sábado, 2 de julio de 2011

!HABEMUS PAPAM¡ , AHORA HABEMOS LADRIDOS

EL ANUNCIADOR DE LOS MALOS MOMENTOS PARA LOS VERDADEROS CATÓLICOS, AHORA LOS ANUNCIOS LOS HACE DE  OTRA FORMA, O MEJOR DICHO DEMUESTRA LO QUE HA SIDO Y LO QUE ES EL VATICANOII
 ¿ QUE PODEMOS DECIR DE ESTE PERRO ? ¿ DE QUE RAZA ES? 

AY, MI DIOS.....AY MI DIOS.....TEMO EL MOMENTO EN QUE TENGA QUE ENFRENTAR MI JUICIO PERSONAL, TEN PIEDAD DE MI, POR MIS PECADOS Y  EN ESPECIAL POR MIS MALOS PENSAMIENTOS







No sé cómo tomarán ustedes esto, si trágico o si cómico. Yo lo dejaría en patético irónico, con desmejoría para el protagonista (quizá inconsciente) y desprecio crítico para los autores (deliberadamente conscientes). Sea como sea, la escena es ridícula, tratándose de quien se trata: El Cardenal (entonces Cardenal Protodiácono) que proclamó el Habemus Papam! de Benedicto XVI, hace seis años, ahora no clama el habemus, sino que hace esto:





Muchas reflexiones y consideraciones a propósito se me pasan por la cabeza, todas reticentes, ninguna aprobatoria. Soy de los que creen en el valor y el significado de una dignidad, las sagradas y eclesiásticas por encima de todas y primero que ninguna. Por eso me afecta la escena del Emmº Medina Estevez.

¿Dónde ha quedado la gravedad, la consciencia de saberse y de saber estar adecuadamente? No reclamo el moiré ni la capa magna con cola, pero me incomoda esa vestimenta (los calcetines, of course) y la exposición a esos medios, ese programa, esas pantomimas.

¿Qué pretende un hombre de Iglesia (por no decir, con todo sentido, un 'príncipe de la Iglesia') cuando se desnivela de esa manera, cuando se degrada de tales modos?

Por excusar, digamos que es el chocheo, que le pasa a cualquiera. En Villamanrique de la Condesa recuerdan cuando a Don Pedro de Orleans le daba por ponerse a ladrar con los perros, los perros del palacio, allá cuando dio el último bajón y languidecía imperialmente junto a las marismas.

Conque digamos que lo del Emmº y Revmº Medina Estevez es - debe ser - algo de eso.

¿Y la Iglesia? ¿Anda tan desconcertada como ejemplarizan sus prelados más conspícuos? Porque si antaño un cardenal nepotista, mundano y opulento arruinaba a la Santa Iglesia Romana, estas cosas, estas frivolidades, ¿no afectan hoy a la Santa Madre Iglesia? Bueno ellos tienen solo los templos, como decia San Atanasio. Pidamos a Nuestro Señor que nos dé la gracia al igual que a este Gran Santo y nos inflame el corazón de Amor por Él  fortaleciendonos de las  fuerzas necesarias para no apartarnos de la verdadera fe católica y seguir en el buen combate hasta cuando El lo disponga.


LA EVALUACIÓN DE ESTE HABEMUS PAPAM SERÍA........................


 fuente : exorbe

REVOLUCIÓN DE MARICONES, MOVIMIENTOS IDEOLOGICOS EN CONTRA DE LA IGLESIA CATÓLICA Y DEL PUEBLO



La manifestación convocada gay Europride , celebrada en Roma disfrazada bajo una fachada de "derechos humanos", patentó su trasfondo ideológico que se opone ferozmente a la Iglesia y la familia.

Paolo Patane, director de Arcigay - grupo de activistas maricones fundada en los años 80 - se describe el contexto político e ideológico del movimiento. El objetivo es derrocar al gobierno de Italia, que despectivamente se describe como "retrógrada" y cambiar el pensamiento del pueblo italiano, que se adhiere al concepto de la familia que  enseñan las Escrituras.

  "Es el gobierno más regresivo que Italia ha visto desde la última guerra mundial", dijo.  Una vez desestimado el Parlamento elegido por voluntad popular, que "nunca se aprobaría una ley que contradice el concepto de familia defendido por el Vaticano."  En otras palabras, que no comparte la ideología del movimiento homosexual - incluso si es el Parlamento, que representa a la mayoría de la nación - sea digno de desprecio.

  En Patane, el gran reto para los maricas en la sociedad es romper la influencia de la religión católica y la "jerarquía del Vaticano."

  Otro de los líderes anti-cristiano, Vladimir Luxuria, un miembro  transexual que no puede ser elegido, a acusado alegremente: "Este parlamento es homófobo de pies a cabeza."  La homofobia y el fascismo son una mezcla continuó, hablando acerca de las lesiones que les impiden reproducirse.

Sobre la base de el Circo Massimo - regado por la sangre de innumerables mártires cristianos - una multitud profirió insultos contra la Iglesia y el llamado "Habemus Gaga", refiriéndose así al canto sacrílegamente porno que fue el centro de atención y aplaudió como "papa" el anti-cristiano, según "La Stampa" .

“Queremos igualdad plena. La estrella de la obscenidad explicó los antecedentes filosóficos igualitarios del  movimiento homosexual: "Queremos la plena igualdad. Estoy loco como usted.  , Vamos a la revolución del amor ", dijo en segundo" La República ", la profunda transformación dirigida para justificar la revolución sexual.

Charcos de sangre en la historia de París

Gabriel J. Wilson


16  monjas carmelitas de Compiègne fueron martirizadas en la Plaza del trono durante la Revolución Francesa.
Situado a lo largo del antiguo camino de Vincennes y la Place de la Nation es uno de los puntos cardinales del centro de París. Hasta el siglo 18, se llamó la Plaza del Trono, ya que el 26 de agosto 1660 se erigió un trono para recibir a Luis XIV y María Teresa, quien regresó de Reims, donde acababa de ser los reyes consagrados en Francia. Fue en este trono que la joven pareja recibió la aclamación popular de la multitud y el homenaje de todos los órganos constituidos de la capital.
Hacia el este, la ciudad era entonces no más allá de la abadía de San Antonio, y  el cuadrado del campo parecía un trono. En 1787 se levantó la barrera del Trono, con dos pabellones cuadrados, 17 metros de alto y dos columnas clásicas.
En 1789 la Revolución Francesa, a deguido  su fase más sangrienta: de Terror. Revolucionarios victoriosos cambiaron el nombre al trono de punta cuadrada. La sangre corría en la capital. Cansado del desfile monótono de los carros con cadáveres ensangrentados en el cementerio de la Madeleine y de las  andanzas de los habitantes de Faubourg Saint-Honoré protestó.

Los revolucionarios han  eligido la plaza de la Bastilla como un escenario  infernal de su máquina de matar: la guillotina. Pero los habitantes del distrito de San Antonio no eran compatibles para el macabro espectáculo  para más más de tres días. La guillotina se instaló luego del 14 al 27 julio de 1794, en el lado sur de la plaza del derrocado  trono, frente a la Rue du Faubourg Saint-Antoine.
Y la masacre comenzó: en seis semanas, 1.306 personas fueron decapitados allí, frente a las 1.120 en unos trece meses en la Plaza de la Revolución hoy cínicamente llamada Place de la Concorde. El verdugo Sanson oficial llegó a matar 55 condenados el mismo día. Imagine el derramamiento de sangre! Inicialmente, se hizo un hueco bajo la guillotina para juntar tanta sangre, y luego se  la cubrió con una tabla. Pero el hedor que despedía era tal que fue necesario cerrarla con una placa de plomo.

El nombre de la plaza del trono fue restaurado en 1805. El nombre actual de la Place de la Nation fue colocada en 1880. El monumento al triunfo de la República, el Dalou la Comuna (1899) sella la ignominia, pero no el silencio del grito de la sangre inocente derramada allí.
Entre las víctimas que la Revolución Francesa decapitó allí, dio algunos ejemplos destacados. Cito dos de ellos.
El primero es el de 16  monjas carmelitas de Compiègne, que sacaron de la prisión de la Conciergerie, situado en el centro de París, en los carros que conducían a la ejecución, mientras que cantambam los salmos penitenciales. La chusma revolucionaria, por lo general  pasó de la bulla al silencio maldito. La horca, la primera llamada de los Carmelitas a la guillotina - era la más joven - se arrodilló frente a su superiora y le pidió permiso para morir ... Lo mismo hicieron las otras sucesivamente, cantando el himno Veni Creator Spiritus, hasta que la última voz se apagó bajo el golpe de la hoja del  asesino implacable. La conmovedora escena inspirada en una obra de Georges Bernanos - Diálogo de las Carmelitas - también adaptadas al cine.
¿Cuál es el crimen de las Carmelitas? Ser religiosas . La creencia en Dios.
Otro caso es el de una hermana del rey Luis XVI, conocida como Madame Elizabeth. Élla murió con tan sólo 30 años y no quería casarse con  su hermano. Su delito fue ser muy religiosa y la hermana del rey murió como una santa. Pero los detalles son para otro artículo.

viernes, 1 de julio de 2011

CARTA ENCÍCLICA
MISERENTISSIMUS REDEMPTOR
DEL SUMO PONTÍFICE
PÍO XI
SOBRE LA EXPIACIÓN QUE TODOS DEBEN
AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

