LA EDAD CRISTIANA
O EL AION DEL MISTERIO DE LA IGLESIA
Basado en la obra del Padre Antonio Van Rixtel:
EL TESTIMONIO DE NUESTRA ESPERANZA
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La opinión evolucionista no tiene fundamento; tomó cuerpo en el siglo V y se basa en interpretaciones alegóricas.
Esta opinión se mantiene a través de los siglos con cierta uniformidad en su aspecto negativo, por cuanto todos concuerdan en negar que el triunfo de Cristo y de su Iglesia haya de venir después de la destrucción del Anticristo y la Restauración de Israel.
Pero en lo que se refiere a su argumentación positiva, cuando se trata de probar que la Iglesia en la presente edad es el Reino Mesiánico, no presentan ninguna unidad.
Las profecías que se refieren al triunfo de la Iglesia en la presente edad señalan un crecimiento de la iniquidad que culminará con la apostasía.
Y vemos que la historia va confirmando esta visión profética.
Estamos muy lejos, después de veinte siglos de cristianismo, de ver algún país en el cual el Reino de Cristo sea efectivo, y ni siquiera se vislumbra en el futuro una semejante realización, sino más bien lo contrario.
El enfriamiento de la caridad y la creciente apostasía son las señales que nos avisan que tenemos que levantar la cabeza y avivar nuestra esperanza en la pronta intervención de Cristo.
Algo semejante les pasó a los de la antigua Sinagoga: interpretaron alegóricamente todas las profecías que anunciaban el aspecto humilde de la Venida del Mesías, y pasaron por alto aquellas que enunciaban la ceguera que amenazaba a Israel, acomodando así las Profecías a su “gloriosa tradición”. Así condujeron al pueblo judío a aquella espantosa impiedad y apostasía, que los llevó a rechazar y crucificar a Jesús, Rey de los Judíos.
El misterio de la Venida de Cristo ha sido siempre una dificultad grandísima en la interpretación de las profecías: queda siempre la difícil tarea de separar bien los elementos de la palabra profética que se refieren a la Segunda Venida gloriosa de Cristo para no aplicarlos, equivocadamente, a su Primera Venida.
Los judíos tropezaron. Que sirva de advertencia para nosotros: no alegoricemos las profecías acerca de la Segunda Venida de Cristo.
El ejemplo de Israel es pues un aviso a fin de que guardemos fielmente la palabra profética, escudriñándola con humildad, para no caer en semejante ceguera, la cual repentinamente podría causar nuestra ruina. Además, la Palabra profética misma nos avisa que muchos misterios que se refieren al Reino han de quedar sellados hasta el fin de los tiempos, hasta cuando estén por cumplirse.
¿Habrán llegado estos tiempos? ¿Habrán de abrirse los sellos? Según el Cardenal Billot, el estado del mundo actual se acerca cada vez más al que nos describen Jesús y los Apóstoles para los últimos tiempos. Los últimos Papas se han expresado varias veces del mismo modo. Y ya que nadie nos puede asegurar lo contrario, tenemos motivos de sobra para redoblar nuestras tentativas en el escudriñamiento de las profecías, sabiendo que aún muchas cosas nos quedan por resolver.
Existe un plan de edades que la Sabiduría divina se había propuesto en Jesucristo, y que desde el principio de las edades estaba encubierto en Dios, y que San Pablo, por orden divina, ha de revelar entre los gentiles (Efesios 3: 8-12) [plan de edades = præfinitionem sæculorum].
Dios tiene un plan de Redención; y este plan, según la figura de la semana de la creación, se desarrolla en varias edades.
Se distinguen siete edades:
1ª) edad de la inocencia;
2ª) edad antediluviana;
3ª) la edad postdiluviana;
4ª) la edad patriarcal;
5ª) la edad mosaica;
6ª) la edad cristiana, o el aion del misterio de la Iglesia, que termina con la gran tribulación y la Venida del Señor para destruir al Anticristo. Nadie duda que ahora estamos en esta edad. Cristo mismo la llama la última hora, del poder de las tinieblas.
7ª) o el aion de la manifestación, que termina con la última impostura y el juicio delante del gran Trono Blanco, es lo que ha de venir todavía.
