Dos en una sola carne
El matrimonio de acuerdo con la Ley Natural
El matrimonio según la ley natural fue instituido por Dios cuando creó a Adan y le dio como compañera a Eva.
La razón de su creación se le dio incluso antes de que se haya cometido
el pecado original: "No es bueno que el hombre esté solo; hagámosle una compañera semejante a él "(Génesis 2:18) . Se añadió otra razón después del pecado original cometido: "Creced y multiplicaos y llenad la tierra" (Génesis 1:28)
. (Cristo bendice el matrimonio en las bodas de Caná)
Cuando el
Esposo exhorta: “Levántate, amiga mía, hermosa mía, ven” (Cant. 2, 10-11), ella responde: “Mi amado es mío, y
yo soy suya” (2, 16). El asentimiento inicial, el ensimismamiento progresivo,
la libertad inaugural y la alianza perpetua, alcanzan cierta plenitud de
conocimiento concreto.
La
trans-fusión conyugal yo-tu, vir-
virago, (varón- varona) , constitutiva de un estado existencial nuevo y único,
es verdadero
Conocimiento
como relación concreta sujeto-sujeto. En verdad, la varona es huesos de los
huesos del varón y carne de su carne y puede enunciarse a la inversa: el varón es
hueso de los huesos y carne de la carne de la mujer (Gn 2, 23). La varona según
el relato bíblico, fue hecha de la “costilla” o del “costado” de Adán (Gn 2,
21), porque el “costado” simboliza la identida de naturaleza.
Esa identidad “encarnada”, funda y hace
posible –mediante la
sexualidad
que es su determinación primera- la mismificación del
yo varón y
el tu varona.
Semejante
mismificación que mantiene la diferencia, es
conocimiento.
Pero este
acto de conocer debe ser explicado. Se utiliza aquí un lenguaje hebreo, no
griego. Porque, en efecto, el acto del conocimiento ( gnósis) hace suya tal cosa mediante la presencia no real sino
intencional de la cosa en la mente (universal abstracto predicable de todos los
inferiores); este conocer “abstractiza” la cosa conocida y, en ese plano,no hay
conocimiento válido que no sea universal. Tal es
la herencia que hemos recibido de los
griegos;
suele expresarse también como episteme que
es la ciencia, resultado del conocimiento por abstracción.
En cambio,
cuando nos planteamos el acto y el proceso
de mismificación
varón-varona que se expresa en el bíblico
“Adán
conoció a Eva su mujer” (Gn 4, 1), nos situamos en la posibili
dad de un
conocimiento por connaturalidad .
Se trata de un conocer no-universal y, por
ello, in-decible; pero no por inefable es menos real; diría que lo es aún más,
mucho más.
El conocer, que los hebreos denominaban jada,
es relación inmediata,
especialmente utilizada para designar la unión sexual como don total de las
personas totales varón-varona. En ese sentido se expresa la Virgen María
cuando, ante el anuncio del ángel Gabriel, pregunta: “¿Cómo será esto, pues no
conozco
Los esponsales de la Virgen María con San José
De ahí que
estén íntimamente relacionados el “conocer”
conyugal y
la carne como todo el hombre; por un lado jada
en cuanto
percepción sensorial de lo espiritual, del “alma viviente”,
no de un
cuerpo + un alma (dualismo); por el otro basar, “carne” que entre sus múltiples
sentidos bíblicos, significa todo el hombre viviente. El cuerpo sensible está
saturado de inteligibilidad pues una Palabra lo ha creado y esta Palabra
participada (el cuerpo del tu) está dirigida a alguíen; la carne concreta es, pues dialógica, como todo lo
sensible
El nombre es,
pues, el hombre que es Pedro y que es Luisa, aunque su unión sea indecible.
