Día de los Difuntos
02 de noviembre
Año Litúrgico - Dom Prospero Gueranger
No queremos, hermanos que ignoréis lo tocante a la
suerte de los muertos, para que no os aflijáis como los demás que no
tienen esperanza. Este era el deseo del Apóstol escribiendo a los
primeros cristianos; y el de la Iglesia hoy no es otro. En efecto, la
verdad sobre los difuntos no pone sólo en admirable luz el acuerdo de la
justicia y de la bondad en Dios: los corazones más duros no resisten a
la misericordia caritativa que esa verdad infunde, a la vez que procura
los más dulces consuelos al luto de los que lloran. Si nos enseña la fe
que hay un purgatorio, donde las faltas no expiadas pueden retener a los
que nos fueron queridos, también es de fe que podemos ayudarlos, y es
teológicamente cierto que su liberación más o menos pronta está en
nuestras manos. Recordemos algunos principios que pueden ilustrar esta
doctrina.
LA EXPIACIÓN DEL PECADO. — Todo pecado causa
en el pecador doble estrago: mancha su alma y le hace merecedor del
castigo. El pecado venial causa simplemente un desplacer a Dios y. su
expiación sólo dura algún tiempo; mas el pecado mortal es una mancha que
llega hasta deformar al culpable y hacerle objeto de abominación ante
Dios; su sanción, por consiguiente, no puede consistir más que en el
destierro eterno, a no ser que el hombre consiga en esta vida la
revocación de la sentencia. Pero, aun en este caso, borrándose la culpa
mortal y quedando revocada por tanto la sentencia de condenación, el
pecador convertido no se ve libre de toda deuda; aunque a veces puede
ocurrir; como sucede comúnmente en el bautismo o en el martirio, que un
desbordamiento extraordinario de la gracia sobre el hijo pródigo logre
hacer desaparecer en el abismo del olvido divino hasta el último
vestigio y las más diminutas reliquias del pecado, lo normal es que en
esta vida o en la otra exija la justicia satisfacción por cualquier
falta.
EL MÉRITO.—Todo acto sobrenatural de virtud,
por contraposición al pecado, implica doble utilidad para el justo; con
él merece el alma un nuevo grado de gracia; satisface por la pena debida
a las faltas pasadas conforme a la justa equivalencia que según Dios
corresponde al trabajo, a la privación, a la prueba aceptada, al
padecimiento voluntario de uno de los miembros de su Hijo carísimo.
Ahora bien, como el mérito no se cede y es algo personal de quien lo
adquiere, así, por lo contrario, la satisfacción, como valor de cambio,
se presta a las transacciones espirituales; Dios tiene a bien aceptarla
como pago parcial o saldo de cuenta a favor de otro, sea de este mundo o
del otro el concesionario, con la sola condición de que pertenezca por
la gracia al cuerpo místico del Señor que es uno en la caridad.
Es la consecuencia, como lo explica Suárez en
su tratado de los Sufragios, del misterio de la Comunión de los Santos,
que en estos días se nos manifiesta: "Creo que esta satisfacción de los
vivos en favor de los difuntos vale en justicia y que es infaliblemente
aceptada en todo su valor y conforme a la intención del que la aplica,
de suerte que, por ejemplo, si la satisfacción que me corresponde me
valía en justicia, percibiéndola yo, el perdón de cuatro grados de
purgatorio, otro tanto se la perdona al alma por quien la ofrezco.
