"-Ya me parece que vamos llegándonos al cuartel de la gente peor que Judas."
La Fraternidad San Pío X tiene "fe en la eterna Roma"
"A medida que la Iglesia Católica es a la vez humana y divina, es necesario tener un enfoque de los
problemas sobrenaturales reales que se plantean dentro de la Iglesia Católica. Por consiguiente, reafirmamos nuestra fe en la eterna Roma, con el Papa Benedicto XVI como Vicario de Jesucristo y cabeza visible de su Iglesia, al tiempo que reconoce la difícil situación de la Iglesia de hoy. "
Una hermosa declaración de Padre Arnaud Rostand, Superior de los Estados Unidos de la Fraternidad de San Pío X Distrito, en un editorial comentando sobre la correspondencia entre el obispo Fellay y otros tres obispos de la FSSPX. Como Obispo Fellay, no Padre Rostand olvidar que este es el plan de Dios prevalece. Viene de algún otro lugar para encomendarse al Espíritu Santo que Él le da una novena por las gracias de luz y fuerza para el Santo Padre, Benedicto XVI, y el Superior General de la Fraternidad, Mons. Fellay.
Es muy doloroso y agotador seguir los acontecimientos que vienen desarrollándose entre lo que a dejado de ser lo que fué , un bastión de la tradición, para entrar en las tinieblas tenebrosas de una falsa doctrina y encontré esto que a continuación les dejo, que me parece adecuado a esta situación de lo que podríamos llamar también la gran apostasía.
SUEÑO DEL INFIERNO.
Viendo esto, dije entre mí:-Ya me parece que vamos llegándonos al cuartel de la gente peor que Judas.
Dime prisa a llegar allá, y al fin asoméme a parte donde sin favor particular del cielo no se podía decir lo que había. A la puerta estaba la Justicia de Dios espantosa, y en la segunda entrada el Vicio desvergonzado y soberbio, la Malicia ingrata e ignorante, la Incredulidad resuelta y ciega y la Inobediencia bestial y desbocada. Estaba la Blasfemia insolente y tirana, llena de sangre, ladrando por cien bocas y vertiendo veneno por todas con los ojos armados de llamas ardientes. Grande horror me dio el umbral. Entré y vi a la puerta la gran suma de herejes antes de nacer Cristo: estaban los ofiteos, que se llaman así en griego de la serpiente que engañó a Eva, la cual veneraron a causa de que supiésemos del bien y del mal; los cainanos, que alabaron a Caín, porque, como decían, siendo hijo del mal prevaleció su mayor fuerza contra Abel; los sethianos, de Seth. Estaba Dositeo ardiendo en un horno, el cual creyó que se había de vivir solo según la carne, y no creía la resurrección, privándose a sí mismo, ignorante más que todas las bestias, de un bien tan grande, pues cuando fuera así, que fuéramos solo animales como los otros, para morir consolados habíamos de fingirnos eternidad a nosotros mismos; y así, llama Lucano en boca ajena a los que creen la inmortalidad del alma "Felices errore suo", dichosos con su error.
-Si eso fuera así, que murieran las almas con los cuerpos, malditos -dije yo-, siguiérase que el animal del mundo a quien Dios dio menos discurso es el hombre, pues entiende al revés lo que más importa, esperando inmortalidad, y seguirse hía que a la más noble criatura dio menos conocimiento y crió para mayor miseria la naturaleza, que Dios no, pues quien sigue esa opinión no lo cree.
Estaba luego Sadoc, autor de los saduceos. Los fariseos estaban aguardando a Cristo no como Dios, sino como hombre. Estaban los heliognostas, devictíacos, adoradores del sol. Pero los más graciosos son los que veneran las ranas que fueron plaga a Faraón, por ser azote de Dios. Estaban los musoritas, haciendo ratonera al arca a puro ratón de oro; estaban los que adoraron la mosca acaronita, Ozías, el que quiso pedir a una mosca antes salud que a Dios, por lo cual Elías le castigó. Estaban los trogloditas, los de la fortuna del cielo, los de Baal, los de Astarot, los del ídolo Moloch y Renfán de la ara de Tofet; los puteoritas, herejes veraniscos de pozos; los de la serpiente de metal; y entre todos sonaba la barahúnda y el llanto de las judías que debajo de tierra, en las cuevas, lloraban a Thamuz en su simulacro. Seguían los bahalitas, luego la Phitonisa arremangada y detrás los de Asthar y Astarot, y al fin los que aguardaban a Herodes, y desto se llaman herodianos. Y hube a todos estos por locos y mentecatos. Mas llegué luego a los herejes que había después de Cristo. Allí vi (¡oh, qué famoso espectáculo!) a Tertuliano, concurriente de los Apóstoles catorce años antes que Orígines, apóstata doctísimo, atormentado de sus errores y convencido de sí mismo. Luego fui, y llegando vi que antes dél estaban muchos, como Menandro y Simón Mago, su maestro. Estaba Saturnino inventando disparates. Estaba el maldito Basílides heresiarca. Estaba Nicolás antioqueno, Carpócrates y Cerinto y el infame Ebión. Vino luego Valentino, el que dio por principio de todo el mar y el silencio; Menandro el Mozo de Samaria decía que él era el Salvador y que había caído del cielo, y por imitarlo decía detrás dél Montano frigio que él era el Paracleto. Síguenle las desdichadas Prisca y Maximilla heresiarcas.
