sábado, 10 de abril de 2010
(74) Gracia y libertad –IX. Santa Teresa del Niño Jesús. 3
–Esta Santa pequeñita es una Santa pero que muy grande.
–Coincide usted con el Papa San Pío X: es «la santa más grande de los tiempos modernos». Y la más joven de los treinta y tres doctores de la Iglesia, pues murió a los veinticuatro años.
Continuamos contemplando en Santa Teresita la obra maravillosa de la gracia de Dios.
Santificada con mediaciones escasas. Algunas expresiones de Santa Teresita son sumamente audaces, y ella es consciente de ello. «Tal vez juzguéis exageradas mis expresiones… Pero yo os aseguro que en mi pequeña alma no hay exageración alguna; todo en ella está tranquilo y sereno. Al escribir, me dirijo a Jesús y le hablo a él; así me resulta más fácil expresar mis pensamientos» (IX,1v).
La gracia de Dios obra en ella maravillas en la Eucaristía, los sacramentos, en su familia, en la observancia fiel de la vida en el Carmelo, etc. Pero aparte de esos medios fundamentales, se sirve de medios muy escasos. No tiene director espiritual, tampoco lee muchos libros, fuera de los santos Maestros carmelitas. Tiene una especie de inapetencia crónica para leer diversos libros que la biblioteca del monasterio le ofrece.
«En medio de esta mi impotencia, la Sagrada Escritura y la Imitación de Cristo vienen en mi ayuda. En ellos encuentro un alimento sólido y completamente puro. Pero lo que me sustenta en la oración es por encima de todo el Evangelio. En él encuentro todo lo que necesita mi pobre alma. Siempre descubro en él nuevas luces de sentidos ocultos y misteriosos. Comprendo, y sé por experiencia, que “el reino de Dios está dentro de nosotros” [Lc 17,21]. Jesús no tiene necesidad de libros ni de doctores para instruir a las almas. El es el Doctor de los doctores. Enseña sin ruido de palabras. Nunca le oigo hablar, pero sé que está dentro de mí. Me guía, y me inspira en cada instante lo que debo decir o hacer. Justamente en el momento que las necesito [no antes, no le da nunca provisiones], me hallo en posesión de luces cuya existencia ni siquiera habría sospechado. Y no es precisamente en la oración donde se me comunican abundantemente tales ilustraciones; las más de las veces es en medio de las ocupaciones del día…» (VIII,83rv).
Privilegiada inmensamente por el amor de Dios misericordioso. A su hermana Paulina, la que más influyó en su educación cristiana de niña y adolescente, y ahora su Priora del Carmelo, M. Inés de Jesús, le confiesa: «¡Oh, Madre mía querida! Después de tantas gracias ¿no podré yo cantar con el salmista: “El Señor es bueno y eterna es su misericordia” [Sal 117,1]?…. Creo que si las demás criaturas gozasen de las mismas gracias que yo, Dios no sería temido de nadie, sino amado con locura. Y amándole, no temiéndole, ninguna alma llegaría a ofenderle… Comprendo, sin embargo, que no todas las almas pueden parecerse. Es necesario que haya diferentes modelos, a fin de honrar especialmente cada una de las perfecciones de Dios. A mí me ha dado su misericordia infinita, y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas. Así, todas se me presentan radiantes de amor. Hasta la Justicia –y tal vez ella más que ninguna otra– me parece revestida de amor» (VIII,83v).
«Vos conocéis los ríos, o mejor, los océanos de gracia que han inundado mi alma… Siento que el Amor me penetra y me rodea. Me parece que ese Amor Misericordioso renueva y purifica a cada instante mi alma, no dejando en ella traza de pecado. Por eso, no puedo temer el purgatorio. Sé que por mí misma ni siquiera merecería entrar en ese lugar de expiación, al que sólo tienen acceso las almas santas. Pero sé también que el fuego del Amor es más santificante que el purgatorio. Sé que Jesús no puede desearnos sufrimientos inútiles, y que no me inspiraría los deseos que siento si no estuviese dispuesto a colmarlos» (VIII,84r).
«Madre mía: Jesús ha concedido a vuestra hija la gracia de penetrar las misteriosas profundidades de la caridad. Si me fuese posible expresar todo lo que me es dado a entender, oiríais una melodía celestial» (XI,18v). «¡Oh Jesús mío! Tal vez sea una ilusión, pero creo que no podéis colmar a un alma de más amor del que habéis colmado la mía. Por eso me atrevo a pediros que améis a los que me disteis como me amáis a mí misma» (XI,35r)… «Pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan estrechamente a sí que sea él quien viva y obre en mí». El Amor divino hará en Teresita y con ella todas las obras que quiera, «porque un alma abrasada de amor no puede permanecer inactiva» (XI,36r). Y sin embargo…
Noche oscura, ausencia habitual de consolaciones sensibles. «No creáis que nado en medio de las consolaciones. ¡Oh no! Mi consolación es no tenerla en la tierra [Es la gracia especial que pidió en su primera comunión, haciendo suya una frase de la Imitación IV,16,2]».(IX,1r). El Señor «permitió que mi alma se viese invadida por las más densas tinieblas… Y esta prueba no debía durar sólo unos días o unas semanas: no se extinguirá hasta la hora marcada por Dios… y esa hora no ha sonado todavía. Quisiera poder expresar lo que siento, pero, ¡ay!, creo que es imposible. Es preciso haber peregrinado por este negro túnel para comprender su oscuridad» (X,5v). «Madre querida, tal vez os parezca que exagero la congoja de mi alma. De hecho, si me juzgáis por los sentimientos que expreso en las poesías que he compuesto este año, os debo parecer un alma llena de consolaciones, para quien casi se ha rasgado el velo de la fe».
