Del
El Año Litúrgico
por Dom Guéranger, OSB
Nuestro Señor nos enseña aquí, bajo el simbolismo de las dos parábolas,
¿qué hemos de creer acerca de Su Iglesia, que es su reino, un reino que
se eleva en realidad no solo aquí en la tierra, sino que ha de ser consumado en
el cielo.
¿Qué es este grano de mostaza, que está oculto bajo tierra, que no se
ve a simple vista del hombre, entonces aparece como la más pequeña de las
hierbas, pero, finalmente, se convierte en un árbol?
Es la Palabra de Dios, en un principio escondida en Judea, pisoteada
por la malicia del hombre, incluso para ser enterrada en una tumba,
pero, al fin, levantándose triunfante y llegar rápidamente a cualquier
parte del mundo.
Apenas había transcurrido un siglo desde que Jesús fue condenado a
muerte, cuando su iglesia fue vigorosa incluso mucho más allá de los
límites del Imperio Romano.
Durante los últimos diecinueve siglos, todos los esfuerzos posibles se
han hecho para arrancar de raíz el árbol de Dios, la persecución, la
diplomacia, la sabiduría humana, todo lo han intentado y no han hecho más
que perder el tiempo.
Es cierto que lograron, de vez en cuando, cortar una rama, pero
otra creció en su lugar, porque la savia del árbol es vigorosa sin
medida.
Las aves que van y moran en él, son, como los Santos Padres interpretan,
las almas de los hombres que aspiran a los bienes eternos de un mundo
mejor.
Si somos dignos de nuestro nombre de cristianos, nos encanta este árbol,
y encontrar nuestro descanso y seguridad en ninguna otra parte, pero por
debajo de su sombra. La mujer, de las cuales la segunda parábola habla, es la Iglesia, nuestra madre.
Fue ella la que, desde el comienzo del cristianismo, tomó las
enseñanzas de su Maestro divino, y la escondió en los propios corazones
de los hombres, lo que es el fermento de la salvación de ellos.
Las tres medidas de harina con levadura en la que el pan, son las tres
grandes familias de la humanidad, los tres que vinieron de los hijos de
Noé, que son los tres padres de la raza humana.
Amemos a esta madre, y bendigamos la levadura celestial, que nos
hizo llegar a ser hijos de Dios, por nosotros los niños de la
Iglesia.
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