Sábado 30 Octubre 2010
FIESTA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO REY
Entonces Pilatos le dijo: “¿Luego tú eres Rey?” Respondió Jesús: “Sí,  como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al  mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad,  escucha mi voz.”
Le dice Pilatos: “¿Qué es la verdad?” Y, dicho esto, volvió a salir donde los judíos y les dijo: “Yo  no encuentro ningún delito en él. Pero es costumbre entre vosotros que  os ponga en libertad a uno por la Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga  en libertad al Rey de los judíos?”.
Ellos volvieron a gritar diciendo: “¡A ése, no; a Barrabás!” Barrabás era un salteador.
Pilatos  entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los soldados trenzaron una  corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, y en su mano derecha una  caña, y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a él, le  decían: “Salve, Rey de los judíos.” Y le daban bofetadas.
Volvió a salir Pilatos y les dijo: “Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en él.”
Salió entonces Jesús fuera, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura.
Díceles Pilatos: “¡Aquí tenéis al hombre!”
Último domingo de octubre de 2010, festividad de Cristo Rey…
Dadas  las circunstancias, cada día más aciagas, quiero detenerme a contemplar  y meditar estas palabras de Pilatos durante el proceso de condena de  Cristo Rey: Ecce Homo!
Salió,  pues, Jesús, Hijo de Dios, Rey de reyes y Señor de los señores,  llevando una corona de espinas, una caña como cetro y un vestido de  púrpura; no deslumbrando con las insignias reales, sino saturado de  oprobios… como rey de burlas…
Hoy, cuando más que nunca Nuestro Señor aparece como un rey de burlas, el Ecce Homo debe  revelarnos la verdad capital que encierra…, verdad que cada día se va  perfilando mejor…, a medida que crece la impiedad del mundo pos-moderno y  en proporción a la consecuente apostasía de las masas…
Pilatos no supo quién era Jesús… El mundo, y quien tiene espíritu mundano, nunca lo ha conocido…
Pilatos se equivocó. No había medido el alcance del problema que había planteado Jesús al proclamarse Mesías, Hijo de Dios, Rey…
El  mundo siempre se ha equivocado respecto de Cristo Rey; y el mundo  pos-moderno se engaña aún más al considerarlo y tratarlo como rey de burlas…
Desollado  por los terribles azotes; hundida en su cabeza una corona formada por  tallos entretejidos de un arbusto espinoso; demudada la faz por el dolor  y la vergüenza; encubiertas las facciones por los cuajarones de sangre y  los salivazos de la soldadesca; el cuerpo mal cubierto con una vieja  clámide de color de púrpura, y en sus manos una caña a modo de cetro,  Jesucristo se ofrece a los ojos atónitos de Pilatos, que va a intentar  un último esfuerzo para salvarle.
Pilatos,  conmovido sin duda, y contando con este fondo de compasión que queda  siempre en el alma del hombre, aun de los más desalmados, sale  acompañado de Jesús y lo presenta a las multitudes congregadas ante el  Pretorio, al tiempo que dice, señalando al reo: Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en él. ¡Aquí tenéis al hombre!… Ecce Homo!

¿Qué intentó Pilatos al pronunciar su Ecce Homo?
Sin  duda, no midió el alcance de su palabra y de su gesto. No quiso más que  sorprender a aquel pueblo, enloquecido con la visión de aquélla figura  del hombre; producir un movimiento de compasión en la multitud y  aprovecharlo para soltar a Jesús.
Como se equivocó, al proyectar el castigo, se equivoca ahora sobre la actitud del pueblo.
