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domingo, 25 de abril de 2010

EL SILENCIO, ¿ ES PRUDENCIA O COMPLICIDAD'

En la segunda mitad del siglo XX los
errores religiosos dentro de la propia
Iglesia, que son endémicos y así
seguirán hasta el final de los tiempos, tuvieron
un incremento imponente en número
y en gravedad. Constituyen un fenómeno
globalmente llamado “el
progresismo”. Ante aquellos sucesos inesperados,
sorprendentes y alarmantes, los
católicos se dividieron en dos grandes
grupos: unos a favor, y otros en contra.
Estos últimos, a su vez, se dividieron en
otros dos grupos: unos, disgustados y escandalizados,
optaron, sin embargo, por
callar y encubrir. Otros, heridos, y celosos
de su misión de custodiar el Depósito de
la Fe, denunciaron y clamaron. Así, se
configuró una gran cuestión, ineludible en
el estudio de la época, a saber: el silencio,
¿fue caridad y prudencia, o pereza, cobardía
y complicidad?
La historia se repite. Vuelve el tema de
si el silencio es bueno o es malo, a propósito
de algunos escándalos sexuales del
clero, en Norteamérica primero, y en Irlanda
después y en Alemania. Se han publicado
fotografías de unas reuniones solemnes
del Papa con dos docenas de
obispos a la vez, para tratar, en Roma, del
tema. Me parece algo desproporcionado
para unos asuntos que, vistos desde aquí,
no deberían haber sobrepasado un juzgado
municipal de turno.
Se ha dicho que los obispos irlandeses,
y alguno lo ha reconocido públicamente,
guardaron un silencio excesivo, y
perjudicial, que ahora se les reprocha.
Ese silencio suyo emparenta con otro, el
de algunos católicos españoles ante los
desmanes progresistas periconciliares
impunes, citado al principio de estas líneas:
desmanes que han tenido una parte
muy importante en la actual descristianización
de España.
Reconsideremos, pues, el tema. Ante
el mal, ¿hay que callar o hay que denun
-ciar? Las dos posturas tienen sus valedores
que se equivocan cuando generalizan y
actúan siempre y sistemáticamente de determinada
manera. Hay que considerar cada
caso separadamente, uno por uno. En
términos generales, siempre sujetos a rectificaciones
puntuales, qué nos serviría de
orientación inicial.
A los católicos españoles que ante los
disparates graves hemos optado por la denuncia,
el clamor y la guerra, nos censuran
porque –dicen– descubrimos el mal,
que visible y expuesto, escandaliza. Que
nuestro remedio es peor que la enfermedad.
Podríamos haber –dicen– evitado los
escándalos callando, encubriendo, a ver si
las cosas se arreglaban solas, o por otros,
pero aportando por nuestra parte solo comodidad.
A favor de nuestra actitud denunciante,
se suma que es disuasoria: algunos
errores no se habrán llegado a
cometer por temor a nuestra picota. En
nuestra defensa llegan también las historias
recientes de España y de Irlanda, que
enseñan que el silencio puede ser también
una forma de complicidad y colaboración,
que ayuda a crecer a los errores hasta que
la situación revienta, y entonces, ya es tarde
para prevenir, detener y corregir.
Con motivo de nuestras Jornadas
anuales de los días 10 y 11 de abril en Zaragoza,
hemos ojeado la colección de
Siempre p’alante. En ella es evidente la
actitud denunciadora de los males de actualidad.
Es sostenida, número tras número,
y contrasta con otras publicaciones católicas
que denuncian bastante menos y
con menos energía, de manera que esa actitud
resulta ser una de nuestras señales de
identidad y especialización. Todos no podemos,
ni debemos, hacer todo. De modo
que, respetando las vocaciones de otros
afines, les pedimos que nos ayuden en la
peculiar nuestra, en vez de ningunearnos.
P. ECHÁNIZ

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