El amor no
es abstracto sino “encarnado” y este insondable abismo
luminoso se
devela apenas en la expresión “Adán conoció a su mujer”. Conocer ( jada ) es,
mismificarme en ti, en tu carne ( basar), hacerme uno contigo y tú conmigo; el
acto conyugal es ser dos en una sola carne. Este “dos en una carne” es y, a la
vez, trasciende
el acto
sexual, porque significa que son uno en la totalidad de la vida por modo de
“encarnación”. Cierto es que el acto sexual es éxtasis de uno al otro, del otro
en uno; acto que al mismo tiempo, impregna la totalidad de la vida de ambos.
Verdaderamente son dos en una sola carne, hoy, mañana y siempre. Como traduce
fray Luis
el pasaje
del Cantar de los Cantares que he citado al comienzo: “Mío es el Esposo, mío y
muy amado,/ y yo soy toda suya, y él
me quiere;/
de aquel que entre las flores su ganado / apacienta, seré mientras viviere”/.
4. El acto
uno, único uno por uno.
Son dos, Pero
el acto es uno.
No solamente
es uno, sino único. Cada uno, uno por uno, es uno y único.
En el acto de amor uno in-corpora al otro. En la economía bíblica del hombre, si no hubiese acaecido la falta
original que hizo del hombre un espejo “opaco”, la unión habría sido un
“conocimiento” de tal luminosidad y excelencia que, en la situación actual, nos
es imposible imaginar. Estado cuya sublimidad permanece, por ahora, velada.
Pero algo
podemos vislumbrar, como en penumbra: este conocimiento
es
totalmente “experimental” (de un cuerpo “espirituado”) y
totalmente
“espiritual” (de un alma “incorporada”). Es
el conocer la
carne, es decir, el todo del tú amado, conocer que apenas adivina al hombre integral.
Nadie lo ha dicho mejor que Albert Frank- Duquesne: “Lo que ella (la mirada
física lanzada sobre el ser amado) nos revela, más allá de a quien se ama, por
él, a través de él, en él, es la unidad; es el homo, a la vez vir y virago,
el hombre
primordial, arquetípico y, por tanto, el Hombre
universal,
celeste: el Metántropos a través del Protántropos. Por la cópula carnal, dos
seres distintos y separados por el individualismo nacido de la Caída en la que
(...) se encarna y se manifiesta lo múltiple, llegan a la unidad total
donándose uno a otro”.
Cuando este
“renunciamiento sacrificial” no es real (el ágape
desalojado
por el eros inmanentista), cuando “reserva” algo que no se da, “puede existir
placer” compartido (que el mismo Frank-Duquesne ha llamado “vampirismo
engatusador”) pero todo se limita a eso: se goza más o menos del contacto –pues
no hay más
que contacto-.
No se ha querido correr el “riesgo” de abandonarse, de perderse, de efectuar un
don total de
sí mismo al
otro, sin cálculo alguno. Por el contrario, cada uno de los compañeros toma, absorbe
al otro en su ser interior o por lo menos lo intenta, mientras que la fusión no
es posible si no se
sale de sí”,
si se lo “despacha” simplemente; en tal caso “la simiente muere y se disuelve”.
En cambio, a
inconmensurable distancia, “en la unidad
verdadera
(...) cada uno (...) ha cesado de ser sí mismo. Los dos no
son más que
un solo ser. Han constituido juntos un solo hombre,
incomparablemente más rico en valor que el vir
y la virago.
Sólo entonces se efectúa el conocimiento
directo y
profundo (...) de lo humano integral
Lo humano
integral “tocado” y com-prendido en el acto
uno-único aunque
pueda ser más o menos rico según la calidad de
las
personas, no es aquello que verdaderamente lo constituye en su nobleza esencial
sino el recíproco don total que es, por el “abandono” de los cuerpos, unión “carnal”
como asimiento y desasimiento, simbiosis de la intimidad e interioridad yo- tú.
