sábado, 5 de mayo de 2012

DOMINGO 4°, DESPUÉS DE PASCUA

Fernando Yáñez de la Almedina (ca. 1489-1536): «Cristo resucitado con María y los Padres del Limbo».


 Introito,- Cantad al Señor, un cántico nuevo, aleluya; porque hizo maravillas, aleluya; manifestó su justicia a los ojos de todas las naciones.Aleluya, aleluya, aleluya.-




Oración.- ¡Oh Dios !, que unís las almas de los fieles en una sola voluntad: conceded a vuestro pueblo el amar lo que le mandáis, y desear lo que le prometéis; para qué, en medio de las mudanzas de este mundo, tengamos fijos nuestros corazones allí donde se encuentra los verdaderos gozos. Por Jesucristo Señor Nuestro.



 “todo buen don y toda dádiva perfecta viene de arriba, desciende del Padre de las luces, en el cual no se da mudanza ni sombra de alteración” (S. Santiago l, 17-21)


COMENTARIOS ELEISON

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Numéro CCLI (251)
 
05 de mayo 2012

EL ECUMENISMO DE BENEDICTO (IV)
La Iglesia Católica siempre enseñó que Ella es la única y sola verdadera Iglesia de Jesucristo, de manera que aún cuando la gran mayoría de los creyentes la dejen, como ocurrirá al fin del mundo (cf. Lc.XVIII, 8), no por eso Ella habrá perdido su unidad. Así, San Cipriano dijo que la unidad de la Iglesia procede de una fundación divina entretejida por sacramentos celestiales, y Ella “no puede ser desgarrada por la fuerza de voluntades contrarias”. Las almas pueden apostatar o separarse de ella, pero la Iglesia que ellas abandonan permanece una. Desde este punto de vista “la unidad de la Iglesia” no puede significar otra cosa que el regreso personal de estas almas a la única verdadera Iglesia.
Tal no es la visión que el Vaticano II tiene de la Iglesia. Al decir (Lumen Gentium #8) que la Iglesia de Cristo “subsiste en” la Iglesia Católica, el Concilio abrió totalmente la puerta para introducir esa distinción entre ellas dos, y a pretender que la “verdadera” Iglesia de Cristo es mas amplia que la “estrecha” Iglesia Católica. La consecuencia de ello es que existen pedazos de la verdadera Iglesia de Cristo dispersos afuera de la Iglesia Católica y de allí que “la unidad de la Iglesia” significa reunir otra vez estos pedazos juntos sin que eso signifique que los individuos que componen esos pedazos tengan que convertirse uno por uno personalmente. Esa fue seguramente la visión que tuvo el joven y brillante teólogo del Concilio, el Padre Joseph Ratzinger, como lo demuestran algunas de sus pasmosas palabras poco después del Concilio, citadas textualmente con referencias bibliográficas en el libro “Benedicto XVI y cómo la Iglesia se ve a sí misma” del Dr. Schüler, páginas 17-19. He aquí un breve resumen que pone de relieve su heterodoxia:–
En cualquier lugar donde haya Obispo, Mesa y Palabra de Dios, hay “iglesia”. Esta verdadera amplia comunión cristiana ha sido a lo largo de los siglos gravemente reducida a causa de la centralización romana que obligó a los Protestantes a romper con Roma. Se hubiera tenido que cohabitar a pesar de las diferencias doctrinales. Y es así que el ecumenismo “vuelva al redil” necesita ser reemplazado por el ecumenismo de coexistencia. Las iglesias deben reemplazar La Iglesia. Los Católicos deben abrirse. La conversión será solamente para el individuo que así lo desee. Los errores Protestantes son, virtualmente, derechos de los Protestantes.
Pero, ¿Dónde está la Fe en todas estas expresiones de “La Iglesia y las iglesias”? ¿Y la doctrina? Aparentemente en ningún lado. ¿Y que clase de unidad puede existir entre almas que tienen creencias tan contradictorias como las de los Católicos (pre-Conciliares) y las de los Protestantes? Solamente puede tratarse de una unidad bien diferente de la que existía en la Iglesia Pre-conciliar, y por consiguiente también tratarse de una Iglesia bien diferente. En realidad el joven Padre Ratzinger trabajaba hacia lo que iba a ser la “Nueva Iglesia”.
Sin embargo, la unidad de la Nueva Iglesia se volvió un problema. En primer lugar, la unidad de la Iglesia es un dogma. Y en segundo lugar, como Cardenal y Papa, Joseph Ratzinger, se encontró él mismo en la necesidad de tener que defender la unidad de la Nueva Iglesia contra Revolucionarios todavía más radicales que él mismo, como por ejemplo el Padre Leonardo Boff para quien la Nueva Iglesia “subsiste” por todos lados en muchos pedazos diferentes.
Así las cosas, Schüler cita al Cardenal cuando éste argumenta que la Iglesia de Cristo tiene su completa realización en la Iglesia Católica pero sin por eso excluir su incompleta realización en otras comunidades (pero entonces ¿cómo puede ser una?). De igual manera la identidad de la Iglesia de Cristo con la Iglesia Católica es substancial pero no exclusiva (pero ¿cómo puede existir una identidad que no sea exclusiva?). Otra vez, el ser completo de la Iglesia de Cristo está en la Iglesia Católica, pero tiene también un ser incompleto en otra parte (pero ¿cómo puede un ser estar completo si una parte de él se encuentra en otra parte?). Y así se puede seguir indefinidamente…
En breve, la Nueva Iglesia de Benedicto XVI incluye a la vez elementos Católicos y no Católicos. Pero lo que no es Católico en parte, no es Católico como un todo. Por consiguiente la Nueva Iglesia Ecuménica de Benedicto no es, como tal, la Iglesia Católica.
Kyrie eleison.

¿ DE FESTEJO ?


CREED EN DIOS


 CREED EN DIOS
 "Leyendas" de Gustavo Adolfo Bécquer:
 
 
    Yo fui el verdadero Teobaldo de Montagut, barón de Fortcastell. Noble o villano, señor o pechero, tú, cualquiera que seas, que te detienes un instante al borde de mi sepultura, cree en Dios como yo he creído y ruégale por mí. Nobles aventureros que, puesta la lanza en la puja, caída la visera del casco y jinetes sobre un corcel poderoso, recorréis la tierra sin más patrimonio que vuestro nombre clarísimo y vuestra montante, buscando honra y prez en la profesión de las armas: si al atravesar el quebrado valle de Montagut os ha sorprendido en él la tormenta y la noche y habéis encontrado un refugio en las ruinas del monasterio que aun se ve en su fondo, oídme. Pastores que seguéis con lento paso vuestras blancas ovejas, que pacen derramadas por las colinas y las llanuras; si al conducirlas al borde del transparente riachuelo que corre, forcejea y salta por entre los peñascos del valle de Montagut, en el rigor del verano y en una siesta de fuego, habéis encontrado la sombra y el reposo al pie de las derruidas arcadas del monasterio, cuyos musgosos pilares besan las ondas, oídme.

 Niñas de las cercanas aldeas, lirios silvestres que crecéis felices al abrigo de vuestra humildad: si en la mañana del santo patrono de estos lugares, al bajar al valle de Montagut a coger tréboles y margaritas con que embellecer su retablo, venciendo el amor que os inspira el sombrío monasterio que se alza entre sus peñas, habéis penetrado en su claustro mudo y desierto para vagar entre sus abandonadas tumbas, a cuyos bordes crecen las margaritas más nobles y los jacintos más azules, oídme. Tú, noble caballero, tal vez al resplandor de un relámpago; tú, pastor errante, calcinado por los rayos del sol; tú, en fin, hermosa niña, cubierta aún con gotas de rocío, semejantes a lágrimas: todos habréis visto en aquel santo lugar una tumba, una tumba humilde. Antes la componían una piedra tosca y una cruz de palo; la cruz ha desaparecido y sólo queda la piedra. En esa tumba, cuya inscripción es el mote de mi canto, reposa en paz el último varón de Fortcastell, Teobaldo de Montagut, del cual voy a referiros la peregrina historia.

