La pastoral no lo justifica todo: El banquete del Cordero en la Archidiócesis de San Sebastián, Río de Janeiro
«El Banquete del Cordero». Así se llama el evento que conjugó vuvuzelas, teatro, danzas, adoración al Santísima y la Misa, en la Archidiócesis de San Sebastián, de Río de Janeiro (Brasil), contando con la presencia del Arzobispo Tempesta.
A la vista de estas fotos, yo me pregunto, ¿qué queda de la Liturgia Romana? ¿Dónde está el culto?
Frente a esto se aducen motivos pastorales, pero, realmente, ¿esto responde a la concepción de «pastoral»? El objeto de lo pastoral, la cura de almas, no puede ser coartada para demoler el Misterio, y menos por medio del Arzobispo, cuyo modelo y forma de la misión pastoral es el Buen Pastor (CIC 896): él es el «administrador de la gracia del sumo sacerdocio» (LG 26).
Recientemente el Santo Padre recordó a los obispos brasileños, en visita ad límina, que:
En cuanto maestros y doctores de la fe, tenéis la misión de enseñar con audacia la verdad que se debe creer y vivir, presentándola de forma auténtica (…)
Como administradores del supremo sacerdocio, tenéis que procurar que la liturgia sea verdaderamente una epifanía del misterio, o sea, expresión de la naturaleza genuina de la Iglesia, que activamente presta culto a Dios por Cristo en el Espíritu Santo. De todos los deberes de vuestro ministerio, “el más imperioso e importante es la responsabilidad en la celebración de la Eucaristía”, pues os compete “proveer para que los fieles tengan la posibilidad de acceder a la mesa del Señor, sobre todo en el domingo, que es el día en que la Iglesia – comunidad y familia de los hijos de Dios – descubre su peculiar identidad cristiana alrededor de los presbíteros” (Juan Pablo II, Exort. ap. Pastores gregis, 39). La tarea de santificar que recibisteis os impone también ser promotores y animadores de la oración en la ciudad humana, frecuentemente agitada, ruidosa y olvidada de Dios: debéis crear lugares y ocasiones de oración, donde en el silencio, en la escucha de Dios, en la oración personal y comunitaria, el hombre pueda encontrar y hacer experiencia viva de Jesucristo, que revela el rostro auténtico del Padre. Es preciso que las parroquias y lo santuarios, los ambientes de educación y sufrimiento, las familias, se vuelvan lugares de comunión con el Señor.
¿Qué mejor acción pastoral que la propia Misa? Como expresó el Romano Pontífice, el pasado 16 de Junio:
La santa Misa, celebrada con respeto de las normas liturgias y con una valoración adecuada de la riqueza de los signos y de los gestos, favorece y promueve el crecimiento de la fe eucarística. En la celebración eucarística no nos inventamos algo, sino que entramos en una realidad que nos precede, es más, abarca al cielo y la tierra y, por tanto, también el pasado, el futuro y el presente. Esta apertura universal, este encuentro con todos los hijos e hijas de Dios es la grandeza de la Eucaristía: salimos al encuentro de la realidad de Dios presente en el cuerpo y la sangre del Resucitado entre nosotros. Por tanto, las prescripciones litúrgicas dictadas por la Iglesia no son algo exterior, sino que expresan concretamente esta realidad de la revelación del cuerpo y sangre de Cristo y, de este modo, la oración revela la fe según el antiguo principio de lex orandi - lex credendi. Por esto, podemos decir que “la mejor catequesis sobre la Eucaristía es la misma Eucaristía bien celebrada” (exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis, 64). Es necesario que, en la liturgia, aparezca con claridad la dimensión trascendente, la dimensión del Misterio del encuentro con el Divino, que ilumina y eleva también la dimensión “horizontal", es decir, el lazo de comunión y de solidaridad que se da entre quienes pertenecen a la Iglesia. De hecho, cuando prevalece esta última, no se comprende plenamente la belleza, la profundidad y la importancia del misterio celebrado. Queridos hermanos en el sacerdocio: a vosotros el obispo ha encomendado, en el día de la ordenación sacerdotal, la tarea de presidir la Eucaristía. Llevad siempre en vuestro corazón el ejercicio de esta misión: celebrad los divinos misterios con una participación interior intensa para que los hombres y las mujeres de nuestra ciudad puedan santificarse, entrar en contacto con Dios, verdad absoluta y amor eterno.
La Belleza de la Verdad se impone con toda su fuerza. Si se quiere evangelizar realmente a los jóvenes no hay que ofrecerle sucedáneos, sino la Liturgia, en toda su belleza y esplendor, para que como Santo Tomás de Aquino, Dios nos dé la Gracia de derramar lágrimas de compasión « por el Señor, que se ofrece en sacrificio por nosotros, lágrimas de alegría y gratitud».
¡Señor ven pronto!
Fuente: Rorate Caeli y Fratres in Unum
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