«Y sin embargo, no es ya un velo, es un muro que se eleva hasta el cielo y me oculta el firmamento estrellado. Cuando canto la felicidad del cielo, la eterna posesión de Dios, no experimento alegría alguna, porque canto simplemente lo que deseo creer. Algunas veces, es verdad, un pequeñito rayo de sol viene a esclarecer mis tinieblas; entonces la prueba cesa por un instante. Pero inmediatamente, el recuerdo que trae consigo este rayo de luz, en lugar de causarme gozo, hace aún más espesas mis tinieblas. Nunca había experimentado como ahora qué dulce y misericordioso es el Señor. No me mandó este martirio interior antes, sino en el momento en que me encuentro con fuerzas para soportarlo, pues de haber sido antes, creo que me hubiera hundido en el desaliento. Al presente, este tormento limpia todo lo que de satisfacción natural pudiera haber en el deseo que tengo del cielo. Me parece que ahora ya nada me impide volar, pues no tengo grandes deseos, excepto el de amar hasta morir de amor (9 de junio [1895])» (X,7v).
El Señor le muestra su vocación personal: ser el amor en la Iglesia. Santa Teresita, aunque era tan consciente de su pequeñez y debilidad, confiesa con todo atrevimiento: «Ser tu esposa, Jesús, ser carmelita, ser por mi unión contigo madre de almas, debería bastarme… Pero no es así… Yo siento en mí otras vocaciones. Siento la vocación de guerrero, de sacerdote, de apóstol, de doctor, de mártir… Siento en mí la vocación de sacerdote… ¡Oh, Jesús, amor mío, vida mía! ¿cómo hermanar estos contrastes? ¿Como realizar los deseos de mi alma pobrecita? Tengo vocación de apóstol, quisiera recorrer la tierra, plantar tu cruz gloriosa en tierra infiel. Pero, Amado mío, una sola misión no sería suficiente para mí. Quisiera anunciar el Evangelio al mismo tiempo en las cinco partes del mundo… Quisiera ser misionero, y no sólo durante algunos años, sino haberlo sido desde la creación del mundo y seguir siéndolo hasta la consumación del mundo» (IX,10v).
Así escribía en su celda la que sería, con toda razón, Patrona universal de las misiones católicas… «¡Jesús, Jesús! ¿qué responderás a todas mis locuras? ¿Hay acaso un alma más pequeña e impotente que la mía? Y no obstante fue precisamente esta mi debilidad la que te movió siempre, oh Señor, a colmar mis pequeños deseos, y la que te mueve hoy a colmar otros deseos míos más grandes que el universo» (IX,3r). Una vez más, el Señor responde a los deseos que en ella había infundido, mostrándole el himno paulino de la caridad, 1 Corintios, 12-13:
«Por fin había encontrado el descanso para mi alma… Considerando el cuerpo místico de la Iglesia, no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por San Pablo; o mejor dicho, creía reconocerme en todos. La caridad me dió la clave de mi vocación… Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor… Comprendí que el amor encierra todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que el amor abarca todos los tiempos y todos los lugares, en una palabra, que el amor es eterno. Entonces, en un transporte de alegría delirante, exclamé: ¡Oh, Jesús, amor mío! Por fin he encontrado mi vocación; mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi lugar en la Iglesia. Dios mío, vos mismo me lo habéis enseñado. En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor. Así lo seré todo, así mi sueño se verá realizado» (IX,3v).
Un caminito humilde santo y santificante para los pequeños. Y para todos. «Siempre he deseado ser una santa», confiesa Santa Teresita, al mismo tiempo que declara su pequeñez y debilidad tan grandes. Y el ser consciente de su mínima condición personal, «en vez de desanimarme, siempre que lo he pensado, me ha llevado a esta reflexión: Dios no puede inspirar deseos irrealizables. Por lo tanto, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Crecer me es imposible. He de soportarme a mí misma tal cual soy, con todas mis imperfecciones. Pero quiero hallar el modo de ir al cielo por un caminito muy recto, muy corto; por un caminito del todo nuevo (je veux chercher le moyen d’aller au Ciel par une petite voie bien droite, bien courte, una petite voie toute nouvelle). Estamos en el siglo de los inventos». Ahora en vez esforzarse subiendo escaleras, basta con tomar el ascensor. «Yo quisiera encontrar también un ascensor para llegar hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir la ruda escalera de la perfección. Entonces busqué en los Sagrados Libros… y hallé estas palabras: “el que sea pequeñito que venga a mí” [Prov 9,4]» (X,2v).
«Madre, yo soy demasiado pequeña para sentir vanidad, soy demasiado pequeña también para hacer frases bonitas con el fin de hacerle creer que gento una gran humildad. Prefiero reconocer con toda sencillez que el Todopoderoso ha obrado grandes cosas en el alma de la hija de su divina Madre; y la más grande de todas es precisamente haberle dado a conocer su pequeñez y su impotencia» (X,4r).
Santa Teresita habla de su invento con ironía, en broma, pues en realidad de ningún modo lo entiende ella como un camino nuevo. Ya desde niña, antes de la primera comunión, le han inculcado «el medio para llegar a ser santa por la fidelidad en las más pequeñas cosas» (IV,33r). Y bien sabe ella que todos los santos han llegado a la santidad experimentando y descubriendo la infinita Misericordia divina en la insondable miseria del ser humano. Todos los santos se reconocen como un niño analfabeto, que solo puede escribir algo válido si su mano es llevada por la mano de Dios. Pero algunos ha habido que no captaron la broma. Un cierto autor francés, por ejemplo, escribió un libro sobre la espiritualidad de Santa Teresita, dándole por subítitulo flamante un chemin entiérement nouveaux, descubierto, por cierto, en Francia. En realidad, Teresita, en el sentido etimológico más preciso, inventa = encuentra, en medio de una selva de católicos voluntaristas, pelagianos o semipelagianos, y de luteranos, quietistas, jansenistas, etc., el camino verdadero de la fe católica. No hay otro. No hay en la Iglesia otro camino de perfección que el de la infancia espiritual. «Si no os hiciéreis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18,3). Está claro.
