viernes, 30 de mayo de 2014

LAS DOS VENIDAS DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO



Las dos venidas de Cristo

1. Anunciamos la venida de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda, mucho más magnífica que la anterior. La primera llevaba consigo un significado de sufrimiento, esta otra, en cambio, llevará la diadema del reino divino. Pues casi todas las cosas son dobles en nuestro Señor Jesucristo. Doble es su nacimiento: uno, de Dios, desde toda la eternidad; otro, de la Virgen, en la plenitud de los tiempos. Es doble también su descenso: el primero, silencioso, como la lluvia sobre el vellón (Sal 72,6); el otro, manifiesto, todavía futuro.
En la primera venida fue envuelto con fajas en el pesebre (Lc 2,7); en la segunda se revestirá de luz como vestidura (cf. Sal 104,2a). En la primera «soportó la cruz, sin miedo a la ignominia» (Hebr 12,2), en la otra vendrá glorificado y escoltado por un ejército de ángeles (cf. Mt 25,31).

No pensamos, pues, tan sólo en la venida pasada; esperamos también la segunda. Y, habiendo proclamado en la primera: «bendito el que viene en nombre del Señor» (Mt 21,9), diremos eso mismo en la segunda (cf. Mt 23,39); y, saliendo al encuentro del Señor con los ángeles, aclamaremos adorándolo: «Bendito el que viene en nombre del Señor». El Salvador vendrá, no para ser de nuevo juzgado, sino para llamar a su tribunal a aquellos por quienes fue llevado a juicio. Aquel que antes, mientras era juzgado, guardó silencio (Mt 27,12) refrescará la memoria de los malhechores que osaron insultarle cuando estaba en la cruz y les dirá: «Esto hiciste y yo callé» (Sal 50,21 ) 3.
Entonces, por razones de su clemente providencia, vino a enseñar a los hombres con suave persuasión; en esa otra ocasión, futura, lo quieran o no, los hombres tendrán que someterse necesariamente a su reinado.
                               

2. De ambas venidas habla el profeta Malaquías «De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis» (Mal 3,1). He ahí la primera venida. Respecto a la otra, dice así: El mensajero de la alianza que vosotros deseáis: miradlo entrar —dice el Señor de los ejércitos—. ¿Quién podrá resistir el día de su venida? ¿Quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará para fundir y purgar» (3,1-3).

Y en las líneas que siguen dice el Salvador mismo: «Yo me acercaré a vosotros para el juicio, y seré un testigo expeditivo contra los hechiceros y contra los adúlteros, contra los que juran con mentira», etc. (3,5). Por eso, queriendo hacernos más cautos, dice Pablo: «Si uno construye sobre este cimiento con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra de cada uno quedará al descubierto; la manifestará el Día, que ha de revelarse por el fuego» (I Cor 3,12-13)4.
Escribiendo a Tito, también Pablo habla de esas dos venidas en estos términos: «Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo» (Tit 2,11-13). Ahí expresa su primera venida, dando gracias por ella; pero también la segunda, la que esperamos.
Por esta razón, en nuestra profesión de fe, tal como la hemos recibido por tradición, decimos que creemos en aquel «que subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin».
La actual condición del mundo pasará

3. Vendrá, pues, desde los cielos, nuestro Señor Jesucristo. Vendrá ciertamente hacia el fin de este mundo, en el último día, con gloria. Se realizará entonces la consumación de este mundo, y este mundo, que fue creado al principio, sera otra vez renovado. Pues ya que la corrupción, el hurto, el adulterio y toda clase de pecados se han derramado sobre la tierra y una y otra vez se derrama sangre (vid. Os 4,1-2). desaparecerá este mundo presentes con el fin de que esta morada no se llene de iniquidad y para suscitar otro más hermoso. ¿Quiéres ver una demostración de esto desde la Sagrada Escritura? Oye al profeta Isaías: «Se enrollan como un libro los cielos, y todo su ejército palidece como palidece el sarmiento de la cepa, como una hoja mustia de higuera» (Is 33,4). Y el Evangelio dice; «El sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo» (Mt 24,29). No estemos, por tanto, apesadumbrados como si sólo nosotros tuviésemos que morir, pues también mueren las estrellas, aunque quizá resurjan de nuevo. El Señor hará que los cielos se plieguen y no para hacerlos perecer sino para hacer otros más hermosos. Escucha al profeta David cuando dice: «Desde antiguo, fundaste tú la tierra, y los cielos son obra de tus manos; ellos perecen, mas tú quedas» (Sal 102,26-27). Pero dirá alguno: abiertamente declara que perecerán. Escucha cómo dice «perecerán», pues desde lo que dice a continuación queda claro: «Todos ellos como la ropa se desgastan, como un vestido los mudas tú, y se mudan» (102,27). De modo semejante a como se dice que el hombre perece, según aquello: «El justo perece, y no hay quien haga caso» (Is 57,1), aunque se esté esperando la resurrección. Así, esperamos también como una resurrección de los cielos. «El sol se cambiará en tinieblas y la luna en sangre» (J13,4; Hech 2,20; cf. Mt 24,29). Sépanlo los que se han convertido de los maniqueos y no hagan dioses a los astros ni tampoco piensen impíamente que Cristo habrá de perder su luz algún día. Escucha de nuevo al Señor, que dice: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24,35), pues las criaturas no son del mismo valor ni tienen el mismo destino que las palabras del Señor.
Hablaremos de lo que ha de venir y de sus signos
 
