Sermón de San Agustín sobre la Ascensión
Hoy nuestro Señor Jesucristo ha subido al
cielo; suba también con él nuestro corazón. Oigamos lo que nos dice el
Apóstol: Si habéis sido resucitados con Cristo, buscad las cosas de
arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Poned vuestro
corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Pues, del mismo
modo que él subió sin alejarse por ello de nosotros, así también
nosotros estamos ya con él allí, aunque todavía no se haya realizado en
nuestro cuerpo lo que se nos promete.
Él ha sido elevado ya a lo más alto de los
cielos; sin embargo, continúa sufriendo en la tierra a través de las
fatigas que experimentan sus miembros. Así lo atestiguó con aquella voz
bajada del cielo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Y también: Tuve
hambre y me disteis de comer. ¿Por qué no trabajamos nosotros también
aquí en la tierra, de manera que, por la fe, la esperanza y la caridad
que nos unen a él, descansemos ya con él en los cielos? Él está allí,
pero continúa estando con nosotros; asimismo, nosotros, estando aquí,
estamos también con él. Él está con nosotros por su divinidad, por su
poder, por su amor; nosotros, aunque no podemos realizar esto como él
por la divinidad, lo podemos sin embargo por el amor hacia él.
Él, cuando bajó a nosotros, no dejó el
cielo; tampoco nos ha dejado a nosotros, al volver al cielo. Él mismo
asegura que no dejó el cielo mientras estaba con nosotros, pues que
afirma: Nadie ha subido al cielo sino aquel que ha bajado del cielo, el
Hijo del hombre, que está en el cielo. Esto lo dice en razón de la
unidad que existe entre él, nuestra cabeza, y nosotros, su cuerpo. Y
nadie, excepto él, podría decirlo, ya que nosotros estamos identificados
con él, en virtud de que él, por nuestra causa, se hizo Hijo del
hombre, y nosotros, por él, hemos sido hechos hijos de Dios.
En este sentido dice el Apóstol: Lo mismo
que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del
cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también
Cristo. No dice: "Así es Cristo", sino: Así es también Cristo. Por
tanto, Cristo es un solo cuerpo formado por muchos miembros. Bajó, pues,
del cielo, por su misericordia, pero ya no subió él solo, puesto que
nosotros subimos también en él por la gracia. Así, pues, Cristo
descendió él solo, pero ya no ascendió él solo; no es que queramos
confundir la divinidad de la cabeza con la del cuerpo, pero sí afirmamos
que la unidad de todo el cuerpo pide que éste no sea separado de su
cabeza."
De los Sermones de San Agustín, obispo (Sermón Mai 98, Sobre la Ascensión del Señor, 1-2; PLS 2, 494-495).
Introito.- Varones de Galilea: ¿ Porqué os admiráis mirando al cielo? Aleluya; como le habeis visto subir al cielo, así vendrá.Aleluya, aleluya, aleluya.....
Introito.- Varones de Galilea: ¿ Porqué os admiráis mirando al cielo? Aleluya; como le habeis visto subir al cielo, así vendrá.Aleluya, aleluya, aleluya.....
Epístola. Hech. 1, 1-11. - En
mi primer libro, querido Teófilo, escribí todo lo que Jesús hizo y
enseñó desde el comienzo hasta el día en que, dando instrucciones, por
medio del Espíritu Santo, a los Apóstoles que había escogido, ascendió a
los cielos. A esos hombres se les presentó vivo después de su Pasión,
dándoles numerosas pruebas de ello, apareciéndoseles a lo largo de
cuarenta días y hablándoles del Reino de Dios. Mientras estaba comiendo
con ellos les recomendó: No os alejéis de Jerusalén. Aguardad la Promesa
de mi Padre, de la que me habéis oído hablar. Juan bautizó con agua,
vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo, dentro de pocos días.
Ellos, rodeándole, le preguntaban: Señor. ¿es ahora cuando vas a
restituirle a Israel la soberanía? Él les respondió: A vosotros no os
toca conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha puesto bajo su
propio dominio. Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá
sobre vosotros: y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea, en
Samaria y hasta los confines de la tierra. Dicho esto, a la vista de
ellos, se elevó, y una nube se lo quitó de los ojos. Y miraban fijos al
cielo viéndolo irse; y se les presentaron dos hombres vestidos de
blanco, que les dijeron: Hombres de Galilea, ¿qué hacéis ahí plantados,
mirando al cielo? Este Jesús, que ha ascendido de aquí al cielo, vendrá,
así, como lo habéis visto marcharse al cielo.
