El mas bello y santo rostro
El rostro y el alma comentarios: El rostro espejo del alma
Es bello extasiados,
porque, está lleno de belleza. El rostro “feo” de Sócrates porque expresa la
hermosura de todo el hombre y de este hombre concreto. Esta “optiman
dispositionem”, como dice el
Aquinate,
alcanza su máxima significación en la cabeza (caput) que “mira hacia lo más
excelente del mundo” mientras que sus pies
hollan lo
más inferior; posee pues “una óptima disposición respecto del todo” Allí, en la cumbre de la
disposición, brilla el rostro del hombre. Sea “bonito” o “feo”, el rostro
muestra y oculta, pero sobre todo la
unión alma-unidad cuerpo-alma o alma-cuerpo. Es símbolo de la racionalidad y de
la voluntariedad de todo el sujeto que me mira y habla conmigo. Acierta la máxima
popular que dice que “el rostro es el espejo del alma”; en realidad, espeja o
refleja el todo. A medida que pasa el tiempo, vamos
“esculpiendo”
el rostro desde dentro y en muchos casos egregios se ha logrado una gran
belleza en un rostro de facciones feas.
Sabemos que
Aristófanes,
sobre todo en las nubes, se burlaba de la “fealdad” de
Sócrates:
ésta es confirmada por Jenofonte y por Platón. El primero
recuerda que
es parecido a los silenos y en la misma obra es el propio Sócrates quien habla
de su fea nariz respingada
. Recuérdese que los Seilenoi pertenecían al elemento masculino de la
bulliciosa escolta de Dionisos y se caracterizaban por su fealdad; así lo reconoce
Platón cuando dice que “es lo más parecido a los silenos” ; pero aquí, el
sileno Sócrates con sus palabras nos pasma, no posee y nos deja
Podría
también tomar el camino inverso poniendo un ejemplo
Opuesto: un
rostro “bello” (por sus facciones) puede
Ser expresión de una interioridad ; es decir, fea
en sentido moral por la depravación progresiva del sujeto; sigue cumpliéndose
en este caso la máxima popular “el rostro es el espejo del alma”. Prefiero los
ejemplos positivos, como hace
Gregorio de
Niza, para quien el rostro muestra la música “que se hace oír en el organillo
humano” como “una mezcla de flauta y
de lira” y
así las mejillas, la lengua, los labios que, cuando se abren
o se
aprietan, “hacen el mismo efecto que los dedos de quienes regulan el aire de la
flauta y la armonía
del canto”.
La armonía
del “canto” metafísico puede contemplarse en
esa “llanura
de la verdad” que es la sobre la cual el tiempo y la experiencia va dibujando su secreta historia; signo de la racionalidad del hombre, termina en la playas de las que sombrean la “ventanas del alma” que son los Fray Luis de León, hablando del alma y Cristo su esposa, utiliza la imagen del amor esponsalicio y dice: “porque una gran parte de la hermosura está en los ojos, que son espejo del alma y el más noble de todos los sentidos”; son, por eso “como de paloma”; la apreciación del otro “comienza por los ojos” pues en ellos “se descubre o se muestra la belleza o torpeza del alma interior, y por donde entre dos personas más se comunica y enciende la afición”
En cierto
modo, los ojos son su mirar. En el mirar se revela el hombre todo y en él, el
mismo ser del todo; por eso, la
recta mirada
es y es en cierto modo dulce ; es mostración del
yo desnudo y
presencia de lo otro en su interior. Esa
mirada de pupila a pupila de un extremo momento límite en el cual dos
personas se han dado “esculpiendo” el
rostro desde dentro y en muchos casos sin ver ennegreciente (la “mirada” de
Sartre) que trata de reducirme a su para-sí, o sea a la nada ; sólo el espíritu
del mal, que es destructivo del ser y del hombre puede, desde sus ojos, “mirar”
de esa manera.
