Al igual que la mujer vista por San Juan "vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza" (Epístola), la Virgen de Lourdes "está vestida con una túnica y el velo blanco como la nieve , lleva una faja azul y en sus pies descalzos descansa una rosa de oro ", todo un símbolo de su amor virginal. Ella exhorta a la penitencia a los niños desafortunados de Eva que no han sido como ella preservada del pecado. En el día de la Anunciación, declaró su nombre para nosotros, para manifestar que es a causa de la Encarnación
NUESTRA SEÑORA
DE LOURDES
El 11 de febrero de 1858, tres niñas: Bernadette
Soubirous, de catorce años, su hermana Marie-Toinette, de once y suamiga
Jeanne Abadie, de doce, salieron de su casa en Lourdes para recoger leña. Para
llegar a un lugar a orillas del río Gave, donde les habían dicho que
encontrarían ramas secas en abundancia, tenían que pasar ante una gruta natural
abierta en los peñascos de Massabielle que bordeaban el cauce del río, después
de cruzar un arroyo, cuya corriente movía la rueda de un molino. Las dos niñas
más pequeñas vadearon el arroyo dando chillidos, porque el agua estaba muy
fría. Bernadette, que a diferencia de sus compañeras, usaba medias en razón de
su delicada salud -sufría de asma-, no se atrevía a imitarlas. Sin embargo, cuando
las otras dos se negaron a ayudarla a pasar, comenzó a quitarse las medias. En
eso estaba, cuando oyó a su lado el ruido de un murmullo, como el que produce
un ráfaga de viento. Levantó la cabeza y comprobó que los arbolillos de la otra
orilla estaban quietos; sólo que le pareció advertir un leve movimiento en las
malezas que crecían ante la gruta, muy cerca de ella, al otro lado del arroyo.
Se desentendió del asunto, acabó de quitarse las medias y, ya iba a meter un
pie en el agua, cuando el susurro se repitió. Aquella vez se quedó mirando
fijamente hacia la gruta y vio agitarse con fuerza las ramas de las zarzas,
pero además, en un nicho dentro de la cueva, detrás y encima de las ramas,
estaba la figura de «una joven vestida de blanco, no más alta que yo,
saludándome con ligeras inclinaciones de la cabeza», como dijo más tarde
Bernadette. La aparición era muy hermosa: la joven vestía túnica blanca, ceñida
por una banda azul y llevaba un largo rosario colgado del brazo. Al verla, le
pareció que hacía signos como invitándola a orar; Bernadette se arrodilló,
extrajo de la bolsa su rosario y comenzó a recitarlo; entonces, la aparición
tomó también el rosario en sus manos y empezó a pasar las cuentas, rezando,
pero sin mover los labios. No se hablaron, pero al terminar los cinco
misterios, la figura sonrió y, retrocediendo hacia las sombras de la gruta,
desapareció. Las otras dos niñas regresaron de recoger la leña y se echaron a
reír al ver de rodillas a Bernadette. Jeanne le reprochó que no las hubiese ayudado
a recoger ramas secas y luego se encaramó a las rocas, corriendo hacia el otro
lado de la gruta; pero Marie-Toinette se acercó a su hermana: «Tú estás como
asustada, le dijo. ¿Viste algo que te dio miedo?». Bernadette se lo contó todo,
mediante la promesa de que no lo repetiría a nadie; sin embargo, Toinette se lo
dijo a su madre tan pronto como regresaron a casa. La señora Soubirous
interrogó a Bernadette:
-Te engañaste, chiquilla -le dijo-. Debes haber visto una
piedra.
-No, repuso la niña; era una jovencita y tenía un rostro
muy bello.
La madre llegó a la conclusión de que tal vez sería un
alma del purgatorio y prohibió a su hija que volviese a la gruta. Los dos días
siguientes Bernadette se quedó en casa, pero numerosos chiquillos de la
vecindad que se habían enterado del suceso, la importunaron para que regresara
al lugar. La señora Soubirous, exasperada, mandó a su hija a que pidiera
consejo al padre Pomian, quien no le hizo caso; entonces, la señora recomendó a
Bernadette que hablara con su padre y éste, después de algunas vacilaciones, la
autorizó a que fuera. Varias niñas emprendieron el camino de la gruta, llevando
una botella con agua bendita y, al llegar, todas se arrodillaron a rezar el
Rosario. Cuando iban en el tercer misterio, «la misma joven blanca se hizo
presente en el mismo lugar de antes», para decirlo con las propias palabras de
Bernadette: «¡Ahí está!, le dije a la que estaba más cerca de mí y le puse el
brazo sobre los hombros señalando a la joven blanca, pero ella no vio nada». Otra
niña, llamada Marie Hillot, le dio el agua bendita y, levantándose, arrojó
algunas gotas hacia la visión; la figura sonrió e hizo la señal de la cruz.
