miércoles, 16 de junio de 2010

LA IRA DE DIOS: capítulo 16 versículo 2 del Apocalipsis, que vino una úlcera maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca de la bestia





Con mucha frecuencia, cuando se habla del Sida, surge la pregunta: ¿Es el Sida un castigo de Dios? A lo que suele contestar una voz autorizada: \"No, el Sida no es un castigo de Dios.( personalmente creo que si) Es una tragedia humana. No necesitamos atribuirle a Dios los males que afligen al hombre, pues éstos tienen causas naturales\". Esa es una opinión respetable pero, al fin, es una opinión humana. Como Job quisiéramos preguntarle a Dios lo que Él piensa. Hagámoslo investigando lo que Él dice en su palabra al respecto.

Pero ¿acaso hablan las Escrituras acerca del Sida? Es verdad que los libros que componen la Biblia fueron escritos muchos siglos antes de que apareciera esa enfermedad, pero hay un pasaje en el Nuevo Testamento que suena extrañamente actual.

Al comienzo de la Epístola a los Romanos, al hablar de los que se han desviado de la verdad, abandonando la adoración del Dios verdadero por el culto a las criaturas, San Pablo dice textualmente. \"Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra la naturaleza, y, de igual modo, también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en sus deseos lascivos los unos hacia los otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío\" (Rm 1:27).

Nótese las palabras: \"recibiendo en sí mismos\", esto es, en su propio cuerpo. En el libro de la Sabiduría leemos: \"Por donde uno peca, ahí es castigado\". San Pablo sabía muy bien de qué estaba hablando. En aquella época la homosexualidad era una práctica más difundida que en nuestros días, mucho más aceptada socialmente. Reinaba un libertinaje de costumbres quizá mayor que en el presente. No se conocía el Sida, pero la sífilis y otras enfermedades venéreas hacían estragos. San Pablo tenía sin duda en mente esas enfermedades cuando hablaba de los que reciben en sí mismos la retribución de sus desvaríos. ¿Lo que era válido entonces no lo será hoy día?

La noción de que Dios no castiga o, más exactamente, no corrige al hombre, es el corolario de otra, hoy predominante, que postula que Dios no interviene directamente en los asuntos humanos, sino que, en el mejor de los casos, asiste como un observador pasivo mirando de lejos las acciones humanas. Ambos conceptos son el fruto de una larga evolución del pensamiento religioso occidental. A medida que, partiendo del Renacimiento, se fue desarrollando la visión científica del universo y se fue paralelamente cuestionando a la Biblia como fuente de revelación, Dios, que ocupaba una posición central en la conciencia del hombre europeo, fue siendo empujado poco a poco hacia los confines del universo, como si dijéramos, y ha terminado, para la gran mayoría de los occidentales, por ser completamente expulsado de su mundo.

Esta cosmovisión secularizada moderna ha influido también sobre el mismo pensamiento de los escritores, filósofos y teólogos cristianos, a medida que su fe se apagaba, y ha culminado -en el contexto cristiano– en la llamada \"teología de la muerte de Dios\" (Tillich, Altizer, Van Buren, etc.) que, grandemente simplificada, sostiene que Dios no está presente en el mundo, como si después de haberlo creado se hubiera ido a descansar. Si bien es cierto que el Génesis dice que después de haber creado al mundo Dios descansó de sus obras en el sétimo día, las Escrituras afirman también enfáticamente en muchos pasajes que Él sostiene el universo con su poder y que Él interviene en los acontecimientos de la naturaleza y en los sucesos de la vida del hombre.

Nosotros vivimos no sólo porque Dios nos dio la vida (\"tus manos me hicieron y me formaron\" dice el libro de Job 10:8), sino porque Él nos mantiene vivos (\"Si Él tornara a sí su aliento y retirara hacia sí su espíritu, a una expiraría toda carne y el hombre volvería al polvo\" Job 34:14b,15). Véase también Sal 104:29). Sin su aliento de vida ni siquiera podríamos pecar. Él nos ha dado la libertad de hacerlo, pero nos hace experimentar las consecuencias de nuestros actos y algún día tendremos que darle cuenta de cada uno de ellos. Él también nos perdona y, en su infinita misericordia, en muchos casos nos exime de sufrir las consecuencias de nuestros errores o las atenúa.