4. Pasarán, por tanto, las cosas visibles y llegarán las que se esperan mejores que éstas, pero que nadie busque con curiosidad cuál será el momento. Pues dice: «No os toca a vosotros conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad» (Hech 1,7). Ni te atrevas a determinar cuándo sucederán estas cosas ni te quedes perezosamente adormecido. Pues también dice: «Estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre» (Mt 24,44; cf. 42). Pero ya que era conveniente que conociésemos las señales de la consumación y puesto que es a Cristo a quien esperamos y para que no muriésemos decepcionados y fuésemos llevados a engaño por el Anticristo de la mentira, los apóstoles, impulsados por una moción divina y de acuerdo con los sabios designios de Dios, se acercan al verdadero Maestro y le dicen: «Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo» (Mt 24,3). Esperamos que vengas una segunda vez, pero «Satanás se disfraza de ángel de luz» (2 Cor 11,14). Ponnos, por tanto, a nosotros a buen recaudo, para que no adoremos a otro en tu lugar. Y él, abriendo su boca divina y bienaventurada dice: «Mirad que no os engañe nadie» (Mt 24,4). También vosotros, los que ahora oís, miradlo ahora a él como si lo estuvieseis viendo con los ojos de la mente y escuchadlo como quien os está diciendo las mismas cosas: «mirad que nadie os engañe». Estas palabras os advierten a todos a que dirijáis vuestra mente a lo que se va a decir. Pues no se trata de una historia de cosas pasadas, sino de las que han de suceder, y es una profecía de lo que con certeza sucederá. Y no es que nosotros profeticemos, pues somos indignos de ello, sino que proclamamos en esta asamblea lo que está escrito y explicamos sus señales. Tú verás qué cosas de ésas ya han tenido lugar y cuáles quedan todavía por llegar. De ese modo puedes prevenirte.
Primera señal: los falsos mesías

5. «Mirad que no os engañe nadie. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "yo soy el Cristo" y engañarán a muchos» (Mt 24,4-5). Estas cosas se han dado ya en parte. Pues esto ya lo dijo Simón Mago, y Menandro y otros cabezas de herejes6 enemigos de Dios. Pero también otros lo dirán en nuestra época y después de nosotros.
Guerras y desastres naturales

6. Segunda señal: «Oiréis también hablar de guerras y de rumores de guerras» (Mt 24,56). ¿Se trata, o no, de la guerra en la época actual de los persas contra los romanos por Mesopotamia? ¿Se levanta o no, «nación contra nación y reino contra reino» (Mt 24,7)?7. «Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares» (Lc 21,11). Esto ya ha sucedido. Y, a su vez: «Habrá cosas espantosas y grandes señales del cielo» (iba). «Velad, pues» dice, «porque no sabéis que día vendrá vuestro Señor» (Mt 24,42).
La traición y el odio como señales del fin
                                               

