EL CARDENAL BERGOGLIO, TRATA DE JUSTIFICAR AL OBISPO ADÚLTERO
A las 11:03 AM, por Luis Fernando
Debió
resultar conmovedor. Al final de la Misa con motivo del 15º aniversario
de la creación de la diócesis argentina de Merlo-Moreno, un fiel gritó para que todos le oyeran: “¡Viva Fernando María Bargalló!”. Y todos irrumpieron en un sentido aplauso. Seguro que se escapó alguna lagrimilla.
Conste que no niego que Mons. Bargalló haya trabajado por los pobres, los ancianos y los niños. Pero al mismo tiempo se pegó unas -¿sólo unas?- vacaciones de lujo y pasión con una amiga de la infancia que resultó ser algo más que amiga.
Dijo Mons. Casaretto que “ahora le toca a Fernando estar en un tiempo de retiro, de penitencia y de oración“. Ojalá así sea. Ojalá se convierta y pueda vivir el resto de sus días en paz con Dios. Pero no creo que al penitente le ayude mucho recibir homenajes por parte de un cardenal y de quienes fueron sus fieles.
No se trata de dejarle solo. No hay que tratarle como si fuera un apestado. Pero no estamos ante un fiel cualquiera sorprendido en pecado. Ni siquiera es un sacerdote más. Es un sucesor de los apóstoles. A la gravedad del pecado del adulterio se une el escándalo público que supone la condición de pastor del que cometió dicho pecado. Ese aspecto no puede quedar reducido a una anécdota. Y menos en una Misa.
Luis Fernando Pérez Bustamante
No en vano, la Misa se había convertido ya en un homenaje al obispo sorprendido en adulterio con una divorciada. El cardenal Bergoglio dijo de él que “trabajó
para los pobres y esto le valió la persecución. Trabajó también por los
ancianos y para escuchar a los chicos. Hoy tenemos a la Iglesia unida,
humanitaria y misionera y venimos a dar gracias por estos 15 años
caminando juntos“. De hecho, en la convocatoria previa a la Misa se había dicho que el obispo Bargalló “durante todo este tiempo, ha demostrado la calidad de su vida y corazón“.
Supongo que no es mucho pedir que se encuentre un punto de equilibrio entre la lapidación de los adúlteros y el homenaje hacia los mismos en una Misa
oficiada por un cardenal. Basta tener un mero sentido de la prudencia
para darse cuenta que da muy mala imagen ponerse a alabar en una
celebración eucarística lo bueno que ha hecho un pastor que ha
traicionado a su Señor y a su Iglesia liándose con una divorciada. Conste que no niego que Mons. Bargalló haya trabajado por los pobres, los ancianos y los niños. Pero al mismo tiempo se pegó unas -¿sólo unas?- vacaciones de lujo y pasión con una amiga de la infancia que resultó ser algo más que amiga.
Dijo Mons. Casaretto que “ahora le toca a Fernando estar en un tiempo de retiro, de penitencia y de oración“. Ojalá así sea. Ojalá se convierta y pueda vivir el resto de sus días en paz con Dios. Pero no creo que al penitente le ayude mucho recibir homenajes por parte de un cardenal y de quienes fueron sus fieles.
No se trata de dejarle solo. No hay que tratarle como si fuera un apestado. Pero no estamos ante un fiel cualquiera sorprendido en pecado. Ni siquiera es un sacerdote más. Es un sucesor de los apóstoles. A la gravedad del pecado del adulterio se une el escándalo público que supone la condición de pastor del que cometió dicho pecado. Ese aspecto no puede quedar reducido a una anécdota. Y menos en una Misa.
Luis Fernando Pérez Bustamante
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