Bernadette le habló: «Si vienes de parte de Dios, acércate». La figura avanzó
un paso. En aquel momento, Jeanne Abadie con otras niñas trepó a las peñas de
la gruta y lanzó una piedra que fue a caer a los pies de Bernadette. La visión
desapareció. Pero Bernadette volvió a arrodillarse y permaneció inmóvil, como
en un trance, con los ojos fijos en la gruta. Sus compañeras no pudieron
moverla. Con dificultad, el molinero Nicolás y su mujer, levantaron en vilo a
la chiquilla, y la llevaron por la pendiente hasta el molino, donde
repentinamente volvió en sí y se echó a llorar amargamente. Pronto se reunieron
ahí muchas gentes y la madre de Bernadette comenzó a regañar a su hija, con lo
cual todos se retiraron discretamente y regresaron a Lourdes. Ninguno de
cuantos conocían a Bernadette, ni siquiera las monjas que le enseñaban el
catecismo, creyeron lo que decía. Algunos opinaron que lo que había visto era
un ánima del purgatorio.
La tercera aparición tuvo lugar el 18 de febrero, cuando
una dama llamada Millet y su hija, que era de la Congregación de las Hijas de
María, se llevaron a Bernadette hasta la gruta, una mañana muy temprano. Traían
consigo una vela bendita, pluma y tinta. Las tres se arrodillaron a rezar y,
cuando Bernadette murmuró que ahí estaba al figura, la hija de madame Millet le
entregó pluma, papel y tinta.
-Si vienes de parte de Dios, por favor dime lo que
quieres; si no, vete -dijo Bernadette.
Como la Señora se limitó a sonreír, la niña, agregó alargando el papel y la pluma:
Como la Señora se limitó a sonreír, la niña, agregó alargando el papel y la pluma:
-por favor ten a bien escribir tu nombre y lo que
quieres.
Entonces, la aparición habló por primera vez utilizando
el «patois» (dialecto) de Lourdes:
-No hay necesidad de que escriba lo que tengo que decir.
¿Quieres tener la amabilidad de venir aquí todos los días durante una quincena?
Después de una pausa añadió:
-No prometo hacerte feliz en esta vida, pero sí en la
otra.
Y elevándose hacia el techo de la gruta, desapareció. El
domingo 21 de febrero, gran número de personas la acompañó a la gruta,
incluyendo el Dr. Dozous, un médico escéptico que tomó el pulso y examinó la
respiración de la niña durante el trance. La aparición habló de nuevo: «Orarás
a Dios por los pecadores», recomendó.
Después de la misa mayor, Bernadette fue a visitar al
procurador imperial, J. V. Dutour quien la interrogó detenidamente para llegar
a la conclusión de que la chiquilla era sincera, pero estaba obsesionada.
Después de las vísperas, el comisario de policía, Dominic Jacomet, mandó a
buscarla y la sometió a un interrogatorio muy severo, y la despidió más tarde
con la advertencia de que debía mantenerse lejos de la gruta o atenerse a las
consecuencias. Aquellos funcionarios consideraban que la conducta de la
chiquilla perturbaba el orden público, y además habían observado que los
terrenos donde estaba situada la gruta ofrecían muy pocas seguridades a las
grandes muchedumbres que iban a reunirse ahí. El día 22, Bernadette fue a la
gruta, a pesar de la prohibición. Había allí un pequeño grupo de ciudadanos y
dos gendarmes; pero la aparición no se produjo. El mismo día, el P. Pomian,
confesor de Bernadette, declaró que si el procurador Dutour, máxima autoridad
en el lugar, no había prohibido a la joven que se acercara a la gruta, ésta
podía ir cuando quisiera. A las seis de la mañana del día 23, Bernadette llegó
al lugar y ya se encontraba allí una multitud de doscientas personas. Aquella
vez vio de nuevo la aparición y cayó en un trance que duró casi una hora. Al
otro día, la multitud había aumentado a cuatrocientas o quinientas personas, y
de nuevo Bernadette tuvo una hora de éxtasis cuando la aparición se manifestó.