Llamáronse sus secuaces catafriges y llegaron a tanta locura que decían que en ellos y no en los Apóstoles vino el Espíritu Santo. Estaba Nepos, obispo en quien fue coroza la mitra, afirmando que los Santos habían de reinar con Cristo en la tierra mil años en lascivias y regalos. Venía luego Sabino, prelado hereje arriano, el que en el Concilio Niceno llamó idiotas a los que no seguían a Arrio. Después, en miserable lugar estaban ardiendo, por sentencia de Clemente, pontífice máximo que sucedió a Benedicto, los templarios, primero santos en Jerusalém y luego, de puro ricos, idólatras y deshonestos. ¡Y qué fue ver a Guillermo el hipócrita de Anvers, hecho padre de putas, prefiriendo las rameras a las honestas y la fornicación a la castidad! A los pies deste yacía Bárbara, mujer del emperador Sigismundo, llamando necias a las vírgines, habiendo hartas. Ella, bárbara como su nombre, servía de emperatriz a los diablos, y no estando harta de delitos ni aun cansada (que en esto quiso llevar ventaja a Mesalina) decía que moría el alma y el cuerpo, y otras cosas bien dignas de su nombre. Fui pasando por estos y llegué a una parte donde estaba uno solo arrinconado, y muy sucio, con un zancajo menos y un chirlo por la cara, lleno de cencerros y ardiendo y blasfemando.
-¿Quién eres tú -le pregunté-, que entre tantos malos eres el peor?
-Yo -dijo él- soy Mahoma.
Y decíaselo el tallecillo, la cuchillada y los dijes de arriero.
-Tú eres -dije yo- el más mal hombre que ha habido en el mundo, y el que más almas ha traído acá.
-Todo lo estoy pasando -dijo- mientras los malaventurados de africanos adoran el zancarrón o zancajo que aquí me falta.
-Picarón, ¿por qué vedaste el vino a los tuyos?
Y respondió que:
-Porque si tras las borracheras que les dejé en mi Alcorán les permitiera las del vino, todos fueran borrachos.
-¿Y el tocino por qué se lo vedaste, perro esclavo, descendiente de Agar?
-Eso hice por no hacer agravio al tocino, que lo fuera comer torreznos y beber agua; aunque yo vino y tocino gastaba; y quise tan mal a los que creyeron en mí, que acá los quité la gloria y allá los perniles y las botas. Y últimamente mandé que no defendiesen mi ley por razón, porque ninguna hay ni para obedecella ni sustentalla; remitísela a las armas y metílos en ruido para toda la vida; y el seguirme tanta gente no es en virtud de milagros, sino solo en virtud de darles la ley a medida de sus apetitos, dándoles mujeres para mudar, y por extraordinario deshonestidades tan feas como las quisiesen, y con esto me seguían todos. Pero no se remató en mí todo el daño; tiende por ahí los ojos y verás qué honrada gente topas.
Volvíme a un lado y vi todos los herejes de ahora, y topé con Maniqueo. ¡Oh, qué vi de calvinistas arañando a Calvino!, y entre estos estaba el principal Josefo Escalígero, por tener su punta de ateísta y ser tan blasfemo, deslenguado y vano y sin juicio. Al cabo estaba el maldito Lutero con su capilla y sus mujeres, hinchado como un sapo y blasfemando, y Melactón comiéndose las manos tras sus herejías. Estaba el renegado Beza, maestro de Ginebra, leyendo sentado en cátreda de pestilencia. Y allí lloré viendo el doctísimo Enrico Stéfano. Preguntéle no sé qué de la lengua griega, y estaba tal la suya que no pudo responderme sino con bramidos.
