Cómo la literatura sobre conversos se reduce casi exclusivamente a historias de intelectuales conversos, de personas muy, muy listas. Como si se hubiera querido defender la idea de que hay gente inteligente que encontró la fe… que la fe no es para imbéciles o tarados. Sin embargo, no dejan de ser modelos alejados del común de los mortales, que no somos especialmente listos. Con otras palabras: Jesucristo vino para buscar pecadores, enfermos…, no hace una selección de personas por su inteligencia, posición social, nivel de estudios… Basta con mirar el perfil de los apóstoles, o de la misma Virgen María nuestra amada Madre, de quien Dios se enamoró “por la sencillez de su esclava”. Dios ofrece su amor a todo el mundo, listos y tontos, sanos y enfermos, ricos y pobres. Los únicos a los que es imposible que llegue Jesucristo son los que no quieren escucharle. Dios respeta siempre nuestra libertad. Trata de seducirnos, de conquistarnos… pero si no queremos hacerle caso, no nos obliga a aceptar sus regalos. Se retira… y lo seguirá intentando una y otra vez, o quizás no lo haga más, como también si Él quiere lo hará hasta el último día. Dios no nos quiere esclavos, quiere hijos.
Encontré estas anotaciones en hojas dispersas en una cajonera y me recuerda el momento de mi conversión, cuando leía algo lo hacía con tanto entusiasmo que todo lo trasladaba a un cuaderno o lo dejaba escrito en cualquier hoja de papel, así que lo siguiente no sé de que lugar lo obtuve por eso no detallo la fuente y lo llamaré de la siguiente manera:
CON LA MIRADA PUESTA EN LA ETERNIDAD.
Nos enseña San Pablo, que cuando el cuerpo resucitado y glorioso se revista de inmortalidad, la muerte será definitivamente vencida.
Entonces podremos preguntar: ¿Dónde está, muerte tu victoria? ¿Dónde está muerte tu agijón? Pues el agijón de la muerte es el pecado....fue el pecado quien introdujo la muerte en el mundo. Cuando Dios creó al hombre, junto con los dones sobrenaturales de la gracia le otorgó también otros dones que perfeccionaban la naturaleza en su mismo orden. Entre ellos figuraba el de la inmortabilidad corporal, que nuestros primeros padres debían transitar con la vida a su descendencia. El pecado de origen llevó consigo la pérdida de la amistad con Dios y de este don de la inmortalidad. La muerte, estipendio y pago del pecado, entró en un mundo que había sido concebido para la vida. La revelación nos enseña que Dios no hizo la muerte ni se goza en la pérdida de los vivientes. Pero con el pecado la muerte < llegó para todos ( S. Jerónimo Epist. 39,3): lo mismo muere el justo y el impío, el bueno y el malo, el limpio y el sucio, el que ofrece sacrificios y el que no,la misma suerte corre el bueno y el que peca. El que jura, lo mismo que el que tiene el juramento.De igual modo se redusen a pavesas y a cenizas hombres y animales> Todo lo material se acabará: Cada cosa a su hora. El mundo corpóreo y cuanto existe en él está abocado a un fin.También nosotros.
Con la muerte el hombre pierde todo lo que tuvo en la vida como el rico de la parábola, el Señor dirá al que solo a pensado en si mismo, en su bienestar y comodidad; ( Lc. 12-20,21) ¡ Insensato !...¿ De quién será cuanto has acumulado ?. Cada uno llevará consigo, solamente, el mérito de sus buenas obras y el débito de sus pecados.
Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor( Apoc. 14,13) ya desde ahora dice el Espíritu que descansen de sus trabajos, puesto que sus obras los acompañan. Con la muerte termina la posibilidad de merecer para la vida eterna, según advertía el Señor: ( Jn. 9,4) luego viene la noche, cuando nadie puede trabajar con la muerte, la voluntad se fija en el bien o en el mal para siempre; queda en la amistad con Dios o El rechazo de su misericordia por toda la eternidad.
La meditación de nuestro final en este mundo nos mueve a reaccionar ante la tibieza, ante la posible desgana en las cosas de Dios, ante el apegamiento de las cosas de aquí abajo, que bien pronto hemos de dejar; nos ayuda a santificar el trabajo y a comprender que esta vida es un tiempo, corto, para merecer. Recordamos hoy que somos barro que perece, pero también sabemos que hemos sido creados para la eternidad, que el alma no muere jamas y que nuestros propios cuerpos resucitarán gloriosos un día para unirse de nuevo al alma y esto nos llena de alegría y de paz y nos mueve a vivir como hijos de Dios en el mundo.
Con la resurrección de Cristo Nuestro Señor, la muerte ha sido vencida: (1 Cor. 3,2) ya no tiene esclavizado al hombre; es éste quien la tiene bajo su dominio. Y esta soberanía la alcanzamos en la medida en que estamos unidos a Aquel que posee las llaves de la muerte. (Apoc.1,10) La autentica muerte la constituye el pecado,( Jn. 11.25,26) la que es la tremenda separación, la del cuerpo y el alma, es menos importante y, además provisional. Quien cree en mí -dice el Señor - aunque muera vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. < En Cristo, la muerte ha perdido su poder, le ha sido arrebatado su agijón, la muerte ha sido derrotada.
