martes, 24 de agosto de 2010

VAN GIMIENDO PLAÑIDERAS


Fray Rabieta | 25 Agosto 2010 
No fue engañado Adán, sino que la mujer, seducida,
incurrió en la transgresión.
 (I Tim. II:14)
 Estimados cretinos:
Si no les gusta lo que sigue, a mí me gustaría que me hagan caso y que se vayan, que se vashan todos, total… lo que diré es una verdad más grande que una casa, les guste o no. De entrada nomás voy a decirles por qué no se puede ni soñar en restaurar la cristiandad: porque ya no hay más cristianos. Y voy a decirles algo peor aun, por qué no hay más cristianos (that’s the hard part, baby).
Pero antes voy a dar una vuelta. Seguramente la cristiandad comenzó a disolverse a ojos vistas con la Primera Guerra Mundial: claro que antes hubo varios jalones, varios mojones que nos iban indicando que la cristiandad se deshacía, físicamente incluso: la Reforma, la Revolución Industrial, por ejemplo, o la Revolución Francesa, para qué les voy a contar. Pero me parece que con la Primera Guerra, en Occidente comenzó un proceso de aceleración de su decadencia cuyos frutos tenemos ante la vista y que incluso se puede comprobar visualmente: cada vez hay menos blancos.
La cosa empezó sumando a las mujeres al “esfuerzo de guerra” lo que trajo como consecuencia inmediata que comenzaran a vestirse más y más como hombres, empezando por una especie de uniforme militar, para finalmente dar de mano con sus encajes, enaguas, polisones, miriñaques, refajos y corsé. Comenzaba la famosa liberación femenina, qué te crees tú. Terminada la guerra y comenzado los “años locos” las mujeres de occidente empezaron a parecerse cada vez más a su contraparte masculina: fumaban, se cortaban al rape, conseguían trabajo, porque como supo señalar el gordo Chesterton hace un siglo ya, son mujeres que dicen que no soportan que se les dicte más nada, y un ejército de ellas van a buscar trabajo de dactilógrafas.
Y, también, a manejar. Terminaron, claro está, aprendiendo a manejar a sus maridos, con lo que se podría decir, le dieron el mazazo final al mundo jerárquico de antaño. Ellas, las “liberadas” del siglo XX, bajo el pendón de la libertad―ya salían sin chaperón―enarbolaron la segunda bandera de la Revolución Francesa, la igualdad, bajo cuya bandera nos conducen hacia… hacia la tercera, que es, como sabemos, la fraternidad universal con un Papá fabuloso que nos va a cuidar a todos.
Emancipadas de la tutela de sus padres, de sus maridos, de la religión o de la moral y las buenas costumbres, las mujeres del s. XX llevaron adelante la revolución más profunda, más duradera, más deletérea que haya padecido la cristiandad en su larga historia. Y eso fue posible por muchas razones, aunque, claro está, la culpa la tienen los varones, no se llamen a engaño, a ver si esto iba a ocurrir en tiempos de Clodoveo, de Carlomagno o, siquiera, de Napoleón o de Washington. En efecto, no habría sido posible todo este “progreso” sin varones afeminados, varones débiles, quebrados, disolutos, borrachos… la lista es larga, pero tengo de hacerla: varones relativistas, varones lascivos, varones pródigos y amarretes, infieles, desesperados, estúpidos y locos. Por cada hombre que renunciaba a la reyecía de su hogar, decenas de mujeres―muchas veces, con toda razón―se rebelaban contra el Orden, contra la Jerarquía, contra la Moral y contra la Familia.
Por fin, no ya los romanos, sino los mismísimos cristianos que habían construido una civilización más refinada, más justa, y más sólida, los cristianos que habían abolido la esclavitud, reivindicado a la mujer, protegiéndola con decoro y cortesía y enalteciéndola con reverencia y gallardía, los cristianos que inventaron la caballerosidad, por pura devoción a Nuestra Santísima Madre, cayeron en aquello que decía Catón, cuando se propuso derogar la ley Oppia:
Si cada uno de nosotros, señores, hubiese mantenido la autoridad y los derechos del marido en el interior de la propia casa, no hubiéramos llegado a este punto. Ahora henos aquí: la prepotencia femenina, tras haber anulado nuestra libertad de acción en la familia, nos la está destruyendo también en el Foro.
