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martes, 23 de marzo de 2010

LA TEMPESTAD CALMADA

LA TEMPESTAD CALMADA

La Tempestad en el Lago apaciguada por Cristo. Es un milagro que se repite, porque la Tempestad que narra Mateo en el Capítulo XIV, 22-33 es otra toda diversa.

Cristo muestra a sus discípulos su poder sobre todo el Universo; en este caso, sobre el viento y el agua, que tanto tributo de muertos están cobrando en estos días. Con sus milagros, Cristo mostró su poder soberano sobre los elementos (como aquí), sobre las plantas (la higuera maldecida, San Marcos, XI, 12-26), sobre los animales (los peces —San Lucas, V, 1-11; San Juan, XXI, 4-8— y los cochinos de Gerasa —San Mateo, VIII, 28-32—), sobre las enfermedades (San Mateo, VIII, 2-4; 16-17; etc.), sobre la muerte (San Mateo, IX, 18-26; San Lucas, VII, 11-17; San Juan, XI, 1-44, etc.) y finalmente sobre los mismos demonios (San Mateo, IX, 32-32; San Lucas, XI, 14; etc.). Esta tempestad repentina la debe haber desatado el demonio, porque dice que Cristo “reprendió” o “increpó” a los vientos; contra algunos Santos Padres que imaginan que Cristo mismo la suscitó, para “probar a sus discípulos”. Dios no hace tales cosas. Dios no gobierna directamente los elementos: eso hacen los ángeles, incluso ángeles malos, “los príncipes de este mundo”. Dios calma tempestades o impide terremotos, pero inmediatamente no los hace: claro que al final todo se reduce a la Voluntad de Dios —o del hombre: pero hay voluntad factiva y voluntad permisiva.

Este doble milagro de las dos Tempestades calmadas por Cristo simbolizan las grandes tempestades futuras de la Iglesia. Todos los Santos Padres lo vieron y también posiblemente los Apóstoles: ellos eran la Iglesia entonces, la Iglesia constaba de doce hombres: sobre todo cuando oyeron a Cristo más tarde diciendo a Pedro: “Simón, Simón, he aquí que Satanás ha obtenido licencia de zarandearte como trigo; mas Yo he pedido al Padre que tu fe no desfallezca, y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (San Lucas, XXII, 31-32). La fe de Pedro no ha fallado nunca, ni en medio de las peores tempestades.

— ¿Y el Papa Liberio? ¿Y el Papa Honorio?

— No fallaron en la fe. Tampoco fallaron en la fe los Apóstoles aquí; fallaron más bien en la fortaleza, como esos dos Papas, puesto que Cristo los llama “miedosos” o “cobardes”. Pero después del milagro dicen: “¿Quién es éste a quien los vientos y la mar obedecen?”, que es una interrogación retórica, y lleva implícita la respuesta: “Solo Dios”.

El historiógrafo Godofredo Kurth ha escrito un libro: “La Iglesia en las Grandes Encrucijadas de la Historia”, donde relata siete de estas grandes tempestades, de las cuales la Iglesia ha salido. Al gordo Chesterton le preguntó un inglés: “¿Y qué hemos ganado con la Guerra del Catorce?” Y Chesterton respondió: “Hemos salido”. Como dijo un poetastro:

“No hay otra tal en todas las edades
Que a tanto golpe y tal furor se avece,
Con tanta fuerza pertinaz e interna;
Que contraste tan duras tempestades,
Y tan gallardamente se enderece,
Tranquila, intacta, inconmovible, eterna”.

Los poetas dicen lo que quieren: “intacta”, lo que se dice “intacta”, no sale la Iglesia de las persecuciones: en la persecución arriana perdió casi todo el clero, en la Revolución Francesa perdió TODO el clero, en la Revolución Española los comunistas asesinaron miles de sacerdotes. “Pero los residuos serán salvos”, dice Dios en la Escritura (Romanos, IX, 27; Isaías, X, 22); y sobre esos residuos Dios se pone a edificar con paciencia de hormiga.

No voy a recorrer las siete crisis de Kurth, voy a poner brevemente dos o tres ejemplos, los más pintorescos. Constancio II, arriano, que se había hecho dueño de todo el Imperio después del asesino de su hermano Constante, dijo poco antes de morir, a mediados del siglo IV: “Se acabaron los «niceanos» (es decir, los católicos); hemos triunfado los «cristianos» (es decir, los arrianos); si solamente pudiéramos agarrar y ahorcar a ese bandido Obispo de Alejandría…” Éste es el momento a que se refiere San Jerónimo en su célebre frase: “El mundo se despertó un día y gimió de verse arriano”. Muchísimos sacerdotes y fieles habían sido martirizados, los Obispos católicos arrojados al destierro y sustituidos por arrianos; el Emperador había reunido seis Concilios o conciliábulos que firmaban fórmulas arrianas de más en más sutiles y solapadas; y el último de ellos, el de Rímini (359) proclamó una fórmula que era un equívoco total; y consiguieron con malos tratos que la firmara el mismo Papa Liberio (podría interpretarse bien o mal), el cual también condenó a San Atanasio. También el Obispo Osio de Córdoba, España (el inventor de la “Salve Regina”), firmó esta fórmula de Rímini, pero se negó a condenar a San Atanasio, su amigo. Tenía 99 años. San Atanasio, el campeón del Concilio de Nicea, andaba como un bandido por el Asia Menor, con disfraces y nombres supuestos, escondiéndose y huyendo, desapareciendo de aquí y apareciendo allá, con cuatro o cinco condenas a muerte sobre su cabeza.