Aleluya, aleluya. Sal. 46. 6; Sal. 67,18-19. Dios
asciende entre aclamaciones, el Señor a son de trompeta. Aleluya. Dios
marcha del Sinaí al santuario, sube a la cumbre llevando cautivos.
Aleluya.
Evangelio. Marc, l6.14-20. - En
aquel tiempo se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y
les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían
creído a los que lo habían visto resucitado. Y les dijo: Salid al mundo
entero, y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se
bautice, será salvado: el que se resista a creer, será condenado. A los
que crean, les acompañarán estos signos: Echarán en mi nombre demonios,
hablarán en lenguas extrañas, cogerán serpientes en sus manos, y si
beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los
enfermos y quedarán sanos. El Señor Jesús, después de hablarles,
ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos salieron y lo
proclamaron por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba
la Palabra con los signos que los acompañaban.
Ofertorio. Sal. 46, 6. - Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas,
aleluya.
La visión de la Madre Agreda
Para celebrar este día tan festivo y misterioso eligió Cristo Nuestro Señor, nuestro bien, por especiales testigos, las ciento veinte personas, a quienes juntó y alló en el Cenáculo, que eran María Santísima y los once Apóstoles, los setenta y dos discípulos, María Magdalena, Marta y Lázaro, hermano de las dos, y las otras Marías y algunos fieles, hombres y mujeres, hasta cumplir el número sobredicho.
Con esta pequeña grey salió del Cenáculo nuestro divino Pastor Jesús, llevándolos a todos delante por las calles de Jerusalén, y a su lado a la Beatísima Madre. Y luego los Apóstoles y todos los demás por su orden caminaron hacia Betania, que distaba menos de media legua a la falda del monte Olivete. La compañía de los ángeles y Santos que salieron del limbo y purgatorio seguía al Triunfador victorioso con nuevos cánticos de alabanza, aunque de su vista solo gozaba María Santísima...
Con la seguridad que les previno el poder del mismo Señor, caminaron todos hasta subir a lo más alto del monte Olivete, y llegando al lugar determinado se formaron tres coros, uno de ángeles, otro de los Santos, y el tercero de los Apóstoles y fieles, que se dividieron en dos alas, y Cristo Nuestro Salvador hacía cabeza. Luego la prudentísima Madre se postró a los pies de su Hijo, y le adoró por verdadero Dios y reparador del mundo, con admirable culto y humildad, y le pidió su última bendición. Y todos los demás fieles que allí estaban, a imitación de su gran Reina, hicieron lo mismo: y con grandes sollozos y suspiros preguntaron al Señor si en aquel tiempo habría de restaurar el el reino de Israel. Su Majestad les respondió que aquel secreto era de su Eterno Padre, y no les convenía saberlo, y que por entonces era necesario y conveniente que en recibiendo al Espíritu Santo predicasen en Jerusalén,en Samaría y en todo el mundo los misterios de la redención humana.
Despedido su Divina Majestad de aquella santa y feliz congregación de fieles con semblante apacible y majestuoso, juntó las manos, y en su propia virtud se comenzó a levantar del suelo, dejando en él las señales o vestigios de sus sagradas plantas. Y con un suavísimo movimiento se fue encaminando por la región del aire, llevando tras de sí los ojos y el corazón de aquellos hijos primogénitos, que entre suspiros y lágrimas le seguían con el afecto. Y como al movimiento del primer móvil se mueven también los cielos inferiores que comprende su dilatada esfera, así Nuestro Salvador Jesús llevó tras de si mismo los coros celestiales de ángeles y santos Padres, y los demás qué le acompañaban glorificados, unos en cuerpo y alma, otros en solas las almas; y todos juntos y ordenados subieron, y se levantaron de la tierra, acompañando y siguiendo a su Rey, Capitán y Cabeza.
( ef Sor María de Agreda, Mística ciudad de Dios)
Secreta.- Recibe.
Señor, las ofrendas que te presentamos, para celebrar la Ascensión de
tu Hijo a la gloria: líbranos de los actuales peligros y concédenos la
vida eterna.
Prefacio de la Ascensión.- Realmente
es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias,
siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo nuestro Señor: Que después de su resurrección se apareció
visiblemente a todos sus discípulos y, ante sus ojos, fue elevado al
cielo para hacernos compartir su divinidad. Por eso con los Ángeles y
Arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el
himno de tu gloria:
Comunión. Sal. 67,33-34. - Cantad al Señor, que sube a lo más alto de los cielos. hacia el Oriente, aleluya.
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