Pero se negó a revelar cualquier cosa que la Señora hubiese dicho. El jueves
25, después de rezar un misterio del Rosario, Bernadette comenzó a avanzar de
rodillas por la pendiente que ascendía a la cueva, apartando suavemente el
follaje. Al llegar al fondo de la gruta, dio media vuelta sin levantarse y
avanzó en sentido contrario; después se detuvo a mirar inquisitivamente hacia
el nicho, se puso en pie y caminó hacia el lado izquierdo de la cavidad. Hay
dos nichos en la gruta: uno a mayor altura que el otro (en aquel se encuentra
actualmente la imagen de Nuestra Señora) y una especie de túnel entre los dos.
La figura apareció en distintos lugares; el 25 de febrero y el 25 de marzo, las
dos ocasiones más importantes, la aparición estaba en la abertura inferior del
túnel, al nivel del suelo, según afirmá el P. Martindale. Lo que la propia
Bernadette relata es esto:
-Ve a beber en la fuente y lávate en sus aguas -le dijo
la Señora.
Como Bernadette no sabía que hubiese una fuente en las
peñas de la cueva, se volvió para acercarse al río. Pero entonces, la Señora
volvió a hablar para explicarle. «Ella misma señaló con el dedo -dijo la
joven-, para mostrarme dónde estaba la fuente; caminé hacia allí; pero sólo
pude hallar un charquito de agua sucia; metí las manos, pero no pude coger agua
suficiente para beber. Comencé a escarbar y salió agua, pero turbia. Por tres
veces la saqué con las manos y la arrojé fuera; después ya podía beberse».
Las gentes vieron que la niña se inclinaba y, al
erguirse, tenía la cara sucia con lodo. De nuevo se inclinó y se diría que
estaba mordisqueando las hojas de una planta. Instantes después, se enderezó y
comenzó a andar hacia Lourdes. Al principio, la gente se mostró despectiva y
hasta burlona, pero algo más tarde, aquel mismo día, todos quedaron asombrados
al ver que había brotado un manantial de agua turbia en la gruta y su corriente
desembocaba en el Gave. Antes de una semana, el manantial estaba produciendo
27.000 galones (unos 100.000 litros) diarios, como sigue haciéndolo hasta hoy.
El 26 de febrero, ochocientos testigos vieron a Bernadette, en trance,
arrastrándose por la pendiente de la gruta, inclinándose con frecuencia para
besar el suelo y haciendo señas, como si invitara a los demás a imitarla. La
aparición había aconsejado que se hiciera penitencia (aquel día del año 1858,
fecha en que se reconoció como manantial la fuente que había surgido de la
gruta, era el segundo viernes de Cuaresma y el Evangelio de la misa se refería
a la piscina de aguas curativas que se hallaba frente a la Puerta de las
Ovejas, en Jerusalén -Juan 5,1-15-).
Las visiones del 27 y el 28 siguieron el curso de costumbre, aunque la muchedumbre creció. Bernadette se inclinó repetidas veces para besar el suelo, y las gentes la imitaron. Por la tarde del 28, la llevaron ante un magistrado quien le hizo las mismas advertencias. Para el 1de marzo, el número de espectadores había aumentado a 1000 y, por primera vez, un sacerdote estaba presente. El señor cura de Lourdes y los cuatro párrocos, habían declarado que ellos no tenían nada que ver con la gruta de Massabielle, pero el abad Dézirat procedía de distritos lejanos y no estaba bajo la jurisdicción de Lourdes. Este sacerdote se mostró muy impresionado. Aquel día tuvo lugar una curación en el manantial, pero no se dio la noticia hasta meses después. El 2 de marzo, a las 7 de la mañana, estaban presentes 1700 personas cuando Bernadette vio la aparición por décima tercera vez. En aquella oportunidad, la Señora le rogó que hiciera saber a los clérigos su deseo de que se construyera una capilla y se realizara una procesión. Bernadette fue a ver al señor cura, quién la recibió fríamente, la despidió con palabras bruscas y dio a entender a los funcionarios civiles que él personalmente desaprobaba toda la cuestión de las apariciones.