Amor al prójimo. Se preguntaba Santa Teresita, ¿cómo amar al prójimo como Jesús le amó? Parece un mandato imposible de cumplir. El Concilio de Trento afirma que «Dios no manda cosas imposibles», porque Él hace posible por su gracia su cumplimiento (Denz 1536). Y así es como nuestra santa y joven Doctora responde a su pregunta. Los mandamientos son gracias externas, por las cuales Cristo nos revela aquello que, asistiéndonos con su gracia interna, quiere Él obrar en nosotros y con nosotros.
«¡Ah Señor! Sé que no mandáis nunca nada imposible. Conocéis mejor que yo misma mi debilidad. Sabéis que nunca podría amar a mis Hermanas como vos las amáis, si vos mismo, oh Jesús, no las amáis también en mí. Y porque queríais concederme esta gracia, por eso impusistesis un mandamiento nuevo. ¡Oh, con qué amor lo acepto, pues me da la certeza de que es voluntad vuestra amar en mí a todos los que me mandáis amar! Sí, lo experimento: cuantas veces yo soy caritativa, es Jesús quien obra en mí. Y cuanto más unida estoy a él, tanto más amo a mis Hermanas» (X,12r).
«He notado, y es muy natural, que las Hermanas más santas son las más amadas… Por el contrario, a las almas imperfectas no se las busca… se evita su compañía… Pues ved la conclusión que saco de todo esto: En la recreación, en la licencia, debo buscar la compañía de las Hermanas que me son menos agradables y cumplir con esas almas heridas el oficio del buen Samaritano. Una palabra, una sonrisa amable, bastan a veces para alegrar un alma triste… Deseo ser amable con todas –particularmente con las Hermanas que me son menos agradables– para complacer a Jesús y seguir el consejo que él nos da en el Evangelio [Lc 14,12-14; Mt 6,4]» (XI,27v-28r).
Seguiremos, Dios mediante.
José María Iraburu, sacerdote
(73) Gracia y libertad –VIII. Santa Teresa del Niño Jesús. 2
El Señor le concede la gracia del celo apostólico en aquella misma noche de Navidad, en la que la llorona fue fortalecida para siempre. Cuando tenía trece años.
«Aquella noche luminosa comenzó el tercer período de mi vida, el más hermoso de todos, el más lleno de gracias del cielo. La obra que yo no había conseguido realizar en diez años, Jesús la consumó en un instante, contentándose con mi buena voluntad, que por cierto, nunca me había faltado. Yo podía decirle como los apóstoles: “Señor, he estado pescando toda la noche sin coger nada” [Lc 5,5]. Más misericordioso conmigo que con sus discípulos, Jesús mismo cogió la red, la echó, y la sacó llena de peces. Hizo de mí un pescador de almas. Sentí un gran deseo de trabajar por la conversión de los pecadores, deseo que nunca hasta entonces había sentido tan fuertemente. Sentí, en una palabra, que entraba en mi corazón la caridad, la obligación de olvidarme de mí misma por complacer a los demás. Desde entonces fui dichosa…
«El mismo grito de Jesús en la cruz, “¡tengo sed!” [Jn 19,28] resonaba continuamente en mi corazón… Yo misma me sentía devorada por la sed de las almas. No eran todavía las almas de los sacerdotes las que me atraían, sino la de los grandes pecadores. Me abrasaba el deseo de librarlas del fuego eterno» (V,45v).
Jesús mismo va formando a la futura Doctora de la Iglesia. Por esos años le vino a Teresita el ansia de saber, sobre todo en temas de historia y de ciencias. Pero pronto le hizo ver el Señor que «aquello no era más que vanidad y aflicción de espíritu [+Eccl 2,11]» (V,46v).
«Me hallaba en la edad más peligrosa para las jóvenes. Pero Dios realizó en mí lo que cuenta Ezequiel en sus profecías [16,8-13]: “pasando a mi lado, Jesús vió que era llegado para mí el tiempo de ser amada… Extendió sobre mí su manto, me lavó con preciosos perfumes, me vistió ropas bordadas… Me alimentó con la más pura harina, con miel y aceite en abundancia… Todo esto me tornó bella a sus ojos, y él hizo de mí una reina poderosa”. Sí, todo esto hizo Jesús conmigo…
«Desde hacía mucho tiempo me alimentaba con “la pura harina” contenida en la Imitación. Fue éste el único libro que aprovechó a mi alma, pues aún no había hallado los tesoros escondidos en el Evangelio… A los catorce años, con mis vivos deseos de saber, Dios creyó oportuno añadir a “la pura harina”, “miel y aceite en abundancia”… Me los proporcionó en las conferencias del señor Abate Arminjon sobre El fin del mundo presente y los misterios de la vida futura… Aquella lectura fue también una de las mayores gracias que he recibido en mi vida» (V,47r-v).
Celina y Teresa, con todo esto, se van preparando para su ingreso en el Carmelo. «Sí, seguíamos ligeras las huellas de Jesús. Las centellas de amor que él sembraba a manos llenas en nuestras almas… hacían desaparecer a nuestros ojos las cosas pasajeras, y de nuestros labios brotaban aspiraciones de amor inspiradas por él… Creo que recibíamos gracias de un orden tan elevado como las concedidas a los grandes santos… El Amor nos hacía hallar en la tierra a Aquél a quien buscábamos» (V,47v).
