Müller
La designación de Gerhard Müller como cabeza de la CDF ha merecido graves reparos por sus inquietantes opiniones teológicas. Pero un dato que era desconocido hasta hoy para quien esto escribe es que el germano también ha expresado sus simpatías por la leyenda negra antiespañola. He aquí una muestra:
Ejemplo a seguir: Bartolomé de Las Casas.
Del mismo modo que
Gustavo Gutiérrez, con su persona, su testimonio espiritual, su compromiso con
los pobres y su magníficas reflexiones, ha dado en nuestra época un rostro a la
teología de la liberación, así también nos ha mostrado de manera impresionante
la persona de Bartolomé de Las Casas, que en el siglo XVI, al contrario que su
coetáneo Colón, no descubrió un país y tomó posesión de él para la Corona
española, sino que descubrió lo injusto de la opresión y la humillación de la
población indígena y se propuso llevar a los hombres al reino de Dios, en el
que ya no habría señores ni esclavos, sino sólo hermanos y hermanas con los
mismos derechos.
Las Casas llegó supuestamente a las
Indias occidentales, el continente descubierto por Colón que hoy llamamos
América, de aventurero y caballero de fortuna. Desde la perspectiva del
descubridor de América, se trataba de territorios que podían tomarse en
posesión para la Corona de España y cuyas riquezas y habitantes estaban
privados de todo derecho y
por tanto expuestos a la agresión de la voluntad de desmesurado e ilícito
enriquecimiento. En un principio, también Las Casas estuvo inmerso en ese
sistema de privación de libertad y de explotación, pero finalmente reconoció en
el rostro de los maltratados el rostro de Jesucristo y así se convirtió en
intercesor elocuente y defensor de los pueblos oprimidos en su patria, América.
Con ello retornaba al sentido original de la misión cristiana: Jesús envió a sus
discípulos a predicar a todos los hombres el evangelio de la salvación y la
liberación. En este sentido, misión como encuentro de persona a persona en
nombre de Jesús es estrictamente lo contrario de una forma sólo aparentemente
religiosa de colonialismo e imperialismo.
No se pueden conquistar
territorios para Cristo y subyugar a sus habitantes bajo el dominio de un
Estado que se diga cristiano. La predicación de los enviados en nombre de
Cristo supone más bien poder adoptar libremente la fe. De este modo se crea una
red universal de discípulos de Cristo que, según su voluntad, constituyen una
comunidad de hermanas y hermanos y, por tanto, la Iglesia visible de Dios en el
mundo. A este proceso, impulsado por el Espíritu de Pentecostés, los hombres
aportan sus raíces y su identidad cultural y se dejan transformar por el
Espíritu de Dios hacia una identidad común más elevada. De este modo crece el
conocimiento de que somos hijos de Dios, llamados a una vida ejemplar,
destinados a la perfección en el futuro divino. Y así la Iglesia puede ser en
Cristo sacramento de la salvación del mundo y señal e instrumento de la íntima
unión con Dios y de la unidad de todo el género humano (Lumen
Gentium, 1).
Las Casas
nombra, en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, la
verdadera causa de la tremenda injusticia que los conquistadores españoles
cometieron con las personas que hallaron en su viaje de descubrimiento.
Sobre ellos,
que eran cristianos de nombre, mas no de conducta, dice Las Casas: “La única y
verdadera causa del asesinato y la destrucción de esa espantosa cantidad de
personas inocentes a manos de cristianos era exclusivamente apoderarse de su
oro”[1].
Gustavo
Gutiérrez ha formulado este camino liberador de Las Casas con el siguiente
juicio: “Dios o el oro”[2].
Éste es el camino hacia la liberación, según
nos enseña Jesús en el evangelio: “No se puede servir a dos señores, a Dios y
al dinero” (Mt 6,24), y en otro lugar especifica: “El origen de todo mal es la
codicia” (1 Tim 6,10).
Aquél en el que ponemos nuestra confianza, ése
es realmente nuestro Dios. Los cristianos del siglo XXI, pero también los
humanistas de toda orientación, nos enorgullecemos de haber dejado atrás el
colonialismo e imperialismo eurocentristas. Sin embargo, en la justa
indignación ante las atrocidades perpetradas en la conquista de América, África
e India y la humillación de la China corremos a menudo el peligro de creer,
sintiéndonos moralmente seguros, que en el siglo XVI nosotros habríamos estado
del lado de Las Casas y contra los explotadores. Por supuesto, las
circunstancias históricas de entonces no son sin más comparables con las del
mundo globalizado actual. No obstante, la alternativa fundamental entre la
opción por el dinero y el poder, por un lado, y Dios y el amor, por el otro, se
presenta hoy también a cada persona en particular, lo mismo que a todas las
comunidades y sociedades, Estados y alianzas. También en la actualidad se
marginan continentes enteros, como África y Sudamérica. Una mínima parte de la
población mundial se reparte los recursos entre sí, contribuyendo de este modo
a la muerte prematura de millones de niños y a que la mayor parte de la
población del mundo viva en circunstancias desastrosas.
Tomado de: [1] Las Casas, Brevísima relación de la destrucción de las Indias (H. M. Enzensberger [ed.], Las Casas Bericht von der Verwüstung der Westindischen Länder, Frankfurt 1981, S. 13).
[2] Gustavo Gutiérrez, Dios
o el oro en las Indias, siglo XVI, Lima,
1989.
fuente:Info católica
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