LAS INDULGENCIAS. — Sabido es cómo secunda la
Iglesia en este punto la buena voluntad de sus hijos. Por medio de la
práctica de las Indulgencias, pone a disposición de su caridad el tesoro
inagotable donde se juntan sucesivamente las satisfacciones
abundantísimas de los Santos con las de los Mártires, y también con las
de Nuestra Señora y con el cúmulo infinito debido a los padecimientos de
Cristo. Casi siempre ve bien y permite que la remisión de la pena, que
ella directamente concede a los vivos, se aplique por modo de sufragio a
los difuntos, los cuales ya no dependen de su jurisdicción. Quiere esto
decir que cada uno de los fieles puede ofrecer por otro a Dios, que lo
acepta, el sufragio o ayuda de sus propias satisfacciones, del modo que
acabamos de ver. Tal es la doctrina de Suárez, el cual enseña también
que la indulgencia que se cede a los difuntos no pierde nada de la
certeza o del valor que tendría para nosotros los que pertenecemos
todavía a la Iglesia militante. Ahora bien, las Indulgencias se nos
ofrecen en mil formas y en mil ocasiones.
Sepamos utilizar nuestros tesoros y
practiquemos la misericordia con las pobres almas que padecen en el
purgatorio. ¿Puede existir miseria más digna de compasión que la suya?
Tan punzante es, que no hay desgracia en esta vida que se la pueda
comparar. Y la sufren tan noblemente, que ninguna queja turba el
silencio de "aquel río de fuego que en su curso imperceptible las
arrastra poco a poco al océano del paraíso". El cielo a ellas de nada
las sirve; allí ya no se merece. Dios mismo, buenísimo pero también
justísimo, se ha obligado a no concederlas su liberación si no pagan
completamente la deuda que llevaron consigo al salir de este mundo de
prueba. Es posible que esa deuda la contrajesen por nuestra culpa o con
nuestra cooperación; y por eso se vuelven a nosotros, que continuamos
soñando en placeres mientras ellas se abrasan, cuando tan fácil nos es
abreviar sus tormentos. Apiadaos, apiadaos de mi, siquiera vosotros, mis
amigos, pues me ha herido la mano del Señor.
LA ORACIÓN POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO.— Como
si el purgatorio viese rebosar más que nunca sus cárceles con la
afluencia de multitudes que allí lanza todos los días la mundanalidad
del siglo presente y acaso debido también a la proximidad de la cuenta
corriente ñnal y universal que dará término al tiempo, al Espíritu Santo
ya no le basta sostener el celo de las cofradías antiguas consagradas
en la Iglesia al servicio de los difuntos; suscita la Iglesia nuevas
asociaciones y hasta familias religiosas, cuyo fin exclusivo es promover
por todos los medios la liberación o el alivio de las almas del
purgatorio. En esta obra, que es una especie de redención de cautivos,
hay también cristianos que se exponen y se ofrecen a cargar sobre sí las
cadenas de sus hermanos, renunciando para ello libre y voluntariamente,
no sólo a sus propias satisfacciones, sino también a los sufragios de
que se podían beneficiar después de muertos; acto heroico de caridad que
no se debe hacer a la ligera, pero que aprueba la Iglesia; dicho acto
da a Dios mucha gloria y, en el caso de un retardo temporal de la
bienaventuranza, merece a su autor el estar más cerca de Dios para
siempre, desde ahora por la gracia y después, en el cielo, por la
gloria.
Y, si los sufragios de un simple fiel tienen
tanto valor, ¡cuánto más tendrán los de toda la Iglesia en la solemnidad
de la oración pública y en la oblación del augusto Sacrificio en que
Dios mismo satisface a Dios por todas las faltas! La Iglesia, desde su
origen, siempre rezó por los difuntos, como antes lo hizo la Sinagoga.
Así como celebraba el aniversario de sus hijos mártires con acciones de
gracias, así también honraba con súplicas el de los demás hijos, que
quizá no estuviesen aún en los cielos. Diariamente se pronunciaban en
los Misterios sagrados los nombres de unos y otros con el doble fln de
la alabanza y de la oración; y, así como por no poder recordar en cada
iglesia particular a cada uno de los bienaventurados del mundo entero,
los incluyó a todos en una fiesta y en una mención común, así de igual
manera hacía conmemoración general de los difuntos en todas partes y
todos los días a continuación de las conmemoraciones particulares.
