El agua y el fuego darán convulsiones al globo de la tierra y los terribles terremotos harán engullir montañas, ciudades, etc .. Nuestra Señora de La Salette 19 de septiembre 1846 (Publicado por Mélanie 1879)
Habrá tormentas eléctricas que sacudirán las ciudades, terremotos que harán engullir países. Nuestra Señora de La Salette 19 de septiembre 1846 (Publicado por Mélanie 1879)
En primer lugar el anuncio hecho el sábado 8 de noviembre 2014:
Francisco nombra nuevo obispo de Fairbanks, Alaska
(Radio Vaticano) Francisco el sábado a nombrado el Rev. Chad Zielinski el nuevo Obispo de Fairbanks, Alaska. El obispo electo es un sacerdote de la Diócesis de Gaylord, y actualmente se desempeña como capellán militar en la base de la Fuerza Aérea en Fairbanks.
Nació en Detroit, Michigan, y sirvió en el ejército a mediados de 1980 . Fue ordenado "sacerdote" obviamente con el ritual inválido, para la Diócesis de Gaylord (en Michigan) el 8 de junio de 1996, y desde 2002 ha servido como capellán militar de la Fuerza Aérea.El subrayado es un agregado del blog
últimamente las cosas se han puesto más lindas todavía. Ahora parece que Dios se ha enojado. Claro que para los progres, Dios no se puede enojar, que es imagen demasiado antropomórfica, etc., ja, ja. Veamos cómo lo explica Daniélou:
Hoy en día el niño aprende en clase de catequesis que la cólera es un pecado. A partir de ahí se entiende su escándalo cuando ve que se la atribuye a Dios. Ocurre lo mismo con los celos. Pero esta es mala filosofía.
La cólera es una pasión, una creatura de Dios, que es buena en sí misma. El Cristo se encolerizó con los mercaderes del Templo y Péguy ha hablado de las “grandes cóleras blancas” de Juana de Arco. La cólera es la reacción de una sensibilidad sana frente a todo lo que es vil, bajo, mezquino. Así, el Cristo no soportaba que se hiciera de su Templo una casa de comercio, que se le impusiese a los otros lo que ellos no practicaban, que se escandalizara a los niños. Pero ustedes, mis inestimables paparulos, ya no son niños. ¿O habrá que recordarles también aquello de San Pablo?
Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño.
Y se comprende, cómo no. Pero luego, a diferencia de ustedes, mis cristianos de pacotilla,
al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño (I Cor. XIII:11).
Pero si quieren dejar las cosas de niño comiencen a pensar qué
significa que Dios se encoleriza, se aíra, se enoja. No es, ni por
pienso, una “imagen antropomórfica” de la literatura hebrea como lo
sostienen los imbéciles exégetas progres de nuestro tiempo. Nada de eso.
La cólera de Dios significa, implica, es la expresión de una cosa
enteramente diferente. Ya sé que están medio dormidos, pero a lo mejor
aguantan una cita más de Daniélou:La cólera no es el resentimiento de un amor propio herido. Constituye la negativa a pactar con lo inadmisible. Y así, en Dios, es la expresión de su incompatibilidad con el pecado. Pero a lo mejor debemos ir más allá. En el fondo, la ira latina no expresa ni siquiera directamente una relación con alguna cosa. Se trata simplemente de la expresión de la vitalidad de un ser, la manera cómo se afirma. Uno de los vocablos hebreos que la designan tiene la misma raíz que la palabra que refiere a las humeantes narices del toro. Así, en su núcleo más profundo, la cólera de Dios es la expresión de la intensidad de la existencia divina, de la violencia irresistible con la que se lleva todo por delante cuando se manifiesta. En un mundo que permanentemente le da la espalda, a veces Dios recuerda violentamente que existe.
Y cómo no. Así el terremoto como el de Chile, el volcán de Islandia, el deslave de Rio de Janeiro, los agujeros en el suelo de Guatemala, el granizo “del tamaño de un talento” (Apoc. XVI:21), las inundaciones como nunca se vieron, las tormentas, el derrame de petróleo que aparentemente nadie sabe cómo impedir―todo eso, y mucho más por venir todavía, nos recuerda violentamente que Dios existe, qué se creían ustedes, contra el cual el progreso tecnológico nada puede. Y hay que saber que Dios existe con una intensidad existencial que a nosotros, creaturas procedentes de la nada, nos hace temblar. Y lo bien que hacemos. Claro que la mayoría de nuestros contemporáneos no entienden nada. Ni siquiera esto:
Se puede decir que esta idea de la intensidad del Ser divino es una cosa que los hombres de nuestro tiempo desconocen por completo, que han perdido prácticamente su noción misma. Han exaltado al hombre increíblemente, han perdido el sentido que tiene el ser una mera creatura; por el contrario, han vaciado a Dios de su substancia hasta convertirlo en una especie de fantasma abstracto que flota en no sé qué cielo metafísico y por consiguiente resulta lo más normal que al primero que se les ocurra venga a liberarse de Él como si fuera un viejo residuo que ya no se corresponde con ninguna experiencia viva.
Por cierto que cuando vemos liquidar a este dios fantasmal no lo lamentamos en absoluto. En efecto, no tiene mucho en común con el Dios vivo del que nos habla la Escritura diciendo que no se lo puede ver y seguir viviendo. Estas expresiones que califican a Dios en el orden de la intensidad de la existencia nos sacan de todas los remilgos, de todos los sentimentalismos que entorpecen la vera religión; nos colocan en la seriedad existencial de la realidad religiosa, en presencia de la soberana realidad del Ser de Dios. Esta es la base misma de la religión. La gente de nuestro tiempo conserva aún sentimientos píos, pero les queda muy poco del sentido profundo y radical del misterio de Dios. Haría falta, como el Señor expulsando a los mercaderes del Templo, despejar el camino en nuestras iglesias, en medio de las devociones de segundo orden que lo entorpecen, hacia este gran vacío fundamental en el interior del hombre y donde Dios está presente.
¿Y bien? ¿No lo entienden? ¿No les da miedo ver lo que está pasando? ¿No le tienen miedo a la ira de Dios?
Pero, perdido por perdido (ya sé que no hay caso, que no hay peor sordo que el que no quiere oír), les diré entonces, una sola cosa más: San Juan Bautista, el Gran Precursor, se la pasó haciendo penitencia. Y sin embargo, era inocente (a no ser, por aquello del pecado original). El rudo penitente del Makerón era un asceta como el que más. “Nemo maior”, ninguno más grande, dijo de él su primo, el Cristo. Pero alguno se podría preguntar por qué tanta penitencia, si no se había mandado macanas que le produjeran remordimientos, o algo así.
Fuente varias
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