domingo, 8 de mayo de 2011

En verdad, en verdad te digo, que quien no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios –

¿PUEDE ALGUIÉN SALVARSE SIN EL BAUTISMO DEL AGUA? 

la Iglesia católica enseña infaliblemente que el sacramento del bautismo es necesario para la salvación. está  demostrado que sólo es por la recepción del sacramento del bautismo que uno es incorporado a la Iglesia católica, fuera de cual no hay salvación.
Bautismos milagrosos

      No hay ninguna necesidad de que Dios salve a alguien por el bautismo de sangre (o bautismo de deseo), ya que Él puede mantener con vida a cualquier alma sincera hasta que se bautice, como vimos en el caso de San Albano y el guardia convertido. San Martín de Tours devolvió a la vida a un catecúmeno que había muerto para poder bautizarlo([1]). Santa Juana de Arco devolvió a la vida a un infante muerto para que ella lo bautizara([2]). Hay muchos milagros similares. Un ejemplo llamativo es el que ocurrió en la vida del mismo San Pedro. Mientras estaba encadenado a un pilar en la cárcel Mamertina en Roma, bautizó a dos de sus guardias, Proceso y Martiniano, con agua que milagrosamente brotó del suelo a poca distancia de las manos de San Pedro. Estos guardias fueron encarcelados también con San Pedro y debieron someterse a la ejecución al día siguiente porque eran conversos. Su deseo por el bautismo (bautismo de deseo) y su martirio por la fe (bautismo de sangre) no habrían sido suficientes. Tuvieron que ser bautizado con el “agua y el Espíritu Santo” (Juan 3, 5). Y Dios al ver que realmente deseaban el sacramento, lo suministró milagrosamente.

      La historia también registra que San Patricio – quien resucitó de entre los muertos a más de cuarenta personas – resucitó de entre los muertos a una serie de personas precisamente para bautizarlos, algo que era totalmente innecesario si alguien pusiese salvarse sin ser bautizado. Así lo señala un erudito:

“En total, San Patricio trajo a la vida cerca de cuarenta infieles en Irlanda, uno de los cuales fue el Rey Echu. (…) Al resucitarlo de entre los muertos, San Patricio lo instruyó y lo bautizó, preguntándole lo que había visto del otro mundo. El Rey Echu contó cómo en realidad había visto el trono preparado para él en el cielo debido a su vida de estar abierto a la gracia de Dios Todopoderoso, pero que no se le permitió entrar, precisamente porque no estaba aún bautizado. Después de recibir los sacramentos (…) murió en el acto y se marchó a su recompensa”[3].

El mismo estudioso además nota:

“Se registran muchos santos que resucitaron adultos específicamente y exclusivamente para el sacramento del bautismo, incluyendo a San Pedro Claver, Santa Winifred [Wenefrida] de Gales, San Julián de Mans, San Eleuterio, y otros. Pero aún más, hasta niños pequeños resucitaron para el sacramento de la salvación: San Gregorio Nacianceno, (…) San Hilario, (…) Santa Isabel, (…) Santa Coleta, (…) Santa Francisca Romana, (…) Santa Juana de Arco, (…) San Felipe Neri, (…) San Francisco Javier, (…) San Gildas, (…) San Gerardo Mayela, (…) por nombrar algunos”[4].

      Uno de los casos más interesantes es la historia de Agustina, la esclava, que se relaciona en la vida de San Pedro Claver, un misionero jesuita en Colombia del siglo XVII.

Cuando el Padre Claver llegó a su lecho de muerte, Agustina estaba fría al tacto, su cuerpo ya se estaba preparando para el entierro. Él oró junto a su cama durante una hora, cuando de repente la mujer se incorporó, vomitó un charco de sangre, y declaró al ser preguntada por los asistentes: ‘Vengo de un viaje a través de un largo camino. Después de haber recorrido el largo camino, me encontré con un hombre blanco de gran belleza que estaba ante mí y me dijo: ¡Alto! Usted no puede ir más lejos’. (…) Al oír esto, el Padre Claver despejó la sala y se dispuso a escuchar su confesión, pensando que estaba en la necesidad de la absolución por algún pecado que pudo haber olvidado. Pero en el transcurso del ritual, San Pedro Claver fue inspirado para darse cuenta de que ella nunca había sido bautizada. Él cortó su confesión y le negó a darle la absolución, pidió en cambio el agua con la que la bautizaría. El amo de Agustina insistió en que no necesitaba el bautismo ya que había estado a su servicio durante veinte años y nunca había fallado ir a Misa, a la confesión, la comunión todo ese tiempo. Sin embargo, el Padre Claver insistió en bautizarla, después de lo cual murió Agustina de nuevo con alegría y en paz en presencia de toda la familia”[5].

