CATEQUESIS
II
INVITACIÓN
A LA CONVERSIÓN
Pronunciada
en Jerusalén, trata sobre la conversión y el perdón de los pecados, y acerca
del enemigo. La lectura de base es de Ezequiel 18,20b-21: AI justo se le
imputará su justicia y al malvado su maldad. En cuanto al malvado, si se aparta
de todos los pecados que ha cometido, observa todos mis preceptosy practica el
derecho y la justicia, vivirá sin duda, no morirá»1
Realidad temible es el pecado y gravísima
enfermedad del alma es la iniquidad: le secciona los nervios y además la
dispone al fuego eterno. La maldad se da cuando hay delectación libre, un
germen que lleva voluntariamente al mal. Ya el profeta señala con claridad que
el pecado se comete de modo espontáneo y libre: «Yo te había plantado de la
cepa selecta, toda entera de simiente legítima. Pues ¿cómo te has mudado en
sarmiento de vid bastarda?» (Jer 2,21). La plantación es buena, pero el fruto
es malo, malo por la libre voluntad: el que plantó está libre de culpa, pero
la viña será aniquilada por el fuego; plantada para el bien, produjo el mal
por su propio deleite. Pues, según el Eclesiastés, «Dios hizo sencillo al
hombre, pero él se complicó con muchas razones» (Ecl 7,29). Y el Apóstol
dice: «Hechura suya somos, creados... en orden a las buenas obras» (Ef 2,10).
Pues siendo bueno el creador, creó «en orden a las buenas obras», pero la
creatura se volvió al mal por su propio arbitrio. Grave mal es, según esto, el
pecado. Pero no es irremediable: es grave para quien permanece en él. Pero es
fácil de sanar a aquel que lo rechaza en la conversión. Imagínate que alguien
tiene fuego en sus manos. Sin duda se abrasará mientras retenga el carbón,
pero si lo arroja fuera de sí, suprime la causa de su quemadura. Pero si
alguien piensa que no se quema al pecar, a ese tal le dice la Escritura:
«¿Puede uno meter fuego en su regazo sin que le ardan los vestidos?» (Prov
6,27). Así pues, el pecado abrasa los nervios del alma.
El
origen del pecado en el interior del hombre
2.
Pero dirá alguno ¿Qué es el pecado? ¿Es un animal, un ángel o un demonio?
¿Qué es lo que lo produce?2. Atiende bien: no es un enemigo que te invada
desde fuera, sino algo que brota de ti mismo. «Miren de frente tus ojos» (Prov
4,25) y no experimentarás la pasión. Ten lo tuyo, no te apoderes de lo ajeno y
no existirá en ti la rapiña. Acuérdate del juicio y no existirán en ti la
fornicación ni el adulterio ni el homicidio ni nada que sea pecaminoso. Pero si
te olvidas de Dios, comenzarás a pensar en el mal y a realizar lo ilícito.
El
diablo y el pecado
3.
Pero no sólo tú eres origen y autor de lo que haces: hay también un depravado
instigador, el diablo3. El tienta a todos, pero no puede con los que no
consienten. Por ello dice el Eclesiastés: «Si el espíritu del que tiene poder
se abate sobre ti, no abandones tu puesto»4. Cierra tu puerta y hazlo huir
lejos de ti para que no te cause daño. Pero si das entrada con indiferencia al
pensamiento libidinoso, oponiéndose a tu ánimo, plantará en ti sus raíces,
atará tu mente y te arrastrará hasta la cueva de los malvados. Y si acaso
dices: Soy fiel, no podrán conmigo los malos deseos, aunque frecuentemente los
tenga en mi ánimo. ¿Ignoras tal vez que la raíz que permanece tiempo ligada a
la piedra acaba siempre rompiéndola? No aceptes siquiera el germen, porque
hará añicos tu fe. Arranca de raíz el mal antes de que florezca, no sea que,
actuando negligentemente desde un comienzo, tengas luego que pensar en el fuego
(cf. Jer 23,29) y en el hacha (Mt3,10). Cúrate a tiempo la inflamación de
ojos, para que no te quedes ciego y busques entonces médico.