«Gracias tan grandes no podían quedar sin frutos… y el renunciamiento se me hizo fácil aun en el instante primero. Jesús dijo: “al que tiene se le dará más, y se hallará en la abundancia” [Mt 13,12]. Por una gracia fielmente recibida, Él me concedía una multitud de gracias nuevas. Se me entregaba Él mismo en la Santa Comunión con mayor frecuencia de la que yo me hubiera atrevido a esperar» (V,48r-v).
Jesús mismo es su director espiritual. «Era mi camino tan recto, tan luminoso, que no necesitaba por guía más que a Jesús. Comparaba a los directores espirituales con los espejos fieles que reflejaban a Jesús en las almas, y pensaba que en mi caso Dios no se servía de intermediarios, sino que obraba directamente… Porque era pequeña y débil, se abajaba hasta mí y me instruía secretamente en las cosas de su amor. ¡Ah! si los sabios que vivieron entregados al estudio me hubieran examinado, ciertamente habrían quedado sorprendidos al ver a una niña de catorce años penetrar los secretos de la perfección, secretos que toda su ciencia no sería capaz de descubrirles nunca, porque para poseerlos es necesario ser pobre de espíritu» (V,48v).
Por pura gracia de Dios entra Teresita en el Carmelo. Todo, comenzando por su edad, quince años, se mostraba en contra. Las gestiones realizadas por quienes apoyaban su intento, todas quedaban en nada. «No hallaba ayuda alguna en la tierra, la cual me parecía un desierto árido y sin agua [Sal 62,2]. Sólo en Dios tenía puesta mi esperanza» (VI,66r). Y esta esperanza no le llevaba a una pasividad inerte –la esperanza es una virtus, una fuerza–, sino que, por el contrario, la llenaba de audacia, y superando su timidez, la hacía llegar hasta el mismo Papa León XIII (20-XI-1887).
Finalmente, «a pesar de todos los obstáculos, se realizó lo que Dios quiso. No permitió el Señor a las criaturas hacer lo que ellas querían, sino lo que quería él» (VI,64r). Y aunque la superiora del Carmelo de Lisieux no quería admitirla, para que no se juntasen en comunidad tres hermanas de sangre, «Dios, que tiene en su mano el corazón de las criaturas y lo maneja como quiere, cambió las disposiciones de dicha religiosa» (VIII,82v), y finalmente pudo ingresar en abril de 1888. «Así obró Jesús con su Teresita. Después de haberla probado durante mucho tiempo, colmó todos los deseos de su corazón» (VI,67v).
«¡Las ilusiones! Dios me concedió la gracia de no llevar ninguna [ilusión] al Carmelo. Hallé la vida religiosa tal y como me la había figurado. Ningún sacrificio me extrañó… Jesús me hizo comprender que las almas me las quería dar por medio de la cruz. Y mi anhelo de sufrir creció con el sufrimiento mismo» (VII,69v). La Priora, Madre María de Gonzaga, se mostró desde el principio muy severa con ella. «Y fue ésta una gracia inapreciable. ¡Cómo obraba Dios visiblemente en la que estaba en su lugar! ¿Qué hubiera sido de mí si, como creían las personas del mundo, yo hubiese sido el juguete de la Comunidad?» (VII,70v).
La Hna. Teresa confiesa que todavía estaba algo apegada al uso de las cosas bonitas. Pero «mi Director [Jesús]soportó aquello con paciencia, pues no acostumbra a dirigir a las almas enseñándoles todo a un tiempo. Suele ir concediendo poco a poco sus luces… No tardé en convencerme de que cuanto más adelanta uno en este camino [de la perfección] más lejos se cree del término. Por eso ahora me resigno a verme siempre imperfecta, y encuentro en ello mi alegría» (VII,74r).
Muy pronto, sin embargo, Jesús quiso librarla de esos pequeños apegos y le dió grandes luces sobre la pobreza, haciéndole entender que ella «consiste no sólo en verse una privada de las cosas agradables, sino también de las indispensables. Así fue como, en medio de las tinieblas exteriores, el Señor me iluminó interiormente» (ib.).
Dios le da la gracia de amar mucho la mortificación. Ella confiesa que cuando vivía en su casa familiar estaba «muy lejos de parecerme a esas hermosas almas que desde su infancia practicaron toda clase de mortificaciones. Yo no sentía por ellas ningún atractivo. Sin duda, aquello era debido a mi cobardía … Mis mortificaciones consistían en quebrantar mi voluntad, siempre dispuesta a salirse con la suya; en callar una palabra de réplica, en prestar pequeños servicios sin hacerlos valer, en no apoyar la espalda cuando estaba sentada, etc. etc.» (VI,68v). Desde niña, como ya vimos, había sido enseñada a buscar la santidad en «la fidelidad en las más pequeñas cosas» (IV,33v).
Ya en el Carmelo, igualmente, «me dedicaba especialmente a la práctica de las pequeñas virtudes, por no serme fácil practicar las grandes. Así, por ejemplo, me gustaba doblar las capas que olvidaban las Hermanas, y prestar a éstas los pequeños servicios que podía. Me fue dado también un gran amor a la mortificación. Y este amor era tanto más grande, cuanto menos era lo que me permitían hacer para satisfacerlo… De haber obtenido permiso para hacer muchas penitencias, de seguro que mi ardor no hubiera durado gran cosa. Las solas que me concedían, sin yo pedirlas, era mortificar mi amor propio, lo cual me aprovechaba mucho más que las penitencias corporales» (VII,74v).