Tampoco faltaban sufragios, observa San Agustín, a los que no tenían
parientes ni amigos; ésos tenían para remediar su desamparo, el cariño
de la Madre común.
SAN ODILÓN. — Al seguir la Iglesia desde un
principio el mismo proceso respecto a la memoria de los bienaventurados y
la de las almas del purgatorio era de prever que la institución de la
fiesta de todos los Santos reclamaría muy pronto la actual Conmemoración
de los fieles difuntos. Según nos dice la Crónica de Sigeberto de
Gemblaux, el abad de Cluny San Odilón la instituía en 998 en todos los
monasterios que de él dependían, para celebrarla perpetuamente al día
siguiente de todos los Santos. Así respondía a las acusaciones que le
denunciaban a él y a sus monjes, en visiones que se leen en su Vida,
como los auxiliadores más intrépidos de las almas que se purifican en el
lugar de la expiación, y también como los más temibles para los poderes
infernales. El mundo aplaudió el decreto de San Odilón. Roma le hizo
suyo y se convirtió en ley de toda la Iglesia latina.
Los griegos hacen una primera Conmemoración
general de los difuntos la víspera de nuestro domingo de Sexagésima, que
es para ellos el de carnestolendas o de Apocreos, en el cual celebran
la segunda venida del Señor. Llaman a este día Sábado de ánimas, como
también al Sábado que precede a Pentecostés, en que rezan de nuevo
solemnemente por todos los difuntos.
MISA DE LOS DIFUNTOS
La Iglesia Romana tenía antiguamente doble
tarea en este día en su servicio diario para con la divina Majestad. La
memoria de los difuntos no la permitía olvidar la Octava de todos los
Santos. El oficio del segundo día de esta Octava precedía al de los
difuntos; a la hora de Tercia de todos los Santos, seguía la Misa
correspondiente; y después de Nona del mismo oficio, ofrecía el
Sacrificio del altar por los difuntos.
En nuestros días, solicitada por la caridad
para con las pobres almas más numerosas y más desamparadas, las dedica
hoy todas sus Horas canónicas y sólo después de Nona a la que sigue la
misa solemne de los difuntos, vuelve a tomar el oficio de los Santos en
las Vísperas del dos de noviembre.
En cuanto a la obligación de guardar fiesta el
día de ánimas, era sólo de semiprecepto en Inglaterra, donde se
permitían los trabajos más necesarios; en muchos lugares el cese del
trabajo no excedía la mitad del día; en otros se prescribía únicamente
la asistencia a la misa. París observó durante algún tiempo el dos de
noviembre como fiesta de primera obligación: en 1673 el arzobispo
Francisco de Harlay mantenía aún en sus estatutos el mandato de
guardarle hasta el mediodía. Hoy ni en Roma existe ya la obligación.
La antífona del Introito no es más que la
súplica apremiante que suple en el oficio de difuntos a otra cualquier
doxología; está sacada de un pasaje del libro cuarto de Esdras. El
segundo salmo de Laudes nos da el versículo.
INTROITO
Dales, Señor, el descanso eterno: y brille
para ellos la luz perpetua. — Salmo: A ti, oh Dios, te corresponden
loores en Sión, a ti se te darán votos en Jerusalén: escucha mi oración,
a ti irán todos los hombres.
En la Colecta la Iglesia implora, en favor de
las almas que sufren, la misericordia de su Esposo, del Dios hecho
Hombre, al que llama Creador y Redentor, títulos que dicen todo lo que
estas almas le costaron y le invitan a dar la última mano a su obra.
COLECTA
Oh Dios, Criador y Redentor de todos los
fieles: concede a las almas de tus siervos y siervas el perdón de todos
los pecados; para que, por nuestras piadosas súplicas, consigan la
indulgencia que siempre ansiaron. Tú, que vives.
EPISTOLA
Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Corintios (I Cor., XV, 51-57).