Ecce Homo!…  He aquí el hombre… como si dijera a las muchedumbres: ¡Ya veis qué  hombre!; si no le queréis por rey, ahí está, azotado, coronado de  espinas, cubierto con púrpura y cetro de burlas…
Ecce Homo!… No puede ser Hijo de Dios quien se muestra con todas las características de un hombre débil, vencido, humillado…
Ecce Homo!… No debéis temer a un rey que se ofrece maniatado, que ha sufrido castigo de esclavos, que ya no tiene figura de hombre…
Pilatos lo dijo inconscientemente, sin saber lo que decía…
Lo  han repetido, y lo repiten en la actualidad, de mil modos diversos, los  enemigos de Cristo Rey, sin poderlo interpretar, locos de rabia como  estaban y como perduran todavía hoy…
Lo  que Pilatos y las turbas rebeldes no alcanzan a comprender, meditémoslo  nosotros; consideremos el sentido profundo de estas palabras de  Pilatos. Dios ha querido que quedaran consignadas en el Evangelio,  escrito bajo la inspiración divina.
Si  en su sentido literal pudieron no tener más alcance que el de un  recurso para amansar a las fieras que, a semejanza de las de las selvas,  se enfurecieron más cuando gustaron algo de la sangre de su víctima…;  nosotros debemos buscar piadosamente en ellas un sentido más profundo,  para adentrar en el conocimiento y el amor de Jesucristo, Rey de reyes y  Señor de los señores.
En esto consiste la vida eterna… en conocer a Jesucristo…
¿Quién es Jesucristo?
Lo  que los soldados hicieron por irrisión, y lo que Pilatos pronunció  inconsideradamente, es para nosotros un misterio; pero debemos  penetrarlo con la gracia de los dones de entendimiento y sabiduría del  Espíritu Santo.
Alcemos, primero, los ojos al Cielo.
Jesucristo  es Dios Admirable. Dogma primero y verdad fundamental de nuestra  Religión sacrosanta, es el dogma de la Trinidad Beatísima. El Padre es  el principio del Hijo, a quien entre resplandores de pureza y santidad  engendró en los siglos eternos: el Hijo es, por lo tanto, Dios de Dios,  Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero…
Es la Idea, el Verbo del Padre, por quien fueron hechas todas las cosas.
Ese  es Jesucristo por su Naturaleza Divina; es Dios, el Dios admirable.  Antes de todos los siglos, antes que fueran los mundos, al principio…,  es decir, siempre, era el Verbo, y el Verbo vivía en Dios, el  Verbo era Dios…; y Jesús es el Verbo, igual en todo al Padre; increado  como el Padre; inmenso como Él; como Él eterno, omnipotente y  sapientísimo.
Contemplemos  a Jesús en su Naturaleza Divina envuelto en los esplendores de la  Divinidad; sobre una luz inaccesible, vestido del regio manto de los  magníficos atributos de Dios.
Toda  criatura hinca ante Él la rodilla. Los Ángeles, rostro por tierra, le  veneran. Las estrellas, oyendo su voz, le obedecen. Las columnas del  firmamento tiemblan reverentes ante Él.
Aunque  todas las inteligencias se aunaran para estudiarlo, jamás barruntarían  su grandeza; porque Jesús, por ser Dios, es Sabiduría infinita, Poder  inmenso, Amor incomprensible, Perfección suma, Hermosura increada,  siempre antigua y siempre nueva.
Caigamos  de rodillas, y digamos con reverencia: Creo, Jesús mío, que Tú eres  Dios, Tú el Señor, Tú el Altísimo. A Ti, oh Jesús, te alabo, a Ti  bendigo, a Ti te adoro y glorifico, como a mi Dios.
Sólo  Jesús es el centro de los corazones, el único y supremo fin de la  creación y el principio de todas las cosas, pues es verdad revelada que Todas las cosas fueron creadas por Él y en Él.
Jesucristo es el Alfa y Omega, el principio y el fin de todas las cosas.
Sólo en Él habita toda la plenitud de la Divinidad y de la gracia, de la perfección y de las virtudes…
Descendamos ahora a la tierra, contemplemos a Jesucristo en su vida mortal.
Veremos refulgir en Él los rayos de la Divinidad, desde su Encarnación y Nacimiento virginal hasta su gloriosísima Ascensión.
De este modo lo contemplaron los tres afortunados Apóstoles sobre la cima del Tabor.