4.
Causante primero del pecado es el diablo, origen de la maldad. Esto no lo he
dicho yo, sino el Señor: «Porque el diablo peca desde el principio»5. Antes
que él nadie pecó. Pero no pecó por fuerza de la naturaleza6, como si hubiese
estado obligado al pecado (en ese caso, habría incurrido en pecado quien le
hubiese hecho tal), sino que, creado bueno, se convirtió en diablo tomando
nombre de su actuación7. Pues, habiendo sido arcángel8, se le ha llamado
posteriormente diablo (o calumniador, Satanás), habiéndosele considerado
después así en virtud de la cosa misma. Satanás es, pues, lo mismo que
adversario9. Las pruebas no las aporto yo, sino el profeta Ezequiel: «Eras el
sello de una obra maestra y corona de hermosura, engendrado en el paraíso
divino» (Ez 28,12 var.). Y poco más abajo: «Fuiste perfecto en tu conducta
desde el día de tu creación, hasta el día en que se halló en ti iniquidad»
(28,15)10. Esto no te vino de fuera, sino que tú mismo engendraste el mal. Poco
más abajo señala la causa: «Tu corazón se ha pagado de tu belleza, has sido
herido por la muchedumbre de tus pecados, sí, por tus pecados. Yo te he
precipitado en tierra» (28,17 var.). Lo mismo dice el Señor en el Evangelio en
el mismo sentido: «Veía a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lc 10,18).
Ya ves la consonancia entre ambos Testamentos. Al caer aquél, arrastró a
muchos consigo. A quienes le siguen les sugiere malos deseos, de lo que se
siguen el adulterio, la fornicación y cualquier clase de mal. Por causa suya
fue expulsado nuestro primer padre Adán del paraíso y cambió éste, del que
brotaban frutos admirables, por una tierra que le ofrecía espinas.
Esperanza
para el pecador
5.
Entonces, dirá alguno, ¿hemos perecido engañados? ¿no habrá salvación
alguna? Caímos, ¿podremos levantarnos? (Jer 8,4). Hemos quedado ciegos
¿podremos recuperar la vista? Estamos cojeando, ¿no hay esperanza de que
caminemos correctamente alguna vez? Diré en resumidas cuentas: ¿No podremos
alzarnos después de haber caído? (cf.Sal 41,9) ¿Es que acaso quien resucitó
a Lázaro, con hedor ya de cuatro días (Jn 11,39), no te resucitará vivo
también a ti? Quien derramó su preciosa sangre por nosotros nos liberará del
pecado para que no claudiquemos de nosotros mismos (cf. Ef 4,19)11, hermanos,
cayendo en un estado de desesperación. Mala cosa es no creer en la esperanza de
la conversión. Quien no espera la salvación acumula el mal sin medida; pero el
que espera la curación, fácilmente es misericordioso consigo mismo. Igualmente
el ladrón que no espera que se le haga gracia llega hasta la insolencia; pero,
si espera el perdón, a menudo termina por hacer penitencia. Si incluso una
serpiente puede mudar la piel, ¿no depondremos nosotros el pecado? También la
tierra que produce espinas se vuelve feraz si se la cultiva con cuidado: ¿Acaso
podremos obtener nosotros de nuevo la salvación? La naturaleza es, pues, capaz
de recuperación, pero para ello es necesaria la aceptación voluntaria.
Misericordia
y amor de Dios hacia el pecador
6.
Dios ama a los hombres, y no en escasa medida. No digas tú entonces: He sido
fornicario y adúltero, he cometido grandes crímenes, y ello no sólo una vez
sino con muchísima frecuencia. ¿Me perdonará, o más bien se olvidará de
mí? Escucha lo que dice el salmista: «¡Qué grande es tu bondad, Señor!»