Hermanos: He aquí un misterio que os digo:
Todos resucitaremos ciertamente, pero no todos seremos transformados. En
un momento, en un pestañear de ojos, al son de la última trompeta:
porque sonará la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptos: y
nosotros seremos transformados. Porque es preciso que esto corruptible
se revista de incorrupción: y que esto mortal se revista de
inmortalidad. Mas, cuando esto mortal se hubiere vestido de
inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: Fué absorbida la
muerte por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde
está, oh muerte, tu aguijón? Pues el aguijón de la muerte es el pecado; y
la fuerza del pecado es la Ley. Mas gracias a Dios, que nos dió la
victoria por nuestro Señor Jesucristo.
MUERTE Y RESURRECCIÓN. — Mientras el alma, al
salir de este mundo, suple en el purgatorio la insuficiencia de sus
expiaciones, el cuerpo que dejó vuelve a la tierra para cumplir la
sentencia lanzada contra Adán y su raza en el principio del mundo. Pero
la justicia es amor tanto para el cuerpo como para el alma del
cristiano. La humillación del sepulcro es justo castigo de la falta
original; mas en ese retomo del hombre al polvo de la tierra de que fue
formado, nos hace ver San Pablo además la siembra necesaria para la
transformación del grano predestinado, que un día ha de volver a vivir
en muy distintas condiciones. Es que, en efecto, la carne y la sangre no
pueden poseer el reino de Dios ni los que están sujetos a la corrupción
aspirar a la inmortalidad. Trigo candeal de Cristo, según la palabra de
San Ignacio de Antioquía, el cuerpo del cristiano es arrojado al surco
de la tumba para dejar en él lo que tenía de corruptible, la forma del
primer Adán con su flaqueza y su pesadez; mas, por virtud del nuevo
Adán, que le vuelve a formar a su propia imagen, saldrá completamente
celestial y espiritualizado, ágil, impasible y glorioso. Gloria al qué
sólo quiso morir como nosotros para destruir la muerte y hacer de su
victoria nuestra victoria. La Iglesia continúa pidiendo con insistencia
en el Gradual la liberación de los difuntos.
GRADUAL
Dales, Señor, el descanso eterno: y brille
para ellos la luz perpetua. V. El justo dejará eterna memoria: no temerá
la mala fama.
TRACTO
Absuelve, Señor, a las almas de todos los
fieles difuntos de todo vínculo de pecado. J. Y, socorriéndolos tu
gracia, merezcan evitar el juicio de la venganza. V. Y gozar de la dicha
de la luz eterna.
La Iglesia antiguamente no excluía el Aleluya
de los funerales de sus hijos; expresaba su alegría fundada en la
esperanza de que una muerte santa acababa de asegurar al cielo un
elegido más, aunque pudiese prolongarse algún tiempo la expiación del
cristiano cuya vida, de prueba finalizaba. Con todo, la adaptación de la
liturgia de los difuntos a los ritos de los últimos días de Semana
Santa, aunque modificó en este punto antiguas costumbres, no quiso
excluir de la Misa de los difuntos la Secuencia, la cual fue
primitivamente una composición de carácter festivo y una continuación
del Aleluya Roma hacia una excepción a las reglas tradicionales, a favor
del poema atribuido erróneamente a Tomás de Celano. En Italia se cantó
desde el siglo XIV el Dies irae y toda la Iglesia lo adoptó en el siglo
XVI.
SECUENCIA
1. El día de la Ira, el día aquel disolverá al mundo en ceniza: testigo es David con la Sibila.
2. ¡Cuánto temor habrá entonces, cuando se presente el Juez a discutir todo con rigor!
3. La trompeta, lanzando su son por las tumbas de la tierra, llevará ante el trono a todos.
4. Se pasmarán muerte y naturaleza, cuando resucite la criatura, para responder al Juzgador.
5. Abriráse el libro escrito, en que está todo contenido, por el que será juzgado el mundo.
6. Cuando, pues, se siente el Juez, aparecerá todo lo oculto: nada quedará sin vengar.
7. ¿Qué diré entonces, desgraciado? ¿Qué patrono invocaré, cuando apenas el justo estará seguro?
