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martes, 23 de marzo de 2010

LA SANTIDAD SIN PLENA CONCIECIA

PadrPregunta:

Quisiera conocer la posición de Revista 'Diálogo' acerca de las afirmaciones del Pbro. Ennio Innocenti en Diálogo nº 11 que parecen reducir la santidad al estado de conciencia plena y depender enteramente de ella. Negar la posibilidad de la santidad a quien no tiene plena conciencia ¿no implicaría excluir de la santidad y de la Iglesia a un gran número de personas?[1] [2]. e Ennio Innocenti:


Respuesta:

1. El estado de la cuestión

Ante todo quisiera delimitar un concepto: cuando Ennio Innocenti (al igual que Leandro Ancona a quien aquél refuta) habla de 'santidad' se refiere no a la santidad que podíamos definir, con perdón de la inexactitud del término, como 'pasiva': es decir, la santidad que consiste en la inhabitación de la Trinidad por la gracia en el alma de quien aún no tiene uso de sus facultades, como el caso de los niños bautizados que aún no han llegado al uso de razón. Por el contrario, se refiere a la 'santidad que pueda servir de ejemplo'[3]; la santidad en el adulto donde de conjugan la gracia y la libertad, y que por tanto sus obras pueden ser puestas como modelo de unión con Dios a los demás hombres; por eso la insistencia de Innocenti de que la santidad 'es grandeza de conciencia y libertad en Dios'[4], que 'el santo tiene conciencia de que su máxima libertad es divina en el mismo momento en que es suya, al punto de repetir con Cristo: lo que es mío es Suyo, mi vivir es Su vivir'[5], y que determinados enfermos 'no gozan de ninguna santidad que pueda servir de ejemplo'[6].

2. La doctrina católica

La doctrina católica sobre la santidad de los que son incapaces de actos propiamente humanos, es decir, libres (entre quienes podemos colocar a los niños antes del uso de razón y los amentes que pueden ser equiparados a ellos[7]) es que en ellos está presente la gracia santificante habitual, recibida en el bautismo. Pero no realizan ningún acto meritorio personal puesto que no tienen uso de sus facultades (inteligencia y voluntad). Es por este motivo que si estos llegan al uso de razón tienen que realizar un acto de fe actual al menos implícito. Para los que carecen del uso de razón basta la fe habitual y la gracia habitual para salvarse. A ellos se equiparan también los que han quedado enajenados de sus facultades siendo ya adultos si en el momento en que esto ocurrió se encontraban en gracia. Este caso no es contemplado ni considerado por Innocenti en su artículo porque tampoco se refiere a él L. Ancona.

En cambio, para los adultos es necesaria con necesidad de medio el acto de fe actual[8].

¿Qué pasa con los enfermos psicológicos adultos que no están totalmente desprovistos del uso de razón sino que o bien sufren una disminución del uso de sus potencias, o bien alteran momento de lucidez con momentos carentes de ella, o bien mezclan en su actividad facetas lúcidas con facetas alteradas? La sana psicología y la sana moral enseñan que, por lo general, estos enfermos no están privados totalmente de libertad y tienen, por tanto, cierta responsabilidad, más o menos atenuada según los casos. Sigue siendo siempre actual y vigente cuanto ha escrito al respecto H. Bless en su Pastoral Psiquiatrica[9]. Bless explica allí cómo los anormales son -por lo general- normales en todo lo que no se refiere a su anormalidad y cómo debe, por lo general partirse de la base de que gozan de una libertad al menos mínima. Si tales enfermos tienen un uso restringido de la libertad su santidad y su culpabilidad dependerán del uso que hagan de tal libertad. El mismo Bless dedica, por eso, un largo análisis de su libro a la 'dirección espiritual de los neurópatas y psicópatas', a la 'observancia de las leyes divinas y eclesiásticas' y a la 'recepción de los sacramentos' por parte de los mismos.

Por este motivo a tales enfermos se les exige las condiciones mínimas requeridas para que un adulto pueda recibir válidamente los sacramentos. En el nuevo Código de Derecho Canónico sólo figura explícitamente el caso del amente total (asimilable al niño sin uso de razón, como ya hemos dicho); los demás casos es de suponer que se equiparan a los adultos. El Código anterior daba, en cambio, algunas pautas que siguen siendo estimables desde el punto de vista pastoral[10]; decía éste de los 'amentes y furiosos'[11]:

-Si tienen intervalos lúcidos sean bautizados, si ellos lo desean, como los párvulos.