(Sal 31,20). Tus pecados acumulados no vencen a la multitud de las misericordias
de Dios. Tus heridas no pueden más que la experiencia del médico supremo.
Entrégate sencillamente a él con fe; indícale al médico tu enfermedad; di
tú también con David: «Sí, mi culpa confieso, acongojado estoy por mi
pecado» (Sal 38,19). Y se cumplirá en ti lo que también se dice: «Y tú has
perdonado la malicia de mi corazón» (Sal 32,5)12.
7.
¿Quieres ver el amor de Dios al hombre tú, que hace poco que vienes a las
catequesis? ¿Quieres contemplar la benignidad de Dios y la enormidad de su
paciencia? Mira el caso de Adán. Es el primer hombre que Dios creó, y pecó:
¿no pudo advertirle de que a continuación moriría? Pero mira lo que hace el
Dios que tanto ama a los hombres. Lo arroja del paraíso (pues por el pecado no
era digno de vivir allí). Y lo coloca en cualquier lugar fuera de allí (cf.
Gén 3,24), para que, al ver de dónde ha caído y a dónde ha sido arrojado,
consiga luego la salvación mediante la conversión. Caín, primer hombre dado a
la luz, se convirtió en fratricida; maquinador del mal, autor y causante de
asesinatos, y primer envidioso, quitó después de en medio a su hermano. ¿A
qué pena se le condena?: «Vagabundo y errante serás en la tierra» (Gén
4,12). Grande fue el pecado, pero leve el castigo.
8.
Y ésta fue verdaderamente la clemencia de Dios, pero pequeña todavía con
respecto a lo que siguió. Pues piensa en lo que sucedió en tiempo de Noé.
Pecaron los gigantes y la maldad se extendió grandemente sobre la tierra (cf.
Os 4,2)13. Por ella se provocó el diluvio: en el año quinientos profirió Dios
su amenaza (cf. Gén 6,13)14. ¿No crees que la benignidad de Dios se extendió
durante cien años cuando se podía haber infligido el castigo al momento? Todo
lo alargó para dar lugar a la conversión. ¿Acaso no ves la bondad de Dios? Ni
siquiera aquellos hombres, si hubiesen recobrado entonces el buen sentido,
habrían notado que les faltaba la clemencia divina.
La
bondad de Dios es mayor que el pecado
9.
Hablemos ahora de aquellos que se han salvado a través de la conversión.
Habrá entre las mujeres quien diga: soy una prostituta, he sido adúltera,
manché mi cuerpo con toda clase de lujuria. ¿Qué posibilidad existe de
salvación? Observa, mujer, el caso de Rahab, que también para ti hay
salvación. Pues si la que se dedicaba a la prostitución abierta y
públicamente obtuvo su salvación mediante la conversión, ¿acaso quien abusó
de su cuerpo alguna vez antes de haber recibido la gracia no obtendrá la
salvación por la penitencia y el ayuno? Date cuenta de cómo se salvó, pues
simplemente dijo: «Yahveh, vuestro Dios, es Dios arriba en los cielos y abajo
en la tierra» (Jc 2,11)15. No se atrevía por pudor a decir que era suyo. Pero
si deseas recibir el testimonio recogido en las Escrituras acerca de su
salvación, tienes escrito en los Salmos: «Cuento a Rahab y a Babilonia entre
los que me conocen» (Sal 87,4). Grande es la benignidad de Dios, que en las
Escrituras hace memoria incluso de las meretrices. Y no dice simplemente
«cuento a Rahab y a Babilonia», sino que añadió lo de «entre los que me
conocen». Así pues, los hombres y mujeres pueden obtener la salvación
mediante la conversión.
10.
Y aunque todo el pueblo hubiese pecado, ello no supera a la benignidad divina.
