¡TIMERMAN NO SE RECONCILIA…!
El actual Canciller, Héctor Timerman, interrogado por el periodista Mariano Grondona acerca de la reconciliación de los argentinos, sostuvo que él no se reconciliará jamás con quienes fueron responsables y personeros de la así llamada “dictadura militar”. También afirmó el Canciller que no necesitaba de ninguna reconciliación y que esto no alteraba en nada su paz. Allá Timerman con su paz y con su alma.
Por mi parte sostengo que yo tampoco me reconcilio con Timerman ni con los que como él viven de la falsificación histórica, de la impostura política y de esta asombrosa metamorfosis por la que los antiguos victimarios y terroristas de los 70 hoy lucen como héroes y fiscales de la República. Con ellos ninguna reconciliación es posible; antes bien, la paz y el bien común de nuestra desgraciada Patria exigen que estos personajes sean apartados de la vida pública.
Nadie puede ser juzgado por su filiación ni por su apellido. Pero las palabras y la actitud del Canciller, su conocida solidaridad con la historia siniestra de los años de plomo, nos obligan a traer a la memoria la no menos siniestra figura de su padre, Jacobo Timerman. Fue este un personaje tenebroso, miembro prominente de una inmensa red política, periodística y financiera en la que coexistieron, en extraña (y no tan extraña) simbiosis finanzas espurias y la subversión marxista, una alianza mortífera que costó al país años de sangre, de luto y de lágrimas.
Timerman, David Graiver, José Ber Gelbard y Montoneros fueron los nombres visibles de esa alianza mortal. Precisamente en estos días, la vesania gobernante ha echado a rodar el fantasma del otrora tristemente célebre “caso Graiver”, una historia sórdida que la mayoría de los argentinos de hoy no conocen y otros han olvidado. Las investigaciones llevadas a cabo en su momento demostraron con sobreabundancia de pruebas la connivencia de la guerrilla con el imperio financiero de los Graiver-Gelbard y el aparato periodístico de Timerman representado, principalmente, en el diario La Opinión. Timerman estuvo detenido durante el régimen militar; sin embargo, fue liberado por orden expresa del entonces Presidente de facto Videla quien hizo avalar su decisión por la Corte Suprema de Justicia. Se movieron numerosas influencias e intereses de todo tipo, que presionaron sobre la opinión pública y el gobierno hasta logar su liberación. Eso sí, fue privado de la ciudadanía argentina (no era argentino nativo) y obligado a salir del país que lo había acogido.
Una vez liberado, ya en el exterior, se dedicó a difundir toda suerte de mentiras, a presentarse como víctima de los militares y a asumir el papel de acusador. Años después, en democracia, regresó a la Argentina para testimoniar en el juicio contra el General Camps a cuyo cargo había estado, en buena medida, la investigación del famoso affaire Graiver. De esta manera consolidó su imagen de periodista perseguido y mártir de la libertad de prensa. Intentó, incluso, ampararse en su condición de judío. Sin embargo, es bueno recordar que fue expulsado de Israel país en el que de nada le valieron sus falsos títulos de víctima y perseguido político.
Repito: nadie puede ser juzgado por su filiación. Tampoco puede pedírsele a nadie que reniegue de sus orígenes. Pero el señor Canciller debiera, al menos, entender que él carece de toda autoridad para hablar de reconciliación y que en lugar de darse esos aires de moralista intransigente, sería más propio que guardase silencio; siquiera por respeto a las numerosas víctimas que, de un bando y de otro, se cobró la guerra que su padre contribuyó a encender.
Mario Caponnetto
No hay comentarios:
Publicar un comentario