Lejos de la despersonalización “ objetivante” del conocimiento abstracto (pero fundándolo) es personalización
concreta, una
suerte de
“conocimiento” de amor co-personal ,
éxtasis que se cumple en ti y en mi trans-fusión que nunca concluye ni se
clausura jamás. Acto único, uno, único uno por por uno.
La alegría
esencial.
El alma
corporeizada (la “carne”) sale de sí (éxtasis) y es, en y con el tú (esposo-esposa)
“una sola carne”. Es un “conocimiento” integral; “Adán conoció a su mujer”; conocimiento
que
Frank-Duquesne
califica de “asimilación” de uno en otro por la pasión de la caridad. Cierto es
que, en el plano de la contemplación teórica, gozamos de la verdad; pero aquí,
en el abismo del proto-ser singularísimo. el mutuo don es gozo de la verdad
personal del
Tú, alegría esencial.
Como tan
bien lo ha captado Frank-Duquesne “para sus participantes, es una evidencia de
ser: ambos son auténticamente UNO, y lo saben irrevocablemente, de una ciencia
gustativa,“sabrosa” y fruitiva”; por consiguiente, “entreven más o menos
confusamente que buscan un absoluto en la unión carnal, fin supremo de la vida,
consuelo sin par, incomparable recompensa y gozo por la excelencia del semillero
de valores y belleza que provocan el éxtasis”.
Tanto en el
orden del conocimiento abstracto como en el
conocimiento
“carnal”, el ser que es el bien, provoca la alegría, alegría porque descubro y
“miro” verdad; alegría cálida e inexpresable porque
soy uno contigo;
alegría esencial, fruitiva, que brota del acto conyugal y que al mismo tiempo
le trasciende porque es sed del Tú infinito, fuente de la alegría interminable.
Acto sacro y cultual.
El acto como
mismificación mutua es reconocimiento implícito o explícito, de la donatividad
total (sin “residuos”) del ser mismo del
Yo y del tú conyugales;
por eso el “ser dos en una sola carne” es
Acto sacro en
cuanto revela la dependencia radical respecto del
Tú infinito.
Sin Él, que es Quien crea y conserva la “encarnación” del yo y el tú en el
encuentro, no existiría “conocer” alguno; de ahí
que cada
acto conyugal, libre, uno y único, uno por uno, sea sacro.
La esposa “recibe en su recinto al marido; el
marido “entra” en él y ambos participan del conocer co- personal siendo uno, es decir, “en una sola carne”.
Acto sacro,
lo es también, porque se con-sagran. No sólo se-donan,
sino que se
ofrecen, en cada acto, al Tú infinito que hace que sean
uno. Por eso
el acto es “sacrificio” (hacer algo sagrado) y es “fiesta” cultual. En los esposos
que habitualmente reconocen en cada momento del tiempo y de modo especial en el
acto conyugal, su mutua dependencia de Dios creador
y
conservador, la unión “carnal” es siempre cultual puesto que el culto es el meollo
mismo de la religión en cuanto acto formal de
re-conocimiento
de nuestro ser re-ligado .
La sociedad conyugal es, pues, estado
existencial nuevo y distinto, sacro y cultual. Esta reflexión manifiesta un
desarrollo anónimo y callado, un vivir cotidiano con todos sus pequeños aciertos y
reveses,.
Valor ablativo de la promesa mutua.
A esta
altura de la reflexión es conveniente que vuelva sobre mis pasos. La unión
co-personal de tan fundamental importancia singular y social, está amenazada
por la frivolidad diaria; por eso se ha vuelto perentoria la revalorización de
la preparación para el nuevo estado.
Se requiere
una restauración renovada de los “esponsales” como
Mutua promesa
; el sponsus está com-prometido; en el pasado hablábamos de celebrar el
“compromiso” intercambiando los anillos
para usar en la mano derecha hasta el día de la unión conyugal. Período de
fundamental importancia cuyo término
positivo significa promesa solemne y obligación de dar-se (del griego spendo);
simultáneamente es ya comienzo de un “separarse” de sí mismo, de renuncia para
no ser obstáculo de la unión total. Es comienzo pre-conyugal como ablación de
sí. No otra cosa es el amor como “conocimiento”: un “quitar” en cierto modo paradójico
porque
es un “dar”.
