sábado, 13 de marzo de 2010

LAS DECADAS DE LUDOVICO


Las décadas de Ludovico
Publicado por Wanderer sábado 13 de marzo de 2010 0 comentarios



Tito Livio dividió la historia de Roma en su inmortal Ab urbe condita, en Décadas.
Ludovico propone hacer lo mismo con la historia argentina a partir de un texto castellaniano.
¿Se animará a predecir el inicio de la próxima década?

Qué les pasó

En su célebre conferencia sobre la Esencia del Liberalismo, Leonardo Castellani explicaba, a la manera platónica, los ciclos políticos argentinos: decía que a una etapa de democracia le seguía, en el término aproximado de diez años, una dictadura militar. Y que esta timocracia, fatalmente, era sucedida por un ciclo democrático, y vuelta a empezar. El término de diez años era explicado por el Padre como un “juntar bronca” de la ciudadanía – en un caso, contra la peculiar forma de gobierno autoritario militar (mezcla de tiranía, anarquía y demagogia) en el otro, contra nuestros pintorescos gobiernos democráticos (mezcla de los mismos elementos en partes diversas).

El análisis, inspirado también en Balmes (que relataba en su Criterio la mutación de un burgués en una jornada joyceana, de autoritario furibundo en demócrata a partir de un par de experiencias deleznables), era impecable. Tampoco era cuestión de pedir al Padre que entrecruzara su conferencia con explicaciones marxistas de orden infraestructural y que aludiera a los ciclos económicos que atraviesan las economías dependientes y producen, por motivos obvios, fuertes turbulencias en el sistema político. Estas causas materiales, de todos modos, no alcanzan a explicar suficientemente las crisis políticas: ha habido épocas de relativa bonanza –como la actual, o el mismo año 1955- donde el hartazgo ciudadano y de la clase media crece a niveles apocalípticos, desproporcionados con otras reacciones menores en tiempos de malaria.

El problema es, esencialmente político, y tanto Castellani como Maurras tenían razón.

La salida de los militares del escenario político no ha atenuado esta ciclicidad. Antes bien, la ha favorecido, polarizada entre gobiernos sonsos, éticos, inútiles, ciudadanos, versus gobiernos de vivos, corruptos, eficaces, negros. Ora se opta por unos, ora por los otros, reaccionando contra los excesos de sus respectivos principios políticos: la ética por un lado, la efectividad y la gobernabilidad por el otro. Se “junta bronca” en cada ciclo, y se descarga la bronca y se intervierten las fobias en el siguiente.

En definitiva, y siguiendo con esta óptica, la ciudadanía se enoja con las soluciones reactivas que adopta. O dicho desde otra perspectiva, consigo misma. Lo que late en el fondo de nuestra sociedad de clase media es su radical incapacidad para la organización política y la eviterna salida hacia un mecanismo de delegación de ese ejercicio del poder para el que no están capacitados (militares, Alfonsín colorado, Menem rubio, déspotas provincianos KK).

A esta etapa delegativa, consistente en un bóvido cerrar los ojos a las tropelías de los bárbaros (por lo general, tropelías ya presentes en los inicios de modos aún más aberrantes que en las postrimerías), en la que hablar mal del gobierno instalado es un pecado de lesa gobernabilidad, le sucede otra etapa terminal presidida por una cándida, hiperética, indignada reacción, en la que cualquiera que no ose empalar al Tirano de turno y pretenda, con el mismo tino crítico con que censuraba al gobierno en sus inicios, esbozar su preocupación por la falta de proyecto alternativo de sus enemigos, es un traidor.

Ayer era obligatoria la adhesión, hoy es obligatorio el repudio, a la espera de una nueva esperanza blanca, totalitaria y refulgente, moralista y refundadora, a la postre crisálida de una futura frustración.

Voilá el ciclo.

¿Qué les pasó? No. Qué nos pasa.

tomado de catapulta

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