70. Según la expresión tradicional empleada por san Agustín y frecuentemente repetida por santo Tomás, el bautismo es el "sacramento de la fe" ". En efecto, por el bautismo el cristiano entra en comunión de fe con la Iglesia, se adhiere perfectamente a Cristo, del que se convierte en miembro vivo, se compromete en su servicio. En consecuencia, solamente merece el nombre de fiel aquel cuya vida está conforme a este compromiso.
Ahora bien, en el pensamiento de la Iglesia, la octava pascual ofrece a todos los cristianos una ocasión favorable para renovarse en su fe en el Salvador. Con la antífona de la comunión, que está tomada del evangelio del día, la misa del domingo Quasimodo termina precisamente con esta recomendación que, prescindiendo del discípulo recalcitrante, se dirige a todos y cada uno de los bautizados: "No seas incrédulo, sino creyente".
También es importante que en la práctica de la vida cristiana conservemos el beneficio de la renovación producida en nuestras almas mediante una fervorosa celebración de la solemnidad pascual. Esto es lo que nos hace pedir la Iglesia en la colecta del domingo:
Concédenos, Señor todopoderoso que, habiendo celebrado las solemnidades pascuales, conservemos, con tu gracia, su fruto en nuestra vida y costumbres.
Está fuera de duda que el hecho de revivir litúrgicamente cada año el misterio pascual tiene como efecto hacer más profunda y sólida nuestra convicción de que Cristo resucitado es el Señor, "Nuestro Señor" para cada uno de nosotros. Nos ayuda a comprender mejor la naturaleza del bautismo y el alcance de nuestro compromiso. Recibimos de Cristo mismo mayor luz y fuerza para responder con mayor fidelidad a las exigencias de nuestra fe. La sumisión al influjo de Cristo viviente, se hace en nosotros más total, más absoluta, más conforme a nuestra consagración bautismal. Cada fiesta de Pascua merece ser considerada como el punto de partida de una nueva vida, no solamente para los neófitos que acaban de nacer a la vida de Cristo resucitado, sino para todos los cristianos que han participado en la celebración de la solemnidad pascual renovándose en la gracia de su bautismo. De unos y otros se puede decir con toda verdad que caminan en una nueva vida.
Cuando san Juan afirma en la epístola de la misa 72 que nuestra fe ha vencido al mundo, se comprende en seguida que se trata de la fe que implica un compromiso total en servicio del Señor, la fe del bautismo. En realidad, solamente Cristo es el único vencedor del mundo, como lo ha dicho 73. Ahora bien, incorporado a Cristo por el bautismo, el cristiano participa en su victoria en la medida en que permanece bajo el influjo del Salvador resucitado, viviendo y actuando en él.
Es inútil repetir que, para vivir su bautismo y responder fielmente a sus exigencias, es necesario ante todo guardar la pureza de la fe. Renovados en Cristo por la celebración de las solemnidades pascuales, los cristianos, como los neófitos, deben asimilarse a los recién nacidos. No pueden crecer y desarrollarse en Cristo sin alimentar su alma con la leche purísima del evangelio 74. De ahí arranca esta recomendación que la Iglesia dirige maternalmente a todos sus hijos para introducirles, mediante la antífona de entrada, en la liturgia del domingo Quasimodo:
Como niños recién nacidos, aleluya; con toda sabiduría 75, apeteced la leche espiritual sin engaño, aleluya, aleluya, aleluya.
Finalmente, la Iglesia no acertaría a concluir los días que siguen a la celebración de la verdadera Pascua, estos días que Romano Guardini llama tan acertadamente "días de tránsito hacia lo eterno", sin pedir por última vez al Señor que, después de haber sentido la alegría de la solemnidad pascual, pueda un día gozar de la plenitud de una alegría eterna. ¿No sucede el fruto a la flor?