 Cuando la noble condesa de Montagut estaba encinta de su primogénito, Teobaldo, tuvo un ensueño misterioso y terrible. Acaso un aviso de Dios; tal vez una vana fantasía que el tiempo realizó más adelante. Soñó que en su seno engendraba una serpiente, una serpiente monstruosa que arrojando agudos silbos, y ora arrastrándose entre la menuda hierba, ora replegándose sobre sí misma para saltar, huyó de su vista, escondiéndose, al fin, entre unas zarzas.
 
-¡Allí está, allí está! -gritaba la condesa en su horrible pesadilla, señalando a sus servidores la zarza en que se había escondido el asqueroso reptil.

Cuando sus servidores llegaron presurosos al punto que la noble dama, inmóvil y presa de un profundo terror, le señalaba aun con el dedo, una blanca paloma se levantó de entre las breñas y se remontó al as nubes.

 
La serpiente había desaparecido. Teobaldo vino al mundo. Su madre murió al darlo a luz; su padre pereció algunos años después en una emboscada, peleando como bueno contra los enemigos de Dios.

 
Desde este punto, la juventud del primogénito de Fortcastell solo puede compararse a un huracán. Por donde pasaba se veía señalando su camino un rastro de lágrimas y de sangre. Ahorcaba a sus pecheros, se batía con sus iguales, perseguía a las doncellas, daba de palos a los monjes, y, en sus blasfemias y juramentos, ni dejaba santo en paz ni cosa sagrada de que no maldijese. Un día que salió de caza y que, como era su costumbre, hizo a entra a guarecerse de la lluvia a toda su endiablada comitiva de pajes licenciosos, arqueros desalmados y siervos envilecidos, con perros, caballos y con gerifaltes, en la Iglesia de una aldea de sus dominios, un venerable sacerdote, arrostrando su cólera  y sin temer los violentos arranques de su carácter impulsivo, le conjuró, en nombre del cielo y llevando una hostia consagrada en sus manos, a que abandonase aquel lugar y fuese a pie y con un bordón de romero a pedir al Papa la absolución de sus culpas.
-¡Déjame en paz, viejo loco! -exclamó Teobaldo al oírlo-; déjame en paz o ya que no he encontrado una sola pieza durante el día, te suelto mis perros y te cazo como a un jabalí para distraerme. Teobaldo era hombre de hacer lo que decía. El sacerdote, sin embargo, se limitó a contestarle.

 
-Haz lo que quieras; pero ten presente que hay un Dios que castiga y perdona, y que si muero a tus manos borrará mis culpas del libro de su indignación para escribir tu nombre y hacerte expiar tu crimen.
-¡Un Dios que castiga y perdona! -prorrumpió el sacrílego barón con una carcajada-. Yo no creo en Dios, y para darte una prueba voy a cumplirte lo que te he prometido, porque aunque poco rezador, soy amigo de no faltar a mis palabras. ¡Raimundo! ¡Gerardo! ¡Pedro! Azuzad la jauría, dadme el venablo, tocad el alali en vuestras trompas, que vamos a darle caza a este imbécil, aunque se suba a los retablos de sus altares. Ya, después d dudar un instante y a una nueva orden de su señor, comenzaban los pajes a desatar los lebreles, que aturdían la Iglesia con sus ladridos; ya el barón había armado su ballesta, riendo con una risa de Satanás, y el venerable sacerdote, murmurando una plegaria, elevaba sus ojos al cielo y esperaba tranquilo la muerte, cuando se oyó fuera del sagrado recinto una vocería terrible, bramidos de trompas que hacían señales de ojeo y gritos de: <<¡Al jabalí! ¡Al jabalí! ¡Por las breñas! ¡Hacia el monte!>> Teobaldo, al anuncio de la deseada res, corrió a las puertas del santuario, ebrio de alegría; tras él fueron sus servidores, y con sus servidores, los caballos y los lebreles. ¿Por donde va el jabalí? -preguntó el varón, subiendo a su corcel sin apoyarse en el estribo ni desarmar la ballesta.

 
-Por la cañada que se extiende al pie de esa colinas -le respondieron.
Sin escuchar la última palabra, el impetuoso cazador hundió su acicate de oro en el ijar del caballo, que partió al escape. Tras él partieron todos.
Los habitantes de la aldea, que fueron los primeros en dar la voz de alarma, y que al aproximarse el terrible animal se habían guarecido en sus chozas, asomaron tímidamente la cabeza a los quicios de las ventanas, y cuando vieron desaparecer la infernal comitiva por entre el follaje de la espesura se santiguaron en silencio. Teobaldo iba delante de todos. Su corcel, más ligero o más castigado que los de sus servidores, seguía tan de cerca la res, que dos o tres veces, dejándole la brida sobre el cuello al fogoso bruto, se había empinado sobre los estribos y echándose al hombro la ballesta para herirlo. Pero el jabalí, al que sólo divisaba a intervalos entre los espesos matorrales tornaba a desaparecer de su vista para mostrársele de nuevo fuera del alcance de su arma.
Así corrió muchas horas, atravesó las cañadas, el pedregoso lecho del río, e internándose en un bosque inmenso, se perdió entre sus sombrías revueltas, siempre fijos los ojos en la codiciada res. Siempre creyendo alcanzarla, siempre viéndose burlado por su agilidad maravillosa.

 
Por último, pudo encontrar una ocasión propicia; tendió el brazo y voló la saeta, que fue a clavarse temblando en el lomo del terrible animal, que dio un salto y un espantoso bufido.
-¡Muerto está -exclama con un grito de alegría el cazador, volviendo a hundir por la centésima vez el acicate en el sangriento ijar de su caballo.- ¡Muerto está! En balde huye. El rastro de la sangre que arroja marca su camino -y esto diciendo, comenzó a hacer en la bocina la señal del triunfo para que la oyesen sus servidores.
En aquel instante, el corcel se detuvo, flaquearon sus piernas, in ligero temblor agitó sus contraídos musculosa y cayó al suelo desplomado, arrojando por la hinchada nariz, cubierta de espuma, un caño de sangre.
Había muerto de fatiga, había muerto cuando la carrera del herido jabalí comenzaba a acortarse, cuando bastaba un solo esfuerzo más para alcanzarlo. Pintar la ira del colérico Teobaldo sería imposible. Repetir sus maldiciones y sus blasfemias, sólo repetirlas fuera escandaloso e impío. Llamó a grandes voces a sus servidores, y únicamente le contestó el eco en aquellas inmensas soledades, y se arrancó los cabellos y se mesó las barbas, presa d la más espantosa desesperación.

 
-Lo seguiré a la carrera, aun cuando haya de reventarme -exclamó, al fin, armando de nuevo su ballesta y disponiéndose a seguir a la res; pero en aquel momento sintió ruido a sus espaldas, se entreabrieron las ramas de la espesura y se presentó a sus ojos un paje que traía del diestro un corcel negro como la noche.
-El cielo me lo envía -dijo el cazador lanzándose sobre sus lomos, ágil como un gamo.
El paje, que era delgado, muy delgado, y amarillo como la muerte, se sonrió de una manera extraña al presentarse la brida. El caballo relincho con una fuerza que hizo estremecer el bosque; dio un bote increíble, un bote en que se levantó más de diez varas del suelo, y el aire comenzó a zumbar en los oídos del jinete como zumba una piedra arrojada por la honda. Había partido sal escape; pero aun escape tan rápido, que, temeroso de perder los estribos y caer a tierra turbado por el vértigo, tuvo que cerrar los ojos  agarrarse con ambas manos a sus flotantes crines.