Las visiones del 27 y el 28 siguieron el curso de costumbre, aunque la muchedumbre creció. Bernadette se inclinó repetidas veces para besar el suelo, y las gentes la imitaron. Por la tarde del 28, la llevaron ante un magistrado quien le hizo las mismas advertencias. Para el 1de marzo, el número de espectadores había aumentado a 1000 y, por primera vez, un sacerdote estaba presente. El señor cura de Lourdes y los cuatro párrocos, habían declarado que ellos no tenían nada que ver con la gruta de Massabielle, pero el abad Dézirat procedía de distritos lejanos y no estaba bajo la jurisdicción de Lourdes. Este sacerdote se mostró muy impresionado. Aquel día tuvo lugar una curación en el manantial, pero no se dio la noticia hasta meses después. El 2 de marzo, a las 7 de la mañana, estaban presentes 1700 personas cuando Bernadette vio la aparición por décima tercera vez. En aquella oportunidad, la Señora le rogó que hiciera saber a los clérigos su deseo de que se construyera una capilla y se realizara una procesión. Bernadette fue a ver al señor cura, quién la recibió fríamente, la despidió con palabras bruscas y dio a entender a los funcionarios civiles que él personalmente desaprobaba toda la cuestión de las apariciones.
El 3 de marzo fue un día de grandes desilusiones y
desprecios para Bernadette. A las 4000 personas que habían acudido, tuvo que
confesarles su fracaso, porque la Señora no había aparecido; pero aquel mismo
día, cuando la mayoría de los espectadores habían partido, volvió a la gruta,
vio a la aparición y entró en trance durante corto tiempo. El 4 de marzo, ante
miles de espectadores, volvió a tener la visión, entró en trance, pero no hubo
novedades. Habían transcurrido catorce días y la Señora no volvió a aparecer;
pero el 25 de marzo -día de la Virgen- Bernadette visitó la gruta entre las
cuatro y las cinco de la madrugada, la Señora apareció y le dijo que se
acercara. Bernadette le pidió entonces: «¿Quieres tener la bondad de decirme
quién eres?» La aparición sonrió sin responder nada. La niña repitió la
pregunta dos veces más y entonces la Señora juntó las manos, levantó la vista
al cielo y respondió en patois: «Que soy era Inmaculada Conceptiou», «Yo soy la
Inmaculada Concepción». Después siguió hablando: «Deseo que se me construya
aquí una capilla». Bernadette replicó: «Ya les he dicho lo que tú quieres, pero
ellos piden un milagro como prueba de tu deseo». La Señora volvió a sonreír y,
sin agregar una palabra, se desvaneció a la vista de Bernadette.
La penúltima de las apariciones tuvo lugar el 7 de abril;
una muchedumbre de 1200 a 1300 personas vio a Bernadette en trance durante tres
cuartos de hora. El Dr. Dozous estaba a su lado y constató que la niña alzaba
las manos con los dedos entrelazados y las ponía sobre la llama de la vela que
ardía frente a ella. Observó que la llama acariciaba sus dedos y se filtraba
entre ellos, sin que la niña pareciera darse cuenta. No sólo era insensible al
dolor, sino que los tejidos de su piel no fueron afectados por el fuego, ni le
quedó cicatriz alguna. Cuando volvió en sí del trance, el doctor acercó la vela
encendida a la mano izquierda de la niña y ésta la retiró de prisa, exclamando:
«¡Me quema!» Debe admitirse, sin embargo que el padre Cross en su «Histoire de
Notre-Dame de Lourdes» (I, 494-499) da razones que desacreditan esta
declaración. De todas maneras, la comisión episcopal que examinó e informó las
pruebas de las apariciones, no la tomó muy en cuenta. La décima octava y última
aparición, ocurrió el 16 de julio, fiesta de Nuestra Señora del Carmen. Ya para
entonces, la gruta estaba cercada para que el público no se aproximara y
Bernadette no podía ver más que la parte superior del nicho por encima de las
bardas y desde la orilla opuesta del río Gave; sin embargo, la figura no parecía
más alejada que las otras veces. Después de aquella fecha, Bernadette Soubirous
nunca volvió a tener visiones de la Santísima Virgen durante los veintiún años
que aún vivió. A nadie más que a ella se le otorgó el privilegio de esas
visiones.
