Enterré 40 años de mi vida. Muchas gracias por todo”. Mario Sepúlveda apareció en la pantalla gigante sobre la carpa de la cantina del Campamento Esperanza cuando eran las cuatro de la mañana de ayer. Rodeado de su familia, sintetizó sus últimos dos meses así: “ Estuve cerca de Dios y cerca del Diablo también, pero me agarré de la mejor mano, la de Dios, siempre supe que El nos iba a sacar de ahí. Ganó Dios”.
Ya algunas de las lámparas de las cadenas de TV que habían mostrado al mundo el espectacular rescate en Atacama se habían apagado. La “Operación San Lorenzo” seguía a un ritmo parejo y uno a uno “los 33” salían de la profundidad de la Mina San José que los mantuvo cautivos durante 70 días en medio de un festejo ansiado durante tanto tiempo.
“Gracias, gracias por haber creído que estábamos vivos” , dijo cuando salió de la cápsula Fénix 2 de un salto Edison Peña. El minero de 34 años fue el número 12 en ser rescatado. Ya eran las diez de la mañana. Habían pasado unas diez horas del inicio de la operación.
Mario Gómez había salido un poco antes. El minero de mayor edad apareció de la cápsula para darle un abrazo a su mujer, Lilly.
Pero antes se arrodilló y rezó.
“No me sorprende que haya hecho eso. Mi marido es una persona muy religiosa. Es un gran hombre”, le dijo después a Clarín su esposa cuando todavía andaba emocionada por el Campamento Esperanza. Después en la cama del hospital de campaña contó parte de la vivencia en la mina. En ese momento el presidente Sebastián Piñera realizaba una visita al lugar junto a su colega boliviano, Evo Morales.
Piñera le comentaba la búsqueda a Morales . “Había varias sondas buscándolos desde el primer día. Pero recién una, el 22 de agosto, los encontró”. Habían pasado 17 días del derrumbe y los 33 mineros sobrevivían a fuerza de comer cada 48 horas dos cucharadas de atún, media galleta y un poco de leche. Entonces, Gómez dio más detalles. “Escuchábamos las máquinas perforando a través de la roca y nos íbamos trasladando. Seguíamos el ruido a través de las paredes. Recuerdo que aquella noche me la pasé escuchando. Y a las 4 de la mañana la sentí que se alejaba. Hasta que la volví a sentir por encima y pensé ‘están llegando’”.
Piñera recordó que ese día su suegro estaba muriendo.
“Estaba solo con él y me pregunta ‘¿y qué pasa con los mineros?’ Yo estaba solo con él cuando murió. Entonces vino mi mujer y me dijo ‘vete a la mina’. Cuando llegué estaban todos vivos”.
Gómez recordó que ese domingo, cuando vieron llegar la sonda, agarró una bolsa y metió una carta para su mujer. Y también tomó el mensaje que había escrito José Ojeda y lo enganchó en la sonda que subió con la noticia que conmovió al mundo.
La nota decía “Estamos bien los 33 en el refugio” .
“La carta suya se la llevé a su mujer”, dijo Piñera. Morales le contó: “Esa carta la vio todo el mundo”. Entonces, Gómez sonrió. “Tiene que pasarle algo así a uno –dijo– para darse cuenta que la vida es una sola. Y entiende que se tiene que cambiar. Yo cambié. Soy un hombre distinto. No hay palabras de agradecimiento”, les confesó.
Uno a uno los mineros rescatados fueron recibidos en la plataforma de concreto que se construyó sobre la perforación hecha por la T–130 y que llegó al refugio el domingo.
Morales había llegado para conocer al minero boliviano, Carlos Mamani. “Bienvenido a la vida”, fue la frase más escuchada en la plataforma. Después de 70 días a casi 700 metros de profundidad, a oscuras, con una humedad de casi el 90% y una temperatura de 30 grados, se los veían más flacos, pero vitales. Sobre la parte delantera del traje verde diseñado para atravesar el ducto, se leía la frase: “Gracias Señor”. A las espaldas, la cita del versículo 4 del Salmo 95 que comienza: “Porque en sus manos están las profundidades de la tierra...”.
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