domingo, 28 de marzo de 2010

DOMINGO DE RAMOS

Domingo de Ramos de la Pasión del Señor - A.D. 2010

¡Bendito el Rey que viene! (Lc 19,28-40)

Fuente: ACIPrensa.

Domingo de Ramos - ícono"Mirad que subimos a Jerusalén" (Lc 18,31). El tiempo de la Cuaresma comenzó con esta advertencia que Jesús hizo a sus Doce apóstoles. La Cuaresma es una subida a Jerusalén junto con Jesús. Jerusalén es el destino final del itinerario cuaresmal y es también la culminación del itinerario terreno de Jesús. El subía a Jerusalén porque allí había de consumar su sacrificio, con el cual iba a obtener la salvación del mundo. El sabía con qué finalidad subía a Jerusalén y qué le iba a ocurrir allá. Por eso agrega: "Se cumplirá todo lo que los profetas escribieron acerca del Hijo del hombre; pues será entregado a los gentiles, y será objeto de burlas, insultado y escupido; y después de azotarlo lo matarán, y al tercer día resucitará" (Lc 18,31-33).

Estas palabras constituyen el primer programa de Semana Santa que se formuló en la historia; lo formuló el mismo Jesús. Ningún programa de Semana Santa, de los que circulan en estos días en nuestras parroquias, podría ser más preciso. Jesús iba a llevar a cabo en su Persona "una vez para siempre" (cf. Heb 10,10) los hechos históricos que nosotros conmemoramos y hacemos presentes en la liturgia de estos días santos. Jesús sabía por qué subía a Jerusalén. Los apóstoles, en cambio, no sabían: "Ellos nada de esto comprendieron; estas palabras les quedaban ocultas y no entendían lo que decía" (Lc 18,34). Y, sin embargo, Jesús los lleva consigo en este camino: "Subimos a Jerusalén".

Hoy día, Domingo de Ramos, hemos llegado al término de la Cuaresma. La lectura del Evangelio nos ubica en el término del camino: "Jesús marchaba por delante subiendo a Jerusalén". Hemos llegado al fin del camino y estamos con Jesús a las puertas de Jerusalén. El Evangelio nos describe el tramo final, previo a su entrada en la ciudad santa.

Cuando todavía está a cierta distancia Jesús prepara su ingreso: "Al aproximarse a Betfagé y Betania, envió a dos de sus discípulos, diciendo: 'Id al pueblo que está enfrente y encontraréis un pollino atado... desatadlo y traedlo'". Jesús se aproximó a Jerusalén desde el Oriente y para llegar a la ciudad tenía que superar el monte de los Olivos. Betania está en la ladera oriental del monte y dista de Jerusalén aprox. 3 kilómetros. El asno serviría a Jesús para subir el monte y aparecer a la vista de Jerusalén sobre esta cabalgadura. Pero no era simplemente para evitar el cansancio de la subida que Jesús quiso montar en un pollino, sino para cumplir lo escrito acerca de él. Ya vimos que él había dicho: "Se cumplirá todo lo que los profetas escribieron". Y el profeta Zacarías había descrito la entrada de un Rey en Jerusalén, diciendo: "¡Exulta sin freno, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu Rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna" (Zac 9,9).

El profeta Zacarías ve a lo lejos la entrada de un Rey, que es justo y victorioso; pero, al mismo tiempo humilde y montado en un asno. Así entró Jesús. A él se refiere esa descripción. Esa es la única profecía del Antiguo Testamento en que el Mesías es presentado como "humilde". Pero subsiste un problema: es que Jesús no tiene el aspecto de un Rey. El tiene un aspecto humilde, él "tomó la condición de siervo... y apareciendo como un hombre, se humilló a sí mismo" (cf. Fil 2,7.8). Por más que Lucas evoque las escenas de la entronización del rey Salomón, que entró en Jerusalén montado en la mula real (cf. 1Re 1,33-40), no basta para explicar la reacción de la gente: "Mientras Jesús avanzaba, extendían sus mantos por el camino. Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría, se pusieron a alabar a Dios a grandes voces". Lucas explica que lo hacen "por todos los milagros que habían visto". No los cautiva la bondad y la humildad de Jesús, ni tampoco sus palabras de vida eterna; aclaman a Jesús porque han visto milagros. Veremos que este motivo se revelará frágil.

Por eso gritan: "¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!". No es la primera vez en que, a la vista de sus milagros, quieren hacer rey a Jesús. Recordamos que, cuando él nutrió hasta la saciedad a una multitud con cinco panes y dos peces, en su entusiasmo "querían tomarlo por la fuerza para hacerlo rey" (Jn 6,15). Pero, cuando él deja de hacer milagros y, en un acto de extremo amor a su Padre y a nosotros, los hombres, se entrega a la muerte, y muerte de cruz, esta misma multitud le dice: "'A otros salvó; que se salve a sí mismo...'. Y le decían: 'Si tú eres el Rey de los judíos, ¡salvate!'" (Lc 23,35.37). El mismo que ahora es aclamado por todos como rey, a los pocos días cumplirá también esto otro que estaba escrito: "El oprobio me ha roto el corazón y desfallezco. Espero compasión, y no la hay, consoladores, y no encuentro ninguno" (Sal 69,21).

Los fariseos al ver las aclamaciones de la gente piensan que son excesivas y que Jesús no merece ser aclamado como Rey y Mesías. Por eso dicen a Jesús: "Maestro, reprende a tus discípulos". Lo hacen con su habitual falta de sinceridad, llamandolo "Maestro", no porque adhieran a su doctrina, sino por temor a la gente. Jesús responde: "Os digo que si éstos callan, gritarán las piedras". Jesús, no obstante su humildad, responde reafirmando su condición de Rey y Mesías. Por algo ha querido llegar a Jerusalén en esa forma. Y lo hace con una frase enigmática que sólo él podía pronunciar. En efecto, sólo él puede asegurar, que en la hipótesis de que la multitud callara, gritarían las piedras. Cuando Jesús fue crucificado "estaba el pueblo mirando" (Lc 23,35), en silencio. Ya no gritan. Ha llegado el momento de que griten las piedras. Y así fue. Cuando Jesús murió, "tembló la tierra y las rocas se partieron" (Mt 27,51).

Al evocar la entrada de Jesús en Jerusalén dispongamonos a celebrar la Semana Santa siguiendo a Jesús, no sólo en sus momentos de triunfo, ni sólo atraídos por sus milagros, sino procuremos "tener comunión con sus padecimientos hasta hacernos semejantes a él en su muerte, tratando de llegar así a la resurrección de entre los muertos" (Fil 3,10-11).

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