Teresa siempre se mueve movida por Jesús. «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Sabemos –es de fe– que la gracia habitual potencia al hombre para actos sobrenaturales, meritorios de vida eterna. Pero también sabemos que las gracias actuales del Señor le activan siempre para el bien. Esta doctrina, como ya lo expuse, es la más conforme con la Escritura, el Magisterio conciliar y la experiencia de los santos: «Dios, cuantas veces obramos bien, para que obremos, obra en nosotros y con nosotros» (Orange II, Denz. 379; cf. Trento ib.1546; STh I-II,109, 9). Pues bien, Santa Teresa del Niño Jesús, al dar testimonio de su experiencia espiritual, confirma continuamente en sus escritos esa doctrina.
Por ejemplo, con ocasión de su Profesión religiosa, en septiembre de 1890, ella declara: «he observado con frecuencia que Jesús no quiere darme nunca provisiones. Me alimenta instante por instante con un manjar recién hecho. Lo encuentro en mí sin saber cómo ni de dónde viene. Creo, sencillamente, que es Jesús mismo, escondido en el fondo de mi pobrecito corazón, quien obra en mí, dándome a entender en cada momento lo que quiere que yo haga» (VIII,76r). «Sí, lo sé; cuando soy caritativa, es únicamente Jesús quien actúa en mí» (X,12v). «Ya no vivo yo; es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).
Ella obra el bien cuando Jesús lo obra en ella y con ella; pero sin Él, no puede nada. Podemos comprobarlo, p.ej., en esta anécdota. Al tomar el velo religioso, se dolió mucho por la ausencia de su padre, recogido en una Casa de Salud. «Aquel día Jesús permitió que no fuese capaz de contener mis lágrimas… De hecho, había yo soportado otras pruebas mucho mayores sin llorar; pero era por haberme hallado asistida de una gracia poderosa. Por el contrario, el día 24, Jesús me dejó abandonada a mis propias fuerzas, y demostré cuán pequeñas eran» (VIII,77r).
Jesús le da santos deseos y le da luego su fuerza para obrarlos. Todo es don de su gracia. «¡Qué misericordioso ha sido el camino por donde Dios me ha llevado siempre. Nunca me ha hecho desear cosa que luego no me haya concedido» (VII,71r). Lo repite muchas veces en sus escritos. Dios «no ha querido que tuviese un solo deseo sin verlo inmediatamente satisfecho» (VIII,81r). «El Señor es tan bueno conmigo que me es imposible tenerle miedo. Siempre me ha dado lo que he querido, o mejor, siempre me ha hecho desear lo que pensaba darme» (XI,31r).
«¡Ah, cuántos motivos tengo para dar gracias a Jesús por haber tenido a bien colmar todos mis deseos! Al presente no tengo ya ningún deseo, si no es el de amar a Jesús con locura… Mis deseos infantiles han desaparecido… Ya no deseo ni el sufrimiento ni la muerte, aunque sigo amándolos: el amor es lo único que me atrae… Al presente, sólo el abandono me guía, no tengo otra brújula» (VIII,82v).
Abandono, puro amor y ninguna voluntad propia. Ya Santa Teresita no quiere nada por su propia voluntad. Quiere no más, no menos, ni otra cosa, que aquello que Dios concretamente quiera obrar en ella. En la navidad de 1887, en una barquita que en su habitación lleva al Niño Jesús dormido, lee una sola palabra: «abandono» (VI,68r). Ahora, en el Carmelo, con la muerte de los deseos infantiles, ya Teresa no quiere nada: «sólo el abandono es mi guía… Ya no me es posible pedir nada con ardor, excepto el cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios sobre mi alma, sin que las criaturas puedan ponerle obstáculos… “Ya sólo en amar es mi ejercicio” [San Juan de la Cruz, Cántico 28])» (VIII,83r). Y en este abandono total halla Teresita su paz y su alegría. «Tanto en las cosas pequeñas como en las grandes Dios da el céntuplo en esta vida a las almas que todo lo han abandonado por su amor» (VIII,81v).
Jesús quiere lo que quiere Teresa, pues ella ya no quiere sino la voluntad de Jesús. «Siempre me ha dado lo que he querido, o mejor, siempre me ha hecho desear lo que pensaba darme» (XI,31r).
José María Iraburu, sacerdote
(72) Gracia y libertad –VII. Santa Teresa del Niño Jesús. 1
Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897), nace en Alençon, Francia, la última de nueve hermanos. Dios se sirvió de sus padres, Luis José Martin y María Celia Guerin, beatificados en 2008, y de sus hermanas para dar a Teresita una educación cristiana de altísima calidad, que le hizo crecer en el mundo de la gracia con una precocidad extraordinaria.
A los 2 años toma ya «la resolución de hacerse monja», y a los 3 decide «no rehusar nada al buen Dios», recibir siempre su gracia. Ingresa en el Carmelo de Lisieux a los 15 años y muere a los 24. Beata (1923), santa (1925), Patrona universal de las misiones católicas, con San Francisco Javier (1927), llega a ser Doctora de la Iglesia (1997). Su doctrina espiritual se expresa fundamentalmente en sus Manuscritos autobiográficos, escritos en tres cuadernos escolares, que han sido distribuidos en once capítulos (I-XI). El cuaderno A (1895, a su hermana, Hna. Inés de Jesús), el B (1986, a su hermana, Hna. Mª del Sagrado Corazón) y el C (1987, a su priora, M. María de Gonzaga). Son conocidos como La historia de un alma. También son numerosas sus Cartas, Poesías y Oraciones. Y del final de su vida tenemos las Últimas conversaciones, anotadas por la Hna. Inés de Jesús.
El escrito que sigue viene a ser una antología de textos de Santa Teresita sobre la acción de la gracia de Dios en ella. Y quiera el Señor que los lectores que no hayan acabado de entender la doctrina intelectual que hasta aquí he expuesto sobre gracia-libertad, la entiendan por fin en la declaración experiencial que hace de ella esta santa Doctora.
