El emperador romano Domiciano, el año 81 promovió la segunda persecución contra los cristianos.
El Apóstol Juan, hijo del Cebedeo, se hallaba en Éfeso, donde atendía a las Iglesias de Asia que él había fundado.
Desterrado de allí, fue al poco tiempo trasladado a Roma y encerrado en un calabozo.
El Emperador hizo hizo llevaran a su presencia al venerable anciano. Domiciano le dijo: "es necesario que renuncies a tu religión cuya doctrina es enemiga de los placeres y los deleites de los sentidos, cuyos dogmas son incomprensibles por misteriosos, y que te pases a la nuestra, donde acabarás en paz tras dilatados días".
Juan le respondió: "No creas, ¡oh Emperador, que tus promesas ni tus amenazas me hagan titubear, no hay más que un solo Dios, y ése es Aquel a quien yo sirvo y adoro; mi mayor dicha será derramar toda mi sangre por Él, y ha mucho tiempo que suspiro por este glorioso sacrificio".
El Emperador no trocó su crueldad al oír las palabras de entereza de Juan. Mandó arrojar al Apóstol, hijo del Trueno, a una tinaja de aceite hirviendo para que perdiese la vida.
Se escogió como escenario una gran plaza cerca de la puerta Latina, (ANTE PORTAM LATINAM), llamada así porque se salía por ella a los pueblos de Lacio o país latino.
Parte del retablo de la Iglesia parroquial de Sonseca en la década de los años 20 del siglo pasado, donde se encuentra la representación escultórica del martirio de San Juan en la tina de aceite hirviendo. Es obra de Pedro Martínez de Castañeda. (2ª mitad del siglo XVI)
Acudió el Senado y gran parte de la ciudad romana a presenciar este espectáculo.
Le metieron, después de golpearle, en el tinajón con aceite hirviendo. Pero, milagrosamente, lo que iba a ser una cruel tortura se convirtió en un baño benéfico de agua templada, que curó sus heridas.
Quedaron asombrados los observadores.
El emperador, al tener noticia del prodigio, se contentó con desterrar al anciano apóstol, Juan, a la isla de Pathmos en el mar Egeo. Allí escribió el Apocalipsis.
"No faltó Juan al martirio, sino el martirio le faltó a Juan". - dijo San Agustín.
Los cristianos honraron el martirio y triunfo de San Juan edificando una bella iglesia en el mismo lugar que fue sumergido en el hirviente aceite.
Esta iglesia es muy visitada todos los 6 de mayo, día que la Iglesia celebra su martirio.
La parroquia de Sonseca lo celebra especialmente pues es su titular: San Juan Evangelista ANTE PORTAM LATINAM.
Aquel gran rey y emperador que se llamaba Asuero preguntó una vez a un consejero suyo muy sutil: «¿Qué ha de hacerse con aquel a quien el rey quiere honrar?» Después de reflexionar un poco, respondió el consejero: «Para honrar a quien el rey desea honrar, debe vestirlo con las vestiduras reales y montarlo sobre un caballo de la caballeriza real, y ceñir su frente con la regia corona, y que el primero de los príncipes del rey lleve la brida de su caballo y, paseándole por la plaza de la ciudad, vaya pregonando ante él: Así se hace con aquel a quien el rey quiere honrar» (Est 6,6-9). Estas cinco cosas deben hacerse con el hombre a quien el rey quiere honrar.
El Señor Jesús, rey potentísimo, hizo estas cinco cosas
con magnificencia en la persona de San Juan Evangelista. Por esta causa escogí
el tema que dice: Era un gran varón ante su Señor y gozaba de su
favor. Dividimos el tema en las cinco partes susodichas. Digamos
algo de cada una de ellas.
2. Referente a lo primero, se dice que el hombre a quien
el rey quiere honrar ha de ser vestido con la vestidura del rey. Yo os digo
que San Juan vistió la indumentaria regia, de la misma calidad que la de
Cristo. Veamos cómo.
La humanidad que Cristo tomó en el seno de la Virgen se
llama vestidura. Porque así como el vestido cubre el cuerpo para ocultar la
carne, así dice la Escritura de Cristo: «Existiendo en forma de Dios,
se anonadó tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a las hombres, y
hallado en la condición de hombre» (Phil 2,6-7). Del mismo paño, es
decir, de la misma carne fue revestido San Juan. Imaginaos que de una misma
pieza de tela preciosa, por ejemplo, de escarlata, se viste el rey y el soldado:
la vestidura del rey se hace de un extremo, y la del soldado del otro. Así
aconteció con el Rey (Cristo) y con el soldado (Juan). La pieza de tela
preciosa era Santa Ana, la cual, como una pieza de tela, tenía dos extremos, es
decir, dos hijas. La primera, cabeza principal, fue la Virgen María; la última,
María Salomé. Del primer extremo, es decir. de la Virgen María, se vistió
Cristo. Del último fue vestido Juan. He aquí cómo gozó del primer favor del
Rey, pues fue hermano de Jesucristo por especial parentesco con la Virgen María.
Cuando Cristo Rey, el día de viernes santo, llegó a la batalla, cabalgando
sobre la cruz, dijo a la Virgen su Madre, señalando a Juan: «Mujer, he ahí a
tu hijo; no sólo sobrino, sino hijo. Y a Juan dijo: He ahí a tu madre, y no sólo
a tu pariente. Desde aquella hora la recibió el discípulo como suya, es decir,
como a madre (Io 19,21).
3. Esta singularidad de nadie se lee. Pues la Virgen María le llamaba hijo, como si hubiera sido vestido del mismo paño que Cristo. Y Juan la llamaba madre. Viendo el apóstol su honor, cantaba gozosamente esta copla: «Gozoso me gozaré en el Señor, y mi alma saltará de júbilo en mi Dios, porque me vistió de vestiduras de salud y me envolvió en manto de justicia» (Is 61,10). Distingamos en esta frase cuatro cláusulas, dando a cada una su valor.
La primera, gozoso. Gozoso de la
consanguinidad con Cristo: porque fue vestido de la misma pieza de tela.
Segunda: Me gozaré de ser hijo de la Virgen María.
Tercera: Saltará mi alma en mi Dios, porque me vistió con
vestidura de salud, es decir, de Jesús, que en hebreo quiere decir salud.
Vestiduras, de consanguinidad y fraternidad con Jesús.
Cuarta: En manto de justicia, es decir, de penitencia, por la
que se gozaba San Juan más que por su vestidura, aun siendo el primer primo de
Cristo. La penitencia se llama justicia, pues en ella se hace justicia: con el
corazón, teniendo contrición de los pecados, y por la boca, mortificándose;
con los oídos, escuchando a los predicadores; contra la gula, absteniéndose de
las cenas, de la comida y de la bebida; con las manos, restituyendo lo robado y
elevándolas en la oración; con los ojos, derramando lágrimas y gimiendo en la
oración; con el cuerpo, disciplinándose y afligiendo la carne. Por eso dice el
salmo: «He hecho justicia y derecho; no me dejes en manos de los que me
calumnian» (Ps 118,121).
FUENTE. VARIAS
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