Esta verdad de nuestra fe puede parecer paradójica cuando a nuestro alrededor vemos todavía hombres aflijidos por la certeza de la muerte y confundidos por el tormento del dolor, ciertamente, el dolor y la muerte desconciertan al espíritu humano y siguen siendo un enigma para aquellos que no creen en Dios, pero por la fe sabemos que serán vencidos ; que la victoria se ha logrado ya en la muerte y resurrección de Jesucristo, Nuestro Redentor > El materialismo, en sus diversos planteamientos a lo largo de los tiempos, al negar la subsistencia del alma después de la muerte, trata de calmar el ansia de eternidad que Dios ha puesto en el corazón humano, aquietando las consciencias con el consuelo de pervivir a través de las obras que se hayan dejado, y en el recuerdo y el afecto de los que aún viven en ek mundo. Es bueno que quienes vengan detrás nos recuerden, pero el Señor nos enseña más: No temais a los que matan el cuerpo, y no pueden matar el alma : temed más bien al que puede arrojar alma y cuerpo en el infierno. Este es el santo temor de Dios , que tanto puede ayudar en ocasiones a alejarnos del pecado. Para toda criatura, la muerte es un trance difícil, pero después de la redención obrada por Cristo, ese momento tiene una significación completamente distinta. Ya no es solo el duro tributo que todo hombre ha de pagar por el pecado como justa pena por la culpa; es, sobre todo, la culminación de la entrega en manos de nuestro Redentor, el tránsito de este mundo a Cristo, podemos decir con el Salmista : aunque haya de pasar por un valle tenebroso, no temo mal alguno, porque tu estas conmigo Sal. 22.
Esta serenidad y optimismo ante el momento final nacen de la firme esperanza en Jesucristo,que quiso asumir la naturaleza humana , con sus flaquezas a excepción del pecado, para destruir por su muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es el diablo, y librar a aquellos que por el temor de la muerte andaban sujetos a servidumbre. Por eso enseña San Agustín que Epist. 2,94 < nuestra herencia es la muerte de Cristo > por ella podemos alcanzar la vida.
La incertidumbre de nuestro fin debe empujarnos a confiar en la misericordia divina y a ser muy fieles a la vocación recibida, gastando nuestra vida en servicio de Dios y de la Iglesia allí en donde estemos. Siempre debemos, y de modo particular cuando llegue ese momento último, que el Señor es un buen Padre, lleno de ternura por sus hijos. Es nuestro Padre Dios quien nos dará la bienvenida ¡ Es Cristo quien nos dice: Ven bendito de mi Padre.- !
La amistad con Jesucristo, el sentido cristiano de la vida, el sabernos hijos de Dios, nos permitirán ver y aceptar la muerte con serenidad: Será el encuentro de un hijo con su Padre, a quien ha procurado servir a lo largo de esta vida. Aunque de pasar por un valle tenebroso, no temo mal alguno tú estas conmigo .
El pensamiento de la brevedad de la vida no nos aleja de los asuntos que el Señor ha puesto en nuestras manos : familia, trabajo aficciones nobles ---- Nos ayuda ha estar desprendidos de los bienes, a situarlos en el lugar que les corresponde, y a santificar todas las realidades terrenas, con las que hemos de ganarnos el cielo.
Cuando muere una persona querida, un amigo, un familiar, puede ser un momento oportuno entre nosotros, para llevar a nuestra consideración estas verdades ineludibles. El Señor se presentará quizás cuando menos lo pensemos : (1 Tesa. 5) Vendrá como ladrón en la noche, y debe hallarnos dispuestos, vigilantes, desprendidos de lo terreno. Aferrarse a las cosas de aquí abajo cuando hemos de dejarlas tan pronto sería un grave error. Hemos de caminar con los pies en la tierra, estamos en medio del mundo y a eso nos llama la vocación de cristianos, pero sin olvidar que somos caminantes que tienen la vista en Cristo y en su Reino, que será lo definitivo.
Debemos vivir todos los días con la conciencia de ser peregrinos que se dirigen- muy de prisa- hacia el encuentro de Dios. Cada mañana damos un paso más hacia Él, cada tarde nos encontramos más serca. Por eso viviremos como si el Señor fuera a llamarnos enseguida. La incertidumbre en que quiso dejar el Señor el fin de nuestra vida terrena nos ayuda a vivir cada jornada como si fuera la última, preparados siempre y dispuestos a < cambiar de casa > . De todas formas, ese día < no puede estar muy lejos > cualquier día puede ser el último. Hoy si pensamos, han muerto miles de personas en circunstancia diversas, posiblemente, muchas jamas imaginaron que ya no tendrían más tiempo para merecer.
Cada día nuestro es una hoja en blanco en la que podemos escribir maravillas o llenas de errores y manchas.Y no sabemos cuántas páginas faltan para el final del libro, que un día verá Nuestro Señor.
La amistad con Jesucristo, el amor a nuestra Santa Madre María, el sentido cristiano con que nos hemos empeñado en vivir la existencia, nos permitirán ver con serenidad nuestro encuentro definitivo con Dios.
San José, abogado de la buena muerte, que tuvo a su lado la dulce compañía de Jesús y María a la hora de su tránsito de este mundo, nos enseñará a preparar día a día ese encuentro inefable con nuestro Padre Dios San Pablo se despide de los primeros cristianos de Corintio con estas palabras consoladoras con las que podemos considerarlas nosotros como dirigidas a cada uno en particular : Por tanto, amados hermanos míos, manteneos firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo no es vano en el Señor. Madre nuestra alcánzanos de tu Hijo la gracia de tener siempre presente la meta del cielo en todos nuestros quehaceres: trabajar con empeño, con la mirada puesta en la eternidad.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte Amén.
Cristo dijo: "Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí Yo soy la vid, vosotros los pámpanos: quien permanece en mí, y yo en él,.. lleva mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada Si alguno no permanece en mí, es echado fuera como el sarmiento,y se seca;. será recogido y echado al fuego, y se queman " (Juan xv 4,6)" |
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