lunes, 5 de septiembre de 2016

DOS EN UNA SOLA CARNE






Dos en una sola carne

 El matrimonio de acuerdo con la Ley Natural

El matrimonio según la ley natural fue instituido por Dios cuando creó a Adan y le dio como compañera a Eva. La razón de su creación se le dio incluso antes de que se haya cometido el pecado original: "No es bueno que el hombre esté solo; hagámosle una compañera semejante a él "(Génesis 2:18) . Se añadió otra razón después del pecado original  cometido: "Creced y multiplicaos y llenad la tierra" (Génesis 1:28)

.                             (Cristo bendice el matrimonio en las bodas de Caná)
 
Cuando el Esposo exhorta: “Levántate, amiga mía, hermosa mía, ven” (Cant.  2, 10-11), ella responde: “Mi amado es mío, y yo soy suya” (2, 16). El asentimiento inicial, el ensimismamiento progresivo, la libertad inaugural y la alianza perpetua, alcanzan cierta plenitud de conocimiento concreto.
La trans-fusión conyugal  yo-tu, vir- virago, (varón- varona) , constitutiva de un estado existencial nuevo y único, es verdadero
Conocimiento como relación concreta sujeto-sujeto. En verdad, la varona es huesos de los huesos del varón y carne de su carne y puede enunciarse a la inversa: el varón es hueso de los huesos y carne de la carne de la mujer (Gn 2, 23). La varona según el relato bíblico, fue hecha de la “costilla” o del “costado” de Adán (Gn 2, 21), porque el “costado” simboliza la identida de naturaleza.

 Esa identidad “encarnada”, funda y hace posible –mediante la
sexualidad que es su determinación primera- la mismificación del
yo varón y el tu varona.
Semejante mismificación que mantiene la diferencia, es
conocimiento.

Pero este acto de conocer debe ser explicado. Se utiliza aquí un lenguaje hebreo, no griego. Porque, en efecto, el acto del conocimiento ( gnósis) hace suya  tal cosa mediante la presencia no real sino intencional de la cosa en la mente (universal abstracto predicable de todos los inferiores); este conocer “abstractiza” la cosa conocida y, en ese plano,no hay conocimiento válido que no sea universal.   Tal es la herencia que hemos recibido de los
griegos; suele expresarse también como episteme  que es la ciencia, resultado del conocimiento por abstracción.

En cambio, cuando nos planteamos el acto y el proceso
de mismificación varón-varona que se expresa en el bíblico
“Adán conoció a Eva su mujer” (Gn 4, 1), nos situamos en la posibili
dad de un conocimiento por connaturalidad .

 Se trata de un conocer no-universal y, por ello, in-decible; pero no por inefable es menos real; diría que lo es aún más,
mucho más. El conocer, que los hebreos denominaban jada,
es relación inmediata, especialmente utilizada para designar la unión sexual como don total de las personas totales varón-varona. En ese sentido se expresa la Virgen María cuando, ante el anuncio del ángel Gabriel, pregunta: “¿Cómo será esto, pues no conozco
varón?” (Luc. 1, 34)
                                                Los esponsales de la Virgen María con San José

De ahí que estén íntimamente relacionados el “conocer”
conyugal y la carne como todo el hombre; por un lado jada
en cuanto percepción sensorial de lo espiritual, del “alma viviente”,
no de un cuerpo + un alma (dualismo); por el otro basar, “carne” que entre sus múltiples sentidos bíblicos, significa todo el hombre viviente. El cuerpo sensible está saturado de inteligibilidad pues una Palabra lo ha creado y esta Palabra participada (el cuerpo del tu) está dirigida a alguíen; la carne  concreta es, pues dialógica, como todo lo sensible
El nombre es, pues, el hombre que es Pedro y que es Luisa, aunque su unión sea indecible.
El amor no es abstracto sino “encarnado” y este insondable abismo
luminoso se devela apenas en la expresión “Adán conoció a su mujer”. Conocer ( jada ) es, mismificarme en ti, en tu carne ( basar), hacerme uno contigo y tú conmigo; el acto conyugal es ser dos en una sola carne. Este “dos en una carne” es y, a la vez, trasciende
el acto sexual, porque significa que son uno en la totalidad de la vida por modo de “encarnación”. Cierto es que el acto sexual es éxtasis de uno al otro, del otro en uno; acto que al mismo tiempo, impregna la totalidad de la vida de ambos. Verdaderamente son dos en una sola carne, hoy, mañana y siempre. Como traduce fray Luis
el pasaje del Cantar de los Cantares que he citado al comienzo: “Mío es el Esposo, mío y muy amado,/ y yo soy toda suya, y él
me quiere;/ de aquel que entre las flores su ganado / apacienta, seré mientras viviere”/.