 
Y sin agitar sus riendas, sin herirle con el acicate ni animarlo con la voz, el corcel corría, corría sin detenerse. ¿Cuánto tiempo corrió Teobaldo con él sin saber por dónde, sintiendo que las ramas le abofeteaban el rostro al pasar, y los zarzales desgarraban sus vestidos, y el viento silbaba a su alrededor? Nadie lo sabe. Cuando, recobrado el animo, abrió los ojos un instante para arrojar en torno suyo una mirada inquieta, se encontró lejos, muy lejos de Montagut y en unos ligares para él completamente extraños. El corcel corría, corría sin detenerse, y árboles, rocas, castillos y aldeas pasaban a su lado como una exhalación. Nuevos y nuevos horizontes se abrían ante su vista; horizontes que se borraban para dejar lugar a otros más y más desconocidos. Valles angostos, erizados de colosales fragmentos de granito que las tempestades habían arrancado de la cumbre de las montañas; alegres campiñas cubiertas de un tapiz de verdura y sembradas de blancos caseríos; desiertos sin limites, donde hervían las arenas calcinadas por los rayos de un sol de fuego; vastas soledades, llanuras inmensas, regiones de eternas nieves, donde los gigantescos témpanos asemejaban, destacándose sobre un cielo gris y oscuro, blancos fantasmas que extendían sus brazos para asirle por los cabellos al pasar: todo esto, y mil y mil otras cosas que yo no podré deciros, vio en su fantástica carrera, y hasta tanto que, envuelto en una niebla oscura, dejo de percibir el ruido que producían los cascos del caballo al herir la tierra. ¡Nobles caballeros, sencillos pastores, hermosas niñas que escucháis mi relato: si os maravilla lo que os cuento, no creáis que es una fábula tejida a mi antojo para sorprendes vuestra credulidad. De boca en boca ha llegado hasta mi esta tradición, y la leyenda del sepulcro, que aun subsiste en el monasterio de Montagut, es un testimonio irrecusable de la veracidad de mis palabras.
Creed, pues, lo que he dicho, y creed lo que aún me resta por decir, que es tan cierto como lo anterior, aunque más maravilloso. Yo podré acaso adornar con algunas galas de la poesía el desnudo esqueleto de esta sencilla y terrible historia; pero nunca me apartare un punto de la verdad a sabiendas. Cuando Teobaldo dejo de percibir las pisadas de su corcel y se sintió lanzado en el vacío no pudo reprimir un involuntario estremecimiento de terror. Hasta entonces había creído que los objetos que se representaban a sus ojos eran fantasmas de su imaginación, turbada por el vértigo, y que su corcel corría desbocado, es verdad; pero corría sin salir del termino de su señorío. Ya no le quedaba duda de que era el juguete de un poder sobrenatural que le arrastraba, sin que supiese adónde, a través de aquellas nieblas oscuras, de aquellas nubes de formas caprichosas y fantásticas, en cuyo seno, que se iluminaba a veces con el resplandor de un relámpago, creía distinguir las hirvientes centellas, próximas a desprenderse.

 
El corcel corría, o, mejor dicho, nadaba en aquel océano de vapores caliginosos y encendidos, y las maravillas del cielo comenzaron a desplegarse, unas tras otras, ante los espantados ojos de su jinete. Cabalgando sobre las nubes, vestidos de luengas túnicas con orlas de fuego, suelta al huracán la encendida cabellera y blandiendo sus espadas, que relampagueaban arrojando chispas de cárdena luz, vio a los ángeles, ministros de la cólera del Señor, cruzar como un formidable ejercito sobre las alas de la tempestad.
Y subió más alto y creyó divisar a lo lejos las tormentosas nubes, semejantes a un mar de lava, y oyó mugir el turno a sus pies como muge el Océano azotando la roca desde cuya cima le contempla el atónito peregrino. Y vio al arcángel, blanco como la nieve, que, sentado sobre un inmenso globo de cristal, los dirige por el espacio en las noches serenas, como un bajel  de plata sobre la superficie de un lago azul.
Y vio el sol volteando encendido sobre sus ejes de oro en una atmósfera de colores y de fuego, y en su foco a los ígneos espíritus que habitan incólumes entre las llamas y desde su ardiente seno, entonan al Creador himnos de alegría.
Vio los hilos de luz imperceptibles que atan los hombres a las estrellas y vio el arco iris, echado como un puente colosal sobre el abismo que separa al primer cielo del segundo. Por una escala misteriosa vio bajar las almas a la  tierra; vio bajar muchas y subir pocas. cada una d aquellas almas inocentes iba acompañada de un arcángel purísimo, que la cubría con las sombras de sus alas. Los que tornaban solos, tornaban en silencio y con lágrimas en los ojos; los que no , subían cantando como suben las alondras en las mañanas de abril.
Después, las nieblas rosadas y azules, que flotaban en le espacio como cortinas de gasa transparente, se rasgaron como el día de gloria se rasga en nuestros templos el velo de los altares, y el paraíso de los justos se ofreció a sus miradas deslumbrador y magnífico. Allí estaban los santos profetas que habréis visto groseramente esculpidos en las portadas de piedra de nuestras catedrales; allí las vírgenes luminosas, que intenta en vano copiar de sus sueños el pintor en los vidrios de colores de las ojivas; allí los querubines con sus largas y flotantes vestiduras y sus nimbos de oro, como los de las tablas de los altares; allí, en fin, coronada de estrellas, vestida de luz, rodeada de todas las jerarquías celestes, y hermosa sobre toda ponderación, Nuestra Señora de Montserrat, la Madre de Dios, le Reina de los arcángeles, el amparo de los pecadores y el consuelo de los afligidos. Más allá del paraíso de los justos; más allá del trono donde se asienta la Virgen María, el ánimo de Teobaldo se sobrecogió temeroso, y un hondo pavor se apoderó de su alma. La eterna soledad, el eterno silencio, viven en aquellas regiones que conducen al misterioso santuario del Señor. De cuando en cuando azotaba su frente una ráfaga de aire, frío como la hoja de un puñal, que crispaba sus cabellos de horror y penetraba hasta la medula de los huesos, ráfagas semejantes a las que anunciaban a los profetas la aproximación del espíritu divino. Al fin llegó a un punto donde creyó percibir un rumor sordo, que pudiera comparase al zumbido lejano de un enjambre de abejas cuando, en las tardes de otoño, revolotean en derredor de las últimas flores. Atravesaba esa fantástica región adonde van todos los acentos de la Tierra, los sonidos que decimos que se desvanecen, las palabras que juzgamos que se pierden en el aire, los lamentos que creemos que nadie oye.