El pueblo había frabricado un becerro, pero Dios no se arrepintió de su
clemencia. Negaron los hombres a Dios, pero Dios no se negó a sí mismo (cf. 2
Tim 2,13). «Entonces ellos exclamaron: "Estos son tus dioses,
Israel"» (Ex 32,4); y sin embargo, según su modo de actuar, el Dios de
Israel los custodió. Tampoco fue el pueblo el único que pecó, pues también
peco Aarón, el sumo sacerdote. Moisés, en efecto, dice: «También contra
Aarón estaba Yahvé violentamente irritado... Intercedí también entonces en
su favor y Dios le perdonó» (Dt 9,20). Ya Moisés, suplicando en favor del
sumo sacerdote pecador, suavizó la ira de Dios. ¿YJesús, el Hijo único que
ora por nosotros, no aplacará a Dios? No le impidió a Aarón, a pesar de su
culpa, que llegase a ser sumo sacerdote. ¿Te obstaculizará a ti que, por
provenir de los gentiles, entres en la salvación? Haz igualmente penitencia tú
también, oh hombre: no se te negará la gracia. Adopta después una vida
irreprensible: Dios ama verdaderamente a los hombres y nadie puede explicar su
clemencia a causa de su dignidad personal: incluso aunque se juntasen todas las
lenguas de los hombres, ni siquiera así podrían explicar una parte de su
benignidad, es decir, ni siquiera una parte de lo que se ha escrito acerca de la
benignidad de Dios para con los hombres. Pero tampoco sabemos además cuánto
perdonó a los ángeles, pues también a ellos les perdona, pues realmente sólo
existe uno que esté sin pecado, el que nos libra de éste, Jesús16. Pero ya se
ha dicho suficiente acerca de los ángeles.
El
ejemplo de la conversión de David
11.
Pero si lo deseas, te presentaré también otros ejemplos que se refieren a
nosotros: piensa en el bienaventurado David, claro ejemplo de conversión.
Gravemente pecó cuando, después de acostarse, paseó en las horas de la tarde
por la terraza mirando descuidadamente y cayendo en su debilidad humana (cf. 2
Sam 11,2). Cometió el pecado, pero, al confesarlo, no desapareció totalmente
el brillo de su alma. Se presentó el profeta Natán, que le corrigió
diligentemente y fue el médico de sus heridas (cf. 2 Sam 12,1-1 5a). «Se ha
airado el Señor y has pecado»17. Esto se lo decia un particular al rey. Pero
el rey, pese a la dignidad de la púrpura, no se indignó. Pues no tenía en
cuenta a quien hablaba, sino al que le había enviada a éste. No le cegó la
cohorte de soldados que le rodeaba, pues pensaba en el ejército de los ángeles
del Señor y temblaba «como si viese al invisible». Y respondió al enviado, o
más bien, al Dios que le enviaba: «He pecado contra el Señor» (2 Sam 12,13).
Ya ves la sumisión y la confesión del rey: ¿Acaso alguien le había declarado
convicto? ¿Había muchos que conociesen el delito? El hecho se había producido
rápidamente, pero el profeta se había presentado pronto como acusador. Apenas
producida la ofensa, se confiesa el pecado. Al ser reconocido con claridad y
sencillez, fue sanado rapidísimamente. Pues el profeta Natán, que le había
conminado, le dice al momento: «También Yahvé perdona tu pecado» (ibid).
Observa cómo cambia muy rápidamente el Dios que ama a los hombres. Dice, no
obstante: «Provocando (a Dios), has provocado a los enemigos del Señor» (2
Sam 12,14, según versiones). Tenias muchos enemigos a causa de la justicia,
pero te protegía la castidad. Pero cuando has descuidado esta protección,
tienes a tus enemigos en pie para alzarse contra ti. Esta fue la forma como le
consoló el profeta.
12.
