Exelencia y dignidad de San José 
  La palabra del hombre es harto pálida y descolorida, al querer enzalzar a tan ilustre Patriarca.¿ Será osado el decir que, exepto la humanidad de Cristo y la Vírgen María, San José es el más grande de todos los hombres ?. Cierto que Nuestro Señor dice que "entre los nacidos de mujer, no ha surgido otro personaje más grande que Juan Bautista " pero esas palabras augustas dicen solo relación al linaje de los profetas, donde sin disputa, San Juan ocupa el primer lugar. El texto del Evangelio de San Lucas plenamente lo atestigua: No hay nadie mayor que el profeta Juan Bautista.
¿ Y cómo no? ¿ Hay nada mas exelso y augusto en la economia del plan divino que el misterio de la Encarnación? ¿ y quien, fuera de la Vírgen Madre, ejerció un ministerio más elevado que el que fué confiado a San José, pues se refiere y ordena nada menos que a la unión hipostática ?Con ser tan grande San Juan Bautista, en su cualidad de precursor de Cristo, no alcanza esa sublime prerrogativa a la de que gozó San José, en su doble oficio de esposo de la Madre de Dios  y Padre nutricio de Jesús. Dios ha confiado a San José un ministerio 
superior a todos los ministerios que han ejercidos los hombres sobre la tierra.Es un Santo que vive en esfera aparte de los demás; es un Santo que Dios ha reservado para sí; mora San José en un solemne y magestuoso aislamiento . Ni hombre ni ángel han ejercido funciones tan exepcionales y privilegiadas, diríase que es la sombra y el reflejo del Padre Celestial ; su ministerio de tal modo le transfigura, que parece revestir una forma divina. ¿ Quién por tanto, como San José ? No, no hay modo de definirlo y caracterizarlo ; toda formula huelga; toda es vaga e imprecisa.
La grandeza de San José , repito, se origina de la participación que tomo en el augusto misterio de la Encarnación. El Padre Eterno encarga a este afortunado varón que cuide, alimente, proteja y guie al mismo Verbo, su propio Hijo, en quien tiene sus complacencias, y sea el custudio, compañero y esposo de la Vírgen Madre, de la Emperatriz Soberana  de todo lo criado. ¿ Qué cosa más exelente puede haber en toda la tierra, que estas distinciones y privilegios concedidos a una simple criatura ? De ahí nace, pues, ser San José el más eminente de losw seres creados, exepción hecha de Nuestra Señora y de la Humanidad sacratísima del hombre Dios.
Tres sagrados depósitos confió la Divina Providencia a San José. la Virginidad de María, la persona de Cristo y el secreto misterioso del Padre Eterno en la Encarnación de su Hijo.
Letanías gregorianas de san José
CARTA ENCÍCLICA
 QUAMQUAM PLURIES
DEL SUMO PONTÍFICE
LEÓN XIII
SOBRE LA DEVOCIÓN A SAN JOSÉ
     
 A nuestros Venerables Hermanos los Patriarcas, Primados, Arzobispos
y otros Ordinarios, en paz y unión con la Sede Apostólica.
1. Aunque muchas veces antes Nos hemos dispuesto que se ofrezcan  oraciones especiales en el mundo entero, para que las intenciones del  Catolicismo puedan ser insistentemente encomendadas a Dios, nadie considerará como motivo  de sorpresa   que Nos consideremos el momento presente como oportuno para inculcar  nuevamente el mismo deber. Durante   periodos de tensión y de prueba —sobre todo cuando parece en los  hechos que toda ausencia de ley es permitida a los   poderes de la oscuridad— ha sido costumbre en la Iglesia suplicar con  especial   fervor y perseverancia a Dios, su autor y protector, recurriendo a la intercesión de los santos —y sobre todo de la Santísima Virgen María,  Madre de Dios— cuya   tutela ha sido siempre muy eficaz. El fruto de esas piadosas oraciones  y de la   confianza puesta en la bondad divina, ha sido siempre, tarde o  temprano, hecha   patente. Ahora, Venerables Hermanos, ustedes conocen los tiempos en  los que vivimos; son poco menos deplorables para la religión cristiana  que los peores días, que en el pasado estuvieron llenos de miseria para la Iglesia.  Vemos la fe, raíz de todas las virtudes cristianas, disminuir en muchas almas; vemos  la caridad enfriarse; la joven generación diariamente con costumbres y puntos de  vista más depravados; la Iglesia de Jesucristo atacada por todo flanco  abiertamente o con astucia; una  implacable guerra contra el Soberano Pontífice; y los fundamentos mismos  de la religión socavados con una osadía que crece diariamente en  intensidad. Estas cosas son, en efecto, tan notorias que no hace falta que nos extendamos  acerca de las   profundidades en las que se ha hundido la sociedad contemporánea, o  acerca de los proyectos que hoy agitan las mentes de los hombres. Ante  circunstancias tan infaustas y problemáticas, los remedios humanos son  insuficientes, y se hace necesario, como único recurso, suplicar la asistencia del poder divino.    