7. Pero de la venida del Señor buscamos un signo propio nuestro, de la Iglesia: es decir, propio de la Iglesia, puesto que lo buscamos los que somos de la Iglesia. Pero dice el Salvador: «Muchos se escandalizarán entonces y se traicionarán y odiarán mutuamente» (Mt 24,10). Si llegas a oír que los obispos están contra los obispos, los clérigos contra los clérigos8, y que los pueblos llegan a enfrentarse unos contra otros, no te perturbes: ya lo predijo anteriormente la Escritura. No pongas tu atención en lo que ahora sucede, sino en lo que está escrito. Y aunque yo, que te estoy instruyendo, perezca, eso no quiere decir que tú hayas de ir a la muerte conmigo, sino que es preciso que el oyente llegue a ser mejor que el maestro y que el que llega el último pase a ser el primero (cf. Mt 20,16), siendo así que el Señor recibe también a aquellos que llegan a la hora undécima (Mt 20,6-7). Y si entre los apóstoles se dio la traición, ¿te asombras de que también entre los obispos se dé un odio entre hermanos? Y esta señal no sólo es entre los jefes, sino entre las masas. Pues dice: «Y al crecer cada vez más la iniquidad, la caridad de la mayoría se enfriará» (Mt 24,12). ¿Es que acaso alguno de los presentes se gloriará de que su amistad con el prójimo es sincera y sin simulación? ¿No es muy frecuente que los labios se besen, sonría el rostro y se vea la hilaridad en los ojos, mientras en el interior se maquina el engaño y planea el mal el que habla en son de paz? (cf. Sal 28,3).
 Antes del fin, el Evangelio habrá sido predicado a todas las naciones
                                        

8. Tienes también esta señal: «Se proclamará esta Buena Nueva del Reino en el mundo entero, para dar testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin» (Mt 24,14). Y casi todo el orbe está ya lleno de la doctrina de Cristo9.
La apostasía y el Anticristo

9. Y, ¿qué sucederá después? Dice en lo que sigue: «Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación anunciada por el profeta Daniel10, erigida en el Lugar Santo (el que lea que entienda)» (Mt 24,15). Y, a su vez: «Entonces, si alguno os dice: "Mirad, el Cristo está aquí o allí", no le creáis» (Mt 24,23). El odio fraterno abre paso después al Anticristo. El diablo prepara las divisiones entre los pueblos para, cuando llegue, ser acogido más favorablemente. Que no suceda que nadie de los presentes o cualesquiera siervos11 que estén en cualquier parte se sume al enemigo. Escribiendo el apóstol Pablo acerca de esto, dio un signo claro al decir:
Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, el Adversario que se eleva sobre todo, lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios, ¿No os acordáis que ya os dije esto cuando estuve con vosotros? Vosotros sabéis qué es lo que ahora le retiene, para que se manifieste en su momento oportuno. Porque el misterio de la impiedad ya está actuando. Tan sólo con que sea quitado de en medio el que ahora le retiene, entonces se manifestará el Impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la Manifestación de su Venida.
La venida del Impío estará señalada por el influjo de Satanás, con toda clase de milagros, señales, prodigios engañosos, y todo tipo de maldades, que seducirán a los que se han de condenar (2 Tes 2,3b- 1 Da)12.
Hasta aquí Pablo. Ciertamente, ahora se da la defección, pues los hombres se han apartado de la recta fe: unos afirman que el Hijo es Padre y otros que ha sido llevado a la existencia desde la nada. Y en otras épocas los herejes eran claramente perceptibles, pero ahora está la Iglesia llena de herejes ocultos. Los hombres se han apartado de la verdad y sienten el afán de novedades (cf. 2 Tim 4,3-4):                           

¿Se trata de palabras artificiosamente compuestas para persuadir? Todos escuchan dulcemente: ¿son acaso palabras para la conversión del espíritu? Todos de hecho se apartan. Muchos se han apartado de las rectas doctrinas y son más propensos a elegir el mal que a aplicarse al bien. Se trata, por consiguiente, de la apostasía, y ya hay que esperar al enemigo. En parte ya comenzó a enviar sus precursores para venir él luego dispuesto a recoger el botín. Cuida, pues, de ti mismo, oh hombre, y pon a seguro tu alma. Te conjura a ti ahora la Iglesia (2 Tim 4,1 ) en presencia del Dios vivo (cf. 1 Tim 6,13) y te anuncia con antelación, antes de que suceda, lo que se refiere al Anticristo. No sabemos si estas cosas han de suceder en tu tiempo o han de ser posteriores a ti, pero lo mejor es que, sabiéndolas, te prevengas.
No dejarse engañar 


10. Pero Cristo, el Hijo unigénito de Dios, no vendrá ya de la tierra. Si viniere alguien diciendo que ha aparecido en el desierto, no salgas (cf. Mt 24,26). Y si dicen: «Mirad, el Cristo está aquí o allí», no lo creas (cf. Mt 24,23). No mires después a la tierra y a las profundidades, pues el Señor descenderá desde los cielos (cf. Hech 1,11) y no él solo, como antes, sino con una gran compañía, rodeado de una muchedumbre de innumerables ángeles (cf. Jud. 14). Tampoco de modo imperceptible como el rocío sobre el retoño (Sal 72,ó), sino resplandeciente como un relámpago. Pues él mismo dijo: «Como el relámpago sale por oriente y brilla hasta occidente, así será la venida del Hijo del Hombre» (Mt 24,27). Y además: «Verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloría 13. El enviará a sus ángeles con sonora trompeta» (Mt 24,30-31), etc.
 