 
Aquí, en un circulo armónico, flotan las plegarias de los niños, las oraciones de las vírgenes, los salmos de los piadosos eremitas, las peticiones de los humildes, las castas palabras de los limpios de corazón, las resignadas quejas de los que padecen, los ayes de los que sufren y los himnos de los que esperan. Teobaldo oyó entre aquellas voces, que palpitaban aún en el éter luminoso, la voz de su santa madre, que pedía a Dios por él; pero no oyó la suya. Más allá hirieron sus oídos, con un estrépito discordante, mil y mil acentos ásperos y roncos, blasfemias, gritos de venganza, cantares de orgías, palabras lúbricas, maldiciones de la desesperación, amenazas de la impotencia y juramentos sacrílegos de la impiedad.
Teobaldo atravesó el segundo círculo con la rapidez que el meteoro cruza el cielo en una tarde de verano, por no oír su voz, que vibraba allí sonante y atronadora, sobreponiéndose a las otras voces en medio de aquel concierto infernal.
-¡No creo en Dios! ¡No creo en Dios! -decía aún su acento, agitándose en aquel océano de blasfemias; y Teobaldo comenzaba a creer. Dejó atrás aquellas regiones y atravesó otras inmensidades llenas de visiones terribles, que ni él pudo comprender ni yo acierto a concebir, y llegó, al cabo, al último círculo de la espiral de los cielos, donde los serafines adoran al Señor, cubierto el rostro con las triples alas y prosternados a sus pies.
Él quiso mirarlo.

 
Un aliento de fuego abrasó su cara, un mar de luz oscureció sus ojos, un trueno gigante retumbó en sus oídos, y arrancado del corcel y lanzado al vacío como la piedra candente que arroja un volcán, se sintió bajar y bajar, sin caer nunca; ciego, abrasado y ensordecido, como caería el ángel rebelde cuando Dios derribó el pedestal de su orgullo con un soplo de sus labios. La noche había cerrado y el viento gemía agitando las hojas de los árboles, por entre cuyas frondas se deslizaba un suave rayo de luna, cuando Teobaldo incorporándose sobre el codo y restregándose los ojos como si despertara de un profundo sueño, tendió alrededor una mirada y se encontró en el mismo bosque donde hirió al jabalí, donde cayó muerto su corcel, donde le dieron aquella fantástica cabalgadura que le había arrastrado a unas regiones desconocidas y misteriosas.
Un silencio de muerte reinaba a su alrededor; un silencio que sólo interrumpía el lejano bramido de los ciervos, el temeroso murmullo de las hojas y el eco de una campana distante que de cuando en cuando traía el viento en sus ráfagas.
-Habré soñado -dijo el barón, y emprendió su camino a través del bosque, y salió, al fin, a la llanura. En lontananza, y sobre las rocas de Montagut, vio destacarse la negra silueta de su castillo sobre el fondo azulado y transparente del cielo de la noche.
-Mi castillo está lejos y estoy cansado -murmuró-; esperaré el día en un lugar cercano -y se dirigió al lugar. Llamó a una puerta.
-¿Quién sois? -le preguntaron.
-El barón de Fortcastell -respondió, y se le rieron en sus barbas. Llamó a otra.
-¿Quién sois y que queréis? -tornaron a preguntarle.
-Vuestro señor -insistió el caballero, sorprendido de que no le conociesen-; Teobaldo de Montagut.
-¡Teobaldo de Montagut! -dijo colérica su interlocutora, que lo era una vieja
-. ¡Teobaldo de Montagut, el del cuento!... ¡Bah!... Seguid vuestro camino y no vengáis a sacar de su sueño a las gentes honradas para decirles chanzonetas ínsulas. Teobaldo, lleno de asombro, abandonó la aldea y se dirigió al castillo, a cuyas puertas llegó cuando apenas clareaba el día. El foso estaba cegado con los sillares de las derruidas almenas; el puente levadizo, inútil ya, se pudría colgado aún de sus fuertes tirantes de hierro, cubiertos de orín por la acción de los años; en la torre del homenaje tañía lentamente una campana; frente al arco principal de la fortaleza, y sobre un pedestal de granito se elevaba una cruz; en los muros no se veía un solo soldado, y confuso y sordo, parecía que de su seno se elevaba como un murmullo lejano, un himno religioso, grave, solemne y magnífico.
-¡Y este es mi castillo, no hay duda! -decía Teobaldo, paseando su inquieta mirada de un punto a otro, sin acertar a comprender lo que le pasaba-. ¡Aquel es mi escudo grabado aún sobre la clave del arco! ¡Este es el valle de Montagut! ¡Estas tierras que domina el señorío de Fortcastell!...

 
En aquel instante, las pesadas hojas de la puerta giraron sobre los goznes y apareció en su dintel un religioso. -¿Quién sois y qué hacéis aquí? -le pregunto Teobaldo al monje.
-Yo soy -le contesto éste- un humilde servidor de Dios, religioso del monasterio de Montagut.
-Pero... -interrumpió el barón-Montagut ¿no es un señorío?
-Lo fue... -prosiguió el monje- hace mucho tiempo... A su último señor, según cuentan, se lo llevó el diablo, y como no tenia a nadie que lo sucediese en el feudo, los condes soberanos hicieron donación de estas tierras a los religiosos de nuestra regla, que están aquí desde habrá cosa de ciento a ciento veinte años. Y vos, ¿quién sois?
-Yo... -balbuceó el señor de Fortcastell, después de un largo rato de silencio-, yo soy... un miserable pecador que, arrepentido de sus faltas, viene a confesarlas a vuestro abad y a pedirle que lo admita en el seno de su religión.

viernes, 4 de mayo de 2012

San Pío V, Papa y confesor

Es interesante el mensaje que el Pontífice envió felicitando a los ejércitos vencedores. Dice así: "No fueron las técnicas, no fueron las armas, las que nos consiguieron la victoria. Fue la intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de Dios".

 En este tiempo de tanta proliferación de protestantismo por todas partes, que este valiente defensor de la Iglesia ruegue por nosotros. 

"Si tu haces algo por la Virgen María, la Virgen hará mucho por ti"

 


San Pío V. Sumo Pontífice



Pío significa: el piadoso que cumple bien sus deberes con Dios. Se llama Quinto, porque antes de él hubo otros cuatro Pontífices que llevaron el nombre de Pío.

Nació en un pueblo llamado Bosco, en Italia, en 1504. Sus padres eran muy piadosos pero muy pobres. Aunque era un niño muy inteligente, sin embargo hasta los 14 años tuvo que dedicarse a cuidad ovejas en el campo, porque los papás no tenían con qué costearle estudios. Pero la vida retirada en la soledad del campo le sirvió mucho para dedicarse a la piedad y a la meditación, y la gran pobreza de la familia le fue muy útil para adquirir gran fortaleza para soportar los sufrimientos de la vida. Más tarde será también Pastor de toda la Iglesia.

Una familia rica notó que su hijo Antonio se comportaba mejor desde que era amigo de nuestro santo, y entonces dispuso costearle los estudios para que acompañaran a Antonio y le ayudara a ser mejor. Y así pudo ir a estudiar con los Padres Dominicos y llegar a ser religiosos de esa comunidad. Nunca olvidará el futuro Pontífice este gran favor de tan generosa familia. En la comunidad le fueron dando cargos de muchos importancia: Maestro de novicios, Superior de varios conventos. Y muy pronto el Sumo Padre, el Papa, lo nombró obispo. Tenía especiales cualidades para gobernar.

Como el protestantismo estaba invadiendo todas las regiones y amenazaba con quitarle la verdadera fe a muchísimos católicos, el Papa nombró a nuestro santo como encargado de la asociación que en Italia defendía a la verdadera religión. Y él, viajando casi siempre a pie y con gran pobreza, fue visitando pueblos y ciudades, previniendo a los católicos contra los errores de los evangélicos y luteranos, y oponiéndose fuertemente a todos los que querían atacar nuestra religión. Muchas veces estuvo en peligro de ser asesinado, pero nunca se dejaba vencer por el temor. Con los de buena voluntad era sumamente bondadoso y generoso, pero para con los herejes demostraba su gran ciencia y sus dotes oratorias y los iba confundiendo y alejando, en los sitios a donde llegaba.