2. Este es el motivo por  el que Nos hemos considerado necesario dirigirnos al   pueblo cristiano y exhortarlo a implorar, con mayor celo y constancia,  el auxilio de Dios Todopoderoso. Estando próximos al mes de octubre, que  hemos consagrado   a la Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario,  Nos exhortamos encarecidamente a los fieles a que participen de las  actividades de este mes, si es posible, con aún mayor piedad y constancia que hasta  ahora. Sabemos  que tenemos una ayuda segura en la maternal bondad de la Virgen, y  estamos seguros de que jamás pondremos en vano nuestra confianza en  ella. Si, en   innumerables ocasiones, ella ha mostrado su poder en auxilio del mundo cristiano, ¿por qué habríamos de dudar de que ahora renueve la  asistencia de su poder y   favor, si en todas partes se le ofrecen humildes y constantes  plegarias? No, por el contrario creemos en que su intervención será de lo más  extraordinaria, al habernos permitido elevarle nuestras plegarias, por tan largo tiempo,  con súplicas tan   especiales. Pero Nos tenemos en mente otro objeto, en el cual, de  acuerdo con lo   acostumbrado en ustedes, Venerables Hermanos, avanzarán con fervor.  Para que Dios sea más favorable a nuestras oraciones, y para que Él  venga con misericordia y prontitud en auxilio de Su Iglesia, Nos juzgamos de  profunda utilidad para   el pueblo cristiano, invocar continuamente con gran piedad y  confianza, junto con la Virgen-Madre de Dios, su casta Esposa, a San José; y tenemos plena  seguridad de   que esto será del mayor agrado de la Virgen misma. Con respecto a esta devoción, de la cual Nos hablamos públicamente por primera vez el día de  hoy, sabemos sin duda que no sólo el pueblo se inclina a ella, sino que de hecho ya  se encuentra   establecida, y que avanza hacia su pleno desarrollo. Hemos visto la  devoción a San José, que en el pasado han desarrollado y gradualmente incrementado  los Romanos   Pontífices, crecer a mayores proporciones en nuestro tiempo,  particularmente después que Pío IX, de feliz memoria, nuestro  predecesor, proclamase, dando su   consentimiento a la solicitud de un gran número de obispos, a este  santo patriarca   como el Patrono de la Iglesia Católica. Y puesto que, más aún, es de  gran importancia que la devoción a San José se introduzca en las  prácticas diarias   de piedad de los católicos, Nos deseamos exhortar a ello al pueblo  cristiano por medio de nuestras palabras y nuestra autoridad.
3. Las razones por las que  el bienaventurado José debe ser considerado especial   patrono de la Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera  muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el  esposo de María y   padre putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su  santidad, su gloria. Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que  nada puede   existir más sublime; mas, porque entre la santísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima  dignidad, por la que la Madre  de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que  ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de  por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como  esposo a la   Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la  virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio  del pacto   conyugal, en la excelsa grandeza de ella. El se impone entre todos por  su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la  creencia de los  hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios  se sometiera a José, le   obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a sus propio padres. De esta doble dignidad se siguió la obligación que la naturaleza pone en la cabeza de las familias, de modo  que José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la  Sagrada Familia. Y   durante el curso entero de su vida él cumplió plenamente con esos  cargos y esas responsabilidades. El se dedicó con gran amor y diaria solicitud a  proteger a su esposa y al Divino Niño; regularmente por medio de su trabajo  consiguió lo que era necesario para la alimentación y el vestido de ambos; cuidó al Niño  de la muerte cuando era amenazado por los celos de un monarca, y le encontró  un refugio; en las miserias del viaje y en la amargura del exilio fue siempre la  compañía, la ayuda y el apoyo de la Virgen y de Jesús. Ahora bien, el divino hogar  que José dirigía con la  autoridad de un padre, contenía dentro de sí a la apenas naciente  Iglesia. Por el mismo hecho de que la Santísima Virgen es la Madre de Jesucristo,  ella es la Madre de todos los cristianos a quienes dio a luz en el Monte Calvario  en medio de los   supremos dolores de la Redención; Jesucristo es, de alguna manera, el primogénito de los cristianos, quienes por la adopción y la Redención  son sus hermanos. Y por estas razones el Santo Patriarca contempla a la multitud de  cristianos que  conformamos la Iglesia como confiados especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por toda la tierra, sobre la cual, puesto  que es el esposo de María y el padre de Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad. Es,  por tanto,   conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo  que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de  Nazaret, así   proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de  Cristo.