Pero el bienaventurado David, a pesar de haber oído lo de que «Dios ha
perdonado tu pecado», no descuidó hacer penitencia aunque fuese rey, sino que,
en lugar de la púrpura, se vistió de saco, y se sentaba no en asientos de oro,
sino sobre ceniza y en el suelo18. Pero no sólo se sentaba en la ceniza, sino
que también se alimentaba de ella, como dice él mismo: «El pan que como es la
ceniza» (Sal 102,10). Su ojo lujurioso lo colmó de lágrimas, según dice:
«Baño mi lecho cada noche, inundo de lágrimas mi cama» (Sal 6,7). Cuando los
príncipes le exhortaban a que probase el pan, no asintió y continuó su ayuno
hasta el séptimo día (2 Sam 12, 17-20). Si el rey se manifestaba así, ¿no
harás lo mismo tú que eres un simple particular? Después de la rebelión de
Absalón, al ofrecérsele (al rey) diversos caminos para la huida, eligió
hacerlo a través del monte de los Olivos (2 Sam 15,23), como invocando en su
mente al Libertador, que desde aquí había de ascender a los cielos19. Y como
le hiriese Semeí con duras maldiciones, respondió: «Dejadlo»20, pues sabía
que a quien perdona se le dará el perdón21.
Otros
ejemplos de penitencia
13.
Ves que es cosa buena el confesar. Y ves que es la salvación para los que se
convierten. También Salomón había caído (I Re 11,4), pero, ¿cuál es la
razón de decir: «Después hice penitencia»22? También Ajab, rey de Samaria
era un malvado adorador de ídolos, de notoria maldad, asesino de profetas,
impío, codicioso de campos y viñas ajenas (I Re 20-21). Pero cuando hizo
perecer a Nabot por instigación de Jezabel, y una vez llegado el profeta Elías
que quiso amenazarle, rasgó sus vestidos y se vistió de saco. ¿Qué dice
entonces el Dios misericordioso a Elías?: «¿Has visto cómo Ajab se ha
humillado en mi presencia?» (I Re 21,29), como queriendo calmar el genio del
profeta inclinándolo hacia el penitente. Y dice: «No traeré el mal en vida
suya» (ibid.; para todo el episodio, cf. 1 Re 21, 17-29). Y aunque el rey,
después del perdón, no habría de apartarse del pecado, Dios le perdona
incondicionalmente, no porque desconociese el futuro, sino concediendo su
misericordia en el momento en que está mostrando la conversión. Propio de un
juez justo es dictar sentencia ajustada a cada uno de los hechos.
14.
En otra ocasión estaba en pie Jeroboam ofreciendo sobre un altar sacrificios a
los ídolos: su mano sufrió una parálisis por haber mandado apresar al profeta
que le recriminaba. Pero al experimentar por sí mismo la potestad de aquel
hombre, exclamó: «Aplaca, por favor, el rostro de Yahvé tu Dios» (1 Re 13,6;
cf. 13,1ss). Y en virtud de esta palabra le fue restablecida totalmente la mano.
Pero si un profeta curó a Jeroboam, ¿acaso no podrá Cristo liberarte
sanándote de tus pecados? También Manasés cometió numerosos crímenes: fue
el que hizo matar a Isaías, se contaminó con todo género de idolatrías y
llenó a Jerusalén de muertes de inocentes (2 Re 21,16). Pero, conducido
cautivo a Babilonia, por la experiencia de su propio mal utilizó la medicina de
la conversión. Pues dice la Escritura que Manasés se humilló profundamente en
presencia del Dios de sus padres y «oró a él y Dios accedió, oyó su
oración y le concedió el retorno a Jerusalén, a su reino» (2 Crón
33,12,13). Si éste, que había hecho aserrar al profeta23, se salvó mediante
la conversión, ¿no te salvarás también.tú, que no has cometido nada tan
grave?
Confiar
en la posibilidad de la conversión. Ezequías
15.