Todo el
rostro está cifrado en la boca , y hasta cierto punto, podemos descifrarlo: los
labios de mi padre, finos y apretados sobre el mentón fuerte, significando la
recta severidad de su carácter;
simultáneamente,
las comisuras levemente levantadas, eran las puertas de la sonrisa y del buen
humor; la
sonrisa melancólica y enigmática de mi madre, expresiva del largo tiempo de la
prueba. Los innumerables signos de
la boca que desciframos
revelan el centro “muy interior” del alma.
Vehículo de
la palabra interior que, pronunciada fuera, encarna sonoramente la verdad:
por eso la
tradición originaria asignaba a la respiración (que mi boca
exhala)
cierto poder espiritual que delata mi ritmo interior.
También es
el vehículo de la voz . Como exclama el autor de el Cantar de los Cantares
en la
inmortal traducción de Fray Luis: “Voz de mi Amado
es ésta” (nº 25), “suene tu voz suave, hermosa
estrella”(nº 50-1). Así, en el sentir fundamental corpóreo, cada sentido, como
ventana de una alta torre (figura del hombre) pre-anuncia la conciencia que es
reflejo intencional del todo y de sí mismo. Quizá por eso Orígenes se sintió
autorizado
–en el plano del misterio- a sostener la existencia de los
sentidos
espirituales, aunque ni los ojos corporales ni el oído sensible se impresionen,
ni el tacto palpe: este acontecer sucede pasivamente en el
alma.
Orígenes cree descubrir un sentido de visión que ve cosas superiores a los
cuerpos; de audición que escucha voces no sensibles; de gusto que es
capaz de
saborear el Pan vivo bajado del Cielo (Jn, 6,33); de olfato
que siente
el “buen olor de Cristo para Dios” (2 Cor. 2, 15); de tacto
por el cual el
Apóstol San Juan dice “haber palpado con las manos
el Verbo de
la Vida” (I Jn, 1, 1). Y así, los sentidos sensibles sirven al modo de espejo
para vislumbrar los divinos sentidos
.
El término
“espejo” ( speculum ) en sentido metafísico, significa,
inmediatamente,
tabla de cristal azogada por la parte posterior para que refleje los objetos
exteriores; mediatamente, y en sentido meta
físico, puede
decirse que el rostro es como el cristal azogado
que refleja
el alma que da el ser al todo. Por eso “refleja” a todo el hombre.
5.
El alma y las manos
. Así sucede
también con las manos, tal
como lo
indicó Aristóteles en su conocido texto, en el cual subrayo algunos términos:
“Hay (...) semejanza entre la mano y el alma. Como la mano es el instrumento de
todos los instrumentos, así el entendimiento es forma de las formas, y el
sentido es forma de lo sensible”
Esa
semejanza en efecto, como sagazmente comenta Santo Tomás, significa que el alma
se hace todas las cosas en cuanto “el intelecto en acto es lo entendido en
acto”
En esto se
asemeja a la mano pues, en cuanto “instrumento de los
instrumentos”
la mano ha sido al hombre “en lugar” de
los órganos
con los que
se ha provisto a los animales; análogamen
te, el alma
ha sido al hombre
“en lugar” de las formas de todas las cosas para que pueda ser en cierto modo
todas ellas cuando las conoce; de ahí
que el intelecto
sea potencia
receptiva de todas las formas sensibles. De análogo modo, la mano puede asir o
prender –inmediata o mediatamente- todas las cosas; es decir, puede asir o
tocar todo el mundo tangible
aunque
éste sea signo de un mundo in-tangible; en cierto modo la mano se hace todas
las cosas sensibles cuando las ase o cuando esboza este asimiento.
La mano es
signo de la racionalidad humana y tiene, por eso,
estrecha
relación con la posición erecta. De ahí que sean
simultáneas inteligencia,
posición erecta y manos. Jean Brun, en su
excelente
libro sobre la mano y el espíritu, muestra la estrecha correlación existente
entre el verbo francés (prender, asir) y
comprende (comprender).