En realidad, la Biblia enseña que Dios está constantemente reteniendo las consecuencias de los errores del hombre (\"Dios lento a la ira y rico en misericordia… que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado…\" Ex 34:6) y sólo deja que los efectos sigan su curso, o se desencadenen, cuando la impiedad llega a su colmo. La historia de la destrucción de Sodoma y Gomorra es muy ilustrativa en este respecto (Gn caps. 18 y 19).
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Es un hecho sintomático y por sí sólo revelador, que las personas que contraen el Sida sean –con excepción de los drogadictos, los hemofílicos y algunos casos de contagio casual- en su gran mayoría homosexuales o bisexuales (aproximadamente el 70% de los infectados).(1). Las personas célibes o los casados fieles no contraen la enfermedad, salvo, en el caso de los segundos, que su pareja les sea infiel y les transmita su contagio. En otras palabras, el Sida y la sodomía están íntimamente ligados (2). Este solo hecho debería bastarnos para hacernos reflexionar acerca del significado de esta enfermedad: Si no es un castigo de Dios es, por lo menos, un infortunio estrechamente ligado a cierto género de vida. Evitemos ese estilo de vida y evitaremos el Sida. El remedio es claro. No es el preservativo, pues éste es una protección relativa e insegura (circunstancia que los fabricantes, comerciantes y promotores del adminículo, en complicidad con los medios de comunicación, hacen lo posible por ocultar).

Es característico de la hipocresía de nuestra civilización el que se admita sin discusiones que cualquier conducta que tenga malas consecuencias es perniciosa, pero que no se extienda ese juicio a la homosexualidad ni se advierta a la gente de los peligros de contagio que encierra. Nadie duda, por ejemplo, de que el alcoholismo, que destruye la salud, a la persona y a las familias, sea negativo y la profilaxis social trata de evitarlo. No se promueven medios para paliar los efectos de la borrachera sino para curarla (3). No obstante, aunque nadie duda de que la homosexualidad es en Occidente el mayor caldo de cultivo de propagación del Sida, se rehuye considerarla como conducta negativa. Al contrario, se la defiende y se la justifca sosteniendo que es un modo válido (\"alternativo\" era la palabra de moda; ahora se habla más de \"opción\") de vivir la propia sexualidad. Se hace toda clase de esfuerzos para enseñar a la gente cómo evitar el contagio, promoviendo el uso del preservativo –que es sólo una defensa relativa- pero no se hace nada para desaconsejar a los hombre caer en la conducta que los expone al contagio. ¿Cabe mayor inconsecuencia?.

Para comprender mejor por qué Dios sancionaría severamente el mal uso de la sexualidad debe tenerse en cuenta la posición central que el sexo ocupa en la creación de la vida. No es un simple acto natural como el comer o el beber. Es un acto en el cual el ser humano comparte el poder creador de Dios, y no inconscientemente como el animal. Es además un acto que cumple una función unitiva entre el hombre y la mujer, unión que Dios ha ordenado. Es un acto natural con un componente espiritual, sagrado. Dios ha legislado sobre él, lo ha normado, restringiéndolo al hombre y a la mujer que se unen de por vida. Todo acto sexual, aun entre animales, es un triángulo: El macho, la hembra y Dios. De ahí que la pornografía y todo exhibicionismo sea una afrenta a la santidad de Dios. El sexo tampoco ocupa un lugar marginal en la Biblia, no se le trata de paso. Está presente desde el comienzo del Antiguo Testamento, en el segundo capítulo del Génesis, y desde el inicio del Nuevo. El Evangelio de San Mateo, en efecto, comienza hablando de la serie de antepasados de Jesús que, partiendo de Abraham, \"engendraron\" el uno al otro. Y enseguida explica cómo Jesús no nació de la unión física de sus padres. Dios está, pues, directamente involucrado en la sexualidad. ¿Cómo habría Él de permanecer indiferente al mal uso que se haga de ella?

Hay muchos que objetarán indignados: Un Dios de amor no puede enviar una epidemia semejante a sus criaturas. Pero las Escrituras dicen claramente que Dios envía enfermedades al hombre: \"Si oyes atentamente la voz del Señor y haces lo recto delante de sus ojos… ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti…\" (Ex. 15:26). Aun más explícitamente está desarrollado este pensamiento en las maldiciones que contiene el capítulo 28 del Deuteronomio.

El libro de Job expone claramente la idea de que el hombre es corregido por Dios mediante enfermedades: \"También es castigado el hombre por el dolor en su lecho, por el temblor continuo de sus huesos; cuando a su vida el alimento asquea y a su alma los manjares exquisitos; cuando su carne a la vista se consume y sus huesos, desnudos aparecen…\" (33:19-21. Por lo que viene luego es claro también que la finalidad de este duro trato no es atormentar al hombre, sino hacer que se vuelva a Dios.