INTRODUCCIÓN 

Aparición de Jesús a Santa Margarita María de Alacoque
1. Nuestro Misericordiosísimo Redentor, después de conquistar la salvación del linaje humano en el madero de la Cruz y antes de su ascensión al Padre desde este mundo, dijo a sus apóstoles y discípulos, acongojados de su partida, para consolarles: «Mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»(1). Voz dulcísima, prenda de toda esperanza y seguridad; esta voz, venerables hermanos, viene a la memoria fácilmente cuantas veces contemplamos desde esta elevada cumbre la universal familia de los hombres, de tantos males y miserias trabajada, y aun la Iglesia, de tantas impugnaciones sin tregua y de tantas asechanzas oprimida.
Esta divina promesa, así como en un principio levantó los ánimos abatidos de los apóstoles, y levantados los encendió e inflamó para esparcir la semilla de la doctrina evangélica en todo el mundo, así después alentó a la Iglesia a la victoria sobre las puertas del infierno. Ciertamente en todo tiempo estuvo presente a su Iglesia nuestro Señor Jesucristo; pero lo estuvo con especial auxilio y protección cuantas veces se vio cercada de más graves peligros y molestias, para suministrarle los remedios convenientes a la condición de los tiempos y las cosas, con aquella divina Sabiduría que «toca de extremo a extremo con fortaleza y todo lo dispone con suavidad»(2). Pero «no se encogió la mano del Señor»(3) en los tiempos más cercanos; especialmente cuando se introdujo y se difundió ampliamente aquel error del cual era de temer que en cierto modo secara las fuentes de la vida cristiana para los hombres, alejándolos del amor y del trato con Dios.
Mas como algunos del pueblo tal vez desconocen todavía, y otros desdeñan, aquellas quejas del amantísimo Jesús al aparecerse a Santa Margarita María de Alacoque, y lo que manifestó esperar y querer a los hombres, en provecho de ellos, plácenos, venerables hermanos, deciros algo acerca de la honesta satisfacción a que estamos obligados respecto al Corazón Santísimo de Jesús; con el designio de que lo que os comuniquemos cada uno de vosotros lo enseñe a su grey y la excite a practicarlo.
2. Entre todos los testimonios de la infinita benignidad de nuestro Redentor resplandece singularmente el hecho de que, cuando la caridad de los fieles se entibiaba, la caridad de Dios se presentaba para ser honrada con culto especial, y los tesoros de su bondad se descubrieron por aquella forma de devoción con que damos culto al Corazón Sacratísimo de Jesús, «en quien están escondidos todos los tesoros de su sabiduría y de su ciencia»(4).
Pues, así como en otro tiempo quiso Dios que a los ojos del humano linaje que salía del arca de Noé resplandeciera como signo de pacto de amistad «el arco que aparece en las nubes»(5), así en los turbulentísimos tiempos de la moderna edad, serpeando la herejía jansenista, la más astuta de todas, enemiga del amor de Dios y de la piedad, que predicaba que no tanto ha de amarse a Dios como padre cuanto temérsele como ímplacable juez, el benignísimo Jesús mostró su corazón como bandera de paz y caridad desplegada sobre las gentes, asegurando cierta la victoria en el combate. A este propósito, nuestro predecesor León XIII, de feliz memoria, en su encíclica Annum Sacrum, admirando la oportunidad del culto al Sacratísimo Corazón de Jesús, no vaciló en escribir: «Cuando la Iglesia, en los tiempos cercanos a su origen, sufría la opresión del yugo de los Césares, la Cruz, aparecida en la altura a un joven emperador, fue simultáneamente signo y causa de la amplísima victoria lograda inmediatamente. Otro signo se ofrece hoy a nuestros ojos, faustísimo y divinísimo: el Sacratísimo Corazón de Jesús con la Cruz superpuesta, resplandeciendo entre llamas, con espléndido candor. En El han de colocarse todas las esperanzas; en El han de buscar y esperar la salvación de los hombres».
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús
3. Y con razón, venerables hermanos; pues en este faustísimo signo y en esta forma de devoción consxguiente, ¿no es verdad que se contiene la suma de toda la religión y aun la norma de vida más perfecta, como que más expeditamente conduce los ánimos a conocer íntimamente a Cristo Señor Nuestro, y los impulsa a amarlo más vehementemente, y a imitarlo con más eficacia? Nadie extrañe, pues, que nuestros predecesores incesantemente vindicaran esta probadísima devoción de las recriminaciones de los calumniadores y que la ensalzaran con sumos elogios y solícitamente la fomentaran, conforme a las circunstancias.
Así, con la gracia de Dios, la devoción de los fieles al Sacratísimo Corazón de Jesús ha ido de día en día creciendo; de aquí aquellas piadosas asociaciones, que por todas partes se multiplican, para promover el culto al Corazón divino; de aquí la costumbre, hoy ya extendida por todas partes, de comulgar el primer viernes de cada mes, conforme al deseo de Cristo Jesús.
La consagración
4. Mas, entre todo cuanto propiamente atañe al culto del Sacratísimo Corazón, descuella la piadosa y memorable consagración con que nos ofrecemos al Corazón divino de Jesús, con todas nuestras cosas, reconociéndolas como recibidas de la eterna bondad de Dios. Después que nuestro Salvador, movido más que por su propio derecho, por su inmensa caridad para nosotros, enseñó a la inocentísima discipula de su Corazón, Santa Margarita María, cuánto deseaba que los hombres le rindiesen este tributo de devoción, ella fue, con su maestro espiritual, el P. Claudio de la Colombiére, la primera en rendirlo. Siguieron, andando el tiempo, los individuos particulares, después las familias privadas y las asociaciones y, finalmente, los magistrados, las ciudades y los reinos.
Mas, como en el siglo precedente y en el nuestro, por las maquinaciones de los impíos, se llegó a despreciar el imperio de Cristo nuestro Señor y a declarar públicamente la guerra a la Iglesia, con leyes y mociones populares contrarias al derecho divino y a la ley natural, y hasta hubo asambleas que gritaban: «No queremos que reine sobre nosotros»(6),  por esta consagración que decíamos, la voz de todos los amantes del Corazón de Jesús prorrumpía unánime oponiendo acérrimamente, para vindicar su gloria y asegurar sus derechos: «Es necesario que Cristo reine(7). Venga su reino». De lo cual fue consecuencia feliz que todo el género humano, que por nativo derecho posee Jesucristo, único en quien todas las cosas se restauran(8), al empezar este siglo, se consagra al Sacratísimo Corazón, por nuestro predecesor León XIII, de feliz memoria, aplaudiendo el orbe cristiano.
Comienzos tan faustos y agradables, Nos, como ya dijimos en nuestra encíclica Quas primas, accediendo a los deseos y a las preces reiteradas y numerosas de obispos y fieles, con el favor de Dios completamos y perfeccionamos, cuando, al término del año jubilar, instituimos la fiesta de Cristo Rey y su solemne celebración en todo el orbe cristiano.
Cuando eso hicimos, no sólo declaramos el sumo imperio de Jesucristo sobre todas las cosas, sobre la sociedad civil y la doméstica y sobre cada uno de los hombres, mas también presentimos el júbilo de aquel faustísimo día en que el mundo entero espontáneamente y de buen grado aceptará la dominación suavísima de Cristo Rey. Por esto ordenábamos también que en el día de esta fiesta se renovase todos los años aquella consagración para conseguir más cierta y abundantemente sus frutos y para unir a los pueblos todos con el vínculo de la caridad cristiana y la conciliación de la paz en el Corazón de Cristo, Rey de Reyes y Señor de los que dominan.