      El gran “Apóstol de las Montañas Rocosas”, el P. Pierre de Smet, quien fue el extraordinario misionero para los indios americanos en el siglo XIX, también fue un testigo – al igual que sus compañeros misioneros jesuitas – de muchas personas que volvieron para el bautismo en circunstancias milagrosas.

P. de Smet, 18 de diciembre de 1839: “A menudo he observado que muchos de los niños parecen esperar el bautismo antes de su volar al cielo, porque mueren casi inmediatamente después de recibir el sacramento”[6].

P. de Smet, 9 de diciembre de 1945: “… más de un centenar de niños y once personas de edad fueron bautizadas. Muchos de estos últimos [los ancianos], que fueron llevados sobre pieles de búfalo, parecía que sólo esperaban de esta gracia antes de ir a descansar en el seno de Dios”[7].

      En este punto, el lector también querrá mirar el capítulo de San Isaac Jogues y San Francisco Javier más adelante en este libro.

      En la vida extraordinaria del misionero irlandés San Columbano (543 a 615 d.C.), leemos acerca de una historia similar de la providencia de Dios queriendo llevar a todas las almas de buena voluntad al bautismo.

“[Columbano dijo]: Hijos míos, hoy podrán ver un antiguo jefe picto, que ha mantenido fielmente toda su vida los preceptos de la Ley Natural, llegar a esta isla; viene a ser bautizado y morir’. Inmediatamente, se vio un barco acercarse con un hombre viejo y débil sentado en la proa, que fue reconocido como jefe de una de las tribus vecinas. Dos de sus compañeros lo presentaron ante el misionero, a cuyas palabras escuchó con atención. El anciano pidió ser bautizado, e inmediatamente después exhaló su último suspiro y fue enterrado en el mismo lugar" (8) .
   El Padre Point, S.J. fue compañero del misionero jesuita P. de Smet en las misiones a los indios en el siglo XIX. Él cuenta una historia muy interesante acerca de la resurrección milagrosa para el bautismo de una persona que había sido instruida en la fe, pero murió al parecer sin recibir el sacramento
Vida del PadrePadre Point, S.J., citado en La de Smet, edición inglesa, pp. 165-166: “Una mañana, al salir de la iglesia me encontré con una mujer india, que dijo: ‘Tal persona no está bien’. Ella [la persona que no estaba bien] no era todavía una catecúmena y yo le dije que iría a verla. Una hora más tarde la misma persona [que vino y le dijo que la persona no estaba bien], que era su hermana, vino a mí diciendo que ella había muerto. Corrí a la tienda, con la esperanza que ella pudiese estar equivocada, y encontré una multitud de familiares alrededor de la cama, repitiendo: ‘Está muerta – no ha respirado durante algún tiempo’. Para asegurarme, me incliné sobre el cuerpo; no había ninguna señal de vida. Reproché a estas excelentes personas por no haberme comunicado la gravedad de la situación, y agregó: ‘¡Que Dios me perdone!’  Entonces, con cierta impaciencia, dije: ‘¡Orad!’ y todos cayeron de rodillas y oraron devotamente.
      ”Me incliné nuevamente sobre el supuesto cadáver y dije: ‘La túnica negra está aquí: ¿deseáis que os bautice?’  En la palabra bautismo vi un ligero temblor del labio inferior; luego ambos labios se movieron, dándome a entender que ella quería. Ella ya había sido instruida, por lo que la bauticé, y ella se levantó de su ataúd, haciendo la señal de la cruz. Hoy en día ella está de cacería, y está totalmente convencida que ella murió en el momento que yo le había vuelto a preguntar”[9].

      Este es otro ejemplo de una persona que ya había sido instruida en la fe, pero tuvo que ser resucitada milagrosamente específicamente para el sacramento del bautismo, y la resurrección milagrosa se produjo en el momento que el sacerdote pronunció la palabra ‘bautismo’.

      En la vida de San Francisco de Sales, también encontramos a un niño milagrosamente resucitado de entre los muertos específicamente para el sacramento del bautismo.

“Un bebé, hijo de una madre protestante, había muerto sin el bautismo. San Francisco había ido a hablar con la madre acerca de la doctrina católica, y oró para que el niño fuera devuelto a la vida por el tiempo suficiente para recibir el bautismo. Su oración fue concedida, y toda la familia se hizo católica”[10].

      San Francisco de Sales resume la verdad de manera maravillosamente simple acerca de este tema cuando diserta contra los herejes protestantes.

San Francisco de Sales, Doctor de la Iglesia, La Controversia Católica, edición inglesa, 1602, pp. 156-157: “La forma en que se deduce un artículo de fe es esta: la Palabra de Dios es infalible; la Palabra de Dios declara que el bautismo es necesario para la salvación, por lo tanto el bautismo es necesario para la salvación”[11].