Job llama a la enfermedad el primer nacido de la muerte, su primogénito (18:13). La enfermedad procede de la muerte, es su mensajero, como bien sabemos por experiencia. La muerte, a su vez, según San Pablo, es consecuencia del pecado. Sí, pues, la enfermedad procede de la muerte y la muerte del pecado, entonces la enfermedad procede del pecado.

No se puede reconocer a la Biblia como fuente de revelación sin admitir esta verdad. Quien alegue que esas nociones no tienen cabida en el contexto del mensaje de amor que predicó Jesús haría bien en considerar las palabras que el propio Jesús dirigió al paralítico curado en la piscina de Betesda, y que están consignadas en el más \"amoroso\" de los evangelios, en el de San Juan: \"Mira, has sido sanado. No peques más, no sea que te suceda algo peor\". (5:14).

Hay una tendencia a querer mirar sólo el lado \"bueno\" de Dios y a tapar con la mano su justicia. Pero el mismo Dios que dijo por boca del profeta Jeremías: \"Con amor eterno te he amado\" (31:3), dijo también por boca del mismo profeta \"¿Por qué os hacéis tanto daño a vosotros mismos, hasta destruiros hombre y mujer, niño y lactante… irritándome con las obras de vuestras manos?\" (44:7).

Dos atingencias finales se imponen: 1) El hecho de que la enfermedad y la muerte, como fenómenos de la vida, tengan como causa final el pecado, no quiere decir necesariamente que toda enfermedad concreta en el individuo sea consecuencia de un pecado que él hubiere cometido. 2) Nada nos autoriza condenar al enfermo de Sida, a estigmatizarlo por su enfermedad, aunque ésta haya sido causada por sus hábitos sexuales. La actitud correcta del cristiano frente al enfermo de Sida es amarlo, compadecerlo, ayudarlo. Esto es, tener la actitud que el propio Jesús habría tenido si se hubiera encontrado con uno de ellos en el camino, porque Él vino no a condenar sino a buscar a los pecadores y sus brazos están siempre dispuestos a acoger al que se arrepienta.
Notas

1.

Esta proporción sigue manteniéndose en el mundo occidental pero no en el continente africano, donde el contagio se reparte por igual entre hombres y mujeres y predomina el número de heterosexuales. Ello se debe al hecho de que la homosexualidad está poco difundida en esos países, pero en ellos reina en cambio una alta promiscuidad heterosexual.
2.

La razón por la cual el Sida se propagó inicialmente sobre todo entre homosexuales es que en la zona rectal el riesgo de contagio es mucho mayor.
3.

No se promueven pastillas para amansar a los borrachos a fin de que puedan beber sin ser peligrosos, o para que el exceso de bebida les haga menos daño. No se colocan tampoco anuncios que digan por ejemplo: \"Emborráchese esta noche sin miedo a la cirrosis. Tómese una xxxx\". Pero si he visto en Europa propaganda de preservativos en que se ve a dos hombres desnudos abrazándose y una leyenda al lado que dice: \"Amor sin riesgos\". A eso lo llaman \"sexo seguro\" cuando las estadísticas muestran que cuanto más se difunde el preservativo más se propaga el Sida. No obstante no se indica que la homosexualidad implica en sí un riesgo. Es una \"opción\" que tiene una corona ideológica. ¡Ay del que hable mal de ella! Se le tacha de \"homófobo\".

Si las personas que contrajeron el Sida a causa de su vida sexual desordenada hubieran conocido a Jesucristo antes de contagiarse –es decir, si lo hubieran conocido realmente por la fe y se hubieran arrepentido de sus pecados, no hubieran contraído ese terrible mal. El pecado sexual siempre trae consecuencia malignas, pero la gente no se da cuenta porque no ve la conexión entre sus actos pasados y su realidad presente. Pero \"la maldición nunca viene sin causa\", dice la Escritura. Hay una razón, un motivo, para todas las circunstancias, buenas o malas, que enfrentamos en la vida.

Sé precavido. Ponte del lado bueno, luminoso, de la existencia pidiéndole perdón a Dios por todos tus pecados y faltas y pidiéndole a Jesús que venga a morar y reinar en tu corazón. Hecha con sinceridad ésa es una petición que nunca queda sin respuesta.

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