8. Rey de majestad tremenda, que a los buenos salvas gratis, sálvame a mí, fuente de piedad.
9. Acuérdate, Jesús piadoso, que soy de tu camino la causa: no me pierdas en aquel día.
10. Buscándome, te sentaste cansado: me redimiste sufriendo la cruz: no sea Inútil tanto trabajo.
11. Justo Juez de la venganza, da la gracia del perdón antes del día de la cuenta.
12. Gimo como verdadero reo: con la culpa enrojece mí cara: perdona, oh Dios, al que suplica.
13. Tú, que absolviste a María y escuchaste al J buen ladrón, a mí esperanza me diste. .
14. Mis plegarias no son dignas: pero tú haz,! bueno y benigno, que no arda en fuego perenne. .
15. Colócame entre las ovejas, y apártame de los* cabritos, poniéndome a la parte diestra.
16. Refutados los malditos, aplicadas las crueles llamas: llévame con los benditos. .
17. Ruégote humilde y sumiso, el corazón, como ceniza, deshecho: Ten cuidado de mi fin..
18. Lacrimoso día aquel, en que surgirá del polvo el hombre para ser juzgado reo..
19. Perdona, pues, a éste, oh Dios: oh piadoso señor Jesús, dales el descanso. Amén.
2. ¡Cuánto temor habrá entonces, cuando se presente el Juez a discutir todo con rigor!
3. La trompeta, lanzando su son por las tumbas de la tierra, llevará ante el trono a todos.
4. Se pasmarán muerte y naturaleza, cuando resucite la criatura, para responder al Juzgador.
5. Abriráse el libro escrito, en que está todo contenido, por el que será juzgado el mundo.
6. Cuando, pues, se siente el Juez, aparecerá todo lo oculto: nada quedará sin vengar.
7. ¿Qué diré entonces, desgraciado? ¿Qué patrono invocaré, cuando apenas el justo estará seguro?
8. Rey de majestad tremenda, que a los buenos salvas gratis, sálvame a mí, fuente de piedad.
9. Acuérdate, Jesús piadoso, que soy de tu camino la causa: no me pierdas en aquel día.
10. Buscándome, te sentaste cansado: me redimiste sufriendo la cruz: no sea Inútil tanto trabajo.
11. Justo Juez de la venganza, da la gracia del perdón antes del día de la cuenta.
12. Gimo como verdadero reo: con la culpa enrojece mí cara: perdona, oh Dios, al que suplica.
13. Tú, que absolviste a María y escuchaste al J buen ladrón, a mí esperanza me diste. .
14. Mis plegarias no son dignas: pero tú haz,! bueno y benigno, que no arda en fuego perenne. .
15. Colócame entre las ovejas, y apártame de los* cabritos, poniéndome a la parte diestra.
16. Refutados los malditos, aplicadas las crueles llamas: llévame con los benditos. .
17. Ruégote humilde y sumiso, el corazón, como ceniza, deshecho: Ten cuidado de mi fin..
18. Lacrimoso día aquel, en que surgirá del polvo el hombre para ser juzgado reo..
19. Perdona, pues, a éste, oh Dios: oh piadoso señor Jesús, dales el descanso. Amén.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Juan (Jn., V, 25-29).
En aquel tiempo dijo Jesús a las turbas de los
judíos: En verdad, en verdad os digo, que ha llegado la hora, y es
ésta, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios: y, los que la
escucharen, vivirán. Porque, como el Padre tiene la vida en si mismo,
así dió también al Hijo el tener la vida en sí mismo: y le dió poder de
juzgar, porque es el Hijo del hombre. No os maravilléis de esto, porque
llega la hora en que, todos los que están en los sepulcros, oirán la voz
del Hijo de Dios; e irán los que obraron bien, a la resurrección de la
vida y los que obraron mal, a la resurrección del juicio.