LA EXPIACIÓN O REPARACIÓN
5. A estos deberes, especialmente a la consagración, tan fructífera y confirmada en la fiesta de Cristo Rey, necesario es añadir otro deber, del que un poco más por extenso queremos, venerables hermanos, hablaros en las presentes letras; nos referimos al deber de tributar al Sacratísimo Corazón de Jesús aquella satisfacción honesta que llaman reparación.
Si lo primero y principal de la consagración es que al amor del Creador responda el amor de la criatura, síguese espontáneamente otro deber: el de compensar las injurias de algún modo inferidas al Amor increado, si fue desdeñado con el olvido o ultrajado con la ofensa. A este deber llamamos vulgarmente reparación.
Y si unas mismas razones nos obligan a lo uno y a lo otro, con más apremiante título de justicia y amor estamos obligados al deber de reparar y expiar: de, justicia, en cuanto a la expiación de la ofensa hecha a Dios por nuestras culpas y en cuanto a la reintegración del orden violado; de amor, en cuanto a padecer con Cristo paciente y «saturado de oprobio» y, según nuestra pobreza, ofrecerle algún consuelo.
Pecadores como somos todos, abrumados de muchas culpas, no hemos de limitarnos a honrar a nuestro Dios con sólo aquel culto con que adoramos y damos los obsequios debidos a su Majestad suprema, o reconocemos suplicantes su absoluto dominio, o alabamos con acciones de gracias su largueza infinita; sino que, además de esto, es necesario satisfacer a Dios, juez justísimo, «por nuestros innumerables pecados, ofensas y negligencias». A la consagración, pues, con que nos ofrecemos a Dios, con aquella santidad y firmeza que, como dice el Angélico, son propias de la consagración(9), ha de añadirse la expiación con que totalmente se extingan los pecados, no sea que la santidad de la divina justicia rechace nuestra indignidad impudente, y repulse nuestra ofrenda, siéndole ingrata, en vez de aceptarla como agradable.
Este deber de expiación a todo el género humano incumbe, pues, como sabemos por la fe cristiana, después de la caída miserable de Adán el género humano, inficionado de la culpa hereditaria, sujeto a las concupiscencias y míseramente depravado, había merecido ser arrojado a la ruina sempiterna. Soberbios filósofos de nuestros tiempos, siguiendo el antiguo error de Pelagio, esto niegan blasonando de cierta virtud innata en la naturaleza humana, que por sus propias fuerzas continuamente progresa a perfecciones cada vez más altas; pero estas inyecciones del orgullo rechaza el Apóstol cuando nos advierte que «éramos por naturaleza hijos de ira»(10).
En efecto, ya desde el principio los hombres en cierto modo reconocieron el deber de aquella común expiación y comenzaron a practicarlo guiados por cierto natural sentido, ofreciendo a Dios sacrificios, aun públicos, para aplacar su justicia.
Expiación de Cristo
6. Pero ninguna fuerza creada era suficiente para expiar los crímenes de los hombres si el Hijo de Dios no hubiese tomado la humana naturaleza para repararla. Así lo anunció el mismo Salvador de los hombres por los labios del sagrado Salmista: «Hostia y oblación no quisiste; mas me apropiaste cuerpo. Holocaustos por el pecado no te agradaron; entonces dije: heme aquí»(11). Y «ciertamente El llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores; herido fue por nuestras iniquidades»(12); y «llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero»(13); «borrando la cédula del decreto que nos era contrario, quitándole de en medio y enclavándole en la cruz»(14), «para que, muertos al pecado, vivamos a la justicia»(15).
Expiación nuestra, sacerdotes en Cristo
7. Mas, aunque la copiosa redención de Cristo sobreabundantemente «perdonó nuestros pecados»(16); pero, por aquella admirable disposición de la divina Sabiduría, según la cual ha de completarse en nuestra carne lo que falta en la pasión de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia(17), aun a las oraciones y satisfacciones «que Cristo ofreció a Dios en nombre de los pecadores» podemos y debemos añadir también las nuestras.
8. Necesario es no olvidar nunca que toda la fuerza de la expiación pende únicamente del cruento sacrificio de Cristo, que por modo incruento se renueva sin interrupción en nuestros altares; pues, ciertamente, «una y la misma es la Hostia, el mismo es el que ahora se ofrece mediante el ministerio de los sacerdotes que el que antes se ofreció en la cruz; sólo es diverso el modo de ofrecerse»(18); por lo cual debe unirse con este augustísimo sacrificio eucarístico la inmolación de los ministros y de los otros fieles para que también se ofrezcan como «hostias vivas, santas, agradables a Dios»(19). Así, no duda afirmar San Cipriano «que el sacrificio del Señor no se celebra con la santificación debida si no corresponde a la pasión nuestra oblación y sacrificio»(20).
Por ello nos amonesta el Apóstol que, «llevando en nuestro cuerpo la mortificación de Jesús»(21), y con Cristo sepultados y plantados, no sólo a semejanza de su muerte crucifiquemos nuestra carne con sus vicios y concupiscencias(22), «huyendo de lo que en el mundo es corrupción de concupiscencia»(23), sino que «en nuestros cuerpos se manifieste la vida de Jesús»(24), y, hechos partícipes de su eterno sacerdocio, «ofrezcamos dones y sacrificios por los pecados»(25).
Ni solamente gozan de la participación de este misterioso sacerdocio y de este deber de satisfacer y sacrificar aquellos de quienes nuestro Señor Jesucristo se sirve para ofrecer a Dios la oblación inmaculada desde el oriente hasta el ocaso en todo lugar(26), sino que toda la grey cristiana, llamada con razón por el Príncipe de los Apóstoles «linaje escogido, real sacerdocio»(27), debe ofrecer por sí y por todo el género humano sacrificios por los pecados, casi de la propia manera que todo sacerdote y pontífice «tomado entre los hombres, a favor de los hombres es constituido en lo que toca a Dios»(28).
Y cuanto más perfectamente respondan al sacrificio del Señor nuestra oblación y sacrificio, que es inmolar nuestro amor propio y nuestras concupiscencias y crucificar nuestra carne con aquella crucifixión mística de que habla el Apóstol, tantos más abundantes frutos de propiciación y de expiación para nosotros y para los demás percibiremos. Hay una relación maravillosa de los fieles con Cristo, semejante a la que hay entre la cabeza y los demás miembros del cuerpo, y asimismo una misteriosa comunión de los santos, que por la fe católica profesamos, por donde los individuos y los pueblos no sólo se unen entre sí, mas también con Jesucristo, que es la cabeza; «del cual, todo el cuerpo compuesto y bien ligado por todas las junturas, según la operación proporcionada de cada miembro, recibe aumento propio, edificándose en amor»(29). Lo cual el mismo Mediador de Dios y de los hombres, Jesucristo próximo a la muerte, lo pidió al Padre: «Yo en ellos y tú en mí, para que sean consumados en la unidad»(30).
Así, pues, como la consagración profesa y afirma la unión con Cristo, así la expiación da principio a esta unión borrando las culpas, la perfecciona participando de sus padecimientos y la consuma ofreciendo sacrificios por los hermanos. Tal fue, ciertamente, el designio del misericordioso Jesús cuando quiso descubrirnos su Corazón con los emblemas de su pasión y echando de sí llamas de caridad: que mirando de una parte la malicia infinita del pecado, y, admirando de otra la infinita caridad del Redentor, más vehementemente detestásemos el pecado y más ardientemente correspondiésemos a su caridad.
Comunión Reparadora y Hora Santa  
9. Y ciertamente en el culto al Sacratísimo Corazón de Jesús tiene la primacía y la parte principal el espíritu de expiación y reparación; ni hay nada más conforme con el origen, índole, virtud y prácticas propias de esta devoción, como la historia y la tradición, la sagrada liturgia y las actas de los Santos Pontífices confirman.
Cuando Jesucristo se aparece a Santa Margarita María, predicándole la infinitud de su caridad, juntamente, como apenado, se queja de tantas injurias como recibe de los hombres por estas palabras que habían de grabarse en las almas piadosas de manera que jamás se olvidarán: «He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres y de tantos beneficios los ha colmado, y que en pago a su amor infinito no halla gratitud alguna, sino ultrajes, a veces aun de aquellos que están obligados a amarle con especial amor». Para reparar estas y otras culpas recomendó entre otras cosas que los hombres comulgaran con ánimo de expiar, que es lo que llaman Comunión Reparadora, y las súplicas y preces durante una hora, que propiamente se llama la Hora Santa; ejercicios de piedad que la Iglesia no sólo aprobó, sino que enriqueció con copiosos favores espirituales.
Consolar a Cristo
10. Mas ¿cómo podrán estos actos de reparación consolar a Cristo, que dichosamente reina en los cielos? Respondemos con palabras de San Agustín: «Dame un corazón que ame y sentirá lo que digo»(31).
Un alma de veras amante de Dios, si mira al tiempo pasado, ve a Jesucristo trabajando, doliente, sufriendo durísimas penas «por nosotros los hombres y por nuestra salvación», tristeza, angustias, oprobios, «quebrantado por nuestras culpas»(32) y sanándonos con sus llagas. De todo lo cual tanto más hondamente se penetran las almas piadosas cuanto más claro ven que los pecados de los hombres en cualquier tiempo cometidos fueron causa de que el Hijo de Dios se entregase a la muerte; y aun ahora esta misma muerte, con sus mismos dolores y tristezas, de nuevo le infieren, ya que cada pecado renueva a su modo la pasión del Señor, conforme a lo del Apóstol: «Nuevamente crucifican al Hijo de Dios y le exponen a vituperio»(33). Que si a causa también de nuestros pecados futuros, pero previstos, el alma de Cristo Jesús estuvo triste hasta la muerte, sin duda algún consuelo recibiría de nuestra reparación también futura, pero prevista, cuando el ángel del cielo(34) se le apareció para consolar su Corazón oprimido de tristeza y angustias. Así, aún podemos y debemos consolar aquel Corazón sacratísimo, incesantemente ofendido por los pecados y la ingratitud de los hombres, por este modo admirable, pero verdadero; pues alguna vez, como se lee en la sagrada liturgia, el mismo Cristo se queja a sus amigos del desamparo, diciendo por los labios del Salmista: «Improperio y miseria esperó mi corazón; y busqué quien compartiera mi tristeza y no lo hubo; busqué quien me consolara y no lo hallé»(35).
La pasión de Cristo en su Cuerpo, la Iglesia
11. Añádase que la pasión expiadora de Cristo se renueva y en cierto modo se continúa y se completa en el Cuerpo místico, que es la Iglesia. Pues sirviéndonos de otras palabras de San Agustín(36): «Cristo padeció cuanto debió padecer; nada falta a la medida de su pasión. Completa está la pasión, pero en la cabeza; faltaban todavía las pasiones de Cristo en el cuerpo». Nuestro Señor se dignó declarar esto mismo cuando, apareciéndose a Saulo, «que respiraba amenazas y muerte contra los discípulos»(37), le dijo: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues»(38); significando claramente que en las persecuciones contra la Iglesia es a la Cabeza divina de la Iglesia a quien se veja e impugna. Con razón, pues, Jesucristo, que todavía en su Cuerpo místico padece, desea tenernos por socios en la expiación, y esto pide con El nuestra propia necesidad; porque siendo como somos «cuerpo de Cristo, y cada uno por su parte miembro»(39), necesario es que lo que padezca la cabeza lo padezcan con ella los miembros(40).
Necesidad actual de expiación por tantos pecados
12. Cuánta sea, especialmente en nuestros tiempos, la necesidad de esta expiación y reparación, no se le ocultará a quien vea y contemple este mundo, como dijimos, «en poder del malo»(41). De todas partes sube a Nos clamor de pueblos que gimen, cuyos príncipes o rectores se congregaron y confabularon a una contra el Señor y su Iglesia(42). Por esas regiones vemos atropellados todos los derechos divinos y humanos; derribados y destruidos los templos, los religiosos y religiosas expulsados de sus casas, afligidos con ultrajes, tormentos, cárceles y hambre; multitudes de niños y niñas arrancados del seno de la Madre Iglesia, e inducidos a renegar y blasfemar de Jesucristo y a los más horrendos crímenes de la lujuria; todo el pueblo cristiano duramente amenazado y oprimido, puesto en el trance de apostatar de la fe o de padecer muerte crudelísima. Todo lo cual es tan triste que por estos acontecimientos parecen manifestarse «los principios de aquellos dolores» que habían de preceder «al hombre de pecado que se levanta contra todo lo que se llama Dios o que se adora»(43).
Y aún es más triste, venerables hermanos, que entre los mismos fieles, lavados en el bautismo con la sangre del Cordero inmaculado y enriquecidos con la gracia, haya tantos hombres, de todo orden o clase, que con increíble ignorancia de las cosas divinas, inficionados de doctrinas falsas, viven vida llena de vicios, lejos de la casa del Padre; vida no iluminada por la luz de la fe, ni alentada de la esperanza en la felicidad futura, ni caldeada y fomentada por el calor de la caridad, de manera que verdaderamente parecen sentados en las tinieblas y en la sombra de la muerte. Cunde además entre los fieles la incuria de la eclesiástica disciplina y de aquellas antiguas instituciones en que toda la vida cristiana se funda y con que se rige la sociedad doméstica y se defiende la santidad del matrimonio; menospreciada totalmente o depravada con muelles halagos la educación de los niños, aún negada a la Iglesia la facultad de educar a la juventud cristiana; el olvido deplorable del pudor cristiano en la vida y principalmente en el vestido de la mujer; la codicía desenfrenada de las cosas perecederas, el ansia desapoderada de aura popular; la difamación de la autoridad legítima, y, finalmente, el menosprecio de la palabra de Dios, con que la fe se destruye o se pone al borde de la ruina.
Forman el cúmulo de estos males la pereza y la necedad de los que, durmiendo o huyendo como los discípulos, vacilantes en la fe míseramente desamparan a Cristo, oprimido de angustias o rodeado de los satélites de Satanás; no menos que la perfidia de los que, a imitación del traidor Judas, o temeraria o sacrílegamente comulgan o se pasan a los campamentos enemigos. Y así aun involuntariamente se ofrece la idea de que se acercan los tiempos vaticinados por nuestro Señor: «Y porque abundó la iniquidad, se enfrió la caridad de muchos»(44).