Quitarme para darme. ablación de uno y del otro para alcanzar la unidad en “una
sola carne”. Me “pierdo” a mí mismo para encontrarme en ti.
Don mutuo y tiempo existencial
Libertad
inaugural y tiempo.
La indisolubilidad de la unión conyugal.“Dos
en una sola carne”. Es lo menos que tú y yo podemos prometernos. Es verdad que
cuando la Esposa canta “yo soy de mi amado; y mi amado es mío” (Cant.)6, 2 místicamente
simboliza el matrimonio espiritual y teológicamente la plenitud de la unión del
Creador y la creatura.
Pero al
autor sagrado –y absolutamente el Autor de la Escritura- se ha servido del amor
humano para simbolizar aquella unión; sabiéndolo, vuelvo la atención al símbolo
que expresa que el don mutuo es ab-soluto en su orden. “Yo soy de mi amado y
hacia mí tienden sus deseos./ ¡Ven, amado mío/ salgamos al campo./ pasemos la
noche en las aldeas!” ( Cant. ., 7, 10).
La Esposa
siente una suerte de terror ante la idea de que algo pueda separarlos: “¡Ponme
cual sello sobre tu corazón,/ cual marca sobre tu brazo!/ Porque es fuerte el
amor/ como la muerte” (Cant.
8,6). No
hay, amor que no deba durar por siempre.
Por eso y para eso “ponme cual sello sobre tu
corazón
por todo el
tiempo que inauguramos desde el asentimiento inicial.
Cuando tú y yo
nos decimos “te amo”, decimos te quiero para siempre es decir, para toda nuestra
existencia sucesiva, instante por instante. El “sí” de la libertad inaugural no
tiene “condiciones” porque entonces no sería ni podría ser jamás el don de todo
mi ser al
otro. Frank-Duquesne encontró el término exacto cuando lo calificó de vampirismo
que “quita”, que absorbe, en la egolatría destructora. Recuerdo la risa que provoqué
en los jóvenes que me escuchaban cuando les pregunté: ¿qué dirían ustedes si a
mi novia le hubiera dicho “te quiero... hasta la próxima Navidad?”. Un amor que
pone límite, no existe.
El consentir
inaugural se otorga en el presente tuyo y mío. Pero no
sería
posible si no implicara todo tu pasado y todo mi pasado puesto que el acto de
ser de uno y otro es temporal. Nuestro presente es, como decía Bergson, una
“duración más concentrada”, aquí mismo cuando te digo si.
Y así es porque el ser finito es tiempo;
quiero decir que es un modo del ser “concentrado” en nuestro presente. San
Agustín, meditando sobre esto, concluía “Si nada pasase no habría tiempo pasado
y si
nada
adviniera, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría tiempo
presente.”
Luego, si el
presente fuese siempre presente (si no pasase)
ya no sería tiempo sino eternidad. En el presente inasible (porque deja de
ser) se “concentra” todo mi pasado; y el futuro (que aún no es) se va concentrando
en mi presente, en tu presente; por tanto, todo tu futuro, todo mi futuro; todo
tu pasado y todo mi pasado son presentes en nuestro presente. Quienes se dicen
y prometen amor como trans-fusión yo-tú conyugal, donan todo su pasado y todo
su futuro.
El “conocerse” uno en otro, es llegar a ser
“una sola carne”
para siempre.
Cuando
declaramos que la unión conyugal es indisoluble
ponemos de
relieve su realidad natural más profunda. Ir al matrimonio considerándolo
“disoluble”, es acto de
“vampirismo”
potencial o actual que corrompe en su esencia el amor
humano.