Al fin de la séptima edad el mismo Hijo entregará el Reino al Dios y Padre. Entonces comenzará la octava edad en los nuevos cielos y la nueva tierra.
La Iglesia ocupa un lugar único en el plan de Dios con respecto a la Redención del mundo.
La palabra Ecclesia (del griego ekkaleo = elegir, apartar) significa una congregación de hombres apartados, entresacados de entre la gran muchedumbre. De ahí que se llama a los fieles de la Iglesia “los elegidos”.
Una iglesia que recibe y abarca a todos los hombres es una contradicción “in terminis”.
Esta elección se inicia con un fin bien determinado y termina cuando el fin ha sido alcanzado. Circunscribe, pues, un tiempo fijo.
Además tenemos que distinguir entre la Iglesia como congregación y la Iglesia como instrumento de congregación.
Aquel que proyecta una congregación para un fin determinado, debe también equipar a esta congregación con la autoridad y los medios necesarios para alcanzar ese fin.
Así que la Iglesia de Cristo no es solamente una congregación de elegidos, sino también un instrumento de congregación. Podemos y debemos distinguir entre la Iglesia como institución divina (mediante la cual el Espíritu Santo congrega en un cuerpo a todos los hijos dispersos de Dios), y este mismo cuerpo místico congregado.
La misión de la Iglesia abarca el tiempo que transcurre entre la ruina y la restauración de Israel. Cumplida su misión de haber congregado un pueblo consagrado al nombre de Cristo, será reedificado el Tabernáculo de David a fin de que, por la realización del Reino Mesiánico, busquen al Señor todas las demás naciones.
La conversión de todas las naciones no es, pues, la tarea de la Iglesia en la presente edad.
En la presente edad la Iglesia no ha de reinar sobre el mundo, sino que debe congregar a la Esposa de Jesús de entre las naciones.
Creemos que la raíz de la confusión antimilenista es la falta de distinción entre la Redención y la manifestación de esta Redención.
Así, la Iglesia no desea la redención del mundo para que Jesús venga otra vez (como dicen los antimilenistas), sino que la Iglesia desea ardientemente la Venida de Jesús para que el mundo sea redimido, mediante la restauración de Israel y la realización del Reino Mesiánico.
La Iglesia, constituida por Cristo como instrumento de congregación, santificación y gobierno de los hijos dispersos de Dios, es la encargada de tomar de entre las naciones un pueblo para su Nombre.
En la presente edad, la Iglesia como Cuerpo y como Esposa de Cristo, lejos de ser aquella que reina y ha de reinar antes que Él venga, es una compañera en el sufrimiento de su Desposado.
La Iglesia no ha de reinar ahora sobre el mundo puesto que es entresacada del mundo. No ha sido encargada de conquistar al mundo.
No hay ningún texto en las Escrituras que demuestre que la Iglesia ha sido encargada de conquistar al mundo, o que en la presente edad obtendrá un dominio espiritual que abarcaría a todas las naciones.
La Iglesia jamás convertirá al mundo, como tampoco puede convertir a Satanás, el príncipe de este mundo.
Lejos de encargar a su Iglesia la conquista del mundo, Cristo le manda predicar la Buena Nueva del Reino en testimonio a las naciones, para que aquel que creyere y recibiere el Bautismo, sea apartado del mundo.
Resulta pues:
a) que no nos ha sido encargada la conquista del mundo;
b) que Jesús nos avisa, expresamente, que tal cosa no acontecerá en la presente edad;
c) que Jesús nos manda, repetidamente y del modo más solemne, que no esperemos la realización del Reino Mesiánico, sino la vuelta del Señor para que realice este Reino.
La tarea de la Iglesia no está en llevar todo el mundo a Cristo, sino indudablemente en hacer conocer a Cristo a todo el mundo. Desde su fundación, la Iglesia ha recibido el mandato no de conquistar al mundo, sino de evangelizarlo.
No se trata de cruzarse de brazos en una espera estéril de la Venida del Señor, sino de ser dóciles instrumentos en las manos del Espíritu Santo con el fin de apresurar la congregación y presentación de la Esposa.