-¡Válame Dios!-dije, llegándome a Lutero como a mal hombre, por no decir como a mal fraile-; ¿te atreviste a decir que no se habían de adorar las imágines, si en ellas no se adora sino la espiritual grandeza que a nuestro modo representan? Si dices que para acordarte de Dios no has menester imágines, es verdad, y no te las dan para eso, sino para que te muevan afectos la representación de la verdad que reverenciamos y del Señor que amamos sobre todo bien, como los enamorados, que el retrato de su dama no le traen para acordarse della, pues ya presuponen memoria della en acordarse de que le traen, sino para deleitarse con la parte que se les concede del bien ausente. Dices también que Cristo pagó por todos, y que no hay sino vivir como quisiéramos, porque el que me hizo a mí sin mí me salvará a mí sin mí: bien me hizo a mí sin mí, pero hecho, siente que yo destruya su obra y manche su pintura y borre su imagen. Y si, como confiesas, sintió en el primer hombre tanto un pecado que, por satisfacerle, mostrando su amor, murió, ¿cómo te dejas decir que murió para darnos libertad de pecar quien siente tanto que pequemos? Y si murió y padeció Cristo para enseñarnos lo que cuesta un pecado y lo que hemos de huirle, ¿de dónde coliges que murió para darnos licencia para hacer delictos? Que satisfizo por todos es verdad: ¿luego no tenemos que trabajar nosotros? Mientes, pues hay que trabajar en no caer en otros y en pagar los cometidos delictos. Enojóse Dios por un pecado cuando no le debemos sino la creación sola, ¿y no sentiría las culpas cuando le debemos redempción costosa y trabajosa? Espántome, Lutero, de que supieses nada. ¿De qué te aprovecharon tus letras y agudeza?
Más le dijera si no me enterneciera la desventurada figura en que estaba el miserable Lutero.
Estaba ahorcado penando Helio Eóbano Hesso, célebre poeta competidor de Melactón. ¡Oh, cómo lloré mirando su gesto torpe con heridas y golpes y afeado con llamas sus ojos! No pude sino suspirar.
Dime prisa a salir deste cercado y pasé a una galería donde estaba Lucifer cercado de diablas, que también hay hembras como machos. No entré dentro porque no me atreví a sufrir su aspecto disforme; solo diré que tal galería tan bien ordenada no se ha visto en el mundo, porque toda estaba colgada de emperadores y reyes vivos, como acá muertos. Allá vi toda la casa otomana, los de Roma por su orden. Miré por los españoles y no vi corona ninguna española; quedé contentísimo que no lo sabré decir. Vi graciosísimas figuras, hilando a Sardanápalo, glotoneando a Heliogábalo, a Sapor emparentando con el sol y las estrellas. Viriato andaba a palos tras los romanos; Atila revolvía el mundo; Belisario, ciego, acusaba a los atenienses. Llegó a mí el portero y me dijo:
-Lucifer manda que porque tengáis que contar en el otro mundo, que veáis su camarín.
Entré allá; era un aposento curioso y lleno de buenas joyas; tenía cosa de seis o siete mil cornudos y otros tantos alguaciles manidos.
-¿Aquí estáis?-dije yo- ¿Cómo diablos os había de hallar en el infierno si estábades aquí?
Había pipotes de médicos y muchísimos coronistas, lindas piezas, aduladores de molde y con licencia, y en las cuatro esquinas estaban ardiendo por hachas cuatro malos pesquisidores, y todas las poyatas (que son los estantes) llenas de vírgines rociadas, doncellas penadas como tazas. Y dijo el demonio:
-Doncellas son que se vinieron al infierno con los virgos fiambres, y por cosa rara se guardan.
Seguíanse luego demandadores haciendo labor, con diferentes sayos, y de las ánimas había muchos, porque piden para sus misas y consumen ellos con vino cuanto les dan (sin ser sacerdotes). Había madres postizas y trastenderas de sus sobrinas, y aun suegras de sus nueras por mascarones alrededor. Estaba en una peaña Sebastián Gertel, general en lo de Alemaña contra el emperador, tras haber sido alabardero suyo. No acabara ya de contar lo que vi en el camarín si lo hubiera de decir todo. Salíme fuera y quedé como espantado, repitiendo conmigo estas cosas. Solo pido a quien las leyere las lea de suerte que el crédito que les diere le sea provechoso para no experimentar ni ver estos lugares. Certificando al lector que no pretendo en ello ningún escándalo ni reprehensión, sino de los vicios por los cuales los hombres se condenan y son condenados; pues decir de los que están en el infierno no puede tocar a los buenos. Acabé este discurso en el Fresno a postrero de abril de 1608, en 28 de mi edad.
Sub correctionesanctae Matris Ecclesiae.
Edición de Ignacio Arellano. Los sueños. Madrid: Cátedra, 1995 |
© José Luis Gómez-Martínez |
No hay comentarios:
Publicar un comentario