El ansia ardiente de expiar
13. Cuantos fieles mediten piadosamente todo esto, no podrán menos de sentir, encendidos en amor a Cristo apenado, el ansia ardiente de expiar sus culpas y las de los demás; de reparar el honor de Cristo, de acudir a la salud eterna de las almas. Las palabras del Apóstol: «Donde abundó el delito, sobreabundó la gracia»(45), de alguna manera se acomodan también para describir nuestros tiempos; pues si bien la perversidad de los hombres sobremanera crece, maravillosamente crece también, inspirando el Espíritu Santo, el número de los fieles de uno y otro sexo, que con resuelto ánimo procuran satisfacer al Corazón divino por todas las ofensas que se le hacen, y aun no dudan ofrecerse a Cristo como víctimas.
Quien con amor medite cuanto hemos dicho y en lo profundo del corazón lo grabe, no podrá menos de aborrecer y de abstenerse de todo pecado como de sumo mal; se entregará a la voluntad divina y se afanará por reparar el ofendido honor de la divina Majestad, ya orando asiduamente, ya sufriendo pacientemente las mortificaciones voluntarias, y las aflicciones que sobrevinieren, ya, en fin, ordenando a la expiación toda su vida.
Aquí tienen su origen muchas familias religiosas de varones y mujeres que, con celo ferviente y como ambicioso de servir, se proponen hacer día y noche las veces del Angel que consoló a Jesús en el Huerto; de aquí las piadosas asociaciones asimismo aprobadas por la Sede Apostólica y enriquecidas con indulgencias, que hacen suyo también este oficio de la expiación con ejercicios convenientes de piedad y de virtudes; de aquí finalmente los frecuentes y solemnes actos de desagravio encaminados a reparar el honor divino, no sólo por los fieles particulares, sino también por las parroquias, las diócesis y ciudades.

LA DEVOCIÓN AL CORAZÓN DE JESÚS
Causa de muchos bienes
14. Pues bien: venerables hermanos, así como la devoción de la consagración, en sus comienzos humilde, extendida después, empieza a tener su deseado esplendor con nuestra confirmación, así la devoción de la expiación o reparación, desde un principio santamente introducida y santamente propagada. Nos deseamos mucho que, más firmemente sancionada por nuestra autoridad apostólica, más solemnemente se practique por todo el universo católico. A este fin disponemos y mandamos que cada año en la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús fiesta que con esta ocasión ordenamos se eleve al grado litúrgico de doble de primera clase con octava en todos los templos del mundo se rece solemnemente el acto de reparación al Sacratísimo Corazón de Jesús, cuya oración ponemos al pie de esta carta para que se reparen nuestras culpas y se resarzan los derechos violados de Cristo, Sumo Rey y amantísimo Señor.
No es de dudar, venerables hermanos, sino que de esta devoción santamente establecida y mandada a toda la Iglesia, muchos y preclaros bienes sobrevendrán no sólo a los individuos, sino a la sociedad sagrada, a la civil y a la doméstica, ya que nuestro mismo Redentor prometió a Santa Margarita María «que todos aquellos que con esta devoción honraran su Corazón, serían colmados con gracias celestiales».
Los pecadores, ciertamente, «viendo al que traspasaron»(46), y conmovidos por los gemidos y llantos de toda la Iglesia, doliéndose de las injurias inferidas al Sumo Rey, «volverán a su corazón»(47); no sea que obcecados e impenitentes en sus culpas, cuando vieren a Aquel a quien hirieron «venir en las nubes del cielo»(48), tarde y en vano lloren sobre E1(49).
Los justos más y más se justificarán y se santificarán, y con nuevas fervores se entregarán al servicio de su Rey, a quien miran tan menospreciado y combatido y con tantas contumelias ultrajado; pero especialmente se sentirán enardecidos para trabajar por la salvación de las almas, penetrados de aquella queja de la divina Víctima: «¿Qué utilidad en mi sangre?»(50); y de aquel gozo que recibirá el Corazón sacratísimo de Jesús «por un solo pecador que hiciere penitencia»(51).
Especialmente anhelamos y esperamos que aquella justicia de Dios, que por diez justos movido a misericordia perdonó a los de Sodoma, mucho más perdonará a todos los hombres, suplicantemente invocada y felizmente aplacada por toda la comunidad de los fieles unidos con Cristo, su Mediador y Cabeza.
La Virgen Reparadora
15. Plazcan, finalmente, a la benignísima Virgen Madre de Dios nuestros deseos y esfuerzos; que cuando nos dio al Redentor, cuando lo alimentaba, cuando al pie de la cruz lo ofreció como hostia, por su unión misteriosa con Cristo y singular privilegio de su gracia fue, como se la llama piadosamente, reparadora. Nos, confiados en su intercesión con Cristo, que siendo el «único Mediador entre Dios y los hombres»(52), quiso asociarse a su Madre como abogada de los pecadores, dispensadora de la gracia y mediadora, amantísimamente os damos como prenda de los dones celestiales de nuestra paternal benevolencia, a vosotros, venerables hermanos, y a toda la grey confiada a vuestro cuidado, la bendición apostólica.
Dado en Roma, junto a San Pedro, día 8 de mayo de 1928, séptimo de nuestro pontificado.
* * * * * * *


 
ORACIÓN EXPIATORIA
AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Dulcísimo Jesús, cuya caridad derramada sobre los hombres se paga tan ingratamente con el olvido, el desdén y el desprecio, míranos aquí postrados ante tu altar. Queremos reparar con especiales manifestaciones de honor tan indigna frialdad y las injurias con las que en todas partes es herido por los hombres tu amoroso Corazón.
Recordando, sin embargo, que también nosotros nos hemos manchado tantas veces con el mal, y sintiendo ahora vivísimo dolor, imploramos ante todo tu misericordia para nosotros, dispuestos a reparar con voluntaria expiación no sólo los pecados que cometimos nosotros mismos, sino también los de aquellos que, perdidos y alejados del camino de la salud, rehúsan seguirte como pastor y guía, obstinándose en su infidelidad, y han sacudido el yugo suavísimo de tu ley, pisoteando las promesas del bautismo.
A1 mismo tiempo que queremos expiar todo el cúmulo de tan deplorables crímenes, nos proponemos reparar cada uno de ellos en particular: la inmodestia y las torpezas de la vida y del vestido, las insidias que la corrupción tiende a las almas inocentes, la profanación de los días festivos, las miserables injurias dirigidas contra ti y contra tus santos, los insultos lanzados contra tu Vicario y el orden sacerdotal, las negligencias y los horribles sacrilegios con que se profana el mismo Sacramento del amor divino y, en fin, las culpas públicas de las naciones que menosprecian los derechos y el magisterio de la Iglesia por ti fundada.
¡Ojalá que podamos nosotros lavar con nuestra sangre estos crímenes! Entre tanto, como reparación del honor divino conculcado, te presentamos, acompañándola con las expiaciones de tu Madre la Virgen, de todos los santos y de los fieles piadosos, aquella satisfacción que tú mismo ofrecisté un día en la cruz al Padre, y que renuevas todos los días en los altares. Te prometemos con todo el corazón compensar en cuanto esté de nuestra parte, y con el auxilio de tu gracia, los pecados cometidos por nosotros y por los demás: la indiferencia a tan grande amor con la firmeza de la fe, la inocencia de la vida, la observancia perfecta de la ley evangélica, especialmente de la caridad, e impedir además con todas nuestras fuerzas las injurias contra ti, y atraer a cuantos podamos a tu seguimiento. Acepta, te rogamos, benignísimo Jesús, por intercesión de la Bienaventurada Virgen María Reparadora, el voluntario ofrecimiento de expiación; y con el gran don de la perseverancia, consérvanos fidelísimos hasta la muerte en el culto y servicio a ti, para que lleguemos todos un día a la patria donde tú con el Padre y con el Espíritu Santo vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

jueves, 30 de junio de 2011

Berlín en el camino a Sodoma y Gomorra


Benno Hofschulte
La imaginación de los niños deben ser dirigidas lo antes posible al nivel de vida homo-lésbico
El Secretario de Educación en Berlín, Jürgen Zöllner Partido Socialista inició el programa de "reeducación" de Chidren en edad escolar, es lo que informa el boletín de MEDRUM 21/06/11. Desde la edad de cinco años, los niños deben aprender que su vida de pensamiento y sentimiento debería ser la norma a la diversidad de orientación sexual de la sociedad. Terminar con la idea de la familia compuesta por padre, madre e hijos y para guiar la imaginación de las normas de la sexualidad y estilos de vida propagado por el movimiento homo-lésbico es el lema de la nueva política educativa.