Querer redimir al mundo y querer fundar en la presente edad el Reino espiritual que abarque todas las naciones, es usurpar la tarea que el Padre tiene reservada para su Hijo.
La realización del Reino Mesiánico, en el cual el Reino de este mundo ha de ser del Señor, supone la destrucción del misterio de iniquidad y la encadenación de Satanás, príncipe de este mundo.
En el pacto de Dios con Adán, después de la caída (Génesis 3: 14-15) fue prometida la destrucción final de Satanás por medio de la simiente de la mujer. Desde aquel momento, Satanás entabla una gigantesca lucha contra la obra de Dios, tratando siempre de conducir a los hombres a la apostasía, es decir, a la incredulidad en la promesa de la Salvación.
El Nuevo Testamento denomina la obra de Satanás “misterio de iniquidad” (II Tesalonicenses 2: 7). La palabra “misterio” indica, justamente, la relación encubierta entre la iniquidad y el plan de Dios (II Colosenses 4: 4).
El misterio de iniquidad, que encubre el Evangelio para los que están en camino de perdición, es a la vez el crisol de la fe para los que creen en Cristo. Pues la manifestación de la iniquidad en el mundo, y especialmente entre los cristianos, constituye la prueba más profunda y difícil, al tiempo que la ocasión preciosa, para la fe de aquellos que todo lo esperan del Señor.
La iniquidad, obra de Satanás, está al servicio del Señor. ¡Sabiduría grande ésta! Pues sólo aquel que posee esta sabiduría puede comprender cómo la manifestación del misterio de iniquidad, que penetra entre los cristianos, lejos de debilitar nuestra fe, la purifica y la confirma.
Desde el momento en que el delito de los judíos vino a ser la ocasión de salud para los gentiles, hemos entrado en la sexta edad, la “última hora” (I San Juan 2: 18) en la cual Satanás dirige todas las fuerzas de su poderío diabólico contra la Iglesia, tratando de impedir su obra desde fuera, y paralizarla desde adentro.
El misterio de iniquidad se presenta como el Misterio del Anticristo. Este misterio se manifiesta en el espíritu de apostasía con que Satanás, ya desde el principio, penetra y obra dentro de la Iglesia atribulándola grandemente (I San Juan 2: 18-28; II Tesalonicenses 2: 7-8). Este misterio se descubrirá plenamente en la persona del Anticristo, cuya venida será, según la operación de Satanás, al fin de la presente edad.
Pues cuando Satanás sea arrojado a la tierra, sabiendo que le queda poco tiempo, desencadenará la gran tribulación de la tierra (Apocalipsis 12: 7-12).
Pero la Iglesia escapará a esta gran tribulación, pues la Esposa de Cristo será arrebatada al encuentro de Él en los aires.
Mientras la Iglesia se prepara en los cielos para las Bodas del Cordero, se desarrolla en la tierra el misterio de la manifestación del Anticristo.
Cuando el Anticristo llegue al colmo de su poder, entonces se manifestará Cristo con sus Santos, y Él lo destruirá con el aliento de su Boca y con el resplandor de Su Presencia.
Así se consumará la sexta edad, la última hora, y se iniciará la séptima. En aquellos tiempos vendrá el Reino de Cristo con sus Santos: el glorioso misterio de la manifestación de los hijos de Dios, que renovará la faz de la tierra.
Cristo reinará, y su Esposa se sentará sobre su Trono y reinará con Él sobre las doce tribus de Israel restaurada.
A Satanás, príncipe de este mundo, le será quitado el poder, por mil años, y será encadenado en el abismo, para ser soltado al fin de esta séptima edad por muy poco tiempo.
En esta lucha de Satanás contra Dios, las Sagradas Escrituras encuadran así el misterio de la Iglesia de Cristo, escondido desde el principio de las edades, pero puesto a la luz de los ojos de todos en esta sexta edad, la última hora del poder de Satanás sobre el mundo, la última fase que precede a la realización del Reino Mesiánico.
Ahora la Iglesia es atribulada y acrisolada por las tentativas del Maligno. Pero ¡confianza! pues “Yo he vencido al mundo”, dice Jesús. Su victoria será la nuestra y el Dios de la paz quebrantará en breve a Satanás debajo de nuestros pies (Romanos 16: 20).