La distribución desigual que Dios hace de sus gracias, tan claramente experimentada por Teresita en su propia vida, es el primer tema que toca en su primer cuaderno, y que desarrolla a lo largo de todos sus escritos. Bien podría ella ser llamada Doctora de la gracia.
«Este es el misterio de mi vocación, el de toda mi vida: el misterio, sobre todo, de los privilegios que Jesús ha dispensado a mi alma. No a los que son dignos; Jesús llama a los que quiere. O como dice S. Pablo: “Dios tiene misericordia de quien quiere y tiene compasión de quien quiere. No es, pues, obra ni del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia” (Rm 9,15-16).
«Durante mucho tiempo estuve preguntándome a mí misma por qué Dios tenía preferencias; por qué no todas las almas recibían sus dones por igual. Era cosa que me maravillaba. Al verle prodigar favores extraordinarios a los santos que le habían ofendido –como S. Pablo, S. Agustín–, forzándoles, por así decirlo, a recibir sus gracias; o bien, al leer la vida de aquéllos a quienes Nuestro Señor colmaba de caricias desde la cuna hasta el sepulcro, apartando de su camino todo lo que fuese obstáculo para elevarse a él, y previniendo sus almas con tales favores que no pudiesen empañar el brillo inmaculado de su vestidura bautismal, me preguntaba a mí misma por qué los pobres salvajes, por ejemplo, morían en gran número sin siquiera haber oído pronunciar el nombre de Dios».
«Jesús se dignó instruirme acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza. Y comprendí que todas las flores creadas por él son bellas», tanto una rosa aromática y preciosa, como una mínima margarita. «Lo mismo acontece en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. Él ha creado a los santos grandes, que pueden compararse a las azucenas y a las rosas. Pero ha creado también a otros más pequeños… La perfección consiste en cumplir su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos» (I,2v-r).
Toda la vida de Teresita ha sido una obra maravillosa de la gracia de Dios. «No es mi vida propiamente dicha lo que voy a escribir, sino más bien mis pensamientos acerca de las gracias que Dios se ha dignado concederme»…
«La Flor [la Florecilla de Jesús] que va a contar su historia se complace en hacer públicas las delicadezas, totalmente gratuitas, de Jesús. Reconoce que nada había en ella capaz de atraer sobre sí las divinas miradas del Señor, y que sólo su misericordia ha obrado todo lo bueno que hay en ella. Él la hizo nacer en una tierra santa… Él la quiso precedida de ocho azucenas… Él, en su amor, tuvo a bien preservar a su Florecilla del aliento envenenado del mundo. Apenas empezaba a abrirse su corola, cuando este divino Salvador la trasplantó a la Montaña del Carmelo»… (I,3v). Sólo escribo «lo que Dios ha hecho por mí» (I,4r).
Un natural malo y una educación excelente. El don de la gracia de Dios no actúa en Teresita sobre un don de naturaleza sana y excelente. Todo lo contrario. Ella misma se describe con una niña hipersensible, dada a llorar, con un enorme amor propio, y atacada a veces por unas rabietas de intensidad anormal. Transcribe de una carta de su madre:
«Cuando las cosas no salen a su gusto, se revuelca por el suelo como una desesperada, creyéndolo todo perdido. Hay momentos en que la contrariedad la vence, y entonces hasta parece que va a ahogarse. Es una niña muy nerviosa» (I,8r). Narra también la terrible rabieta que una vez tuvo contra la criada Victoria (II,15v-16r).
La gracia divina concedió, por el contrario, a Teresa una excepcional educación cristiana. «Dios se ha complacido en rodearme siempre de amor» (I,4v). Recordaré sólo algunos detalles muy significativos. Su hermana Paulina, por gracia de Dios, le obligaba en ocasiones a ejercitarse en ciertos vencimientos, como a vencer el miedo a quedarse a oscuras sola de noche: «considero una gracia muy señalada el que me acostumbráseis, Madre mía querida, a vencer mis temores» (II,18v). A los seis o siete años, yendo con su padre de paseo, un señor y una señora que les saludaron dijeron cortesmente que la niña «era muy guapa. Papá les contestó que sí: pero me di cuenta de que por señas les decía que no me dirigiesen alabanzas» (II,21v).
Muy lectora, la gracia de Dios le libró de malas lecturas. «No sabía jugar, pero me gustaba la lectura; me hubiera pasado la vida leyendo. Gracias a Dios, tenía en la tierra ángeles para guiarme; cuidaban de escogerme los libros… Nunca permitió Dios que leyese uno solo capaz de hacerme daño. Es verdad que al leer ciertos relatos caballerescos, no siempre percibía de momento la realidad de la vida; pero en seguida me daba Dios a entender que la verdadera gloria era la que duraba eternamente» (IV,31v-32r).
La gracia de la vocación la recibe de Dios con toda certeza. A los nueve años «comprendí que el Carmelo era el desierto adonde Dios quería que yo fuese a esconderme. Lo comprendí con tan viva evidencia, que no quedó la menor duda en mi corazón. No fue el sueño de una niña a quien uno pueda llevar en pos de sí; fue la certeza de una llamada divina» (III,26r).
Tuvo no pocas penas en su infancia y adolescencia. «Dios, que deseaba sin duda purificarme y sobre todo humillarme, permitió que aquel martirio íntimo durase hasta mi entrada en el Carmelo, donde el Padre de nuestras almas barrió como con la mano todas mis dudas… Si Dios permitió al demonio acercarse a mí, me enviaba también ángeles visibles que me ayudaban» (III,28v-29r).