El Papa, para premiarles sus valiosos servicios y para tenerlo cerca de él como colaborador en Roma, lo nombró Cardenal y encargado de dirigir toda la lucha en la Iglesia Católica en defensa de la fe y contra los errores de los protestantes.

Al morir el Papa Pío IV, San Carlos Borromeo les dijo a los demás cardenales que el candidato más apropiados para ser elegido Papa era este santo cardenal. Y lo eligieron y tomó el nombre de Pío Quinto. Antes se llamaba Antonio Chislieri.

Antes se acostumbraba que al posesionarse del cargo un nuevo Pontífice, se diera un gran banquete a los embajadores y a los jefes políticos y militares de Roma. Pío Quinto ordenó que todo lo que se iba a gastar en ese banquete, se empleará en darles ayudas a los pobres y en llevar remedios para los enfermos más necesitados de los hospitales.

Cuando recién posesionado, iba en procesión por Roma, vio en una calle al antiguo amigo Antonio, aquel cuyos papás le habían costeado a él los estudios y lo llamó y lo nombró gobernador del Castillo Santángelo, que era el cuartel del Papa. La gente se admiró al saber que el nuevo Pontífice había sido un niño muy pobre y comentaban que había llegado al más alto cargo en la Iglesia, siendo de una de las familias más pobres del país.

Pío Quinto parecía un verdadero monje en su modo de vivir, de rezar y de mortificarse. Comía muy poco. Pasaba muchas horas rezando. Tenía tres devociones preferidas La Eucaristía (celebraba la Misa con gran fervor y pasaba largos ratos de rodillas ante el Santo Sacramento) El Rosario, que recomendaba a todos los que podía. Y la Santísima Virgen por la cual sentía una gran devoción y mucha confianza y de quién obtuvo maravillosos favores.

Las gentes comentaban admiradas: - Este sí que era el Papa que la gente necesitaba". Lo primero que ordenó fue que todo obispo y que todo párroco debía vivir en el sitio para donde habían sido nombrados (Porque había la dañosa costumbre de que se iban a vivir a las ciudades y descuidaban la diócesis o la parroquia para la cual los habían nombrado). Prohibió la pornografía. Hizo perseguir y poner presos a los centenares de bandoleros que atracaban a la gente en los alrededores de Roma. Visitaba frecuentemente hospitales y casas de pobres para ayudar a los necesitados. Puso tal orden en Roma que los enemigos le decían que él quería convertir a Roma en un monasterio, pero los amigos proclamaban que en 300 años no había habido un Papa tan santo como él. Las gentes obedecían sus leyes porque le profesaban una gran veneración.

En las procesiones con el Santísimo Sacramento los fieles se admiraban al verlo llevar la custodia, con los ojos fijos en la Santa Hostia, y recorriendo a pie las calles de Roma con gran piedad y devoción. Parecía estar viendo a Nuestro Señor.

Publicó un Nuevo Misal y una nueva edición de La Liturgia de Las Horas, o sea los 150 Salmos que los sacerdotes deben rezar. Publicó también un Catecismo Universal. Dio gran importancia a la enseñanza de las doctrinas de Santo Tomás de Aquino en los seminarios, porque por no haber aprendido esas enseñanzas muchos sacerdotes se habían vuelto protestantes.

Aunque era flaco, calvo, de barba muy blanca y bastante pálido las gentes comentaban: "El Papa tiene energías para diez años y planes de reformas para mil años más".

Los mahometanos amenazaban con invadir a toda Europa y acabar con la Religión Católica. Venían desde Turquía destruyendo a sangre y fuego todas las poblaciones católicas que encontraban. Y anunciaron que convertirían la Basílica de San Pedro en pesebrera para sus caballos. Ningún rey se atrevía a salir a combatirlos.

Pío Quinto con la energía y el valor que el caracterizaban, impulsó y buscó insistentemente la ayuda de los jefes más importantes de Europa. Por su cuenta organizó una gran armada con barcos dotados de lo mejor que en aquel tiempo se podía desear para una batalla. Obtuvo que la república de Venecia le enviara todos sus barcos de guerra y que el rey de España Felipe II le colaborar con todas sus naves de combate. Y así organizó una gran flota para ir a detener a los turcos que venían a tratar de destruir la religión de Cristo. Y con su bendición los envió a combatir en defensa de la religión.

Puso como condición para estar seguros de obtener de Dios la victoria, que todos los combatientes deberían ir bien confesados y habiendo comulgado. Hizo llegar una gran cantidad de frailes capuchinos, franciscanos y dominicos para confesar a los marineros y antes de zarpar, todos oyeron misa y comulgaron. Mientras ellos iban a combatir en las aguas del mar, el Papa y las gentes piadosas de Roma recorrían las calles, descalzos, rezando el rosario para pedir la victoria.

Los mahometanos los esperaban en el mar lejano con 60 barcos grandes de guerra, 220 barcos medianos, 750 cañones, 34,000 soldados especializados, 13,000 marineros y 43,000 esclavos que iban remando. El ejército del Papa estaba dirigido por don Juan de Austria (hermano del rey de España). Los católicos eran muy inferiores en número a los mahometanos. Los dos ejércitos se encontraron en el golfo de Lepanto, cerca de Grecia.

El Papa Pío Quinto oraba por largos ratos con los brazos en cruz, pidiendo a Dios la victoria de los cristianos. Los jefes de la armada católica hicieron que todos sus soldados rezaran el rosario antes de empezar la batalla. Era el 7 de octubre de 1571 a mediodía. Todos combatían con admirable valor, pero el viento soplaba en dirección contraria a las naves católicas y por eso había que emplear muchas fuerzas remando. Y he aquí que de un momento a otro, misteriosamente el viento cambió de dirección y entonces los católicos, soltando los remos se lanzaron todos al ataque. Uno de esos soldados católicos era Miguel de Cervantes. El que escribió El Quijote.

Don Juan de Austria con los suyos atacó la nave capitana de los mahometanos donde estaba su supremo Almirante, Alí, le dieron muerte a éste e inmediatamente los demás empezaron a retroceder espantados. En pocas horas, quedaron prisioneros 10,000 mahometanos. De sus barcos fueron hundidos 111 y 117 quedaron en poder de los vencedores. 12,000 esclavos que estaban remando en poder de los turcos quedaron libres.

En aquel tiempo las noticias duraban mucho en llegar y Lepanto quedaba muy lejos de Roma. Pero Pío Quinto que estaba tratando asuntos con unos cardenales, de pronto se asomó a la ventana, miró hacia el cielo, y les dijo emocionado: "Dediquémonos a darle gracias a Dios y a la Virgen Santísima, porque hemos conseguido la victoria". Varios días después llegó desde el lejano Golfo de Lepanto, la noticia del enorme triunfo. El Papa en acción de gracias mandó que cada año se celebre el 7 de octubre la fiesta de Nuestra Señora del Rosario y que en las letanías se colocara esta oración "María, Auxilio de los cristianos, ruega por nosotros" (propagador del título de Auxiliadora fue este Pontífice nacido en un pueblecito llamado Bosco. Más tarde un sacerdote llamado San Juan Bosco, será el propagandista de la devoción a María Auxiliadora).