Si  estudiamos su Humanidad sacratísima, lo hallaremos Varón perfectísimo,  honra primera del linaje humano, y gala de los hombres.
¡Qué  majestad la de aquella Cabeza divina! ¡Qué serenidad la de su frente!  ¡Qué fulgor el de sus ojos! ¡Qué gracia la de su rostro! ¡Qué suavidad  en sus labios benditos! ¡Qué transparencia, qué fragancia en su carne  virginal!
Su vista enternece, sus palabras arrebatan, sus acciones subyugan y aficionan.
Mas,  si penetramos en el interior de Jesús, si estudiamos sus facultades, su  Corazón, su Alma…, quedaremos cautivos de tanta hermosura.
Es tan bueno, tan benévolo, tan misericordioso, que su carácter propio parece ser la bondad.
Así es Jesús de magnánimo, de manso, de generoso, de suave, de compasivo.
Clamaba San Pablo: Si alguno hay que no ama a Jesucristo, sea anatema, sea condenado.
Ecce Homo!…He  aquí el Hombre tipo; el Hombre por antonomasia; el Hombre que deberán  mirar todas las generaciones que quieran ser grandes con la verdadera  grandeza, que es la de hijos de Dios.
Jesús es el hombre tipo por su perfección personal y porque es modelo de todo hombre.
Jesucristo perfectísimo en si mismo
Ecce Homo!…  He aquí el hombre tipo, excelso, insuperable. Y lo es Jesucristo, ante  todo, porque es la perfectísima realización histórica del tipo humano  que concibiera Dios desde toda eternidad.
El  poder de Dios es infinito como su querer; y este poder y este querer se  ajustaron a la suma conveniencia de que la naturaleza humana de Jesús  fuese, no sólo la de perfección más excelsa, sino la de perfección  insuperable.
Es  decir, Dios, al crear la naturaleza humana de Jesús, agotó todos los  recursos de su sabiduría y de su poder, reproduciendo en su perfección  máxima el tipo humano que existe en su mente divina.
Nunca  el hombre hubiese podido concebir para un semejante suyo tal dignidad  que le hiciera hijo natural de Dios. Misterio tan incomprensible, que  exige toda la humildad de la inteligencia, que debe plegarse y creer a  la revelación divina.
Luego,  y la consecuencia es obvia, so pena de admitir el absurdo de que el  Padre no escogió lo mejor para su Hijo, la naturaleza humana de Jesús  está por sobre todo hombre, siendo el tipo supremo de humana perfección.
Cierto  que Adán fue una obra maestra de las manos de Dios; pero toda la  perfección del primer hombre era una reproducción secundaria del modelo  humano, que es el segundo Adán, Jesucristo.
Ecce homo!…  He aquí el hombre sumo, el hombre situado en lo más alto en la escala  de la creación, porque nada más alto que aquello que toca al Altísimo,  Dios, que quiso unirlo a Sí en tal forma que se hizo una cosa con él.
Por esto la Iglesia le canta entusiasmada a este Hijo de Dios en el Gloria in excelsis: Porque Tú solo eres Santo, Tú solo Señor, Tú solo Altísimo, Jesucristo: … Tu solus Altíssimus, Jesu Christe…
Analicemos  un momento las grandezas que se encierran en la suma preeminencia de un  hombre que ha sido elevado a la dignidad de Hijo de Dios.
En cuanto al alma de Nuestro Señor Jesucristo, a ella debe adjudicarse toda perfección que pueda atribuirse a un alma humana, dice Santo Tomás.
En  la cumbre del alma está la inteligencia creada. No hay genio comparable  a Jesucristo, porque su acuidad mental penetra en los senos insondables  de la sabiduría de Dios.
La  ciencia de Jesús es la más amplia, la más definida, la más clara que  puede darse en un hombre, porque su inteligencia se abrevaba  directamente en la visión de la verdad, que es Dios.
La  inteligencia divina, el Verbo del Padre, es la única Persona que hay en  Cristo, y su inteligencia humana está sumergida en ese resplandor de  verdad infinita y substancial.
