domingo, 20 de abril de 2014

¡ HAN QUITADO AL SEÑOR DEL SEPULCRO Y NO SABEMOS DÓNDE LE HAN PUESTO !


                                                                                          


No tenemos idea de la importancia que tenían los perfumes en las civilizaciones antiguas. En el Cantar de los Cantares, se habla tanto de perfumes como de belleza y de amor. No hay, en toda la historia humana, cosa tan conmovedora como los
preparativos de esas pocas mujeres que, en cuanto acaba el Sabbat, al despuntar el
día, no se ocupan absolutamente más que de perfumes, pero que serían
absolutamente capaces de remover cielo y tierra por perfumes: en cuanto suenan las
trompetas del Templo, al final de la noche,

 para anunciar que ha terminado el Gran Sabbat, salen de sus casas y echan a correr por las callejuelas, van a las tiendas de los perfumistas, llaman para que les abran, y, cargadas de preciosas ánforas, se dirigen, en el alba naciente, hacia el jardín de José de Arimatea. Quizás era el primer buen día de primavera que empezaba, los pájaros se despertaban, había mucha alegría en toda la naturaleza, y todas esas mujeres corrían por los caminos,
calzadas con sus sandalias. No se sabe si llegaron todas juntas. Es probable que María Magdalena, más joven, más deportiva, más amorosa también que todas las demás, fuera la más rápida. Los guardias ya se habían ido cuando llegó a la tumba. Fue grande su desesperación al encontrarla abierta y vacía. Como una gacela infatigable, volvió a echar a correr, volvió derecha a Jerusalén, a la casa donde estaban Juan y Simón Pedro, entró, los
sacudió, los despertó, y, sin aliento, les aulló en los oídos. "¡Han quitado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde le han puesto!" (Jn. 20,2). Tampoco a ella se le ha ocurrido la idea de que Jesús haya resucitado. Pero no dice "el cuerpo" ni "el cadáver", sino "el Señor", y esta personalización es admirable. Luego, al amanecer, hay una serie de idas y venidas innumerables por caminos diversos, en que ellos se encuentran, dejan de
encontrarse más aún, ven ángeles, no los ven, y todo el mundo parece jugar al escondite con todo el mundo. Es la atmósfera de un golpe de escena, inverosímil, increíble, pero verdadero, ineluctablemente verdadero y real. Admirable táctica de Jesús, que sigue siendo el poeta que ha sido siempre. Hacía falta ante todo sacar a sus discípulos de su aturdimiento, de su postración, de su desesperanza, de su duelo, y sumergirlos
hasta las orejas en la inquietud y la interrogación. Pues, en definitiva, al comienzo de esa mañana fantástica, hubo un momento, que duró quizá varías horas, en que cada cual se preguntó qué había ocurrido realmente. Digo cada cual, amigos, enemigos, y tanto los grandes sacerdotes como los apóstoles. Durante ese largo momento, en las pocas casas de Jerusalén en que ya se sabía que la tumba de Jesús estaba abierta y vacía, hubo
la inquietud solemne que reina en un país, que sabe que en su frontera se desarrolla en ese día mismo la batalla decisiva de la que depende su destino, y que no conoce aun su resultado. ¡Qué espera agonizante y pesada! ¿Qué se había hecho de ese cuerpo desaparecido como por encanto?
                                           
                                              
   
                                                                                       (Bruckberger)

A nosotros también nos pasa, esto de constatar que se han llevado a Nuestro
Señor y no sabemos dónde le han puesto.

                                          
                                                                          

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