Un maestro en cada escuela para la "diversidad sexual"
El 2 de abril de 2009, el Parlamento de Berlín ya había aprobado la iniciativa "Berlin argumenta a favor de la autodeterminación y la aceptación de la diversidad sexual." El campo de acción más importantes de esta iniciativa de la industria es la "educación y conocimiento" de la Secretaría de Educación. Un paquete de medidas que se aplicarán especialmente en las escuelas,  apoyar a los jóvenes y garantizar la formación de una base que facilita la verificación, la eliminación y prevención de la discriminación, el hostigamiento y la violencia derivada de las diferentes características de los prejuicios relacionados con el estilo de vida lesbianas, gays, bisexuales, trans y intrasexuais. Las medidas van desde la educación sexual se enseña a la formación y especialización de las personas claves y los profesores. También está previsto que cada escuela en Berlín tengan a su disposición un profesor que actúa como portavoz de los temas de diversidad sexual.

Fin de la familia tradicional
El coordinador de la "Iniciativa de la diversidad sexual" de la Secretaría de "Educación, Ciencia e Investigación", Conny-Schälicke Kempe, dijo al diario Berliner Zeitung que "la homosexualidad no debe hacerse hincapié en este proyecto. En primer lugar debemos hacer frente a la multiplicidad. Debemos borrar el concepto tradicional de familia, compuesta por padre, madre e hijos y se dirigió a los modelos que los niños puedan ser felices. La única cosa importante para un niño es un ambiente de amor. " Kempe-Schälicke quiere transmitir a los niños  esto ya a una edad temprana, cuando empiezan a aprender cómo funciona la sociedad, reveló el periódico Berliner Zeitung.
Los modos de llevar a cabo esta re-educación de los niños son muy variadas. Incluidos en los juegos de memoria para los bebés que aún no saben leer y escribir, así como la puesta en escena de  pantomimas para la tercera edad donde deben estar representados una amplia variedad de las adicciones y la depravación sexual.
El Berliner Zeitung tituló el artículo sobre la campaña de re-educación "Escuela Nueva: la homosexualidad como materia.

LLAMADO A LA DESOBEDIENCIA

COMO SI TODAVÍA FUERA POCO LA FALSA DOCTRINA DEL VATICANO II, AHORA ESTOS APOSTATAS LE QUIEREN PONER LA FRUTILLA AL POSTRE ENVENENADO QUE OFRECEN HOY QUIENES ESTÁN EN LOS TEMPLOS USURPADOS Y VACÍOS DE UNA VERDADERA FE CATÓLICA

ESTE  ES UN MOVIMIENTO QUE SE VIENE GESTANDO EN VARIOS PAÍSES DE LA MISMA FORMA EN QUE EL VATICANO II IMPUSO SU REVOLUCIÓN




  El obispo de Graz-Seckau y vicepresidente de la Conferencia Episcopal de Austria, Mons. Egon Kapellari, rechazó un llamado para "la iniciativa de los sacerdotes" (Pfarrer de iniciativa) a la desobediencia en la Iglesia.  El documento pone en peligro la unidad de la Iglesia,  dijo el obispo en un documento en  oposición del lanzado en Austria el 28 de junio
Mgr Egon Kapellari, évêque de Graz-Seckau et vice-président de la Conférence épiscopale autrichienne (Photo: Eglise catholique en Autriche) Mgr Egon Kapellari, obispo de Graz-Seckau y vicepresidente de la Conferencia Episcopal de Austria '(Foto: Iglesia católica en Austria)
 
  dijo el obispo de Graz-Seckau. . Este último considera que el atractivo de "la iniciativa de los sacerdotes" a "percepción selectiva de la situación actual de la Iglesia en Austria".
Las aplicaciones que surgen es "una seria amenaza para la identidad y la unidad de la Iglesia católica", advierte el obispo Kapellari.  "Es legítimo poder expresar las preocupaciones y deseos que provienen de las parroquias. Pero es muy diferente  llamar a la desobediencia, para poner en peligro la configuración general de la Iglesia universal y de retirarse unilateralmente de los compromisos comunes" , dijo.
   "La iniciativa de los sacerdotes", fue lanzado el 19 de junio por el grupo del mismo nombre, fundada por siete sacerdotes, en el 2006. . Expresan  una serie de peticiones en 7 puntos.  Entre ellos: "No impedir el acceso a la Eucaristía a los fieles de buena voluntad", una petición que afecta a los divorciados vueltos a casar miembros de otras iglesias u otros excluidos.  Luego, los autores quieren "ignorar las prohibiciones que afectan el comentar sermones a laicos, maestros religiosos  competentes y capacitados "La iniciativa de los sacerdotes" se pronuncia también por el acceso de las mujeres y los hombres casados ​​al sacerdocio.