La perfección de la voluntad consiste en su rectitud inflexible y en la fuerza y decisión con que tiende al logro de sus fines.
Jesucristo  es el hombre rectísimo, santísimo. La visión clara de lo que Dios  exigía de Él hacía que fuese el hombre de la obediencia espontánea,  rápida, que se plegaba incondicionalmente a la regla del santo obrar que  tenía dentro de sí.
Su  fuerza de voluntad era tanta como su rectitud. Dentro del ámbito de las  acciones que dependían de su voluntad humana, pudo lo que quiso, dice  Santo Tomás.
¿Qué  diremos de la armonía de sus facultades sensitivas? Tuvo Jesús  imaginación, amor sensible, se indignó, odió el mal, fue audaz en  arremeter contra sus adversarios, sintió la tristeza y el tedio; su  cuerpo delicado fue como el resonador de sus pasiones santísimas.
Pero  toda esta parte inferior de la vida de Jesús era tributaria de su  espíritu, puesta en acorde perfecto con su razón y su voluntad.
Añadamos  a todo esto las manifestaciones de la vida divina en la naturaleza  humana de Cristo. Todo Él estaba como sumergido en la divinidad que le  llenaba substancialmente; y por lo mismo, toda la vida de Jesús estaba  como impregnada de la virtud y fuerza de la divinidad.
En  Jesús había la plenitud absoluta de gracia. Y esta plenitud total y  omnímoda de la gracia de Jesús, que colmaba la esencia de su alma,  santificaba cada uno de los principios de su vida humana, elevándola  inconmensurablemente sobre toda otra vida humana.
Todas  las virtudes, que brotan de la gracia y la especifican para ordenar  toda la actividad, las tuvo Jesús llenísimas y en grado sumo, sin que un  solo acto escapara a su predominio y dejara de ser el acto más perfecto  posible en humana criatura.
Ecce homo!… Este  es el hombre que el día mismo de su muerte, hecho el oprobio de los  hombres, señalara Pilatos a la conmiseración de las multitudes  enfurecidas que se habían congregado ante el Pretorio…
Ecce homo!…  En el orden natural es el hombre cumbre, dice Santo Tomás; la  naturaleza humana es más noble y digna en Jesucristo que en nosotros.
En  el orden sobrenatural, Jesucristo sobrepuja a toda criatura, porque a  ninguna ha tomado Dios para levantarla hasta Sí mismo y unirla con Él en  una de las Personas divinas.
Ecce homo!… He  aquí el hombre; hombre sin par en toda la serie de los siglos; hombre  en que la sabiduría, el poder, el amor, la belleza, la gracia divina han  tenido su expresión máxima.
Hombre  en quien ningún hombre pudo soñar, a quien ningún hombre podrá igualar y  que por los siglos será la gloria más alta y más legítima de la raza  humana.
Este es nuestro Rey. Nuestro adorado Monarca, de infinita Majestad… hoy como ayer menoscabado y afrentado como rey de burlas…

Modelo de todo hombre
Jesucristo  es el hombre tipo. Dios lo hizo tal, que agotó en esta, su obra más  espléndida, los recursos de su sabiduría y de su poder.
Los  siglos no verán otro hombre semejante a Jesús de Nazaret; porque Dios  no tomará por segunda vez una naturaleza humana para unirla  personalmente a Sí y producir este pasmo de cielos y tierra, Jesucristo,  el Santo, el Hijo de Dios.
Pero  Dios no ha obrado esta maravilla por simple exhibición de su poder, o  para que nosotros adorásemos a este Hijo de Dios, sin ninguna otra  relación con Él que la de naturaleza.
Dios  se propuso crear un tipo de perfección humana que no pudiera  sobrepujarse jamás; pero que fuese reproducido en cada uno de los  hombres por la imitación de este soberano tipo de perfección.
Es  decir, que Jesucristo es el tipo perfectísimo del hombre; pero es, al  mismo tiempo, el ejemplar según el cual debe conformarse, por la gracia,  todo hombre; y Dios lo ha querido así como condición necesaria de  nuestra perfección.