Pío V murió el 1 de mayo de 1572 a los 68 años de edad y fue declarado santo por el Papa Clemente XI en 1712.


jueves, 3 de mayo de 2012

SANTA MÓNICA, VIUDA

D EUS, mœréntium Consolador et in te sperántium salus, qui beátæ Mónicæ pías lácrymas en conversione filii sui Agustí misericórditer suscepisti: Da nobis Utriusque intervéntu, peccata nostra deploráre, et gratiæ tuae Indulgentiam Invenire. Por Dominum 




LA IGLESIA venera a Santa Mónica, esposa y viuda. Su único hijo fue San Agustín, doctor de la Iglesia. Su ejemplo y oraciones por su hijo fueron decisivas. El mismo San Agustín escribe en sus Confesiones: "Ella me engendró sea con su carne para que viniera a la luz del tiempo, sea con su corazón, para que naciera a la luz de la eternidad" Por su parte, San Agustín es la principal fuente sobre la vida de Santa Mónica, en especial sus Confesiones, lib. IX. Mónica nació en Africa del Norte, probablemente en Tagaste, a cien kilómetros de Cartago, en el año 332. Sus padres, que eran cristianos, confiaron la educación de la niña a una institutriz muy estricta. No les permitía beber agua entre comidas para así enseñarles a dominar sus deseos. Mas tarde Mónica hizo caso omiso de aquel entrenamiento y cuando debía traer vino de la bodega tomaba a escondidas. Cierto día un esclavo que la había visto beber y con quien Mónica tuvo un altercado, la llamó "borracha". La joven sintió tal vergüenza, que no volvió a ceder jamás a la tentación.

 A lo que parece, desde el día de su bautismo, que tuvo lugar poco después de aquel incidente, llevó una vida ejemplar en todos sentidos. Cuando llegó a la edad de contraer matrimonio, sus padres la casaron con un ciudadano de Tagaste, llamado Patricio. Era éste un pagano que no carecía de cualidades, pero era de temperamento muy violento y vida disoluta. Mónica le perdonó muchas cosas y lo soportó con la paciencia de un carácter fuerte y bien disciplinado. Por su parte, Patricio, aunque criticaba la piedad de su esposa y su liberalidad para con los pobres, la respetó y, ni en sus peores explosiones de cólera, levantó la mano contra ella. Mónica explicó su sabiduría sobre la convivencia en el hogar: "Es que cuando mi esposo está de mal genio, yo me esfuerzo por estar de buen genio.

 Cuando el grita, yo me callo. Y como para pelear se necesitan dos, y yo no acepto la pelea, pues… no peleamos". Esta fórmula se ha hecho célebre en el mundo y ha servido a millones de mujeres para mantener la paz en casa. Mónica recomendaba a otras mujeres casadas, que se quejaban de la conducta de sus maridos, que cuidasen de dominar la lengua por ser esta causante en gran parte de los problemas en la casa. Mónica, por su parte, con su ejemplo y oraciones, logró convertir al cristianismo, no sólo a su esposo, sino también a su suegra, mujer de carácter difícil, cuya presencia constante en el hogar de su hijo había dificultado aún más la vida de Mónica. Patricio murió santamente en 371, al año siguiente de su bautismo. Tres de sus hijos habían sobrevivido, Agustín, Navigio, y una hija cuyo nombre ignoramos. Agustín era extraordinariamente inteligente, por lo que habían decidido darle la mejor educación posible.

 Pero el carácter caprichoso, egoísta e indolente del joven haba hecho sufrir mucho a su madre. Agustín había sido catecúmeno en la adolescencia y, durante una enfermedad que le había puesto a las puertas de la muerte, estuvo a punto de recibir el bautismo; pero al recuperar rápidamente la salud, propuso el cumplimiento de sus buenos propósitos. Cuando murió su padre, Agustín tenía diecisiete años y estudiaba retórica en Cartago. Dos años más tarde, Mónica tuvo la enorme pena de saber que su hijo llevaba una vida disoluta y había abrazado la herejía maniquea. Cuando Agustín volvió a Tagaste, Mónica le cerró las puertas de su casa, durante algún tiempo, para no oír las blasfemias del joven. Pero una consoladora visión que tuvo, la hizo tratar menos severamente a su hijo. Soñó, en efecto, que se hallaba en el bosque, llorando la caída de Agustín, cuando se le acercó un personaje resplandeciente y le preguntó la causa de su pena.

Después de escucharla, le dijo que secase sus lágrimas y añadió: "Tu hijo está contigo". Mónica volvió los ojos hacia el sitio que le señalaba y vio a Agustín a su lado. Cuando Mónica contó a Agustín el sueño, el joven respondió con desenvoltura que Mónica no tenía más que renunciar al cristianismo para estar con él; pero la santa respondió al punto: "No se me dijo que yo estaba contigo, sino que tú estabas conmigo". Esta hábil respuesta impresionó mucho a Agustín, quien más tarde la consideraba como una inspiración del cielo. La escena que acabamos de narrar, tuvo lugar hacia fines del año 337, es decir, casi nueve años antes de la conversión de Agustín. En todo ese tiempo, Mónica no dejó de orar y llorar por su hijo, de ayunar y velar, de rogar a los miembros del clero que discutiesen con él, por más que éstos le aseguraban que era inútil hacerlo, dadas las disposiciones de Agustín. Un obispo, que había sido maniqueo, respondió sabiamente a las súplicas de Mónica: "Vuestro hijo está actualmente obstinado en el error, pero ya vendrá la hora de Dios". Como Mónica siguiese insistiendo, el obispo pronunció las famosas palabras: "Estad tranquila, es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas". La respuesta del obispo y el recuerdo de la visión eran el único consuelo de Mónica, pues Agustín no daba la menor señal de arrepentimiento.

 Cuando tenía veintinueve años, el joven decidió ir a Roma a enseñar la retórica. Aunque Mónica se opuso al plan, pues temía que no hiciese sino retardar la conversión de su hijo, estaba dispuesta a acompañarle si era necesario. Fue con él al puerto en que iba a embarcarse; pero Agustín, que estaba determinado a partir solo, recurrió a una vil estratagema. Fingiendo que iba simplemente a despedir a un amigo, dejó a su madre orando en la iglesia de San Cipriano y se embarcó sin ella. Más tarde, escribió en las "Confesiones": "Me atreví a engañarla, precisamente cuando ella lloraba y oraba por mí". Muy afligida por la conducta de su hijo, Mónica no dejó por ello de embarcarse para Roma; pero al llegar a esa ciudad, se enteró de que Agustín había partido ya para Milán. En Milán conoció Agustín al gran obispo San Ambrosio. Cuando Mónica llegó a Milán, tuvo el indecible consuelo de oír de boca de su hijo que había renunciado al maniqueísmo, aunque todavía no abrazaba el cristianismo. La santa, llena de confianza, pensó que lo haría, sin duda, antes de que ella muriese. En San Ambrosio, por quien sentía la gratitud que se puede imaginar, Mónica encontró a un verdadero padre. Siguió fielmente sus consejos, abandonó algunas prácticas a las que estaba acostumbrada, como la de llevar vino, legumbres y pan a las tumbas de los mártires; había empezado a hacerlo así, en Milán, como lo hacía antes en Africa; pero en cuanto supo que San Ambrosio lo haba prohibido porque daba lugar a algunos excesos y recordaba las "parentalia" paganas, renunció a las costumbres.