No desconfíes sin motivo de la fuerza de la conversión. ¿Quieres saber
realmente la fuerza que tiene la penitencia? ¿Quieres conocer a fondo esta
fortísima espada de la salvación y aprender el valor que tiene la
confesión?24. Por la conversión aniquiló Ezequías a ciento ochenta y cinco
mil enemigos (2 Re 19,35). Y esto es realmente admirable, pero es poco en
comparación con el hecho de haber cambiado mediante la conversión la sentencia
divina que ya había sido pronunciada contra él. Pues Isaías le había dicho
en su enfermedad «Da órdenes acerca de tu casa, porque vas a morir y no
vivirás» (2 Re 20,1). Y no había, pues, expectativas, una vez que el profeta
había dicho «vas a morir». Sin embargo, no revocó Ezequías su conversión,
acordándose de lo que está escrito: «Por la conversión y calma seréis
liberados» (Is 30,15)25. Se volvió a la pared y elevando desde el lecho su
mente al cielo (el grosor de las paredes no podía impedir sus devotas preces),
exclamó: «¡Señor, acuérdate de mí!» (cf. Is 38,3), como si dijera: «Para
mi salud me basta que te acuerdes de mí, tú que no estás sometido al tiempo,
sino que has creado las leyes de la vida. La razón de nuestra vida no está en
el origen ni el tamaño de cada uno de los astros, como algunos sueñan, sino
que eres tú quien rige la vida y su duración según los planes de tu
voluntad». A causa del anuncio del profeta (cf. Is 38,1 ) había perdido
(Ezequías) la esperanza de vivir, pero el tiempo de su vida le fue prorrogado
en quince años, de lo que se le ofreció como signo el retroceso del sol
(38,8). El sol volvió atrás por Ezequías. E igualmente llegó a faltar el sol
a causa de Cristo, no retrocediendo sino apagándose26, mostrando así la
diferencia entre Ezequías y Jesús. Pero si aquel pudo anular la sentencia de
Dios, ¿no podrá Jesús conceder el perdón de los pecados? Apártate de ellos
y llóralos en tu alma; cierra las puertas y ora para que te sean perdonados
(cf. Mt 6,ó), de modo que Dios sofoque las llamas ardientes que brotan de ti,
pues la confesión27 puede extinguir el fuego y amansar a los leones.
Los
tres jóvenes y Nabucodonosor
16.
Pero si no crees, piensa en lo que les sucedió a Ananías y a sus compañeros.
¿Cuántos sextarios de agua28 se necesitaban para apagar una llama que se
elevaba hasta los cuarenta y nueve codos (Dan 3,47)? Pero donde más alta era la
llama, allí se derramó la fe como si fuese un río, y señalaban el remedio de
los males: «Eres justo en todo lo que nos has hecho... Sí, pecamos, obramos
inicuamente» (Dan 3,27,29). Y la penitencia disolvió las llamas. Pero si
desconfias de que la conversión pueda apagar el fuego de la gehenna, aprende de
lo que les sucedió a Ananías y a sus compañeros. Aunque algún oyente agudo
podrá decir: «Dios los liberó entonces justamente». Puesto que no quisieron
dar culto al ídolo, les concedió Dios la fuerza y el poder. Y como
verdaderamente fue así, pasaré ahora a otro ejemplo de conversión.
17.
¿Qué opinión tienes acerca de Nabucodonosor? ¿No has oído por las
Escrituras que fue sanguinario y fiero como un león? ¿No has oído que sacó
los huesos de los reyes de sus sepulcros para arrojarlos al aire? (cf.Jer
8,1ss)? ¿No has oído que se llevó al pueblo al destierro y que cegó los ojos
del rey tras hacerle contemplar la degollación de sus hijos? (2. Re 25, 7) ¿Y
que destrozó a los querubines? No me refiero a los querubines que sólo con la
mente se contemplan. ¡Quita esta idea de tu cabeza! Me refiero a los querubines
que estaban esculpidos, pero también al propiciatorio desde el cual Dios
hablaba (cf. Ex 25,1718,22). También profanó el velo del santuario. Tomando el
incensario, lo llevó al templo de los ídolos29. Transformó todos los objetos
de la ofrenda, arrasó el templo desde sus cimientos. Mereció innumerables
castigos por los reyes muertos y por los santos a los que injurió. Y puesto que
había reducido al pueblo a servidumbre y había colocado los vasos sagrados en
los templos de los ídolos, ¿acaso no era digno de padecer mil muertes?