El juicio final
 

Sintamos, pues, pavor, hermanos, de modo que no nos condene Dios, el cual, para condenar, no tiene necesidad de pesquisas ni listas de agravios. No digas: era de noche cuando me di al libertinaje o cuando practiqué la magia o cuando hice cualquier otra cosa, y no había allí hombre alguno. Por tu conciencia serás juzgado entre «juicios contrapuestos de condenación o alabanza... en el día en que Dios juzgará las acciones secretas de los hombres» (Ro». 2,15- 16). El terrible rostro del juez te forzará a decir la verdad o, más bien, te declarará convicto aunque no la confieses: pues serás resucitado teniendo a tu alrededor tus pecados o tus obras justas. Y esto lo declarará el juez mismos37 (Cristo es el que juzga: «Porque el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo» (Jn 5,22), no privándose de una potestad, sino juzgando a través del Hijo. Pues el Hijo juzga por voluntad del Padre, ya que no es uno el deseo del Padre y otro el del Hijo, sino que son uno e idéntico en ambos) ¿Qué dice, pues, el juez de si también tendrán, o no, que comparecer tus obras? «Serán congregadas delante de él todas las naciones» (Mt 25,32). Pues conviene que ante Cristo «toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos» (Flp 2,10; cf. Rom 14,11)38, «Separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos» (Mt 25,32). ¿Cómo hace el pastor la separación? ¿Acaso buscando en el libro quién es oveja y quién cabrito? ¿O no juzga, más bien, por lo que ve? ¿No señala la lana quién es la oveja y, en cambio, una piel áspera delata al cabrito? Así también tú, si has sido purificado de tus pecados, tus acciones serán después como pura lana (cf. Is 1,18); tu vestido permanecerá impoluto y siempre dirás: «Me he quitado mi túnica ¿cómo ponérmela de nuevo?» (Cant 5,3). Por tu vestido serás reconocido como oveja. Pero si se te encuentra velludo, a ejemplo de Esaú, que, con pelo áspero y de pensamiento retorcido, perdió por un alimento los derechos de primogénito y vendió su prerrogativa (Gén 25,29-34; cf. Hebr 12,16), serás colocado a la izquierda (cf. Mt 25,33). Pero lejos de ninguno de los presentes apartarse de la gracia o que por sus malas acciones sea puesto a la parte izquierda, con los pecadores.
                                         

Es un juicio tremendo y hay verdaderamente lugar para el temor por las cosas que se anuncian como que han de seguir. Lo que se presenta es el reino de los cielos, pero está preparado un fuego eterno (Mt 25,41). Alguno dirá: «¿Cómo escaparemos del fuego? ¿Cómo entraremos en el Reino?». Responde: «Tuve hambre, y me disteis de comer» (Mt 25,35). Aprended el camino, pues no se trata ahora de una alegría, sino de que llevemos a la práctica lo que se dice. «Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme» (35-36). Si esto haces, reinarás, pero, si lo pasas por alto, serás condenado. Comienza, pues, ahora ya a realizar estas cosas y persevera en la fe, no sea que, a ejemplo de las vírgenes necias, seas excluido por falta de aceite (25,10-12). No te confíes simplemente porque tienes la lámpara, sino tenla también encendida (Mt 5,16). Brille la luz tuya de las buenas obras ante los hombres, de modo que no sea blasfemado Cristo a causa tuya (cf. Rm 2,24). Vístete el vestido de la incorrupción39, brillando por tus buenas obras (cf. 1 Tim 2,10) y administra debidamente cualquier cosa que hubieres recibido del Señor para administrar (cf. Mt 25,14-30). ¿Se te ha confiado dinero? Adminístralo bien. ¿Se te ha otorgado una palabra de ciencia? Repártela cuidadosamente. ¿Eres capaz de llevar las almas de los oyentes a la fe? (cf. Hech 2,42). Hazlo diligentemente. Muchas son las posibilidades de administrar bien. Tanto como para que ninguno de nosotros sea arrojado a la condenación, sino que corramos con confianza al encuentro de Cristo, rey eterno, que reina por los siglos. Pues reina por los siglos el que juzga a los vivos y a los muertos después de que murió por los vivos y por los muertos. Y, como dice Pablo: «Porque Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos» (Rm 14,9).
Tomado de la catequesis de S.Cirilo de Jerusalén
                                                                   

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