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domingo, 25 de abril de 2010

EL LAICISMO, ENEMIGO DEL CRUCIFICADO

EL LAICISMO, ENEMIGO DEL CRUCIFICADO
/ PAG. 4 16 enero 2010
Decir laicismo es querer decir que en
la sociedad cada ciudadano ha de guardar
su fe, sus convicciones, y suspenderlas para
encontrar al otro y construir así, entre
ambos, la democracia. En definitiva se trata
se separar las cuestiones individuales
del debate público, teniendo como pedestal
y asiento el respeto a la opinión del
otro, haciendo propia aquella frase que
decía “No estoy de acuerdo contigo pero
me pelearía con quien fuera para defender
tu derecho a decirlo”. Ese es, desde la
concepción y posición laicista el fundamento
mismo de la democracia. Fundamento
que se ha de fomentar y alimentar
desde el propio Estado, proporcionando
una enseñanza laica, común para todos los
ciudadanos y en diversas etapas desde la
primaria a la superior, para poder así garantizar
la libertad de conciencia.
Fundamento laicista que, según ellos,
se sostiene por encima de las diferentes
creencias, concepciones y confesiones o
posicionamientos personales para avalar,
aparentemente, así una neutralidad absoluta
del poder público, pero que realmente se
encuentra ligada a una concepción, la laicista,
que representa un modo de vivir, por
supuesto anticatólico y enemigo rabioso de
Cristo. De ahí su manía persecutoria contra
El laicismo en nuestra Patria es una
de las consecuencias del progresismo
que busca campar a sus anchas
en la España democrática. La laicidad para
la progresía es la garantía de avenencia
frente a los principios religiosos, contrarios
a las libertades y derechos constitucionales,
emanados de la separación de la
Iglesia y del Estado.
El progresismo afirma con rotundidad
la identidad entre laicismo y libertad y que
sin laicidad no habría nuevos derechos de
ciudadanía, y que algunas libertades como
la interrupción voluntaria del embarazo y
el matrimonio entre personas del mismo
sexo serían delitos civiles. Sin laicidad,
según su principio filosófico, que no es
otro que el francmasónico, sería difícil
evitar la proliferación de conductas nada
acordes con la formación de conciencias
libres y críticas y con el cultivo de las virtudes
cívicas.
Igualmente, al identificar el laicismo
como progreso técnico-científico y derechos
humanos, el progresismo encuentra
su conexión con lo que la progresía llama
derechos fundamentales dando lugar a la
aparición de algunos nuevos como la libertad
de la ciencia y de la investigación y
la libertad de cátedra, que blindan a la
ciencia de posiciones eclesiales antimodernas.
La Iglesia así, para los progresistas,
representaría la oscuridad, la teocracia,
el atraso y la barbarie. El laicismo,
por el contrario, representa la luz, la civilización,
el progreso.
Base predilecta del Principio filosófico
laicista es empeñarse en significar
dos cosas: que en el ejercicio de la ciudadanía
democrática el ciudadano ha de
desprenderse de sus propias pertenencias,
suspender sus propias convicciones
para construir algo común. Y que en el
plano específicamente religioso los ciudadanos
han de considerar que sus creencias
forman parte de la identidad que
cada uno tiene el derecho de construir,
pero integran un dominio privado, íntimo
de cada persona, que jamás debe
aflorar en público.
Y es ahí, en ese desprendimiento y supresión
donde radica el principio “dogmático”
de los partidos democráticos con
respecto a la obligatoriedad del voto de
sus correligionarios parlamentarios. Para
la progresía se ha de votar siempre acordes
con lo propuesto y defendido por su
Partido sin importarles sus conciencias.
No solamente sobra la fe sino también lo
que el laicismo llama principios respetables
como son el ateismo, el agnosticismo,
el materialismo, etc.
la Iglesia y sus recientes ataques a su enemigo
humilde y manso: El Crucifijo.
Una nota más del laicismo es su rabiosa
combatividad. Los seguidores de la
doctrina laicista no pueden soportar la
verdad, razón por la que su relativismo les
incita a una lucha a muerte contra toda veracidad,
y contra Aquel que la representa.
Les revienta que la Iglesia pueda opinar
públicamente sobre el consorcio homosexual
y demás leyes inicuas y antinaturales.
No soportan la legitimidad de la Realeza
de Cristo, de ahí la defensa de la separación
de la Iglesia y el Estado, su repulsa
contra el Crucifijo y cuanto el Crucificado
representa. Y es que su odio, diametralmente
opuesto al amor, es lo que les impulsa
a defenderse de su propia falsedad y
en definitiva a combatir, otrora en la clandestinidad
y ahora, con mandil, escuadra
y cartabón al descubierto, al Crucifijo. Si
os dais cuenta, todos los ataques perpetrados
contra el catolicismo lo son, llana y
sencillamente, so pretexto de aconfesionalidad.
La existencia de Cristo no la soportan,
y como no pueden matar a Dios, la
emprenden contra La Santa Cruz, que al
Hijo de Dios en ella inmolado representa.
José Luis DÍEZ JIMÉNEZ

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