¿Cómo es posible afirmar que la Iglesia es la llamada a conquistar el mundo, llegando a una dominación espiritual que abarque a todas las naciones, si el mismo Jesús nos enseña explícitamente, y sin lugar a dudas, lo contrario en la parábola de la cizaña?
¿Qué otra enseñanza se puede sacar de esta parábola, sino la de que la pequeña grey de verdaderos fieles ha de estar mortificada, acrisolada por la continua y creciente infiltración de los hijos del maligno entre la colectividad cristiana?
Aunque es doloroso decirlo, el completo olvido de esta enseñanza entre la gran mayoría de los cristianos es una de las pruebas más palpables de la verdad que Cristo anunció.
La parábola de la levadura no puede significar el desarrollo y la penetración del Evangelio en las masas del mundo, mediante la labor de la Iglesia, sino que simboliza la infiltración de la corrupción entre los cristianos.
No hay ni un texto en las Escrituras en que el símbolo de la levadura tenga un buen sentido. La levadura es símbolo de malicia y de mala doctrina:
- la levadura de los fariseos es la mala doctrina de los formalismos y prácticas exteriores;
- la levadura de los saduceos es el espíritu escéptico del hombre inflado frente a todo lo sobrenatural y a las Escrituras;
- la levadura de los herodianos es el espíritu mundano que contemporiza la religión con las normas del mundo, arrastrando a los cristianos en los negocios temporales.
Terminantemente se nos enseña no sólo que el mundo no mejorará poco a poco, sino que, por el contrario, irá obrando el misterio de iniquidad en el seno de la Cristiandad.
Éste es el significado invariable de la levadura como símbolo en las Escrituras.
La verdadera doctrina (alimento de los hijos del Reino, San Mateo 4: 4; I Timoteo 4: 6; I Pedro 2: 2) por la sutil actividad de Satanás, será mezclada de un modo lento y progresivo con la falsa y completa doctrina de los hijos del maligno, representada en la cizaña. Este hecho, bien triste y desagradable, es el contenido del misericordioso y alarmante aviso de las parábolas con que Jesús quiso prevenir a todos los que creen en Él, para que se guarden de la levadura añeja, como que son panes ázimos de la sinceridad y verdad.
Se ha objetado que esta doctrina presenta una sombría perspectiva del futuro; que es la filosofía de la desesperación; que está opuesta a la idea popular de que el mundo va progresando en el bien. Muchos agregan, sarcásticamente: “si todo esto es verdad, podemos cruzarnos de brazos y esperar la Venida de Cristo”.
La Verdad Divina no es agradable al cristiano mundano. ¿Acaso la predicación de Noé agradaba a los que la oían? Sin embargo, el diluvio vino. ¿Acaso era agradable lo que Jeremías profetizaba al pueblo judío? Sin embargo, sobrevino la terrible suerte de la ciudad y la cautividad de Babilonia. ¿Acaso era agradable lo que anunciaban los profetas al pueblo judío, vaticinando la ceguera y la ruina? Sin embargo, rechazaron a Cristo atrayendo sobre sí la ruina y la dispersión.
La Iglesia, lejos de vencer la iniquidad que hay en el mundo, será acrisolada por esa misma iniquidad, que va penetrando desde el principio entre los cristianos. De este modo, la iniquidad irá aumentando hasta llegar esos tiempos peligrosos, que las Escrituras anuncian con tanta insistencia.
Y agradable o no, tenemos que clamar a voz en cuello para que el trigo no sea sofocado por la cizaña, y los panes ázimos se guarden de la levadura.
“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, antes bien, teniendo comezón de oír se amontonarán maestros conforme a sus propios deseos y cerrarán sus oídos a la verdad y los aplicarán a las fábulas” (II Timoteo 4: 3-4).
Aunque esta doctrina dura desagrada y desespera al cristiano mundano, el verdadero discípulo de Cristo la guarda con fidelidad y amor.
Lo confirma no sólo en su fe en Cristo, sino también en su acatamiento a los dogmas de la Iglesia, y lo orienta en los tiempos tormentosos por los que estamos pasando.