A los diez años pasó una misteriosa enfermedad, con unos dolores de cabeza y delirios, que parecían fingidos. Su padre, viéndola tan mal, entregó varias monedas de oro para que se ofrecieran misas por ella en Nuestra Señora de las Victorias, en el santuario de París. «Se necesitaba un milagro, y fue Nuestra Señora de las Victorias quien lo obró… De repente, la Santísima Virgen me pareció hermosa, tan hermosa que nunca había visto nada tan bello… Pero lo que me llegó hasta el fondo del alma fue la encantadora sonrisa de la Santísima Virgen» (III,30r). Con este gozo, quedó curada. Unos años más tarde, en 1887, visitando en París ese santuario, «la Santísima Virgen me dió a entender claramente que había sido ella, en verdad, quien me había sonreído y curado» (VI,56v).
Santa muy oculta y muy popular. No pocos santos, ya en vida, han sido reconocidos como santos. Pero no fue así en el caso de Santa Teresita. Cuando murió, no había en su comunidad conciencia de que habían convivido con una gran santa. Sólo lo fueron descubriendo al leer sus cuadernos biográficos. El Señor le reveló interiormente esta gracia. La que había de venir a ser una de las santas más populares de nuestro tiempo, hasta hoy, en vida pasó oculta e inadvertida.
«Recibí una gracia que siempre he considerado como una de las mayores de mi vida, pues en aquella edad no recibía aún las luces divinas de que ahora me veo inundada… Dios me hizo comprender que mi gloria quedaría oculta a los ojos de los mortales, y que consistiría en llegar a ser una gran Santa… Este deseo podría parecer temerario, teniendo en cuenta lo débil e imperfecta que yo era –y aún lo soy ahora, después de siete años vividos en religión–. No obstante, sigo sintiendo hoy la misma confianza audaz de llegar a ser una gran Santa, pues no me apoyo en mis méritos –no tengo ninguno–, sino en Aquél que es la Virtud y la misma Santidad. El solo, contentándose con mis débiles esfuerzos, me elevará hasta sí, y colmándome de sus méritos infinitos, me hará Santa» (IV,32r; subrayados suyos).
A los once años se preparó cuidadosamente a la primera comunión, con la ayuda de María, su hermana: «ella me indicaba el medio para llegar a ser santa por la fidelidad en las más pequeñas cosas» (IV,33r). Es el santo camino ya enseñado por San Francisco de Sales, Bossuet, Jean Pierre de Caussade, S.J. y otros maestros espirituales de la escuela francesa.
Por entonces, dice Teresita, el Señor encendió en su corazón «un gran deseo de sufrir, quedando al mismo tiempo convencida de que Jesús me tenía reservadas un gran número de cruces. Al instante me hallé inundada de tan grandes consolaciones, que las considero como una de las gracias más extraordinarias que he recibido en mi vida… Experimenté también el deseo de no amar más que a Dios, de no hallar alegría fuera de él. Con frecuencia repetía en mis comuniones las palabras de la Imitación [del Kempis]: “¡oh Jesús, dulzura inefable! Cambiadme en amargura todas las consolaciones de la tierra”. Esta oración brotaba de mis labios sin esfuerzo, sin violencia; me parecía repetirla, no por voluntad propia, sino como una niña que repite las palabras que una persona amiga le inspira» (IV,36r-v). La gracia de Dios obrando en ella y con ella.
La gracia hace que todo en Teresa, también sus deficiencias, sea para su bien. Todo es para el bien de quienes aman a Dios (Rm 8,28). Muy precoz en lecturas y pensamientos, era torpe en labores manuales y en el trato con las otras niñas. Era muy distinta de ellas, y aunque quería conseguir su aprecio, no lo conseguía.
«Ahora considero todo aquello como una gracia de Dios, el cual, queriendo sólo para sí mi corazón, escuchaba ya mi súplica “cambiando en amargura las consolaciones de la tierra”. Tanta mayor necesidad tenía yo de ello cuanto que, seguramente, no hubiera permanecido insensible a las alabanzas». Carecía, confiesa, «de habilidad para ganarme las simpatías de las criaturas. ¡Dichosa falta de habilidad! ¡Cuántos y cuán grandes males me ha evitado! (IV,37v-38r). «Doy gracias a Jesús por haber permitido que sólo hallase amargura en las amistades de la tierra. Con un corazón como el mío, me hubiera dejado prender y cortar las alas. Y entonces ¿cómo habría podido “volar y descansar” [Sal 54,6]?… Jesús conocía lo débil que yo era, para exponerme a la tentación… Yo sólo encontré amargura donde otras almas más fuertes que la mía encuentran gozo, aunque renuncian a él porque son fieles» (IV,38v).
«No es, por tanto, mérito mío, ni mucho menos, el haberme visto libre del amor a las criaturas, pues sólo la gran misericordia del Buen Dios me preservó de él. De faltarme el Señor, reconozco que hubiera podido caer tan bajo como Santa María Magdalena. Sí, ya sé por las palabras de Nuestro Señor a Simón que “aquél a quien menos se le perdona, menos ama” [Lc VII,47]; pero esas profundas palabras resuenan con inmensa dulzura en mi alma, porque sé también que Jesús me ha perdonado más a mí que a la Magdalena, puesto que me ha perdonado de antemano, impidiéndome caer». Obró Dios con Santa Teresita como un médico que, más que curar a su hija de una caída, se adelanta a quitar la piedra del camino para que no se caiga (IV,38v).
«Si mi corazón no hubiese sido dirigido hacia Dios desde su primer despertar, si el mundo me hubiera sonreído desde mi entrada en la vida, ¿qué habría sido de mí?… ¡Con cuánta gratitud canto las misericordias del Señor! Cumpliendo las palabras de la Sabiduría, ¿no me “retiró Él del mundo antes de que su malicia corrompiese mi espíritu y sus apariencias engañosas sedujesen mi alma” [Sab 4,11]?» (IV,40r).