4. El acto uno, único uno por uno.
Son dos, Pero el acto es uno.
No solamente es uno, sino único. Cada uno, uno por uno, es uno y único.
En el acto de amor uno in-corpora al otro. En la economía bíblica del  hombre, si no hubiese acaecido la falta original que hizo del hombre un espejo “opaco”, la unión habría sido un “conocimiento” de tal luminosidad y excelencia que, en la situación actual, nos es imposible imaginar. Estado cuya sublimidad permanece, por ahora, velada.
Pero algo podemos vislumbrar, como en penumbra: este  conocimiento
es totalmente “experimental” (de un cuerpo “espirituado”) y
totalmente “espiritual” (de un alma “incorporada”). Es
el conocer la carne, es decir, el todo del tú amado, conocer que apenas adivina al hombre integral. Nadie lo ha dicho mejor que Albert Frank- Duquesne: “Lo que ella (la mirada física lanzada sobre el ser amado) nos revela, más allá de a quien se ama, por él, a través de él, en él, es la unidad; es el homo, a la vez vir y virago,
el hombre primordial, arquetípico y, por tanto, el Hombre
universal, celeste: el Metántropos a través del Protántropos. Por la cópula carnal, dos seres distintos y separados por el individualismo nacido de la Caída en la que (...) se encarna y se manifiesta lo múltiple, llegan a la unidad total donándose uno a otro”.
Cuando este “renunciamiento sacrificial” no es real (el ágape
desalojado por el eros inmanentista), cuando “reserva” algo que no se da, “puede existir placer” compartido (que el mismo Frank-Duquesne ha llamado “vampirismo engatusador”) pero todo se limita a eso: se goza más o menos del contacto –pues no hay más
que contacto-. No se ha querido correr el “riesgo” de abandonarse, de perderse, de efectuar un don total de
sí mismo al otro, sin cálculo alguno. Por el contrario, cada uno de los compañeros toma, absorbe al otro en su ser interior o por lo menos lo intenta, mientras que la fusión no es posible si no se
sale de sí”, si se lo “despacha” simplemente; en tal caso “la simiente muere y se disuelve”.

En cambio, a inconmensurable distancia, “en la unidad
verdadera (...) cada uno (...) ha cesado de ser sí mismo. Los dos no
son más que un solo ser. Han constituido juntos un solo hombre,
 incomparablemente más rico en valor que el vir y la virago.
 Sólo entonces se efectúa el conocimiento
directo y profundo (...) de lo humano integral
­
Lo humano integral “tocado” y com-prendido en el acto
uno-único aunque pueda ser más o menos rico según la calidad de
las personas, no es aquello que verdaderamente lo constituye en su nobleza esencial sino el recíproco don total que es, por el “abandono” de los cuerpos, unión “carnal” como asimiento y desasimiento, simbiosis de la intimidad e interioridad yo- tú. Lejos de la despersonalización “ objetivante” del  conocimiento abstracto (pero fundándolo) es personalización concreta, una
suerte de “conocimiento” de amor  co-personal , éxtasis que se cumple en ti y en mi trans-fusión que nunca concluye ni se clausura jamás. Acto único, uno, único uno por por uno.

 La alegría esencial.

El alma corporeizada (la “carne”) sale de sí (éxtasis) y es, en y con el tú (esposo-esposa) “una sola carne”. Es un “conocimiento” integral; “Adán conoció a su mujer”; conocimiento que
Frank-Duquesne califica de “asimilación” de uno en otro por la pasión de la caridad. Cierto es que, en el plano de la contemplación teórica, gozamos de la verdad; pero aquí, en el abismo del proto-ser singularísimo. el mutuo don es gozo de la verdad personal del
Tú, alegría  esencial.
Como tan bien lo ha captado Frank-Duquesne “para sus participantes, es una evidencia de ser: ambos son auténticamente UNO, y lo saben irrevocablemente, de una ciencia gustativa,“sabrosa” y fruitiva”; por consiguiente, “entreven más o menos confusamente que buscan un absoluto en la unión carnal, fin supremo de la vida, consuelo sin par, incomparable recompensa y gozo por la excelencia del semillero de valores y belleza que provocan el éxtasis”.

Tanto en el orden del conocimiento abstracto como en el
conocimiento “carnal”, el ser que es el bien, provoca la alegría, alegría porque descubro y “miro” verdad; alegría cálida e inexpresable porque
soy uno contigo; alegría esencial, fruitiva, que brota del acto conyugal y que al mismo tiempo le trasciende porque es sed del Tú infinito, fuente de la alegría interminable.

 Acto sacro y cultual.

El acto como mismificación mutua es reconocimiento implícito o explícito, de la donatividad total (sin “residuos”) del ser mismo del
Yo y del tú conyugales; por eso el “ser dos en una sola carne” es
Acto sacro en cuanto revela la dependencia radical respecto del
Tú infinito. Sin Él, que es Quien crea y conserva la “encarnación” del yo y el tú en el encuentro, no existiría “conocer” alguno; de ahí
que cada acto conyugal, libre, uno y único, uno por uno, sea sacro.
 La esposa “recibe en su recinto al marido; el marido “entra” en él y ambos participan del conocer  co- personal  siendo uno, es decir, “en una sola carne”.
Acto sacro, lo es también, porque se con-sagran. No sólo se-donan,
sino que se ofrecen, en cada acto, al Tú infinito que hace que sean
uno. Por eso el acto es “sacrificio” (hacer algo sagrado) y es “fiesta” cultual. En los esposos que habitualmente reconocen en cada momento del tiempo y de modo especial en el acto conyugal, su mutua dependencia de Dios creador
y conservador, la unión “carnal” es siempre cultual puesto que el culto es el meollo mismo de la religión en cuanto acto formal de
re-conocimiento de nuestro ser  re-ligado .
 La sociedad conyugal es, pues, estado existencial nuevo y distinto, sacro y cultual. Esta reflexión manifiesta un desarrollo anónimo y callado, un vivir  cotidiano con todos sus pequeños aciertos y
reveses,.