Vosotros conocéis a las mujeres: hacedlas vuestras iguales e inmediatamente os las encontrareis convertidas en dueñas. Al final veremos esto: los hombres de todo el Mundo, que en todo el Mundo gobiernan a las mujeres, serán gobernados por los únicos hombres que se dejan gobernar por sus mujeres: los romanos.
Como ven, para Catón la cosa era impensable. Pero no lo era menos para San Pablo que recomienda a los cristianos cosas bien concretas:
Que las mujeres, vestidas decorosamente, se adornen con pudor y modestia, no con trenzas ni con oro o perlas o vestidos costosos…
Y cosas más malsonantes todavía, para los desafinados oídos modernos:
La mujer oiga la instrucción en silencio, con toda sumisión. No permito que la mujer enseñe ni que domine al hombre. Que se mantenga en silencio. (I Tim. II:9-12)
¿Qué me dicen, che? ¿Que San Pablo era “machista” (hombre que trata con prepotencia a la mujer)? ¿Que antes la cosa era así, pero ya no rige para nuestros adultos tiempos? ¿No me digan? ¿Entonces lo de San Pablo no es palabra de Dios? Entonces, apaga y vámonos: señores, ya se los dije, pero lo diré de nuevo: no sois cristianos, no hay más cristianos, porque no se puede ser cristianos y sostener semejantes cosas. Y nunca hubo un cristiano dendeveras que no supiese manejar su casa, nunca hubo un cristiano en serio que no fuera señor, que no tuviese señorío, sobre sí mismo, primero, y luego… sobre los suyos.
Yo tengo para mí que llegamos hasta aquí porque los hombres dejaron de ser hombres (de hecho, ¿no se quejan las nenas de hoy que “ya no hay más hombres”?) y porque las mujeres aprovecharon la volada y se insubordinaron para desgracia de ellas (caída de Dios, te caerás de ti misma), de nosotros, de todos. Ya lo había profetizado Spengler en su famosa “Decadencia”: corrompida la mujer, la estructura toda de occidente se vendría abajo.
Así que ganó el feminismo: ahora pueden votar y tienen iguales derechos que los hombres, ahora pueden hacer lo que les venga en gana, acostarse con quiénes quieran (con mujeres también, si a mano viene), tienen “su” vida, viven a “su” modo, y se acabó lo que se daba. Ahora pueden disponer de su cuerpo como quieran (y del cuerpo que abrigan en el seno materno, también), ahora pueden vestirse como se les antoja, embriagarse, hablar, caminar y en general, comportarse, como mejor les plazca. Y de tal modo ganaron, que casi, casi, nos atreveríamos a decir, se les fue la mano: los hombres se afeminaron, empezaron a usar iguales afeites, los muy metrosexuales, y desde luego, perdieron el poco respeto que alguna vez las mujeres tuvieron, si acaso, por ellos.
Fina obra del demonio, y por cierto, muy bien ejecutada, estoy viendo el expediente:
En el infierno, agosto de 1914.
Autos y vistos y considerando:
Que hay maridos que maltratan a sus mujeres;
Que hay otros que no las respetan, ni proveen a sus necesidades;
Que los hay que ni siquiera se ocupan de sus hijos, mucho menos de sus hijas;
Que hay varones que se aprovechan del actual paradigma social para llevar una vida disoluta exigiéndole a la mujer fidelidad y sumisión;
Que hay quienes las desprecian con misoginia manifiesta (especialmente los curas);
Por tanto, decreto: que se desencadene entre los estados cristianos una guerra de dimensión mundial, con recurso a todo el progreso tecnológico, incluyendo el bombardeo de poblaciones civiles, matanzas de mujeres y niños, a la que contribuiremos con todas las potencias a mi disposición.
Diablos todos, diablillos y todos los espíritus malignos que me escuchan: publíquese, regístrese, y háganme caso que al primero que me desobedezca, ya sabe lo que le pasará.
Sé lo que hago.
Lucifer, Príncipe del Mundo.
Y listo el pollo. Como decía una propaganda de puchos de hace medio siglo: “You’ve come a long way, baby”, has recorrido un largo camino, nena.
Cómo no. Y donde estás ahora… con tus “piercing”, y tus tatuajes, viviendo en un derpa con “tu amiga”, divirtiéndote a lo bestia en un boliche de “strippers”… ¿para qué se los voy a decir, dónde están ahora?
Ustedes ya saben.

No hay comentarios:

Publicar un comentario