SACIRIFCIO SACRAMENTAL EUCARÍSTICO

LITURGIA: DOCTRINA CATÓLICA SOBRE EL SACRIFICIO SACRAMENTAL EUCARÍSTICO

Jueves 30 junio 2011
por Radio Cristiandad
SACIRIFCIO SACRAMENTAL EUCARÍSTICO
 
Resumen realizado por el Padre Juan Carlos Ceriani al Prólogo del Dr. Francisco Barbado Viejo, O.P., Obispo de Salamanca, al Tratado de la Santísima Eucaristía del Padre Gregorio Alastruey.
Los principios básicos que constituyen la base sobre la que ha de levantarse el edificio teológico del Sacrificio Eucarístico es su carácter de sacrificio:
* real y verdadero,
* visible,
* incruento,
* representativo del Sacrificio cruento de la Cruz.
El Sacrificio Eucarístico es el mismo sacrificio de la Cruz: “Una e idéntica es la Víctima, uno mismo el que ahora ofrece por ministerio de los sacerdotes y se ofreció entonces en la cruz. Sólo es distinto el modo del ofrecimiento” (Concilio de Trento, Sesión XXII, c. 2).
La doctrina del Concilio es la misma, expresada casi con idénticas palabras por Santo Tomás:
Non offerimus aliam oblationem quam Christus obtulit pro nobis, scilicet sanguinem suum. Unde non est alia oblatio, sed est commemoratio illius hostiæ quam Christus obtulit (Com. in Epist. ad Hebr. 10, 1).
Pero, al contrario, pudiera objetarse que tal razonamiento no es eficaz; pues pudiera decirse que aquella oblación purificaba de los pecados pasados, no de los futuros; por consiguiente, porque a menudo pecaban, a menudo también era necesario se reiterasen las ofrendas. Respondo que la manera de hablar del Apóstol no da lugar a ello; pues, siendo el pecado una cosa espiritual, opuesta a lo celestial, conviene que, por lo que se purifica, la ofrenda sea también celestial y espiritual y, por consiguiente, tenga virtud permanente.
De ahí que, al hablar de la virtud del sacrificio de Cristo, le atribuye virtud perpetua, diciendo: “habiendo obtenido una eterna redención”. Mas lo que tiene virtud perpetua es suficiente para lo cometido y por cometer y, por consiguiente, no es necesario repetirlo más; de donde Cristo con una sola ofrenda purificó para siempre a los que ha santificado, como se dice abajo.
Asimismo el decirse que no se repita, en contra de lo cual está el hecho de nuestra oblación diaria. Respondo que nuestra oblación no es diferente a la que Cristo hizo por nosotros es, a saber, su sangre; de suerte que no es otra la ofrenda, sino que es la conmemoración de aquella Hostia que Cristo ofreció: “haced esto en memoria mía” (Mt 26).
Se trata, principalmente, de determinar la naturaleza del Sacrificio Eucarístico y cómo en la Santa Misa se salva la noción de verdadero y real sacrificio, enseñada por el Concilio y por la tradición de la Iglesia.
Se ha llegado al punto de convergencia de considerar la consagración del pan y del vino como constitutiva de la esencia del Sacrificio de la Misa, y la Comunión del sacerdote como parte integrante del mismo.
Mas ¿de qué manera en la consagración del pan y del vino se salva la noción de verdadero y real sacrificio?
Aun coincidiendo los teólogos en afirmar que el Sacrificio del Altar es relativo y dice referencia intrínseca y esencial al de la Cruz, del que se diferencia sólo en cuanto al modo de la inmolación, siendo cruenta la de la Cruz e incruenta la del Altar, quedan, sin embargo, opiniones muy diversas al tratar de explicar cómo la consagración constituye verdadero sacrificio.
Para Santo Tomás, la Eucaristía tiene doble significación sacramental que realiza lo que significa.
Por una parte, la consagración del pan en Cuerpo de Cristo y del vino en su Sangre significa, representa y renueva, mística y sacramentalmente, el Sacrificio de Jesucristo en la Cruz.
Por otra parte, la recepción de Jesucristo sacramentado bajo las especies de pan y vino en la Sagrada Comunión significa y verifica, sacramentalmente, el alimento espiritual del alma.
Tanto una significación y realización como la otra tiene carácter de Sacramento Eucarístico.
Y así debemos hablar de Sacrificio Sacramental Eucarístico, como hablamos de Comunión Sacramental Eucarística y de Presencia Sacramental de Cristo en la Eucaristía.
Y en esta noción de Sacrificio Sacramental, que constituye propiamente el misterio, se detiene nuestra inteligencia, sin buscar otras razones de sacrificio, especiales a este de la Santa Misa, que no sean las de simple representación sacramentalmente renovadora del único y eterno Sacrificio de Jesucristo en la Cruz.
De los numerosos lugares en que Santo Tomás expresa su pensamiento, escogemos sólo algunos textos referentes:
a) al doble carácter = de Sacrificio y de Sacramento de la Eucaristía,
b) a la Pasión de Cristo,
c) a la unidad e identidad del Sacrificio Eucarístico y el de la Cruz,
d) y al carácter representativo y sacramental del Sacrificio del Altar.
a) Desde la primera cuestión del tratado de la Eucaristía, el Santo Doctor tiene presente su doble carácter de Sacramento y de Sacrificio.
Reserva, sin embargo, ordinariamente el nombre de Sacramento para la Sagrada Comunión, en cuanto se dirige inmediatamente a la santificación del alma, pues ésta es noción común a los demás Sacramentos, que no son sacrificios, aunque se ordenen todos al del Altar.
Mas el concepto de Sacramento Eucarístico es común a su carácter de Sacrificio y de Comunión.
Por eso no se contenta el Santo con afirmar que la Eucaristía es al mismo tiempo Sacrificio y Sacramento, sino que este doble carácter lo atribuye al Sacramento mismo, porque la noción de tal va entrañada en la de Sacrificio Eucarístico, y así dice repetidas veces:
Hoc sacramentum simul est sacrificium et sacramentum; rationem sacrificii habet in quantum offertur; rationem vero sacramenti in quantum sumitur (3, q. 79, a. 5).
La eucaristía es a la vez sacrificio y sacramento. Tiene razón de sacrificio en cuanto que se ofrece, y tiene razón de sacramento en cuanto que se recibe. Y, por eso, tiene efecto de sacramento en quien la recibe, y efecto de sacrificio en quien lo ofrece o en aquellos por quienes se ofrece.
Hoc sacramentum non est solum sacramentum, sed etiam sacrificium. In quantum enim in hoc sacramento repræsentatur (*) passio Christi, qua Christus obtulit se hostiam Deo, habet rationem sacrificii. Inquantum vero in hoc sacramento traditur invisibilis gratia sub visibili specie habet rationem sacramenti. Sic ergo hoc sacramentum sumentibus quidem prodest et per modum sacramenti et per modum sacrificii, quia pro omnibus sumentibus offertur… Sed aliis qui non sumunt prodest per modum sacrificii, inquantum pro salute eorurn offertur (ib. a. 7).
(* i. e. iterum præsens fit. Caietanum.)
Como se ha dicho antes (a.5), la eucaristía no sólo es sacramento, sino también sacrificio. Este sacramento, en efecto, en cuanto representa la pasión de Cristo, en la que Cristo se ofreció a sí mismo como víctima a Dios, como se dice en (Ep 5,2), tiene razón de sacrificio. Pero en cuanto que otorga la gracia invisible a través de especies visibles, tiene razón de sacramento. Así, pues, la eucaristía aprovecha como sacramento y como sacrificio a quienes la reciben, porque se ofrece por todos ellos. Se dice, efectivamente, en el Canon de la misa: para que cuantos recibimos el cuerpo y la sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar, bendecidos con tu gracia, tengamos también parte en la plenitud de tu reino. Pero a quienes no lo reciben les aprovecha como sacrificio, ya que se ofrece también por su salvación. Por lo que en el Canon de la misa se dice: Acuérdate, Señor, de tus siervos y siervas, por quienes te ofrecemos o que ellos mismos te ofrecen este sacrificio de alabanza: por ellos y por todos los suyos, por la redención de sus almas, por la esperanza de su salvación y glorificación. Uno y otro modo de aprovechar los expresó el Señor cuando dijo en (Mt 26,28): que por vosotros, o sea, los que le recibían, y por muchos, los demás, será derramada para la remisión de los pecados.
Hoc sacramentum perficitur in consecratione Eucharistiae, in qua sacrificium Deo offertur (82, a. 10 ad 1).
Los demás sacramentos se hacen cuando se administran a los fieles. Por eso no tiene obligación de administrarlos más que quien tiene cura de almas. Pero este sacramento se realiza con la consagración de la eucaristía, en la que se ofrece a Dios el sacrificio, al cual el sacerdote está obligado por la ordenación que recibió.
La noción, pues, de Sacramento Eucarístico es común al Sacrificio y a la Comunión.
b) En el Sacrificio del Altar se ofrece sacramentalmente la misma Pasión histórica de Jesucristo, el mismo Cristo paciente.
Este Sacrificio es el Sacramento de la Pasión de Cristo, contiene a Cristo en cuanto por nosotros padeció en la Cruz.
Mortis dominicæ mysterium celebrantes: el sacerdote celebra en el Altar el misterio de la muerte del Señor, como expresa el Obispo en la alocución a los que está a punto de ordenar sacerdotes (Pontifical Romano).
Textos de Santo Tomás:
Eucharistia est sacramentum perfectum dominicæ passionis, tamquam continens ipsum Christum passum (73, a. 5 ad 2; a. 6).
La eucaristía es el sacramento perfecto de la pasión del Señor, en cuanto contiene al mismo Señor que ha padecido.
En este sacramento se pueden considerar tres cosas: lo que es sacramentum tantum, o sea, el pan y el vino; lo que es res et sacramentum, o sea, el verdadero cuerpo de Cristo; y lo que es res tantum, o sea, el efecto de este sacramento.
Así pues, respecto de lo que es sacramentum tantum, la figura más importante de este sacramento fue la oblación de Melquisedec que ofreció pan y vino.
En lo que se refiere al mismo Cristo ya padecido, que es lo que se contiene en este sacramento, fueron figuras de él todos los sacrificios del Antiguo Testamento y, muy especialmente, el sacrificio de expiación, que era un sacrificio solemnísimo.
Y en lo que se refiere al efecto, la figura principal fue el maná, que contenía en sí todas las delicias, como se dice en (Ga 16,20), de la misma manera que la gracia de este sacramento reconforta al alma con todos los deleites también.
Pero el cordero pascual prefiguraba este sacramento en estos tres aspectos. En lo que se refiere al primero, porque se comía con pan ácimo, según la norma de Ez 12,8: comerán carne con pan ácimo. En lo que se refiere al segundo, porque todos los hijos de Israel le inmolaban el día 14 de la luna, lo cual era figura de la pasión de Cristo, quien por su inocencia se llama cordero. Y en lo que se refiere al efecto, porque la sangre del cordero pascual protegió a los hijos de Israel del ángel exterminador y los libró de la servidumbre egipcia.
Por todo lo cual, el cordero pascual es la figura principal de la eucaristía, porque la prefiguraba en todos estos aspectos.
Eucharistia est sacramentum passionis Christi, prout homo perficitur in unione ad Christum passum (73, a. 3 ad 3).
La eucaristía es el sacramento de la pasión de Cristo, en cuanto que el hombre queda unido perfectamente a Cristo que ha padecido.
Este sacramento tiene un triple significado. Uno, con respecto al pasado, en cuanto que es conmemoración de la pasión del Señor, que fue un verdadero sacrificio, como se ha dicho ya (q.48 a.3). En este sentido se le llama sacrificio.