Conviene agregar unas palabras, a manera de comentario,
sobre dos puntos relacionados con las apariciones de la Santísima Virgen en
Lourdes: algunos críticos hostiles trataron de hacer creer que las
manifestaciones sobrenaturales habían sido organizadas por el clero, desde
Roma, con el propósito de que se confirmara y se popularizara el Dogma de la
Inmaculada Concepción que, apenas cuatro años antes, había sido definido por el
papa Pío IX. Puede comprobarse lo erróneo de esas críticas, recordando que
fueron los informes de los testigos, recogidos por las autoridades locales y
sometidos a la atención de la Prefectura del Departamento de Lourdes y al
Ministerio del Interior de Francia, los que dieron pie a la historia, sin que
el clero o la Iglesia se mezclara para nada en las supuestas apariciones, hasta
que la fe las arraigó profundamente en el pueblo y ocurrió la extraña
coincidencia del nacimiento de un manantial en la gruta y las gentes comenzaron
a llegar allí por miles, desde todos los alrededores. Tampoco es posible que
nadie llegue a creer sinceramente que las autoridades de la Iglesia, trataron
de popularizar (como se afirmó) un Dogma aprobado por el Vaticano, «recurriendo
a la imaginación y a la superstición de las masas» y para colmo, organizaran el
fraude en una remota aldea perdida en los Pirineos, a cien kilómetros de la
línea férrea más próxima. Además, todos los actos en la vida subsecuente de
Bernadette, la pequeña «impostora» que habría servido de instrumento a algún
astuto eclesiástico, desmienten categóricamente tal hipótesis. La muchacha no
volvió a tener visiones; nunca se le ocurrió adornar con nuevos detalles el
relato que hizo desde un principio; jamás demostró sentirse complacida o
halagada por la atención que se le dispensaba y nunca obtuvo alguna ganancia
pecuniaria por ello. Rehuyendo el cebo de la fama y la popularidad y
conservando la sencillez de una niña, Bernadette ingresó a una orden religiosa
de hermanas enfermeras, en 1886, a la edad de veintidós años. Hizo el noviciado
en Nevers, lejos de Lourdes, y allí se quedó doce años, hasta su muerte; no
tomó parte en ninguna de las grandes obras de construcción en torno a la gruta,
ni en las ceremonias de la consagración de la basílica.
En segundo lugar, es necesario llamar la atención hacia
un hecho muy notable que confirma el carácter único y sobrenatural de las
visiones de Bernadette. Durante sus prolongadas visitas a la gruta, mientras
permanecía en trance, con los ojos fijos en la aparición que ella veía tan
claramente, diciéndole cosas que hacían llorar de emoción a los campesinos que
la observaban, nadie pretendió nunca haber visto lo que ella contemplaba. No
hubo una alucinación colectiva, ni escenas de desorden, ni extravagancias,
gritos, contorsiones o cualquiera otra muestra de exaltación. En cambio, cuando
la serie de visiones de Bernadette había concluido, comenzaron a aparecer por
todas partes falsas visionarias que hacían demostraciones repugnantes. Los
informes que envió el comisario de la policía a la prefectura sobre este
particular son muy claros. Algunas de las visionarias eran jóvenes realmente
piadosas y de buena conducta, sobre todo María Courrech, criada del alcalde,
reconocida por todos como una joven buena. Marie tuvo visiones desde abril
hasta diciembre del mismo año y mucha gente le creyó, pero la diferencia entre
sus arrobamientos y los de Bernadette era muy marcada. El P. Cross publicó el
testimonio de un testigo intachable sobre las extravagancias de Marie. Si
llegaron a producirse semejantes aberraciones en mujeres de buena disposición y
preparación, ya puede imaginarse el lector lo que harían otras muchachas
indiferentes e ignorantes, así como los chiquillos que, para imitar a sus
mayores, comenzaron también a tener visiones. Los piadosos ciudadanos de
Lourdes y los campesinos de las aldeas vecinas, enteramente convencidos de que
las primeras apariciones en la gruta fueron auténticas, estaban dispuestos a
ofrecer a cualquiera de sus vástagos como receptáculos de inspiración divina.
No hay duda de que, a veces, esos niños quedaron en estado de arrobamiento y
hasta hubo algunos que verdaderamente tuvieron alucionaciones. En cuanto a los
«visionarios» adultos, aparte de los mencionados, sólo se puede decir que casi
todos hicieron exhibiciones de fenómenos extraños y repulsivos, convulsiones
histéricas, gestos, contorsiones, etc., y, por supuesto, en todos esos casos
había razones para sospechar que se trataba de una impostura deliberada.
Entre los muchos libros que se han escrito sobre Lourdes,
vale la pena consultar, para el aspecto histórico, el del padre L.J.M. Cross,
Histoire de Notre-Dame de Lourdes (1901), 3 vols., por ser el mejor documentado
y el más completo. Una obra más reciente, Histoire exact des apparitions de N.
D. de Lourdes, de P. H. Petitot (1935), es buena. Cf. la nota sobre Santa
Bernadette, el 16 de abril.
Texto visto en Católicos Alerta.
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