Escuchemos la palabra elocuentísima del Apóstol en que se encierra esta gran verdad: A  los que Dios tiene previstos, también los predestinó para que se  hiciesen conformes a la imagen de su Hijo, de manera que sea el mismo  Hijo el primogénito entre muchos hermanos.
Pero a este Rey de Reyes y Señor de los señores  no hubiésemos podido imitarle. Su misericordia halló camino para  hacérsenos accesible: se hizo hombre; Dios se hizo nuestro ejemplar a  través de la envoltura humana de Jesucristo.
Como Él es la imagen de Dios invisible, y  por ello es Hijo natural de Dios; así nosotros debemos reproducir en  nosotros su imagen, para ser hechos por la gracia hijos adoptivos de  Dios.
Ecce homo!… Aquí  está el hombre ejemplar de todo hombre que quiera ajustar su vida en  orden a sus supremos destinos. No hay más imagen legítima de Dios que  Él.
Y los que a Él se asemejan, por haberse adaptado a éste divino ejemplar, son los Santos.
Ellos imitaron a Jesucristo.
Pero  el modelo de todos, el ejemplar único de perfección absoluta es  Jesucristo; y no puede ser más que Él, porque es el único predestinado  para ser la forma de todos los predestinados.
No  hay más que un solo hombre, si no es el Hombre-Dios, que puede hacer a  los hombres a imagen de Dios; porque sólo Él, que tiene temple de Dios,  es capaz de troquelar el espíritu y la vida de millones de hombres de  toda raza y cultura, e imprimir en ellos su propia imagen, que es la  imagen de Dios.
Dios  es el autor del hombre; y Dios ha querido que la glorificación del  hombre, en esta vida y en la futura, arranque de la conformidad con la  imagen de su Hijo Jesucristo, el más perfecto de los hombres.
Ecce homo!… He aquí el hombre.

Mientras Cristo Rey presida la vida de los hombres y de las naciones, no habrá retroceso en el camino de la verdadera grandeza.
En  cambio, y de ello es testigo la historia, particularmente la historia  pos-moderna, tened la seguridad de la ruina de aquellos desgraciados,  individuos o naciones, que, después de haber conocido a Jesucristo,  reniegan de Él, o se avergüenzan de Él, y le sustituyen por algún  simulacro de ideal en que fue siempre pródiga la humana filosofía.
Él  es el único Maestro que debe enseñarnos, el único Señor y Rey de quien  debemos depender, el único Modelo a que debemos conformarnos, el único  Médico que debe curarnos, el único Pastor que nos debe alimentar, el  único Camino que debe conducirnos, la única Verdad que debemos creer, la  única Vida que nos debe vivificar, y nuestro único Todo, que en todas  las cosas nos debe bastar.
Porque  no hay bajo el cielo otro nombre sino el de Jesús, por el cual nos  podemos salvar. Dios no nos ha dado otro fundamento para nuestra  salvación, perfeccionamiento y gloria, que a Jesucristo.
Así, todo edificio que no descanse sobre esta piedra firme, fundado está sobre tierra movediza, y caerá seguramente.
Todo fiel que no esté unido a Él, como el sarmiento a la vid, caerá, se secará, y sólo servirá para ser echado al fuego…
Si  estamos en Jesucristo y Jesucristo está con nosotros, no hay  condenación que temer, porque ni los Ángeles del Cielo, ni los hombres  de la tierra, ni los demonios del infierno, ni criatura alguna nos  podrán dañar jamás, porque ninguna nos puede separar de la caridad de  Dios, que está en Cristo Jesús.
Por Jesucristo, con Jesucristo y en Jesucristo lo podemos todo.
Consagremos, hoy, nuestras personas y nuestras familias a Cristo Rey.
Y que María Santísima, Reina y Señora de todo lo creado, nos alcance la gracia de ser fieles súbditos de tan magnífico Rey.P. Juan Carlos Ceriani
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