Sacrificia enim veteris legis illud verum sacrificium passionis Christi continebant solum in figura, secundum illud Heb. X, umbram habens lex futurorum bonorum, non ipsam rerum imaginem. Et ideo oportuit ut aliquid plus haberet sacrificium novae legis a Christo institutum, ut scilicet contineret ipsum passum, non solum in significatione vel figura, sed etiam in rei veritate. (75, a. 1).
Esta presencia se ajusta, en primer lugar, a la perfección de la ley nueva. Porque los sacrificios de la antigua ley contenían ese verdadero sacrificio de la pasión de Cristo solamente en figura, de acuerdo con lo que se dice en (He 10,1): LM ley tiene la sombra de los bienes futuros, y no la forma de la misma realidad. Era justo, por tanto, que el sacrificio de la nueva ley, instituido por Cristo, tuviese algo más, o sea, que contuviese al mismo Cristo crucificado, no solamente significado o en figura, sino también en su realidad.
Esta doctrina la expresa el santo Doctor muchas veces, considerándola como principio básico de su exposición.
c) Este Sacrificio Eucarístico es idéntico al de la Cruz, no solamente porque es idéntico él principal oferente, Cristo, y la hostia ofrecida, Cristo paciente, sino, además, porque es una misma la oblación u ofrecimiento de Cristo en la Cruz, sacramentalmente renovada en el altar.
Esta oblación constituye el elemento formal de todo sacrificio.
Sin esta unidad de oblación no se da verdadera unidad e identidad del Sacrificio de la Cruz y del Altar.
Por eso Santo Tomás la afirma repetidas veces:
Nos non offerimus aliam, oblationem quam Christus obtulit pro nobis, scilicet sanguinem suum. Unde non est alia oblatio, sed est commemoratio illius hostiæ quam Chrisius obtulit (Com. in Epist. ad Hebr. 10, 1).
Nuestra oblación no es diferente a la que Cristo hizo por nosotros, es a saber, su sangre; de suerte que no es otra la ofrenda, sino que es la conmemoración de aquella Hostia que Cristo ofreció.
Hostia illa perpetua est; et hoc modo semel oblata est per Christum, quod quotidie etiam per membra ipsius offerri possit (In 4 Sent, dist. 12, expos. textus).
Aquella hostia es perpetua, y de tal manera fue ofrecida una sola vez por Cristo, que pueda ser ofrecida también a diario por sus miembros.
d) Abundan también los lugares en que Santo Tomás explica el carácter sacramental del Sacrificio del Altar en cuanto representativo del Sacrificio cruento de la Cruz.
A la noción común de Sacramento pertenece el ser signo externo representativo de cosa espiritual, a la cual causa al mismo tiempo que la significa: effictt quod significat.
Exponiendo Santo Tomás el carácter del Sacrificio Eucarístico, no es extraño que insista en manifestar el valor representativo o sacramental de su celebración, como al tratar del Bautismo insiste en hacer ver el valor representativo de la ablución, y al tratar de la Sagrada Comunión en el del pan y vino consagrados, expresivos del alimento espiritual del alma.
Hoc sacramentum dicitur sacrificium inquantum repræsentat ipsam passionem Christi; dicitur autem hostia inquantum continet ipsum Christum, qui est hostia salutaris (73, a. 4 ad 3).
A este sacramento se le denomina sacrificio por representar la pasión de Cristo, y se le llama hostia porque contiene al mismo Cristo, que es hostia de suavidad, como se dice en (Ep 5, 2).
Duplici ratione celebratio huius sacramenti dicitur Christi immolatio.
Primo quidem quia, sicut Augustinus dicit, ad Simplicianum, solent imagines earum rerum nominibus appellari quarum imagines sunt, sicut cum, intuentes tabulam aut parietem pictum, dicimus, ille Cicero est, ille Sallustius. Celebratio autem huius sacramenti, sicut supra dictum est, imago est quaedam repraesentativa passionis Christi, quae est vera immolatio. Unde Ambrosius dicit, super epistolam ad Heb., in Christo semel oblata est hostia ad salutem sempiternam potens. Quid ergo nos? Nonne per singulos dies offerimus ad recordationem mortis eius?
Alio modo, quantum ad effectum passionis, quia scilicet per hoc sacramentum participes efficimur fructus dominicae passionis. Unde et in quadam dominicali oratione secreta dicitur, quoties huius hostiae commemoratio celebratur, opus nostrae redemptionis exercetur.
Quantum igitur ad primum modum, poterat Christus dici immolari etiam in figuris veteris testamenti, unde et in Apoc. XIII dicitur, quorum nomina non sunt scripta in libro vitae agni, qui occisus est ab origine mundi.
Sed quantum ad modum secundum, proprium est huic sacramento quod in eius celebratione Christus immoletur. (83, a. 1).
La celebración de este sacramento es considerada como inmolación de Cristo de dos maneras.
Primera, porque, como dice San Agustín en Ad Simplicianum: Las imágenes de las cosas suelen llamarse con el mismo nombre que las cosas mismas, como, por ej., al ver un cuadro o un fresco decimos: ése es Cicerón, y aquél, Salustio. Ahora bien, la celebración de este sacramento, como se ha dicho antes (79,1), es una imagen representativa de la pasión de Cristo, que es verdadera inmolación. Por eso dice San Ambrosio comentando la carta Ad Hebr.: En Cristo se ofreció una sola vez el sacrificio eficaz para la vida eterna. ¿Qué hacemos entonces nosotros? ¿Acaso no le ofrecemos todos los días como conmemoración de su muerte?
Segundo, este sacramento es considerado como inmolación por el vínculo que tiene con los efectos de la pasión, ya que por este sacramento nos hacemos partícipes de los frutos de la pasión del Señor. Por lo que en una oración secreta dominical se dice: Siempre que se celebra la memoria de esta víctima, se consigue el fruto de nuestra redención.
Por eso, en lo que se refiere al primer modo, puede decirse que Cristo se inmolaba también en las figuras del Antiguo Testamento. Y, en este sentido, se lee en el Ap 13,8: Cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero, muerto ya desde el origen del mundo.
Pero en lo que se refiere al segundo modo, es propio de este sacramento el que se inmole Cristo en su celebración.
Quamvis totus Christus sit sub utraque specie, non tamen frustra. Nam primo quidem, hoc valet ad repræsentandam passionem Christi, in qua seorsum sanguis fuit a corpore. Unde et in forma consecrationis sanguinis fit mentio de eius effusione. (76, a. 2 ad 1).
Cristo está por entero bajo cada una de las especies, y no sin razón. Porque, en primer lugar, esto sirve para representar la pasión de Cristo, en la que la sangre fue separada de su cuerpo, por lo que en la forma de la consagración de la sangre se menciona su derramamiento.
Repræsentatio dominicæ passionis agitur in ipsa consecratione huius sacramenti, in qua non debet corpus sine sanguine consecrari.(80, a. 12 ad 3).
La representación de la pasión del Señor se realiza en la misma consagración de este sacramento, en la que no se debe consagrar el cuerpo sin la sangre.
Sanguis seorsum consecratus expresse passionem Christi repræsentat, ideo potius in consecratione sanguinis fit mentio de effectu passionis quam in consecratione corporis, quod est passionis subiectum. Quod etiam designatur in hoc quod dominus dicit, quod pro vobis tradetur, quasi dicat, quod pro vobis passioni subiicietur. (78, a. 3 ad 2).
Puesto que, como se ha dicho ya (ad 1; q.76 a.2 ad 1), la sangre consagrada por separado representa claramente la pasión de Cristo, el efecto de la pasión debía ser mencionado mejor en la consagración de la sangre que en la consagración del cuerpo, que es el que padeció. Lo cual también se indica cuando el Señor dice: que será entregado por vosotros, como queriendo decir: que por vosotros será sometido a la pasión.
En otros, varios lugares de sus obras expresa Santo Tomás esta misma doctrina. Algunas formas de expresión se repiten, como estereotipadas, con mucha frecuencia, especialmente aquellas tan significativas de que el Sacramento de la Eucaristía continet ipsum Christum passum, que la oblación eucarística no es otra que la de la Cruz: non est alia oblatio, y que la consagración bajo las dos especies repræsentat (i, e. iterum præsentem facit. Caietanum) ipsam passionem Christi.
Así, pues, la Santa Misa es el Sacramento del Sacrificio cruento de la Cruz; y, si para la Sagrada Comunión se reserva especialmente el nombre de Sacramento, es por su mayor semejanza con los demás Sacramentos, que no son sacrificios.
Para explicar el misterio del Sacrificio de la Misa no deben entrar en juego más principios que los de Sacramento y de Sacrificio de la Cruz.
Nada, pues, de atribuir a las palabras de la Consagración el oficio de cultellus, como si de suyo, si Cristo fuera ahora mortal, tendrían poder para sacrificarle cruentamente de nuevo.
Nada tampoco del intento de reducir a Jesucristo sacramentado a un estado de inferioridad, cuando conserva toda la gloriosa grandeza del Cielo y su permanencia eucarística es objeto de exaltación, alabanza y gloria en los Sagrarios.
Ni tampoco puede decirse que el Sacrificio de la Misa es sólo virtualmente idéntico al de la Cruz porque nos aplica los efectos de la Pasión de Cristo; pues ello privaría al Sacrificio del Altar de su naturaleza de verdadero y real sacrificio.
Ni, finalmente, para dar realidad al sacrificio eucarístico hay que acudir al estado de inmolación que conservaría Cristo en el Cielo, mostrando al Eterno Padre sus llagas y haciendo nuevamente ofrecimiento de ellas cuantas veces se celebra en la tierra el sacrificio del altar.
Ello explicaría sólo la identidad de víctima, mas no del acto del sacrificio.
No sería uno e idéntico sacrificio con el de la Cruz, ni tampoco sería uno mismo el del Cielo y el del Altar.
Siendo la inmolación elemento esencial y formal del Sacrificio Eucarístico real y verdadero, ella debe ser también real y verdadera, aunque incruenta, mística o sacramental.
Con no menor fuerza y realismo que Santo Tomás expresa la misma verdad el Pontifical Romano en el momento en que el obispo consagra sacerdotes para que «celebren el misterio de la muerte del Señor».
Y León XIII: «El sacrificio de la misa es la renovación verdadera y admirable, aunque incruenta y mística, de la muerte de Cristo: Mortis Ipsius vera et mirabilis, quamquam incruenta et mystica renovatio» (Miræ Charitatis).
Y Pío XI: «El sacrificio de la cruz se renueva (renovatur) incesantemente en nuestros altares de un modo incruento» (Misserentissimus Redemptor).
Y Pío XII: «El augusto sacrificio del altar es verdadera y propia sacrificación (sacrificatio), por la cual el Sumo Sacerdote por incruenta inmolación (per incruentam immolationem) realiza la que ya hizo en la cruz» «El sacrificio eucarístico representa y renueva (repræsentat et innovat) a diario el de la Cruz» (Mediator Dei).
Para Santo Tomás, lo significado y sacramentalmente realizado es el mismo Sacrificio de la Pasión de Cristo: continens ipsum Christum passum (res et sacramentum), que a su vez produce los efectos de acción de gracias, de adoración, satisfacción, reconciliación, impetración, etc. (res sacramenti).
Su explicación salva plenamente la identidad del Sacrificio de la Cruz y del Altar, así como su diferencia en cuanto al modo de realizarse. Es uno y único Sacrificio, porque el Sacramento realiza lo que significa; y la consagración bajo las dos especies significa y representa la muerte de Jesucristo en la Cruz por la separación del Cuerpo y de la Sangre: continet ipsum Christum passum.