18.
Has visto la magnitud de los crímenes. Vuélvete ahora a la clemencia de Dios.
Era (Nabucodonosor) como una fiera: vivía de modo solitario y tenía que ser
golpeado para ser domesticado. Tenía las garras de un león, con las cuales
agarraba a los santos, y las crines de los leones. Era, en efecto, un león
rápido y rugiente. Comía heno como el buey y era como un jumento que no sabía
quien le había dado el reino30. Su cuerpo se cubrió de rocío, pero no creyó
al ver el fuego apagado por ese mismo rocío. ¿Y que es lo que sucedió?: «Al
cabo del tiempo fijado, yo, Nabucodonosor, levanté los ojos al cielo... y
bendije al Altísimo, alabando y exaltando al que vive eternamente» (Dan 4,31).
Cuando reconoció al Altísimo y dirigió a Dios estas palabras de su ánimo
agradecido, se arrepintió de sus acciones confesando su propia debilidad. Dios
le restituyó entonces el honor del reino.
Exhortación
final
19.
¿Qué, pues? A Nabucodonosor, que tantos males había hecho, Dios le dio, al
haber confesado, el perdón y el reino: y a ti, si te conviertes, ¿no te dará
el perdón de los pecados y el reino de los cielos, si te conduces dignamente?
Dios es clemente, pronto en perdonar y tardo para la venganza. Así pues, que
nadie desespere de su propia salvación. Pedro, el príncipe de los apóstoles,
negó tres veces al Señor ante una sierva cualquiera. Pero, tocado por el
arrepentimiento, lloró amargamente: al llorar, manifiesta la conversión
íntima del corazón; y por ello no sólo recibió el perdón por su negación,
sino que también conservó la dignidad de Apóstol.
20.
Hay, pues, hermanos, multitud de pecadores que se convirtieron y consiguieron la
salvación, confesad también vosotros ardientemente al Señor para que
recibáis el perdón de los pecados precedentes y, hechos dignos del don
celestial, podáis heredar el reino de los cielos con todos los santos, en
Cristo Jesús, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén31
La transfuguración de Nuestro Señor
El segundo domingo de Cuaresma se llama, desde la primera palabra del Introito, Reminiscere, y también Transfiguración a domingo, a causa del Evangelio que se lee en la Misa
La estación de Roma es la iglesia de Santa María en Dominica, en el Monte Celio. La tradición nos dice que en esta basílica era el diaconicum de que San Lorenzo tenía a su cargo, y de la que distribuye a los pobres de las limosnas de la Iglesia.
La Iglesia en el introito, nos excita a confiar en la misericordia de
Dios, líbrandonos de nuestros enemigos, si la invocamos en el fondo de nuestro
corazón. Tenemos la ventaja que de la Cuaresma: el perdón de nuestros pecados
Acuérdate, oh Señor, tus entrañas de compasión, y tus misericordias que son desde el principio del mundo, no sea que nuestros enemigos nos gobiernan: líbranos, oh Dios de Israel, de todas nuestras tribulaciones.
(En el introito de la misa del día, Ps. 24. 6, 3, 22)
El versículo Comunión
Entender mi grito: escuchad la voz de mi oración, oh mi Rey y mi Dios, porque a Ti oraré, Señor. (Salmo 5.
Acuérdate, oh Señor, tus entrañas de compasión, y tus misericordias que son desde el principio del mundo, no sea que nuestros enemigos nos gobiernan: líbranos, oh Dios de Israel, de todas nuestras tribulaciones.
(En el introito de la misa del día, Ps. 24. 6, 3, 22)
El versículo Comunión
Entender mi grito: escuchad la voz de mi oración, oh mi Rey y mi Dios, porque a Ti oraré, Señor. (Salmo 5.
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