La persecución continuó bajo el Emperador Valente. Cuando murió en su cama, en 373, Atanasio de Alejandría, comenzaba el receso o la bajamar del arrianismo. El Emperador Teodosio (379) se declaró por los “niceanos”, o sea, por la Iglesia, que solamente diecinueve años antes Constancio había declarado perimida. Empezaron a convertirse los generales del ejército, bárbaros de nación, como Recaredo en España. El arrianismo se arrastró todavía cinco siglos, con diversos nombres (monofisitas, monotelitas, fotinianos, eusebianos, semiarrianos, homeyanos, pneumatómacos o macedonianos, etc., más de diez fórmulas) y fue extinguido solamente por la conquista mahometana en el siglo VII. Se pareció notablemente al protestantismo.

Saltemos al siglo de la Revolución Francesa. En 1758, Voltaire, que fue el genio malo de esa Revolución, escribió a un amigo: “Quisiera ver dónde estará dentro de veinte años la Infame” (“La Infame” era la Iglesia; así también la llamó Lenín). A los veinte años, 1778, todos pudieron ver dónde estaba él: estaba en la agonía de una de las más horrorosas muertes que se recuerdan en la memoria humana: murió como un condenado, si hemos de creer en el testimonio de su médico de cabecera, Tronchin, en el de su sobrina y en los de los periódicos de aquel año. Cuando murió, el ateísmo estaba tan tupido en Francia, incluso entre los “abates” o sacerdotes, que parecía que no había esperanza para la Iglesia; y Francia conducía a Europa. Pero la Iglesia sobrevivió a Voltaire.

El comunismo en España, hace menos de treinta años. A mediados de 1937, Manuel Azaña, presidente de la República Española, declaró ante las Cámaras: “España ha dejado de ser católica”. ¿Cómo lo habían conseguido? Asesinaron sacerdotes, Obispos, religiosos, guardias civiles, militares, profesores y gente del pueblo, varones, mujeres y niños, en un número que no se ha podido fijar: se sabe ciertamente que cuando Azaña pronunció esas palabras, habían sido asesinadas de un tiro en la nuca 50.000 personas solamente en Madrid y Barcelona: bastaba con ser suscriptor del diario católico “El Debate” o tener un escapulario o medallita para ser condenado a muerte por los tribunales populares. Monjas creo que no quedó ni una: y los asesinatos eran a veces tan horrorosos que llamarlos “salvajes” es hacer una injuria a los salvajes. “España ha dejado de ser católica”, porque hemos expulsado a los jesuitas para siempre, pues hemos puesto en la misma Constitución que no podrán entrar más en España; hemos disuelto las Órdenes Religiosas, hemos incendiado unas 400 iglesias (172 de las cuales están arrasadas definitivamente), además de Universidades, Bancos, Bibliotecas y casas particulares, solamente en la ciudad de Valencia, 70. Nos hemos apoderado de los bienes de la Iglesia y hemos eliminado de dos tiros a Calvo Sotelo (el jefe de la oposición). “No debe haber perdón, no debe haber indulto, no debe haber compasión”, decía Dolores Ibárruri, la Pasionaria. España ha dejado de ser católica; y en esos mismos días, un militar gallego que no era fascista sino republicano y había contribuido a traer la República, cruzaba en una lancha de motor el estrecho de Gibraltar y levantaba a los Tercios españoles de África. ¿Contra la República? No, contra el comunismo.

Dos años después España era lo que nunca había dejado de ser, católica. Éste es el acontecimiento más importante de toda la Historia contemporánea. “Salvete flores martyrum”: salud, flores sangrientas de la Iglesia,

Queda otra persecución peor por venir; ojo con la palabra de Cristo: no seáis cobardes ni hombres de poca fe. En el año 1937 pasaron varios meses en Madrid sin que hubiera una sola Misa; en tiempo del Anticristo no habrá una sola Misa en todo el mundo durante tres años y medio, dice San Agustín; y está profetizado en Daniel: “abolirá el sacrificio perenne” (XI, 31). Lo malo es que no sabemos cuándo va a ser eso; o mejor dicho, lo bueno es que no sepamos cuándo. El Anticristo puede haber nacido hoy, si es verdadera la creencia de los cristianos y los judíos que el mundo acabará en el año 2000 y el Anticristo vivirá 33 años, como Cristo. Pero no lo sabemos seguro: esa creencia no es un dogma. Lo que yo sé seguro es que la cama del Anticristo está hecha: puede nacer este año si quiere, o si su mami quiere. A mí me parece que si yo fuese Dios y mirase el mundo cómo anda, no lo dejaría seguir viviendo. Pero reprimo ese mal deseo, porque supongo que todos ustedes querrán seguir viviendo. ¡Y yo también!

R.P. Leonardo Castellani, S.J.

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