     He aquí otra descripción de un niño recién nacido que murió sin el sacramento del bautismo y fue resucitado de entre los muertos por la intercesión de San Esteban.

“En Uzale, una mujer tenía un niño pequeño (…) Desafortunadamente, murió antes de que tuvieran tiempo para bautizarlo. Su madre estaba abrumada por el dolor, más por su privación de la vida eterna que por ya estar muerto para ella. Llena de confianza, tomó al niño muerto y públicamente lo llevó a la Iglesia de San Esteban, el primer mártir. Allí comenzó a rezar por el hijo que acababa de perder. Su hijo se movió, lanzó un grito, y fue restaurado a la vida de repente. De inmediato lo llevó a los sacerdotes, y, después de recibir los sacramentos del bautismo y confirmación, murió de nuevo”[12].

      En sólo los Hechos de los Apóstoles nos encontramos con tres intervenciones milagrosas involucrando el bautismo: Cornelio el centurión, el eunuco de Candace, y Saulo de Tarso. Y en cada caso no sólo es evidente la manifestación de la Providencia de Dios, también los individuos involucrados son obligados a ser bautizados con el agua, a pesar de que es clara su intención de hacer la voluntad de Dios.

      El hecho es que Dios mantendrá con vida a toda alma sincera hasta el bautismo; Él es Todopoderoso y Él ha decretado que nadie entra al cielo sin el bautismo.

Papa Pío IX, Vaticano I, ex cathedra: “Todo lo que Dios creó, con su providencia lo conserva y gobierna, ‘alcanzando de un confín a otro poderosamente y disponiéndolo todo suavemente’…”[13].

      De hecho, la primera definición infalible que declara que los elegidos ven la visión beatífica inmediatamente después de la muerte fue del Papa Benedicto XII en Benedictus Deus. Es interesante examinar lo que declara infaliblemente acerca de los santos y mártires que fueron al cielo.

Papa Benedicto XII, Benedictus Deus, 1336, ex cathedra, sobre las almas de los justos que reciben la visión beatífica: “Por esta constitución que ha de valer para siempre, por autoridad apostólica definimos que, (…) los santos Apóstoles, mártires, confesores, vírgenes y de los otros fieles muertos después de recibir el bautismo de Cristo, en los que no había nada que purgar al salir de este mundo (…) y que las almas de los niños renacidos por el mismo bautismo de Cristo o de los que han de ser bautizados cuando hubieren sido bautizados, que mueren antes del uso del libre albedrío, (…) estuvieron, están y estarán en el cielo…”[14].

      Al definir que los elegidos (incluidos los mártires) en los que no había nada que purgar están en el cielo, el Papa Benedicto XII menciona tres veces que han sido bautizados. Obviamente, ningún apóstol, mártir, confesor o virgen podría recibir la visión beatífica, sin haber recibido el bautismo de acuerdo con esta infalible definición dogmática


Notas:
[1] P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism of Desire [bautismo de Deseo], edición inglesa, Kansas City, MO: Angelus Press, 1999, p. 36; Sulpicius Severus, Life of St. Martin [La Vida de San Martín], edición inglesa, 7, 1‐7.
[2] Father Albert J. Herbert, Raised From The Dead, Rockford, IL: Tan Books, 1986, footnote adjacent to p. 93.
[3] Michael Malone, The Only‐Begotten, edición inglesa, p. 384.
[4] Michael Malone, The Only‐Begotten, edición inglesa, p. 385.
[5] Michael Malone, The Only‐Begotten, edición inglesa, p. 386.
[6] P. E. Laveille, S.J., The Life of Fr. De Smet [La Vida del P. de Smet], edición inglesa, Rockford, IL: Tan Books, 2000, p. 93.
[7] P. E. Laveille, S.J., The Life of Fr. De Smet, edición inglesa, p. 172.
[8] Citado por Michael Malone, The Only‐Begotten, edición inglesa, p. 364; Malone cita a The Catechist [El Catequista], del Rev. Canónigo Howe, IX edición inglesa, London: Burns, Oates, y Washbourne, 1922, Vol. 1, p. 63.
[9] P. E. Laveille, S.J., The Life of Fr. De Smet, pp. 165‐166, footnote 7.
[10] Introducción del The Catholic Controversy [La Controversia Católica], de San Francisco de Sales, edición inglesa, Tan Books, 1989, p. lv.
[11] San Francisco de Sales, The Catholic Controversy, edición inglesa, pp. 156‐157.
[12] Citado por Michael Malone, The Only‐Begotten, edición inglesa, p. 386; tomado del Rev. Canónigo Howe, The Catechist, London: Burns, Oates, y Washbourne, X edición inglesa, 1922, vol. 2, cf. pp. 596‐597.
[13] Denzinger 1784.
[14] Denzinger 530.
fuente: vc

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