 San Agustín hace notar que tal vez no hubiese cedido tan fácilmente de no haberse tratado de San Ambrosio. En Tagaste Mónica observaba el ayuno del sábado, como se acostumbraba en Africa y en Roma. Viendo que la práctica de Milán era diferente, pidió a Agustín que preguntase a San Ambrosio lo que debía hacer. La respuesta del santo ha sido incorporada al derecho canónico: "Cuando estoy aquí no ayuno los sábados; en cambio, ayuno los sábados cuando estoy en Roma. Haz lo mismo y atente siempre a la costumbre de la iglesia del sitio en que te halles". Por su parte, San Ambrosio tenía a Mónica en gran estima y no se cansaba de alabarla ante su hijo. Lo mismo en Milán que en Tagaste, Mónica se contaba entre las más devotas cristianas; cuando la reina madre, Justina, empezó a perseguir a San Ambrosio, Mónica fue una de las que hicieron largas vigilias por la paz del obispo y se mostró pronta a morir por él. Finalmente, en agosto del año 386, llegó el ansiado momento en que Agustín anunció su completa conversión al catolicismo. Desde algún tiempo antes, Mónica había tratado de arreglarle un matrimonio conveniente, pero Agustín declaró que pensaba permanecer célibe toda su vida. Durante las vacaciones de la época de la cosecha, se retiró con su madre y algunos amigos a la casa de verano de uno de ellos, que se llamaba Verecundo, en Casiciaco. El santo ha dejado escrita en sus "confesiones" algunas de las conversaciones espirituales y filosóficas en que pasó el tiempo de su preparación para el bautismo. Mónica tomaba parte en esas conversaciones, en las que demostraba extraordinaria penetración y buen juicio y un conocimiento poco común de la Sagrada Escritura. En la Pascua del año 387, San Ambrosio bautizó a San Agustín y a varios de sus amigos. El grupo decidió partir al Africa y con ese propósito, los catecúmenos se trasladaron a Ostia, a esperar un barco. Pero ahí se quedaron, porque la vida de Mónica tocaba a su fin, aunque sólo ella lo sabía. Poco antes de su última enfermedad, había dicho a Agustín: "Hijo, ya nada de este mundo me deleita. Ya no sé cual es mi misión en la tierra ni por qué me deja Dios vivir, pues todas mis esperanzas han sido colmadas. Mi único deseo era vivir hasta verte católico e hijo de Dios. Dios me ha concedido más de lo que yo le había pedido, ahora que has renunciado a la felicidad terrena y te has consagrado a su servicio". En Ostia se registran los últimos coloquios entre madre e hijo, de los que podemos deducir la gran nobleza de alma de esta incomparable mujer, de no común inteligencia ya que podía intercambiar pensamientos tan elevados con Agustín: "Sucedió, escribe en el capítulo noveno de las Confesiones, que ella y yo nos encontramos solos, apoyados en la ventana, que daba hacia el jardín interno de la casa en donde nos hospedábamos, en Ostia. Hablábamos entre nosotros, con infinita dulzura, olvidando el pasado y lanzándonos hacia el futuro, y buscábamos juntos, en presencia de la verdad, cual sería la eterna vida de los santos, vida que ni ojo vio ni oído oyó, y que nunca penetró en el corazón del hombre".

 Lo último que pidió a sus dos hijos fue que no se olvidaran de rezar por el descanso de su alma. Mónica había querido que la enterrasen junto a su esposo. Por eso, un día en que hablaba con entusiasmo de la felicidad de acercarse a la muerte, alguien le preguntó si no le daba pena pensar que sería sepultada tan lejos de su patria. La santa replicó: "No hay sitio que esté lejos de Dios, de suerte que no tengo por qué temer que Dios no encuentre mi cuerpo para resucitarlo". Cinco días más tarde, cayó gravemente enferma. Al cabo de nueve días de sufrimientos, fue a recibir el premio celestial, a los cincuenta y cinco años de edad. Era el año 387. Agustín le cerró los ojos y contuvo sus lágrimas y las de su hijo Adeodato, pues consideraba como una ofensa llorar por quien había muerto tan santamente. Pero, en cuanto se halló solo y se puso a reflexionar sobre el cariño de su madre, lloró amargamente. El santo escribió: "Si alguien me critica por haber llorado menos de una hora a la madre que lloró muchos años para obtener que yo me consagre a Ti, Señor, no permitas que se burle de mí; y, si es un hombre caritativo, haz que me ayude a llorar mis pecados en Tu presencia". En las "Confesiones", Agustín pide a los lectores que rueguen por Mónica y Patricio. Pero en realidad, son los fieles los que se han encomendado, desde hace muchos siglos, a las oraciones de Mónica, patrona de las mujeres casadas y modelo de las madres cristianas. Se cree que las reliquias de la santa se conservan en la iglesia de S. Agostino.

EL PAPA RECORTA PODER A CARITAS

Crisis interna en el Vaticano: el Papa recorta poder a Caritas


La Santa Sede supervisará ahora los presupuestos y la doctrina de la organización. Había sectores inquietos porque la entidad se enfocaba en la asistencia y no en la evangelización. Y porque distribuyó preservativos para combatir el sida.
                           A portarce bienn 
Vaticano. Corresponsal - 03/05/12
Un anuncio del Vaticano reveló una nueva crisis interna, al publicarse ayer un decreto con el “respaldo específico” del Papa que quitó la autonomía a Caritas Internacional, la organización que atiende 25 millones de personas al año a través de 162 organizaciones caritativas. El secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone, se tiró con los tapones de punta contra los sectores de Caritas a los que el mismo Benedicto XVI señaló en una audiencia del año pasado que deben “defender los valores no negociables de la Iglesia” y “no caer en ideologías dañinas”.
Caritas es la mayor organización humanitaria de la Iglesia, con 40 mil empleados y 125 mil voluntarios . El decreto de reforma, que subordina totalmente en todos los planos , incluso el doctrinal, al ente caritativo de la Iglesia a la Curia Romana, el gobierno central de la Iglesia, fue firmado por el cardenal Bertone. Establece que el Pontificio Consejo “Cor Unum”, encargado de las obras de caridad de la Iglesia, deberá aprobar con la supervisión a su vez de la Secretaría de Estado desde las cuentas y presupuestos para “alcanzar la transparencia financiera”, a los textos que contengan elaboraciones doctrinales o morales de Caritas.
De hecho las medidas anunciadas establecen una intervención estructural subordinando a la organización, en todos los aspectos de su gestión, a la centralización del Vaticano. En 1994, el Papa Juan Pablo II concedió a la Caritas Internacional una personalidad jurídica pública, que comportaba una amplia autonomía.
Que los conflictos fueron creciendo en los últimos años lo reconoció el cardenal africano Robert Sarah, presidente de Cor Unum, al aclarar que la Santa Sede “tiene el deber de seguir las actividades de Caritas” para que su mensaje sea divulgado “en forma coherente con el magisterio de la Iglesia”. Sarah dijo que la entidad creada en los ‘50 por Pío XII tras la Segunda Guerra Mundial, debe tener “una sana visión antropológica” frente a la comunidad internacional.
En la británica Lesley-Anne Knight se encarna buena parte de los conflictos porque las altas esferas vaticanas la consideran “demasiado independiente”, acusándola de dar la prioridad a la asistencia sobre la evangelización de las almas de los asistidos . La inglesa Knight era secretaria general de Caritas y en mayo del año pasado fue reemplazada desde arriba por el francés Michel Roy, quien ayer se mostró totalmente alineado con el ajuste de fierro promovido por el cardenal Bertone. El francés elogió las reformas que quitan autonomía a Caritas porque dijo que “refuerza la dimensión eclesial” de la organización y esto permitirá “una mayor interacción entre la Curia y la Caritas”.
El director de la Caritas Internacional es el cardenal hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga, que era considerado un bastión de los progresistas en el mundo católico, pero que terminó apoyando el golpe de estado militar en su país. Rodríguez Maradiaga es salesiano como el cardenal Bertone y también se alineó a los dictados de la Curia Romana.
Para asegurar el funcionamiento y control de una organización de dimensiones tan grandes, que maneja mucho dinero y debe coordinar a muchos miles de personas, el Vaticano crea normativas de trabajo, nombra un “asistente eclesiástico” encargado de participar en las reuniones de los órganos de gobierno y establece nuevas normas para nombrar las principales autoridades de Caritas, que deberán ser aprobadas por el Papa. Un control completo por parte de las altas cumbres vaticanas.
El semanario católico progresista inglés Tablet contó el año pasado detalles del conflicto que se vivía en las entrañas de la Caritas Internacional. La secretaria general, Leslie-Anne Knight fue criticada por “no hacer lo suficiente” para imprimir una identidad católica a la actividad de la organización. Ella respondió: “Me preguntan por qué ayudamos a tantas personas de otra fe religiosa, como musulmanes y budistas. Yo respondo que ayudamos a la gente no porque son católicos sino porque nosotros somos católicos”. Esta posición cayó muy mal en el Vaticano.
También hubo críticas porque algunos equipos de voluntarios de Caritas en áreas africanas donde impera la epidemia de sida distribuyeron preservativos contra el contagio y la organización central no obligó a seguir la estricta línea del Vaticano en la materia.