-Deben ser bautizados en peligro inminente de muerte, si ellos antes de perder la razón, manifestaron deseos de recibir el bautismo.

-Debe bautizarse al aletargado o frenético, pero solamente estando despierto y queriéndolo él; mas si amenaza peligro de muerte vale lo dicho anteriormente.

Sobre la santidad de un enfermo sólo puede juzgar Dios; nuestros parámetros son muy precarios. Es evidente que teniendo un uso limitado y penoso de su libertad, un acto que para una persona normal representa un esfuerzo ordinario, para un enfermo puede implicar algo extraordinario, y en cuanto tal, altamente meritorio si es hecho en gracia de Dios. Quede en claro, sin embargo, que los actos de santidad de un enfermo no son sus actos patológicos directamente y en cuanto patológicos sino sus actos más o menos libres[12]. Podríamos decir, en cambio que pueden ser fuente de mérito indirectamente también sus actos enfermizos compulsivos e instintivos en la medida en que resista y no consienta -con su limitada libertad- a cuanto estos tengan de deformidad moral y que los sufra y ofrezca a Dios en lo que tienen de mecánico y de precedente a la libertad del sujeto. Hablando de los enfermos nerviosos decía Juan XXIII: 'los creyentes saben que aceptado y ofrecido, su sufrimiento, unido al de Cristo Salvador, tiene un valor redentivo'[13].

3. La tesis de Ancona y la refutación de Innocenti

Teniendo en cuenta lo que acabamos de decir podrá verse mejor la refutación que hace Innocenti de la insostenible posición de Ancona. Cuando éste último habla de la santidad del enfermo no intenta decir lo que nosotros hemos expuesto en el párrafo anterior sino precisamente lo contrario. Para él la santidad (y el caso concreto de los fenómenos místicos que analiza en Santa María Magdalena de Pazzi) consistirá propiamente en el mismo acto patológico; éste, en cuanto patológico, es una manifestación mística, es decir, del Espíritu Santo.

En efecto, según Ancona las manifestaciones patológicas, 'tanto depresivas como obsesivas o histéricas..., aunque sean de origen instintivo, tanto libidinoso como agresivo...' pueden ser consideradas como manifestaciones místicas en virtud de una acción del Espíritu Santo que transforma lo natural, instintivo y patológico, en algo superior. Por tanto, según él Santa María Magdalena de Pazzi no tenía manifestaciones místicas 'sobrenaturales', sino que éstas eran manifestaciones enfermizas instintivas (por tanto, no libres) que adquirían valor sobrenatural en virtud de lo que el autor llama surlimazione, Esta surmilazione sería un concepto contrapuesto a la sublimación, y significa el acto por el cual el Espíritu Santo transforma lo patológico del hombre en santo.

En el artículo en cuestión me parece que las tesis de Innocenti contra Ancona pueden expresase como sigue:

Primero, que no puede excluirse a priori que la enfermedad mental (téngase en cuenta qué tipo de enfermedad es la que está en la mente de Ancona) sea en ciertos casos dependiente de actos pecaminosos (verdaderamente culpables) del sujeto enfermo. Muchas manifestaciones de depravaciones maníacas son fruto del consentimiento libre a actos pecaminosos y a la libre adquisición de hábitos viciosos, como es constatable en ciertos maníacos sexuales y homicidas[14].

Segundo, en los actos en que un adulto enfermo es esclavo de los instintos que tienen lugar en él independientemente y al márgen de su voluntad, sus actos no son libres, y por tanto, no son plenamente humanos ni santos, ni meritorios ni tampoco culpables. Son actos del hombre pero no propiamente humanos[15], procedentes de él, pero no santificadores ni pecaminosos. En contra de Ancona: 'aunque sean de origen instintivo, tanto libidinoso como agresivo, encuentran una nueva calificación en una dinámica superior de la que goza toda la persona surlimada'[16].

Tercero, ciertamente tales actos instintivos no son manfestación de una acción del Espíritu Santo, puesto que son patológicos. 'Si no nos equivocamos -dice Innocenti-, en virtud de esta surlimación, producto del Espíritu Santo, la patología se convierte en manifestación superior, constructiva y divina, aunque permaneciendo patológica'[17]. De hecho para Ancona, fiel a sus principios, la santidad de Santa María Magdalena de Pazzi se insiere en el fenómeno de sado-masoquismo[18]. Tesis completamente aberrante. Un estudio recientemente publicado del P. Leonardo Castellani aborda parte de este mismo tema refutando tesis semejantes a las defendidas por el psiquiatra italiano[19].

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