No se desespera ni pliega los brazos para esperar la Venida de Cristo, durmiendo.
Lleno de una “viviente esperanza”, la más “bienaventurada esperanza”; se esfuerza por salvar a algunos de esta mundana generación pecadora y adúltera.
El misterio de iniquidad va en aumento. La levadura de los fariseos, saduceos y herodianos va infiltrando la masa cristiana. Presenciamos tiempos peligrosos, y vendrán aún mayores. Pero el Espíritu Santo tiene sellada la Iglesia, en tanto reúna a la Esposa de Cristo.
Resumen:
El misterio de la Iglesia es el misterio de la congregación de los hijos dispersos de Dios, elegidos para formar el Cuerpo y la Esposa de Cristo.
Este misterio de congregación se realiza en el tiempo que transcurre entre la ruina de la antigua Sinagoga y la restauración de Israel: durante la nueva fase en el desarrollo del plan divino.
Satanás dirige, todas las fuerzas de su poderío contra esta visible sociedad jerárquica, tratando de impedir la congregación de la Esposa. Así se origina el misterio de iniquidad que surge como el misterio del Anticristo.
En la presente edad, no será la Iglesia mediante un triunfo del Espíritu del Evangelio, sino Satanás mediante un triunfo del espíritu de apostasía, el que ha de llegar a un reino que abarcará a todas las naciones. Pues el Reino Mesiánico de Cristo será precedido del reino apóstata del Anticristo.
Sin embargo, Satanás no prevalecerá contra la visible sociedad jerárquica que Cristo fundó y selló con su Espíritu Santo, pues Cristo prometió estar con ella hasta la consumación de la presente edad; y las Escrituras nos enseñan que la presente edad no llegará a su consumación sino luego de consumado el misterio de la congregación de la Esposa.
Esta obra de Satanás no tiene que asustar ni desorientar a los verdaderos fieles. Y jamás puede ser motivo de actitudes separatistas: Cristo nos prohibió separar el trigo de la cizaña.
La Iglesia no caerá en manos de Satanás, pues hay dos fases en el desarrollo del misterio de iniquidad.
La segunda fase (o sea, la consumación del misterio de iniquidad) coincide con el tiempo de la consumación de la presente edad y, asimismo, con el tiempo de la gran tribulación, a la cual escapará la Iglesia por el hecho de la resurrección de los que murieron en Cristo, y de la transformación de los vivientes que lo están esperando, y que juntos serán arrebatados al encuentro de Él en los aires.
Es en aquel tiempo de la consumación del misterio de la iniquidad que sucederá:
- la gran apostasía y la aparición de la Ramera sobre la Bestia (esta Ramera no será la Jerarquía, sino una pseudojerarquía romana, la cual, fornicando con los reyes de la tierra, conducirá la cristiandad nominal a la apostasía, mientras la verdadera Iglesia está con Cristo en los aires).
- la destrucción de esta Ramera por la Bestia.
- la manifestación del Anticristo.
En aquel tiempo Dios reiniciará su plan con su pueblo.
El estado normal de la Iglesia en la presente edad es la persecución y no el dominio del mundo. Esta persecución no es su muerte, sino su vida; y el peligro mortal que amenaza a la Iglesia consiste en la fornicación con los reyes de la tierra con que Satanás la tienta constantemente.
Pero sabemos que esta tentativa infernal, jamás se llevará a cabo de un modo oficial hasta después del arrebato de la Iglesia-Esposa; porque será entonces, y solamente entonces, cuando la colectividad de una cristiandad nominal y apóstata tomará la abominable figura de la “Ramera sobre la Bestia”, y preparará los “diez cuernos” como la última forma del imperio babilónico rehabilitado. Y es justamente esta última forma del dominio de los gentiles la que es destruida por la piedra que cae del cielo (Daniel 2: 31-45; Apocalipsis 19: 11-21).
La Iglesia triunfará en la edad futura, después que sea arrebatada y manifestada en gloria como la Esposa del Mesías-Rey.
Entonces reinará con Él desde el Monte Sión sobre este mundo purificado y renovado, en el cual habrá un Israel restaurado.
Y será recién entonces que el resto de los hombres buscará al Señor (Hechos 15: 17).