. En castellano,
la primera acepción de “prender” es asir ; la tercera acepción de comprender es
entender , penetrar intencionalmente una cosa; muy agudamente Brun hace notar
que “la mano ase y toca lo que mueve, pero no puede ni asir ni tocar aquello
que la mueve”. Así debe ser, porque cuando se vale de un instrumento (esta
lapicera) la mano se comporta como causa instrumental subordinada (instrumento
de instrumentos) a la causa principal que es mi voluntad iluminada por mi inteligencia.
Si fuera
más lejos,
entonces (en virtud del acto de ser participado de mi apetito racional) debería
sostener que su influjo proviene de la
causa
principal absoluta ... y la mano no puede asir ni la voluntad
ni la Causa
absoluta. Pero su prender esto o aquello permite comprender esto o aquello. Quizá por eso Brun sostiene
“que todos los verbos de la mano acaban remitiéndonos a lo inasequible, del
mismo modo que las palabras nos
remiten a lo
inefable”.
Entonces no resulta suficiente el análisis
fenomenológico
de Heidegger: al considerar la espacialidad
del
“ser-ahí” sólo percibe “lo a la mano” de la cotidianeidad; lo
útil es
carácter de “lo a la mano” como su pertenencia a un todo de útiles
. Es también
así pero es inconmensurablemente más, porque “lo a la mano” sólo secundariamente
es un plexo de útiles pues la mano prende y comprende, ase y “entiende”; por
eso, la orientación, el saludo, la caricia, el don de las manos abiertas o
la ira de
las manos cerradas, trascienden a todos los
útiles. En
este sentido, es verdad que el hombre “tiene” las manos (porque son un don)
pero, estrictamente hablando, es sus manos.
Por ello el
hombre, “toca”, “palpa”, transmite la veneración, el amor o el odio, la
plegaria o el desaliento... y también “fabrica” instrumentos. Ni antes ni
después, ni por encima ni por debajo, nadie “tiene” manos. Sólo el hombre es
sus manos.
Nuevamente
acierta Brun en su notable libro cuando afirma
que “la mano
debe ser considerada como la verdadera medida del
hombre,
porque es a la vez aquello por lo que el hombre mide y aquello por lo que él se
mide”.
Al medir,
inmediata o mediatamente, pre-conoce; “rodea” el
objeto o la
persona, “entreabre” o “estira” el hombre las manos y
comprende
aquello que “prende” o ase. Uno sabe cuando
alguien (una
persona) “va a tocar”, va a “palpar” o a “explorar”
... y
comprende cuando ase. Y todo cuanto
rodea al hombre es
Asible.
. Lo ase y
lo mide por medio de instrumentos (desde los más primitivos a los más tecnificados)
o lo ase
sin medios.
El hombre es, pues, sus manos y por ellas
ase todo lo
asible.
Para la
tradición primordial, los cinco dedos de la mano son figura del hombre entero
que consta de cabeza y cuatro miembros; sin entrar en la simbología de los
dedos, uno por uno, es suficiente
señalar cómo
el índice es signo de autoridad. En la Capilla Sixtina, en el fresco de Miguel
Ángel, la mano del Señor “indica” con el índice extendido el acto de crear al
hombre.
Pero, más
allá de esta simbología, para la tradición integral que ha
desmitificado
y transfigurado todo cuanto existe, la mano expresa todos los sentimientos
humanos transfigurados por la fe. El padre que “pone la mano” sobre la cabeza
de su hijo, la mano del sacerdo
te que
bendice; las manos del que recibe el orden sagrado, consagradas por la
“imposición de
las manos” del Pastor. La mano es pues signo de
poder, de fuerza, de amor; también en ella se engarzan ciertos signos: el anillo
del Pastor, la alianza de los esposos como promesa de fidelidad. El hombre es
sus manos y por ellas ase todo lo asible y, en la liturgia, ase lo
aparentemente inasible
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