Juan Gossaín narra las variaciones de un sacerdote de Cartagena alrededor del texto bíblico.
El agua y el vino
Como era de esperarse, y después de tanto tiempo consagrado a un trabajo bien hecho, y a servir a sus semejantes, el padre ha terminado por cogerles confianza no solo a sus vecinos, que lo llaman 'Canito', sino a los asuntos sagrados de la Iglesia, incluido el Evangelio, nada menos.
Los feligreses acabaron por descubrir que durante la misa el padre no se atiene, como lo hacen sus colegas, al contenido literal de los relatos bíblicos. Por el contrario, suele tomarse sus libertades. Eso fue lo que pasó, ni más ni menos, aquella tarde dominical con el templo repleto de gentes piadosas.
El sacerdote inició la lectura del relato de san Juan. Se trataba de la famosa celebración de una boda en la población de Caná de Galilea. María, la madre de Jesús, estaba entre los invitados, al igual que su hijo y los doce apóstoles.
-Se acabó el vino -iba leyendo el padre Cano- y entonces la madre de Jesús le dice: "No tienen vino".
La lectura bíblica marchaba sobre ruedas hasta que llegó el momento sublime en que se necesitaba un milagro para convertir el agua en vino. El padre levantó la vista del Evangelio y se lanzó por su cuenta a la corriente tormentosa de la imaginación.
-Jesús estaba realmente airado -dijo el padre, con su hermosa voz de barítono-. Miró a María y le contestó: "¿Cómo quieres que alcance el vino, si esta fiesta se llenó de gorreros, que viven a costillas de otro, se cuelan sin que los inviten y se toman el trago ajeno?".
Entre el auditorio había algunos turistas, que se miraron asombrados. Los nativos, en cambio, que ya conocen al padre Cano, lo escuchaban sonrientes. Hay algo de pedagogo en esos arrebatos. Es entonces cuando apela al lenguaje coloquial, para que el pueblo entienda mejor el mensaje, y no se priva de mencionar a personajes típicos del vecindario ni de echar mano al lenguaje vernáculo.
'Se roban el burro'
El Domingo de Ramos, al comienzo de la Semana Santa del año pasado, yo estaba presente en la misa del mediodía. Llegó la hora del Evangelio. San Lucas escribió que, cuando se acercaban a Jerusalén, junto al monte de los Olivos, envió Jesús a dos discípulos que fueran al pueblo de enfrente, llamado Betfagé.
-Encontrarán un burrito atado a una cuerda -empezó al padre Cano con el Evangelio, tras santiguarse-. Desátenlo y tráiganlo. Si alguien les pregunta por qué hacen eso, díganle que el Señor lo necesita y que lo devolverá muy pronto.
Me dediqué a seguirle el paso con la lectura simultánea de la hojita dominical que entregan al entrar. Hasta ahí, todo iba de maravilla: aquí paz y en el cielo gloria, decía mi madre. Pero, de repente, tuve la impresión de que eso no era lo mismo que yo estaba leyendo.
-Al desatar el burrito --decía el predicador sagrado-, se les vino encima una muchedumbre furiosa que gritaba: "Cójanlos, que se roban el burro. Cójanlos. Por eso es por lo que este país está como está, cuatreros, que no quieren trabajar y se apropian del ganado ajeno. Agárrenlos". Y el gentío les gritaba a los apóstoles: "Vayan a trabajar, secuestradores, criminales".
Me quedé con la boca abierta. En ese momento no supe si lo que sentía en mi corazón era perplejidad o admiración. Un mes después, en una misa matutina, pude descifrar el misterio. Ese día le tocaba el turno al Evangelio de san Marcos. El padre Cano seleccionó unos párrafos para explicar el método que había aplicado Jesús a la hora de escoger a sus discípulos entre los más humildes y los olvidados.
-Caminando junto al lago de Galilea -clamaba el padre-, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban una red al agua, pues eran pescadores. Jesús les dijo: "Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres".
El padre se quitó los anteojos de miope, miró al auditorio y prosiguió así:
"Para que me entiendan claramente, es como si Jesús hubiera venido por aquí y se fuera un día para el caserío de La Boquilla. Los pescadores ven llegar al brother y él les pega un chiflido: "Hey, manes, apuren que el trabajo es teso y el Sol está bravo". Y los manes recogen la atarraya y se van con él.
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