Es el del altar sacrificio incruento, místico o sacramental, bajo el símbolo de ambas especies, a la manera como en el Bautismo, mediante la ablución externa y la fórmula sacramental, se significa y realiza la interna purificación del alma, y la Eucaristía bajo las especies de pan y vino significa y realiza el alimento espiritual del alma; así también la consagración separada del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo significa y representa (es decir, hace nuevamente presente, Cayetano) mística y sacramentalmente el mismo Sacrificio de la Cruz con todos sus elementos substanciales: sacerdote, hostia y oblación.
Reúne, por consiguiente, la Santa Misa todos los elementos de Sacramento sacrificial o de Sacrificio sacramental:
* signum sensibile, la Consagración bajo las dos especies;
* rei sacræ, el Sacrificio de la Pasión real de Jesucristo;
* sanctificans nos, frutos y efectos de la Santa Misa.
Santo Tomás usa la palabra sacramentum para designar el Sacrificio del Altar en sentido estricto y técnicamente teológico, puesto que nos hallamos en el tratado de los Sacramentos, y en particular del Sacramento Eucarístico.
Esta exposición del pensamiento de Santo Tomás es al mismo tiempo explicación teológica y complemento de las enseñanzas del Concilio de Trento y de los Romanos Pontífices, especialmente León XIII y Pío XII, que son los que con más detenimiento determinan en qué consiste el Sacrificio de la Misa y su relación con el de la Cruz.
León XIII, siguiendo las líneas doctrinales del Concilio Tridentino, afirma que «el sacrificio de la misa es la renovación verdadera y admirable, aunque incruenta y mística, de la muerte de Jesucristo» (Mirae Charitatis).
Y en otro lugar: «Por el sacrificio eucarístico se continúa el sacrificio de la cruz; que fue determinación divinísima del Redentor que el sacrificio consumado una vez en la cruz se hiciera perpetuo y permanente en la Iglesia; y que la razón de esta perennidad se halla en la sagrada Eucaristía, que ofrece, no la simple semejanza o memoria, sino la misma realidad verdadera (rei veritatem ipsam), aunque en forma o especie diferente» (Charitatis studium).
Pío XII en su Encíclica Mediator Dei expone más detenidamente la misma doctrina, centrando el pensamiento en el momento mismo del sacrificio e inmolación eucarística, o sea en la Transubstanciación del pan en el Cuerpo y del vino en la Sangre de Jesucristo, que significan la separación del Cuerpo y de la Sangre del Sacrificio cruento de la Cruz.
Las afirmaciones del Papa señalan el momento y forma del Sacrificio de la Misa, coincidiendo en todo con la doctrina de Santo Tornas.
Sin determinar la razón formal teológica del Sacrificio o inmolación eucarística, después de afirmar que el Sacrificio del Altar es un sacrificio propio y verdadero, en el cual el Sumo Sacerdote, por incruenta inmolación, realiza lo que una vez hizo en la Cruz, ofreciéndose al Padre como víctima, añade: «Mas es diferente el modo como es ofrecido, porque en la cruz se ofreció con sus sufrimientos y la inmolación fue llevada a cabo por medio de la muerte, sufrida voluntariamente. Mas la sabiduría divina halló un medio admirable de hacer patente con signos exteriores, que son señales (índices) de muerte, el sacrificio de nuestro Redentor, ya que por medio de la transubstanciación del pan en el cuerpo y del vino en la sangre de Cristo, así como se tiene presente su cuerpo, así también se tiene su sangre, y de este modo las especies eucarísticas, bajo las cuales está presente, figuran la cruenta separación del cuerpo y de la sangre. Y así se renueva en todos los sacrificios del altar la memorial demostración (memorialis demonstratio) de su muerte real, en el Calvario, ya que por distintos signos (índices) Jesucristo es mostrado y significado en estado de víctima».
La coincidencia de esta doctrina con la enseñada por Santo Tomás en los textos arriba copiados acerca del valor representativo del Sacrificio del Altar, es evidente.
Mas no afirma el Papa, como tampoco Santo Tomás, que el Sacrificio Eucarístico, la eucharistica immolatio, sacrificatio, formalmente considerados, consistan en la sola representación, en los signos externos, señales de muerte, memorial demostración, por los cuales Jesucristo es mostrado y significado en estado de víctima, aun cuando bajo las especies de pan y vino se contengan real y verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo.
La vera et propria sacrificatio, la incruenta immolatio, lo mismo que la mortis Christi vera, licet mystica, renovatio de León XIII, es lo significado, lo recordado, lo representado, lo demostrado por aquellos signos exteriores.
Pío XII no enseña que en ellos consista el Sacrificio Eucarístico. Su pensamiento completo lo sintetiza en la frase: «El sacrificio eucarístico representa y renueva (repræsentat et innovat) a diario el de la cruz».
No dice sólo «representa», sino además «renueva».
¿Cómo lo renueva? Sacramentalmente, responde Santo Tomás.
Mística e incruentamente, responde el Papa con la expresión tradicional, sin precisar más ni entrar en la explicación técnica teológica que asigne la razón formal constitutiva del Sacrificio de la Misa y de su identificación con el de la Cruz.
Santo Tomás no usa la expresión inmolación incruenta y mística. No la necesita, pues su concepto de inmolación sacramental contiene de modo formal y explícito lo que aquella expresión, menos precisa, encierra.
La fórmula del Santo Doctor tiene un sentido concreto y determinado en su teoría general de los Sacramentos, y en especial del Eucarístico.
Es la expresión teológica más adecuada de la doctrina pontificia.
En la terminología tomista, el Papa describe admirablemente en qué consiste el sacramentum tantum del Sacrificio sacramental de la Santa Misa en cuanto es representación del Sacrificio de la Cruz.
Mas lo representado y sacramentalmente renovado, o sea res sacramenti, sería la mística o sacramental immolatio, sacrificatio, mortis renovatio, que Santo Tomás expresa en fórmula técnica precisa y completa: Eucharistia est sacramentum perfectum dominicæ passionis continens ipsum Christum passum.
Santo Tomás fija el misterio del Sacrificio de la Misa en el mismo orden de los otros Sacramentos y de los demás aspectos sacramentales de la Eucaristía: comunión sacramental, presencia sacramental: igualmente, sacrificio sacramental.
Con lo que resplandece de una vez más la unidad sintética y armónica de su doctrina y su identidad con la de la Iglesia.
Está doctrina de Santo Tomás explica satisfactoriamente la unidad del sacrificio (semel oblatus est) y la identidad del Sacrificio del Altar y el de la Cruz.
Uno y único sacrificio, con la sola diferencia del modo de verificarse, cruento o sacramental.
Para explicar esta unidad el mismo Santo Tomás aduce la identidad del Cuerpo glorioso de Jesucristo en el Cielo y sacramental en el Sagrario:
Una est hostia quam Christus obtulit et nos offerimus, et non multae, quia semel oblatus est Christus. Hoc autem sacrificium exemplum est illius. Sicut enim quod ubique offertur unum est corpus et non multa corpora, ita et unum sacrificium (83, a. 1 ad 1).
Única es la víctima, o sea, la que Cristo ofreció y nosotros ofrecemos, y no muchas, ya que Cristo se ha inmolado una sola vez. Pero este sacrificio nuestro es una imagen de aquél. De la misma manera que lo que se ofrece en todas partes es un solo cuerpo y no muchos, así el sacrificio es único.
Pues a la manera como el uno y único Jesucristo, que se halla glorioso en el Cielo, se halla también real y verdaderamente de modo sacramental en los altares en virtud de la Consagración, permaneciendo los accidentes de pan y vino, así también el uno y único sacrificio cruento de la Cruz —sacrificio eterno— se renueva real y verdaderamente de modo sacramental en los altares en el momento de la Consagración del pan y del vino en Cuerpo y Sangre de Jesucristo, que lo representan. Como no son dos Cristos, el del Cielo y el del Altar, sino uno solo en dos maneras distintas, así tampoco son varios sacrificios, sino uno solo, de diversa manera realizado en la Cruz y renovado sacramentalmente en los altares cuantas veces se celebra la Santa Misa.
Prosiguiendo el paralelismo entre los dos efectos del acto de la consagración: presencia sacramental de Cristo en el Altar y acto sacrificial, diremos que así como el uno y único Cristo, que reina en el Cielo, se halla per modum substantiæ y de modo sacramental en varios lugares en virtud de la transubstanciación y permanencia de los accidentes, así también él uno y único sacrificio histórico de la Cruz, en virtud de la misma consagración de las dos especies, se renueva per modum substantiæ y de modo sacramental en diversos tiempos y lugares.
Y así como del Cuerpo real de Cristo decimos con Santo Tomás que en virtud de la transubstanciación y permanencia de los accidentes se halla en los Altares non localiter et circumscripive, sino sacramentalmente y per modum substantiæ, así también de la Pasión real de Cristo habremos de decir que en el momento de la doble consagración se halla hic et nunc en el Altar non temporaliter et circumscriptive, sino sacramentalmente y per modum substantiæ.
Las circunstancias extrínsecas de lugar y tiempo y el acto litúrgico de la Consagración multiplican, no el Cuerpo de Cristo ni su Sacrificio cruento, sino su presencia sacramental real y verdadera y su oblación o sacrificio, también sacramental, real y verdadero.
No obstante esta unidad e identidad del Sacrificio del Altar y de la Cruz, se debe decir, sin embargo, que Cristo de nuevo ofrece en el Altar de modo incruento su Pasión, o sea su Sacrificio cruento de la Cruz, con todos sus elementos, en cuanto que es causa principal de la Consagración sacramental, y, por consiguiente, del Sacrificio Eucarístico, incruento y sacramental, siendo el ministro, que obra en nombre y representación de la Iglesia, simple instrumento de Jesucristo.
Y así, en el Sacrificio de la Misa, Cristo es el principal celebrante y oferente, no de un nuevo sacrificio, sino del Sacrificio sacramental e incruento por El instituido para ser el Sacrificio perenne de su esposa la Iglesia, en memoria y renovación del de la Cruz.
La Iglesia en todo tiempo y lugar ofrece su sacrificio, que Jesús le legó, y el ministro le celebra en nombre y representación de la misma.
Y de la misma manera que por la consagración y permanencia de los accidentes se multiplica la presencia de Cristo en diversos lugares, sin que por ello se multiplique el Cuerpo y la Sangre del mismo, que son unos y únicos en el Cielo y en la tierra; así también mediante el rito de la Santa Misa se multiplican los actos de la oblación sacramental en diversos lugares y tiempos del uno y único Sacrificio del Calvario y del Altar.
Si es de admirar y de agradecer la sabiduría y el amor de Jesucristo al quedarse con nosotros en el Sacramento para ser alimento de nuestras almas, no menor agradecimiento y admiración le debemos porque el Sacramento Eucarístico es, al mismo tiempo, el Sacrificio eterno de la Cruz, que la Iglesia renueva incesante y perpetuamente en infinidad de lugares.