4. Ustedes comprenden  bien, Venerables Hermanos, que estas consideraciones se   encuentran confirmadas por la opinión sostenida por un gran número de  los Padres, y que la sagrada liturgia reafirma, que el José de los tiempos  antiguos, hijo del patriarca Jacob, era tipo de San José, y el primero por su gloria  prefiguró la   grandeza del futuro custodio de la Sagrada Familia. Y ciertamente, más  allá del hecho de haber recibido el mismo nombre —un punto cuya relevancia no  ha sido  jamás negada— , ustedes conocen bien las semejanzas que existen entre  ellos; principalmente, que el primer José se ganó el favor y la especial  benevolencia de su maestro, y que gracias a la administración de José su familia  alcanzó la prosperidad y la riqueza; que —todavía más importante— presidió sobre el  reino con gran poder, y, en un momento en que las cosechas fracasaron, proveyó por  todas las   necesidades de los egipcios con tanta sabiduría que el Rey decretó  para él el título de "Salvador del mundo". Por esto es que Nos podemos prefigurar  al nuevo en el antiguo patriarca. Y así como el primero fue causa de la  prosperidad de los   intereses domésticos de su amo y a la vez brindó grandes servicios al  reino entero, así también el segundo, destinado a ser el custodio de la  religión cristiana, debe ser tenido como el protector y el defensor de la Iglesia, que es  verdaderamente la casa del Señor y el reino de Dios en la tierra. Estas son las razones  por las que hombres de todo tipo y nación han de acercarse a la confianza y tutela  del bienaventurado José. Los padres de familia encuentran en José la mejor  personificación de la  paternal solicitud y vigilancia; los esposos, un perfecto de amor, de  paz, de fidelidad conyugal; las vírgenes a la vez encuentran en él el modelo y  protector de la   integridad virginal. Los nobles de nacimiento aprenderán de José como custodiar su dignidad incluso en las desgracias; los ricos entenderán,  por sus lecciones, cuáles son los bienes que han de ser deseados y obtenidos con el precio  de su trabajo. En cuanto a los trabajadores, artesanos y personas de menor grado, su  recurso a San   José es un derecho especial, y su ejemplo está para su particular  imitación. Pues  José, de sangre real, unido en matrimonio a la más grande y santa de las mujeres, considerado el padre del Hijo de Dios, pasó su vida trabajando,  y ganó con la fatiga del artesano el necesario sostén para su familia. Es, entonces,  cierto que la   condición de los más humildes no tiene en sí nada de vergonzoso, y el  trabajo del obrero no sólo no es deshonroso, sino que, si lleva unida a sí la  virtud, puede ser singularmente ennoblecido. José, contento con sus pocas  posesiones, pasó las  pruebas que acompañan a una fortuna tan escasa, con magnanimidad,  imitando a su   Hijo, quien habiendo tomado la forma de siervo, siendo el Señor de la  vida, se   sometió a sí mismo por su propia libre voluntad al despojo y la  pérdida de todo.
5. Por medio de estas consideraciones, los pobres y aquellos que viven con el   trabajo de sus manos han de ser de buen corazón y aprender a ser justos. Si ganan el derecho de dejar la pobreza y adquirir un mejor nivel por medios legítimos, que la razón y la justicia los sostengan para cambiar el orden establecido, en primer   instancia, para ellos por la Providencia de Dios. Pero el recurso a la fuerza y a las querellas por caminos de sedición para obtener tales fines son locuras que sólo  agravan el mal que intentan suprimir. Que los pobres, entonces, si han de ser sabios, no confíen en las promesas de los hombres sediciosos, sino más bien en el ejemplo y patrocinio del bienaventurado José, y en la maternal caridad de la Iglesia, que cada día tiene mayor compasión de ellos.
6. Es por esto que  —confiando mucho en su celo y autoridad episcopal,   Venerables hermanos, y sin dudar que los fieles buenos y piadosos irán  más allá de la mera letra de la ley— disponemos que durante todo el mes de  octubre, durante el rezo del Rosario, sobre el cual ya hemos legislado, se añada  una oración a San   José, cuya fórmula será enviada junto con la presente, y que esta  costumbre sea repetida todos los años. A quienes reciten esta oración, les  concedemos cada vez  una indulgencia de siete años y siete cuaresmas. Es una práctica  saludable y verdaderamente laudable, ya establecida en algunos países,  consagrar el mes de   marzo al honor del santo Patriarca por medio de diarios ejercicios de  piedad. Donde esta costumbre no sea fácil de establecer, es al menos  deseable, que antes del día de fiesta, en la iglesia principal de cada parroquia, se  celebre un triduo de oración. En aquellas tierras donde el 19 de marzo —fiesta de  San José— no es una  festividad obligatoria, Nos exhortamos a los fieles a santificarla en  cuanto sea   posible por medio de prácticas privadas de piedad, en honor de su  celestial patrono, como si fuera un día de obligación.
7. Como prenda de celestiales favores, y en testimonio de nuestra buena voluntad, impartimos muy afectuosamente en el Señor, a ustedes, Venerables Hermanos, a su   clero y a su pueblo, la bendición apostólica.
 Dado en el Vaticano, el 15 de agosto de 1889, undécimo año de nuestro   pontificado.