 Valor ablativo de la promesa mutua.
A esta altura de la reflexión es conveniente que vuelva sobre mis pasos. La unión co-personal de tan fundamental importancia singular y social, está amenazada por la frivolidad diaria; por eso se ha vuelto perentoria la revalorización de la preparación para el nuevo estado.
Se requiere una restauración renovada de los “esponsales” como
Mutua promesa ; el sponsus está com-prometido; en el pasado hablábamos de celebrar el “compromiso” intercambiando los anillos
para usar en la mano derecha hasta el día de la unión conyugal. Período de fundamental  importancia cuyo término positivo significa promesa solemne y obligación de dar-se (del griego spendo); simultáneamente es ya comienzo de un “separarse” de sí mismo, de renuncia para no ser obstáculo de la unión total. Es comienzo pre-conyugal como ablación de sí. No otra cosa es el amor como “conocimiento”: un “quitar” en cierto modo paradójico porque
es un “dar”. Quitarme para darme. ablación de uno y del otro para alcanzar la unidad en “una sola carne”. Me “pierdo” a mí mismo para encontrarme en ti.

 Don mutuo y tiempo existencial

Libertad inaugural y tiempo.

 La indisolubilidad de la unión conyugal.“Dos en una sola carne”. Es lo menos que tú y yo podemos prometernos. Es verdad que cuando la Esposa canta “yo soy de mi amado; y mi amado es mío” (Cant.)6, 2 místicamente simboliza el matrimonio espiritual y teológicamente la plenitud de la unión del Creador y la creatura.
Pero al autor sagrado –y absolutamente el Autor de la Escritura- se ha servido del amor humano para simbolizar aquella unión; sabiéndolo, vuelvo la atención al símbolo que expresa que el don mutuo es ab-soluto en su orden. “Yo soy de mi amado y hacia mí tienden sus deseos./ ¡Ven, amado mío/ salgamos al campo./ pasemos la noche en las aldeas!” ( Cant. ., 7, 10).
La Esposa siente una suerte de terror ante la idea de que algo pueda separarlos: “¡Ponme cual sello sobre tu corazón,/ cual marca sobre tu brazo!/ Porque es fuerte el amor/ como la muerte” (Cant.
8,6). No hay, amor que no deba durar por siempre.
 Por eso y para eso “ponme cual sello sobre tu corazón
por todo el tiempo que inauguramos desde el asentimiento inicial.
Cuando tú y yo nos decimos “te amo”, decimos te quiero para siempre es decir, para toda nuestra existencia sucesiva, instante por instante. El “sí” de la libertad inaugural no tiene “condiciones” porque entonces no sería ni podría ser jamás el don de todo
mi ser al otro. Frank-Duquesne encontró el término exacto cuando lo calificó de vampirismo que “quita”, que absorbe, en la egolatría destructora. Recuerdo la risa que provoqué en los jóvenes que me escuchaban cuando les pregunté: ¿qué dirían ustedes si a mi novia le hubiera dicho “te quiero... hasta la próxima Navidad?”. Un amor que pone límite, no existe.

El consentir inaugural se otorga en el presente tuyo y mío. Pero no
sería posible si no implicara todo tu pasado y todo mi pasado puesto que el acto de ser de uno y otro es temporal. Nuestro presente es, como decía Bergson, una “duración más concentrada”, aquí mismo cuando te digo si.
 Y así es porque el ser finito es tiempo; quiero decir que es un modo del ser “concentrado” en nuestro presente. San Agustín, meditando sobre esto, concluía “Si nada pasase no habría tiempo pasado y si
nada adviniera, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría tiempo presente.”


Luego, si el presente fuese siempre presente (si no pasase)
ya no sería tiempo sino eternidad. En el presente inasible (porque deja de ser) se “concentra” todo mi pasado; y el futuro (que aún no es) se va concentrando en mi presente, en tu presente; por tanto, todo tu futuro, todo mi futuro; todo tu pasado y todo mi pasado son presentes en nuestro presente. Quienes se dicen y prometen amor como trans-fusión yo-tú conyugal, donan todo su pasado y todo su futuro.
 El “conocerse” uno en otro, es llegar a ser “una sola carne”
para siempre.
Cuando declaramos que la unión conyugal es indisoluble
ponemos de relieve su realidad natural más profunda. Ir al matrimonio considerándolo “disoluble”, es acto de
“vampirismo” potencial o actual que corrompe en su esencia el amor
humano.


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