LA VOZ DEL JUEZ. — El purgatorio no es eterno.
Su duración es infinitamente diversa según las sentencias del juicio
particular que sigue a la muerte de cada uno; para ciertas almas más
culpables o que, excluidas de la comunión católica, están privadas de
los sufragios de la Iglesia, puede prolongarse a siglos enteros, aunque
la misericordia divina se dignase librarlas del infierno. Mas al fin del
mundo y de todo lo que es temporal se ha de cerrar el purgatorio. Dios
sabrá conciliar su justicia y su gracia en la purificación de los
últimos llegados de la raza humana, supliendo, v. gr., con la intensidad
de la pena expiatoria lo que podría faltar a la duración. Pero, en lo
que se refiere a la bienaventuranza, mientras las sentencias del juicio
particular son con frecuencia suspensivas y dilatorias y dejan
provisionalmente el cuerpo del elegido y del condenado a la suerte común
de la sepultura, el juicio universal tendrá carácter definitivo tanto
para el cielo como para el infierno, y sus sentencias serán absolutas y
se ejecutarán al instante íntegramente. Vivamos, pues, a la expectativa
de la hora solemne en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios. El
que tiene que venir, vendrá y no tardará, nos recuerda el Doctor de las
gentes; su día llegará rápido y de improviso como un ladrón, nos dicen
con él, el Príncipe de los Apóstoles y Juan el discípulo amado, haciendo
eco a la palabra del mismo Jesucristo: como el relámpago sale del
oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del
Hombre.
Asimilémonos los sentimientos expresados en el
Ofertorio de los difuntos. Aunque las benditas almas del purgatorio
tienen asegurada para siempre la eterna bienaventuranza y ellas lo saben
bien, con todo eso, el camino más o menos largo que las conduce al
cielo, se abre entre el peligro del último asalto diabólico y las
angustias del juicio. La Iglesia, pues, abarcando con su oración todas
las etapas de esta vía dolorosa, anda solícita para no descuidar la
entrada; y no teme llegar para eso demasiado tarde. Para Dios, cuya
mirada abarca todos los tiempos, la súplica que hoy hace la Iglesia,
estaba ya presente en el momento del paso tremendo y procuraba a las
almas la ayuda que aquí se pide. Además, esta misma súplica la va
siguiendo a través de los altibajos de su lucha contra las potestades
del abismo, de las cuales se sirve Dios como de instrumentos en la
expiación reclamada por su justicia, según lo han comprobado más de una
vez los Santos. En esta hora solemne, en que la Iglesia presenta sus
ofrendas para el augusto y omnipotente Sacrificio, redoblemos nosotros
también nuestros ruegos por los finados. Imploremos su liberación de las
fauces del león. Supliquemos al glorioso Arcángel, prepósito del
paraíso, sostén de las almas al salir de este mundo, su guía enviado
"por Dios, que las conduzca a la luz, a la vida, a Dios mismo, que se
prometió como recompensa a los creyentes en la persona de su padre
Abraham.
OFERTORIO
Señor Jesucristo, Rey de la gloria, libra las
almas de todos los fieles difuntos de las penas del infierno y del
profundo lago: líbralas de la boca del león, para que no las absorba el
tártaro, ni caigan en lo obscuro: sino que el abanderado San Miguel las
presente en la luz santa: Que prometiste en otro tiempo a Abraham y a su
descendencia, y. Ofrecérnoste, Señor, hostias y preces de alabanza: tú
acéptalas por aquellas almas cuya memoria celebramos hoy: hazlas, Señor,
pasar de la muerte a la vida: Que prometiste en otro tiempo a Abraham y
a su descendencia.
La fe, cuyas obras practicaron, es garantía
para las almas del purgatorio de la recompensa postrera y la que hace a
Dios propicio ante los dones ofrecidos en favor de ellas.