El Señor «quiso llamarme a mí [al Carmelo] antes que a Celina [que era mayor que ella], y ella merecía mejor que yo, ciertamente, este favor. Pero Jesús sabía cuán débil era yo, y por eso me escondió primero en las cavernas de la piedra [Cantar 2,14; Ex 33,22]» (IV,44r). «Si el cielo me colmaba de gracias, no era debido, ciertamente, a mis méritos, pues era aún muy imperfecta» (V,44r).
De la fragilidad sufriente a la fortaleza alegre. Por temperamento, por sí misma, Santa Teresita era muy débil en sus sentimientos, muy frágil y vulnerable. Era una sufridora.
«Realmente en todo hallaba motivo de aflicción. Exactamente todo lo contrario de lo que me pasa ahora, pues Dios me ha concedido la gracia de no apenarme por ninguna cosa pasajera. Cuando me acuerdo del tiempo pasado, mi gratitud se desborda en mi alma viendo los favores que he recibido del cielo. Se ha obrado en mí tal cambio, que ni yo misma me reconozco. Deseaba, es verdad, alcanzar la gracia de “tener un dominio absoluto sobre mis acciones, ser su dueña, no su esclava”. Estas palabras de la Imitación me impresionaban profundamente. Pero sólo con el tiempo y a costa de deseos, por decirlo así, llegaría a obtener esta gracia inestimable. Entonces no era más que una niña que no parecía tener voluntad propia; lo cual hacía pensar a las personas de Alençon que era de carácter débil» (IV,43r-v).
«Verdaderamente, mi extremada sensibilidad me hacía insoportable. Si me acontecía disgustar involuntariamente a alguna persona querida, lloraba como una Magdalena… Y cuando empezaba a consolarme de la falta en sí misma, lloraba por haber llorado. Eran inútiles todos los razonamientos; no conseguía corregir tan feo defecto» (V,44v). ¿Cómo iba a entrar ella así en el Carmelo?… Necesitaba un cambio, una gracia especial. Distingue Santo Tomás entre gracia operante y gracia cooperante: «la primera depende de la gracia sola, mientras que la segunda de la gracia y del libre albedrío» (STh III,86, 4 ad 2m). Pues bien, el Señor concedió entonces a Teresita, según ella misma lo describe, una gracia operante maravillosa:
«Era necesario que Dios obrase un pequeño milagro para hacerme crecer en un momento. Y el milagro lo realizó el día inolvidable de Navidad… La noche en que Él se hace débil y paciente por mi amor, a mí me hizo fuerte y valerosa. Me revistió de sus armas. Desde aquella noche bendita nunca más fui vencida en ningún combate. Por el contrario, marché de victoria en victoria. Comencé, por decirlo así, “una carrera de gigante” [Sal 18,5]… Fue el 25 de diciembre de 1886 [a los 13 años] cuando se me concedió la gracia de salir de mi infancia; en otras palabras, la gracia de mi completa conversión… Teresa ya no era la misma. Jesús había cambiado su corazón» (V,44v-45r).
Continuará, con el favor de Dios.
José María Iraburu, sacerdote
GOBIERNO ANDALUZ ANDA A LA.......tinieblas
También se logran descuentos para la píldora abortiva
Con el «carné joven» de la Junta de Andalucía se logra un 20% de descuento en los abortos en dos clínicas sevillanas
La Junta de Andalucía ofrece un 20% de descuento a los jóvenes para numerosos servicios y consultas en el marco del programa «Aquí si, carné joven». Hasta aquí todo normal. Lo que ya no es tan normal es que entre estos servicios se encuentra la interrupción voluntaria del aborto, bajo el eslogan «Úsalo para todo…». Un feto ilustra el portal de una de estas clínicas ubicada en Sevilla. También hay rebajas para la píldora abortiva del día después en algunas farmacias de la comunidad andaluza.
09/04/10 10:34 AM | Imprimir | Enviar
(Agencias/InfoCatólica) Todas las jóvenes andaluzas que tengan entre 14 y 30 años y que tengan el carné joven tendrán un descuento de un 20 por ciento si quieren abortar. Todo ello gentileza de la Junta de Andalucía, que ofrece estos descuentos con esta tarjeta para utilizarla en varios centros privados y que aparecen en la web del Gobierno andaluz.
Según informa ABC, el lema de este carné en Andalucía “Úsalo para todo...”, ha sido tomado al pie de la letra, puesto que al igual que se hacen descuentos para cambiar los neumáticos o rebajas en establecimientos de comida, las jóvenes pueden abortar con una rebaja considerable. El aborto se convierte así en un actividad más. Y así lo hacen ver las clínicas que hacen estos descuentos.
“Es un servicio que contratamos y un descuento cualquiera, como encuentra el joven cuando quiere ir a cines, teatros y este tipo de cosas”, afirman con toda tranquilidad desde la Clínica abortista Heliopolis en Sevilla. Este centro se define como una “clínica privada, con conciertos con la Seguridad Social” y añade que “contrata este servicio con la Junta desde hace años para ofrecer descuentos a las jóvenes”.
El Instituto Andaluz de la Juventud, dependiente de la Consejería de Igualdad, publica la lista de dónde se pueden conseguir estos descuentos. Por ejemplo, en esta clínica sevillana la interesada debe entregar el carné joven y así tendrá un 20 por ciento “en consultas y servicios directos de interrupción voluntaria del embarazo y ecografía, consultas de planificación familiar, revisiones ginecológicas...” Lo mismo ocurre en otra clínica almeriense ante la que hace pocos días se manifestaron activistas provida.
domingo, 4 de abril de 2010
FELIZ PASCUA de RESURRECCIÓN
domingo, abril 04, 2010
Feliz Pascua de Resurrección
por Seneka en 8:40 AMChristus vincit, Christus regnat, Christus imperat!
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