En aquel tiempo, al ver Jesús al gentío subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos, y él se puso a hablar y a enseñarles: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados Hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os insulten, persigan y calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos.
Lectura del profeta Sofonías: Buscad al Señor los humildes, que cumplís sus mandamientos; buscad la justicia, buscad la moderación, quizá podáis ocultaros el día de la ira del Señor. Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor.
El texto es un clásico oráculo que expresa una de las más bellas descripciones del “espíritu de pobreza” en el Antiguo Testamento. Los “pobres de la tierra”, los anawim, son las personas humildes y abiertas a Dios, “los que cumplen sus preceptos” (Sof 2,3) y esperan en él. Ellos darán a luz una nueva humanidad, “un pueblo sencillo y humilde que buscará refugio en el Señor” (Sof 3,12).
Sofonías, contemporáneo de Jeremías, colabora con Josías en la gran reforma religiosa. Una idea dominante resalta en su corto libro: la gran catástrofe que se cierne sobre Jerusalén, el "Día de la Ira". Invita a la penitencia y conversión mientras hay tiempo, pues, el hombre ha de rendir cuenta a Dios. Luego, un resto de Israel se salvará (2,7.9;3,13); Sofonìas cierra su obra con un oráculo de restauración (3,9-20). Late la duda de la autenticidad de estos versículos.
“Buscad, al Señor, todos los pobres de la tierra” (Sof 2,3) es el grito que el profeta dirige a Israel sumido en esa época, siglo VII a.C., en letargo político, social y religioso. Los humildes y sencillos, el resto de Israel, son el verdadero signo de esperanza para todo el pueblo y expresión viva de la presencia del Señor entre su pueblo.
La restauración reúne a los dispersos y deja un resto "que no cometerá crímenes ni dirá mentiras...". Es tiempo de alegría, de la que participa el Señor: El "se goza, se alegra contigo, se llena de júbilo". Y esa alegría acarrea la paz y la tranquilidad: el resto "pastará y se tenderá". El Resto de Israel, expresión acuñada en el A.T. y que repiten frecuentemente los profetas es el pequeño grupo, invisible las más de las veces que "escapa" a la tentación de infidelidad a Dios. El "resto" es la savia, el retoño, que sobrevive y resiste firme en la fidelidad. Son pocos los que escapan, son pocos los que se mantienen en la voluntad de Dios. Son pocos los que reciben en sencillez y piedad la revelación amorosa de Dios. Son el resto fiel.
Este hecho no es sólo algo que sucedió en la historia; en cada uno de nosotros, se desarrolla el mismo drama y la misma penuria. El amor de Dios que se manifiesta en nuestra existencia, anida en nosotros, nos informa y lo acogemos con entera fidelidad, aunque, sean mucho más amplios los sectores de incredulidad que los de fe y confianza en Dios. Esta es la actualidad de la imagen del "resto"
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