 fuente Clarín




esperando el acuerdo

Superior de Distrito de
Carta a los Amigos y Benefactores


Carta 05 2012 Superior de Distrito de
P.. Rostand: "Una gran cantidad de rumores se difunden sobre las relaciones entre las autoridades romanas y la FSSPX ..."

Carta 05 2012 Superior de Distrito de
05 2012
Queridos amigos y benefactores,
Una gran cantidad de rumores se difunden sobre las relaciones entre las autoridades romanas y la Sociedad de San Pío X. En este sentido, quiero recordar simplemente el comunicado de la Casa General de la Sociedad del 18 de abril de 2012:
En una carta de fecha 17 de abril de 2012, el Superior General de la Sociedad de San Pío X respondió a la solicitud de aclaración que se había hecho a él el 16 de marzo por el cardenal William Joseph Levada, relativa a la entrega preámbulo doctrinal el 14 de septiembre de 2011. A medida que el comunicado de prensa de hoy de la Comisión Ecclesia Dei, indica el texto de esta respuesta "será examinado por el Dicasterio (Congregación para la Doctrina de la Fe) y luego presentado al Santo Padre por su juicio".
El asunto está en manos del Santo Padre y estamos a la espera de su decisión.
Recordemos que es a nuestro Superior General, y sólo a él, que ha sido confiado por la ley de la Iglesia y la voluntad de Mons. Lefebvre la delicada tarea de nuestras relaciones con Roma. Como tal, él es la única autoridad competente para tomar decisiones prudentes para nuestra sociedad. Debido a su función y sus 18 años de liderazgo en mantener la fe y buscar el bien común de la Iglesia, renovamos con él toda nuestra confianza, la confianza y la obediencia respetuosa en este difícil momento. Nuestra piedad filial a él, como para el Sumo Pontífice, nos empuja a hacer más de lo habitual en estas circunstancias inusuales: queremos llevarles el apoyo de todas sus oraciones.
Orar es de hecho el más importante, y como cuestión de hecho, lo único que podemos hacer ahora. Me gustaría pedirle que duplicar sus esfuerzos en la Cruzada del Rosario , que finalizará el domingo de Pentecostés (27 de mayo de 2012), teniendo en cuenta los sorprendentes resultados de los anteriores. También quiero solicitar su generosidad al ofrecer una novena al Espíritu Santo.
La intención de esta novena será que el Espíritu Santo puede dar las gracias de luz y fuerza para el Santo Padre, Benedicto XVI, y al Superior General de la Sociedad, el obispo Fellay.
La novena consiste en rezar el Veni Creator Spiritus y añadiendo el Acordaos (Acuérdate, oh piadosísima Virgen María) a partir del 8 de mayo y termina el 16 de mayo, la vigilia de la fiesta de la Ascensión de Nuestro Señor.
Yo autorizo ​​a los sacerdotes para agregar estas oraciones antes o después de su misa diaria
Oremos para que el buen Dios puede mantenernos a todos unidos en la fe y en un espíritu de cuerpo alrededor de nuestro Superior, trabajando para la restauración de todas las cosas en Cristo, como siempre.
En el Corazón Inmaculado de María,
P.. Arnaud Rostand



Veni, Creator Spiritus,
Mentes tuorum Visita,
implementación sobrenadante gratia
quae tu creasti pectora.
Ven, Espíritu Santo, Creador bendito,
y en nuestras almas toma tu descanso;
vienen con tu gracia y la ayuda celestial
para llenar los corazones que tú has hecho.
Qui diceris Paraclitus,
Altissimi donum Dei,
fons vivus, ignis, caritas,
et spiritalis unctio.
O consolador, a Ti clamamos:
O don celestial de Dios Altísimo,
O fuente de la vida y el fuego del amor,
y dulce unción de lo alto.
Tu, munere Septiformis,
digitus Paternae dexterae,
Tu rito promissum Patris,
Sermón ditans guttura.
Tú en tus siete dones son conocidos;
Tú, dedo de la mano de Dios que poseemos;
Tú promesa, del Padre, Tú
Quién hubieres impregnan la lengua con el poder.
Accende luz sensibus:
infunde amorem cordibus:
infirma corporis nostri
virtute firmanes perpeti.
Kindle nuestro sentido de lo alto,
y hacer que nuestro corazón rebose de amor;
con la firma de la paciencia y la gran virtud
la debilidad de nuestro suministro de carne.
Hostem repellas longius,
pacemque dones protinus:
ductore sic te praevio
vitemus omne noxium.
Lejos de llevarnos el enemigo que tememos,
y concédenos tu paz en su lugar;
así que no es verdad, contigo por guía,
se apartan del camino de la vida a un lado.
Per Te da sciamus Patrem,
noscamus atque FILIUM;
Teque utriusque spiritum
omni tempore credamus.
Oh, que tu gracia nos otorgan
el Padre y el Hijo de saber;
y Tú, a través de un sinfín de veces confesado,
de ambos el Espíritu eterno bendita.
Deo Patri sit gloria,
et Filio, qui una mortuis
Surrexit, AC Paraclito,
en saecula saeculorum.
Amén.
Ahora bien, al Padre y al Hijo,
Que se levantó de la muerte, sea la gloria dada,
con el Tú, oh Santo Consolador,
a partir de ahora por todos en la tierra y el cielo.
Amén.
V. Emitte spiritum tuum, et creabuntur:
R. et Renovabis faciem terrae.
Oremos: Deus qui corda fidelium Sancti Spíritus illustratione docuisti: Da nobis en eodem Spiritu recta sapere, et eius semper consolatione de gaudere. Por Christum Dominum nostrum.
R. Amén.
V. Envía tu Espíritu y todo será creado.
R. Y tú renuevas la faz de la tierra.
Oremos: Oh Dios, que has instruido los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo: Concede que, por el don del Espíritu es el mismo, podemos estar siempre verdaderamente sabio, y siempre nos alegraremos en su consuelo. Por Cristo Nuestro Señor. R. Amén.

Acordaos, oh piissima Virgo Maria, no esse auditum un saeculo, quemquam ad tua currentem praesidia, tua implorantem auxilia, tua petentem suffragia, esse derelictum.
Ego tali animatus Confidentia, ad te, Virgo Virginum, Mater, curro, ad te venio, coram te gemens peccator assisto.
Noli, Mater Verbi, verba mea despicere SED audi propitia et Exaudi. Amén.
Acuérdate, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno que han acudido a tu protección, implorando tu ayuda y busca tu intercesión, haya sido desamparado.
Animado por esta confianza, yo vuelo a Ti, oh Virgen de las vírgenes, Madre mía, a ti vengo, delante de ti estoy, pecadora y triste.
Oh Madre del Verbo Encarnado, no desprecies mis súplicas, antes bien, en tu misericordia, escucha y me responde. Amén.