SECRETA
Suplicárnoste, Señor, mires propicio estas
hostias que te ofrecemos por las almas de tus siervos y siervas: para
que, a quienes diste el mérito de la fe cristiana, les des también el
premio. Por Nuestro Señor Jesucristo.
PREFACIO
Es verdaderamente digno y justo, equitativo y
saludable que siempre y en todas partes te demos gracias a ti, Señor
santo. Padre omnipotente, Dios eterno, por Cristo nuestro Señor. En
quien brilló para nosotros la esperanza de una resurrección
bienaventurada, de suerte que a quienes contrista la certeza de tener
que morir, los consuele la promesa de la futura inmortalidad. Porque a
tus siervos. Señor, la vida se les cambia, no se les quita: y,
desmoronada la casa de esta terrestre morada, alcanzan en los cielos una
mansión eterna. Y, por eso, con los Angeles y los Arcángeles, con los
Tronos y las Dominaciones, y con todo el ejército de la celeste milicia,
cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin cesar: Santo, Santo,
Santo, etc.
Al Agnus Dei, la petición del descanso para los difuntos suple a la de la paz por los vivos.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, dales el descanso.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, dales el descanso.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, dales el descanso sempiterno.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, dales el descanso.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, dales el descanso sempiterno.
Como caen los copos silenciosos de una nieve
abundante en un día de invierno, así suben blancas y apacibles las almas
liberadas, ahora cuando en todo el mundo, al finalizar sus largas
súplicas, la Iglesia derrama a raudales sobre las llamas expiatorias la
sangre redentora. Hechos fuertes con el valimiento que da a nuestra
oración el participar en los Misterios sagrados, digamos con ella en la
Comunión:
COMUNION
Brille para ellos, Señor, la luz eterna: Con
tus Santos para siempre: porque eres piadoso. V. Dales Señor, el
descanso eterno: y brille para ellos la luz perpetua. Con tus Santos
para siempre: porque eres piadoso.
Es tal, no obstante eso, y tan por encima de
nuestros pensamientos humanos el misterio impenetrable y adorable de la
justicia de Dios, que para algunas almas la expiación tiene que seguir
aún. La Iglesia también, sin cansarse ni dejar de esperar, continúa su
oración en la Poscomunión. La Santa Madre Iglesia recordará a los
difuntos todos los días y a todas las Horas del oficio, en todas las
Misas que se ofrecen a lo largo del año, de cualquier solemnidad que
sean.
POSCOMUNION
Rogárnoste, Señor, hagas que la oración de los
que te suplicamos, aproveche a las almas de tus siervos y siervas: para
que las libres de todos los pecados y las hagas participantes de tu
redención. Tú, que vives.
El Benedicamus Domino, que hace las veces del
Ite missa est en las misas en que se suprime el Gloria in excelsis, se
reemplaza en las de difuntos por una invocación en favor de los finados:
Descansen en paz. Amén.
LAS TRES MISAS. — Aquí no damos más que el
texto de la misa que se celebra por todos los fieles difuntos. Cada cual
puede encontrar fácilmente en su misal el texto de las otras dos. Desde
1915, gracias a la piedad de Benedicto XV, los sacerdotes pueden en
este día celebrar tres misas: una de ellas, a intención del celebrante,
la segunda se dice por las intenciones del Papa y la tercera por todos
los fieles difuntos.
Quiso Benedicto XV ayudar con esta generosidad
no sólo a los miles y miles que durante la guerra cayeron en los campos
de batalla, sino también a las almas cuyas fundaciones de misas habían
sido robadas por la Revolución y confiscación de los bienes
eclesiásticos.
Más recientemente Pío XI concedió una
Indulgencia plenaria, aplicable a las almas del purgatorio, por la
visita que se hiciese a un cementerio el 2 de noviembre y cualquier otro
día de la Octava, pero con la condición de rezar por las intenciones
del Romano Pontífice.
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